LOS FENICIOS, LOS GRANDES CONQUISTADORES DEL MEDITERRANEO

Por FRANCISCO. J. JIMÉNEZ

La historia de los fenicios es la historia del Mediterráneo, no en vano lo llegaron a dominar comercialmente, extendiendo su dominio, si no político o administrativo, si comercial y mercantil, desde la propia costa sirio-libanesa, lugar de procedencia, hasta más allá de las columnas de Hércules. A pesar del carácter marinero de sus gentes, de los que se puede decir que vivían de cara al mar, su procedencia era muy distinta .Los fenicios poseían un origen remoto y podemos afirmar, a tenor del estado actual de las investigaciones, que procedían de la península de Sinaí, donde se organizaban en pequeñas comunidades nómadas dedicadas al pastoreo. Autores griegos como Herodoto, Estrabon o Plinio, sitúan su origen en la zona del Golfo Pérsico, mientras que Filón de Biblos les confiere un origen cananeo.

El Sinaí es una península de forma irregularmente triangular, con una extensión de 59000 Km cuadrados, limitando al norte con el Mar Mediterráneo, al oeste con el golfo de Suez, y al este con el golfo de Akaba y el desierto de Negev .A pesar de contar con algunos cursos de agua y algunas zonas montañosas, se trata de una región de clima desértico, que convertía las condiciones de vida en algo especialmente duro para sus habitantes. En estas circunstancias no es difícil adivinar que la forma tradicional de vida de estos primitivos fenicios, no debía diferir mucho de la de los beduinos que habitan actualmente en esta zona del mundo. Pero se iba a producir un acontecimiento importante para estas comunidades nómadas del desierto que, inevitablemente, iba a incidir en su modo de vida.

En un determinado momento, en torno al IV milenio a. c tuvo lugar un movimiento migratorio que llevará a estas poblaciones a desplazarse hacia el norte, estableciéndose definitivamente en la región de Canaán , donde se asientan ,estando ya plenamente establecidos en torno al III milenio a . c. De esta forma, en una serie de sucesivas migraciones de tipo pacifico, los antiguos moradores de Sinaí, se fueron estableciendo en diversos puntos de de la franja costero sirio-libanesa, interrelacionándose con la población indígena, con los que se fusionarán a lo largo del II milenio a. c otros grupos semitas, como los amorreos, arameos o israelitas, así como otros pueblos de origen hurrita. Este proceso de transformación dio lugar con el transcurrir del tiempo a una cultura protofenicia, hacia el segundo milenio a. c, hasta constituir una cultura plenamente fenicia tras la invasión de los Pueblos del Mar.

Con el paso del tiempo, estos primitivos establecimientos se fueron transformando en florecientes centros urbanos. Primero destaco Biblos, y tras la irrupción de los Pueblos del Mar, Sidon y Tiro tomaron el relevo de esta. En general las ciudades fenicias se alineaban a lo largo de la costa cananea, en una estrecha franja costera encajonada entre el Mar Mediterráneo al oeste y los Montes Líbano y ríos Jordán y Orontes al este. Estos núcleos urbanos se organizaron en ciudades-estado políticamente independientes, pero unidas por una realidad cultural común. Por el año 3100 a. c los fenicios se encontraban ya plenamente asentados en el levante Mediterráneo, en una estrecha línea costera de relieve abrupto, muy montañoso, compartimentándose en diversos valles de tamaño reducido y clima Mediterráneo. Discurriendo paralelamente a la costa se localizan los Montes Bargilos, Líbano, Hermon, y Antilibano, que aislaban a las ciudades fenicias de los pueblos del interior. En esta orografía tan montañosa, las tierras aptas para el cultivo eran escasas, aunque de extraordinaria calidad, pero insuficientes para atender las crecientes demandas de una población demográficamente en alza, por lo que pronto se dieron cuenta que sus posibilidades de desarrollo pasaban necesariamente por la expansión marítima.

Estos valles interiores estaban intercomunicados entre sí, y a pesar de ser escasos, eran extraordinariamente fértiles, aunque no aptos para la práctica de una agricultura extensiva que satisficiera las necesidades de una creciente población, gracias a los ríos que se secaban en verano, y a los cursos de agua subterránea que fluía bajo la superficie del terreno. Este rico patrimonio agrícola pero insuficiente, hizo, que en su origen, estas comunidades se dedicaran a la agricultura como base de su subsistencia. Dicho territorio contaba también con cursos de agua importantes; Leontes (hoy Litani), Orontes, y Jordán, que contribuían decisivamente a la fertilidad de la región. Junto a todas estas virtudes, Fenicia contaba con un extraordinario recurso forestal, sus excelentes bosques de abetos, pinos, cipreses, y sobre todo cedros que crecían frondosamente en áreas del interior, en torno a los 3000 mts de altitud y que constituyó la base de su posterior desarrollo, no solo naval, sino también urbano, ya que la magnífica calidad de su industria maderera influyo considerablemente en el desarrollo y florecimiento arquitectónico de la región.

Entre los muchos productos que exportaban a otros pueblos figuraba la madera de cedro, muy apreciada en las construcciones, siendo sus principales clientes Mesopotamia y Egipto. La riqueza de la zona pronto favoreció un progreso urbano, surgiendo ciudades independientes entre sí, que con el tiempo irán adquiriendo importancia, alineadas a lo largo de la costa libanesa, sobre promontorios elevados o islas como Biblos, Ugarit, Tiro, Sidon, Beritos, Arados, Simyra, o Sarepta. La ambición y la codicia de los grandes imperios de la región, Egipto al sur y el imperio Hitita al norte, en la Península de Anatolia, colocara a las ciudades fenicias en su punto de mira, iniciándose una carrera entre ambas potencias para ejercer su dominio, en un periodo como el Bronce Final donde el comercio Mediterráneo estaba controlado por la flota micénica, dominadora del comercio marítimo. Los fenicios, nunca llegaron a constituir un gran imperio debido a la visión que tenían del mundo que les rodeaba , en cambio, se constituyeron en una gran potencia comercial.

Los nuevos habitantes de la región debieron adaptarse a su nueva situación, lo cual no debió resultar nada fácil al encontrarse ubicados geográficamente en la zona de influencia de los grandes imperios orientales del momento (egipcios, hititas, asirios) y ser una zona comercialmente estratégica. Esta privilegiada situación, convirtió la costa sirio-libanesa en un asunto de interés para las grandes potencias, que ejercían su primacía en la zona, controlándola, en unas ocasiones, dando muestra de su poderío militar, y en otras, mediante un férreo control tributario .Esta última, será una de las razones que hizo que los fenicios se lanzaran al mar en busca de recursos que les permitieran hacer frente al pago de dichos tributos y poder mantener así su independencia. - Ciudades fenicias, costa Sirio-libanesa - En esta conquista del Mediterráneo, que si no será política, si comercial, los fenicios tendrán que competir con otros pueblos, duros rivales, que intentaran ejercer un monopolio marítimo comercial, como los griegos. Los griegos, como principales adversarios de los fenicios orientales, rivalizaron con ellos por el comercio Mediterráneo.

Las fuentes griegas utilizan el termino phoinikes para designar a ese pueblo semita de comerciantes procedentes del levante Mediterráneo. El termino phoinikes deriva directamente del vocablo phoinos que entre otros significados significa rojo o púrpura (“los de purpura”), haciendo alusión, entre otras cosas al color de sus famosas telas. El término griego se generalizó y popularizó. Los romanos llamaron poeni (punicos) a los cartagineses para diferenciarlos de los fenicios orientales. Pero los fenicios se llamaron a sí mismos caanani (cananeos) o kinanu (púrpura).

En ocasiones se ha empleado erróneamente el término púnico para designar exclusivamente a los cartagineses, cuando este vocablo hace referencia, no solo a este pueblo, sino también a los fenicios de todas las colonias fenicias occidentales. Podemos afirmar taxativamente que las ciudades fenicias orientales no tuvieron más remedio que lanzarse a la conquista de nuevos horizontes comerciales a lo largo de todo el Mediterráneo, lo cual fue consecuencia de varios factores. La localización de las ciudades fenicias de oriente y su alineación costera, unido al constreñido espacio que ocupaban, ya que quedaban literalmente encajonadas entre el Mar Mediterráneo y los Montes del Líbano, iba a condicionar su sistema económico y la desigual gestión de sus recursos. El paisaje fenicio, se articulaba en una variedad de valles muy fértiles para su explotación agrícola, pero de reducido tamaño. Esto iba a representar un problema, que les llevó a poner en práctica una explotación extensiva de sus recursos agrícolas. La escasez de espacio para el cultivo hizo que se aprovecharan las laderas de las colinas para la siembra, cultivando en terrazas con el fin de aprovechar al máximo los recursos del terreno. Pero si en un primer momento sus recursos naturales fueron suficientes para atender las demandas de una población en creciente desarrollo, el paulatino aumento demográfico convirtió estos recursos en insuficientes.

En torno al año 970 a. c ,el rey de Tiro Hiram I, ordenó una expedición comercial con el fin de proveer a la ciudad de alimentos, principalmente trigo y aceite en cantidades ingentes, lo cual viene a demostrar esa escasez a la que hemos hecho referencia. Antes de la expansión marítima y comercial fenicia, la base de su economía era la agricultura, típicamente Mediterránea, cultivándose trigo, vid, y olivo junto a cebada y diversas hortalizas. El ciclo agrícola se iniciaba en otoño, estación esta, en la que se preparaba la tierra y se plantaban las semillas, que el tiempo se encargaba de transformar en fabulosos frutos, como el trigo, de gran calidad, y que ya estaba listo en mayo para su siega, o la cebada que se recogía en abril. De la vid se extraían dulces vinos, muy prestigiosos en la antigüedad gracias a la calidad de la tierra y el clima. Las uvas se recogían en septiembre y se transformaban luego en esos caldos de ligero dulzor muy apreciados, como se ha mencionado, por todos los pueblos del Mediterráneo, sobre todo por los egipcios. Era tal la riqueza agrícola de las ciudades cananeas, que en época de Tutmosis III, los egipcios, atraídos por ella, invadieron la región. Para la transformación de tales productos agrícolas disponían de sus propios lagares y almazaras.

Además de la agricultura, la ganadería representaba también una de las bases de la economía fenicia, contando con rebaños, si no excesivamente numerosos, si suficientes, que pastaban en ricos bosques y prados. Contaban con vacas, de la que obtenían carne y leche, ovejas, que además de leche y carne, les proporcionaba lana, y cabras, que igualmente les daba carne y leche .Desde muy antiguo, ciudades como Biblos, eran importantes exportadores de lana, sobre todo a Egipto, con quien mantenía un floreciente comercio. Otro aspecto importante de la economía fenicia era su industria maderera. La importancia de la madera en la economía fenicia era lógica si tenemos en cuenta que casi toda la geografía fenicia se caracterizaba por ser un paisaje de gran belleza y frondosa vegetación, donde abundaban los árboles frutales, las fértiles llanuras los campos de abundantes flores y donde los cultivos gozaban de una formidable salud .En estos campos, maduraban y florecían el trigo, la vid, y los olivos, proporcionando esos frutos de los que tanto se beneficiaron, no solo los fenicios, sino también otros pueblos del Mediterráneo a través del comercio. Presidiendo esta paradisíaca estampa se alzaban majestuosos los frondosos y exuberantes bosques de diversas especies, como cipreses, abetos, pero sobre todo los ricos bosques de cedros que crecían en la franja meridional del actual Líbano .Ello confería a toda la franja costera fenicia de una riqueza forestal inusitada, de la que los fenicios lograron sacar el mayor partido posible para conseguir sus objetivos económicos y comerciales.

Tempranamente la ciudad de Biblos supo aprovechar el potencial económico que le proporcionaba la madera y sus múltiples usos. En torno al año 2600 a. c, ya era el principal suministrador de madera a Egipto, país este, que carecía de ella. El país del Nilo empleaba la magnífica madera fenicia en la construcción de barcos y en la arquitectura. Egipto solo disponía de abundantes palmeras y otras especies vegetales, que si bien se les podía dar infinidad de usos, resultaban inútiles para la industria naval , de ahí su dependencia de las ciudades libanesas en el suministro de la madera, fundamentalmente de cedro .Dada la envergadura de estos árboles, los egipcios podían sacar de ellos, traviesas de madera de muy largo tamaño y muy resistentes. Pero además les interesaba el cedro por el uso funerario que le dieron, ya que consiguieron obtener de él, una sustancia de cierto espesor con la que empapaban las telas con las que envolvían a sus difuntos en el proceso de la momificación.

También eran importantes las actividades cinegéticas, producto de la rica fauna fenicia. Se cazaban un amplio abanico de especies, como leones, linces, osos, cérvidos o elefantes así como numerosas especies de aves. No obstante, económicamente la pesca gozó de mayor importancia que la caza, constituyendo el pescado una parte importante de la dieta .El pescado solía transformarse en salazones los cuales eran muy apreciados. La sal además de convertir el pescado en un producto más sabroso, le confería un mayor periodo de conservación. Un producto muy apreciado en todo el área Mediterránea, derivado de su industria pesquera, fue una especie de salsa a la que los romanos llamaron garum y consistía en depositar en piletas o ánforas de sal muera, las vísceras y despojos de peces como el atún o la morena , aunque también se empleaba vino, vinagre e incluso aceite en su elaboración .Estos restos se exponían al sol y por maceración y fermentación daba como resultado la apreciable y exquisita salsa, la cual alcanzaba un enorme valor en el mercado. No obstante dependiendo del lugar de fabricación, se dotaba a esta apreciada salsa de una impronta propia ,por tanto no existía una receta única para su fabricación, sino que dependía del fabricante.

Tiro y Sidon, fueron las ciudades precursoras y dominadoras de una industria muy rentable, el comercio de la púrpura .Este tinte púrpura con el que teñían los paños lo obtenían de dos especies de gasterópodos muy abundantes en esa zona del Mediterráneo, el Murex trunculus y el Murex brandaris. Este procedimiento de teñido, de posible procedencia ugarítica, solo era conocido por los fenicios los cuales se mostraban celosos de ella y procuraban mantenerla en secreto. Este tinte se obtenía extrayendo del mencionado molusco la glándula hipo branquial, seguidamente se depositaba en un recipiente que contenía agua marina y finalmente se exponía al sol. El líquido resultante de este proceso era el tinte, con el que se teñían las suntuosas telas, muy apreciadas por todo el Mediterráneo. El grado de descomposición y concentración del contenido del recipiente era el que determinaba el tono de la coloración, que abarcaba desde un rosado pálido, hasta un púrpura de mayor intensidad .Esta última tonalidad púrpura era la más apreciada por los monarcas de las ciudades Mediterráneas, denominándose púrpura de Tiro. Dada la complicación que suponía obtener fácilmente grandes cantidades de púrpura, esta industria solo estaba al alcance de una élite y nunca destinada a la gente corriente.

La producción de telas y paños teñidos de púrpura, fueron considerados artículos de lujo en todo el Mediterráneo. No se sabe realmente el origen de la industria de la púrpura, es decir, quienes fueron los primeros en descubrir su secreto de fabricación. Hay quien apunta a que su origen hay que buscarlo en la ciudad de Ugarit, cuyos habitantes guardaban su secreto, hasta que los llamados Pueblos del Mar arrasaron la ciudad haciéndose con él y que luego transmitieron a los fenicios. Si tenemos en cuenta que los fenicios, en un principio ,se limitaban a actuar como puros tratantes de productos y objetos artesanos ajenos, que acumulaban procedentes de diversos lugares, con el tiempo se dieron cuenta de lo rentable que suponía este comercio y se dedicaron a perfeccionarlo, con el objeto de hacerlo más rentable si cabe.

Los mercaderes fenicios tan solo se dedicaron a adaptar estos productos al gusto desigual de sus clientes, comenzando a producir una artesanía propia, de gran originalidad y muy diversa, plagada de influencias egipcias, griegas, mesopotámicas etc., dando lugar a un arte ecléctico muy apreciado entre sus clientes. Las ciudades fenicias de oriente, destacaron por tanto, por ser productoras de una suntuosa industria de objetos manufacturados y productos de lujo. Estos objetos, que consistían a grandes rasgos, en tallas de madera, figurillas, ricos ornamentos de lujo, paneles decorados, cerámica, vidrios y marfiles, se destinaban a satisfacer la demanda de una nobleza refinada amante del lujo, los cuales les servían como elementos distintivos a través de los que reafirmaban su prestigio y posición social.

De los talleres fenicios procedían innumerables piezas, la mayoría de gran belleza, trabajadas con insuperable maestría por los artesanos. En ellos se elaboraban ricos objetos de marfil, bronces, piezas de oro y plata, así como joyas en las que dejaban constancia de un magistral dominio del granulado y la filigrana. Contamos con magistrales ejemplos en el campo de la joyería, de la habilidad mostrada por estos artesanos. En las colonias occidentales, contamos también con buenos y numerosos ejemplos, como en la colonia fenicia de Gadir, donde se documentó dos anillos basculantes gemelos, datados en el siglo IV a. c, que eran utilizados como amuletos.

Estos anillos, los cuales estaban concebidos para colgar del cuello y no para ser portados en el dedo, se componen cada uno de ellos por unas piedras de color rojo y verde sujetas por una capsula de oro dentada, así como un anillo también de oro, ancho y de tipo giratorio. Los extremos de este anillo se insertan en la capsula a través de unos tubos cilíndricos. Por tanto queda claro que la metalistería fenicia contó con magníficos artesanos. Los metalurgistas fenicios también fueron autores de cuencos, copas, páteras y hachas, todos ellos realizados con una soberbia maestría. En relación con esto en Idalion apareció una pátera fenicia de 19,50 cm de diámetro, acabada en plata sobredorada, que demuestra la magistralidad de los artesanos fenicios. Datada el siglo VII a. c, la composición se distribuye a base de frisos, y narra una lucha entre diversos personajes heroicos enfrentados con grifos alados y leones .En el centro de la pátera se puede ver a un faraón ajusticiando a sus rivales que aparecen ante el arrodillados. En fenicia también se puso en marcha una importante industria del trabajo del marfil, surgiendo pequeños talleres, donde los artesanos realizaban diversas figurillas talladas en colmillos de elefantes o incluso de morsa, muy apreciadas.

Los marfiles fenicios eran de una extraordinaria calidad y gozaban de gran prestigio en el mundo antiguo consiguiendo plasmar, desde el Bronce Antiguo, bellas piezas labradas, no solo en marfil sino también en hueso. Los artesanos fenicios consiguieron piezas complicadas aplicando la técnica de taracea consistente en añadir a la pieza de marfil vidrios policromados y piedras semipreciosas, como es el tesoro del Fuerte de Salmanasar. Fue tal la importancia de la industria del marfil de los fenicios, que proliferaron pequeños talleres en la mayor parte de las ciudades de la costa sirio Palestina. La dificultad que planteaba tallar las diferentes composiciones en marcos tan reducidos, no supuso un problema para la pericia de los artesanos fenicios, consiguiendo obras, ya sean de tipo cúltico-religioso, o bien de tipo decorativo. La mayor parte de todas estas manufacturas, se empleaban como instrumentos de intercambio, en el contexto de un comercio internacional en creciente auge .Del comercio de la manufactura, los fenicios obtenían elevados beneficios y pronto lo dominaron casi en régimen de monopolio.

Tal era el control que los fenicios tenían, que la mayor parte de los productos manufacturados que llegaban a los países vecinos eran suministrados por los estos. Así, estados como Asiría o Israel, pudieron disfrutar de estos productos suntuosos y exóticos. Pero una gran parte de este comercio, que partía desde la costa fenicia, se proyectaba a través del imperio Asirio, en un circuito comercial que abastecía toda Mesopotamia. Las metrópolis fenicias constituyeron circuitos comerciales, destacando la ciudad de Tiro, que haciendo gala de su carácter emprendedor, proveía de productos exóticos a Armenia, Arabia, Mesopotamia, la Península de Anatolia, o la mayor parte del Egeo. Los fenicios también controlaban el comercio del vino, dada la importancia que este producto tenia, no solo en el aspecto alimenticio sino también en el plano religioso, siendo Grecia uno de sus principales clientes. Tiro, sabedora de la importancia de los metales y por tanto de la enorme demanda de otros estados, se preocupó de dominar las rutas comerciales donde abundaban los más diversos minerales, como oro, plata, hierro, estaño, plomo o cobre. Tiro logro establecer una extensa red comercial que se extendía a lo largo de Mediterráneo y las costas del Océano Indico. Las zonas donde abundaban estos metales, y que Tiro se ocupó de controlar, fue la Península de Anatolia, Chipre, Etruria, Tartessos o la península de Sinaí. Tiro alcanza el auge comercial en el siglo VIII a. c, al igual que el resto de metrópolis fenicias. Los productos con los que comerciaban los tirios eran animales, como mulos, caballos, pavos reales o monos, colmillos de marfil, lino, ricas maderas (ébano), corales, canela, piedras preciosas, minerales, esclavos perfumes o tapices. Todo este comercio dio a las ciudades fenicias enormes beneficios, pero los fenicios se dieron cuenta de que podían ir más allá y obtener mayor renta, cuando una vez lograda la materia prima, se transformara esta en productos manufacturados, así además del valor obtenido por la materia en sí , se obtenía también el valor añadido de la mano de obra. Para ello se establecieron industrias o talleres a donde llegaba la materia prima para su transformación.

Una de las industrias más florecientes en este sentido fue la industria del vidrio, siendo famosas por obtener un vidrio transparente único hasta ese momento, en el mundo antiguo. Fue tal el existo de esta industria que crearon en torno a ella, especies de cadenas comerciales con el único fin de asegurar su buena distribución a gran escala. En la producción del vidrio destacaron tanto Tiro como Sidón, que lo distribuyeron por toda la cuenca Mediterránea que a su vez comerciaban. Los artesanos fenicios, por otro lado, fueron los artífices de la popularización por todos los pueblos del Mediterráneo de amuletos egipcios, sobre todo los conocidos escarabeos, que eran amuletos con un claro carácter mágico y religioso con forma de escarabajo. Los fenicios pronto advirtieron las claras posibilidades comerciales de este amuleto y se encargaron de difundirlo ampliamente por toda el área mediterránea.

En el propio ámbito que constituían las ciudades estado fenicias y sus colonias, los escarabeos se convirtieron en algo más que una pieza de intercambio comercial, pasando a considerarse como una pieza mágica. En el mundo cultural fenopúnico la arqueología ha documentado numerosas de estas piezas en lugares muy diversos, separados por muchas millas de distancia, documentándose en santuarios, tumbas, templos y lugares de hábitat.

Debemos tener en cuenta que en el mundo fenicio, las actividades mercantiles estaban ligadas al estado, a la monarquía, o mejor dicho al Palacio. Solía existir un comercio dirigido por el monarca, es decir público, con sede en el palacio, y un comercio de carácter privado. En el primer caso es el propio rey el que gestiona la empresa, dando las órdenes pertinentes, siendo un comercio interestatal. En el segundo caso, se puede afirmar que existían especies de compañías privadas, cuyo propósito era la gestión y transporte de mercancías por vía marítima. En un caso u otro, las relaciones entre el estado y esos comerciantes privados debían ser excelentes, ya que era el estado quien realizaba encargos a estas compañías privadas, que eran las que se ocupaban del transporte de las mercancías. Lo que no cabe duda es que los fenicios eran magníficos comerciantes. Si hacemos caso a Herodoto, ellos inventaron el comercio invisible, es decir cuando los fenicios arribaban a costas extranjeras, acostumbraban a depositar sus mercancías en la playa y retirarse seguidamente. Una vez en sus naves, hacían un fuego que produjera una humareda que se divisara a larga distancia, como reclamo. La humareda era divisada por los indígenas del lugar, que acudían a la playa y depositaban junto a las mercancías, cierta cantidad de oro y una vez hecho esto se alejaban. Seguidamente los fenicios volvían y decidían si sus mercancías valían ese oro. Si era así se llevaban el metal y dejaban las mercancías, en caso contrario se volvían a retirar a sus barcos en espera de una contraoferta más ventajosa, hasta que las dos partes estuvieran de acuerdo. Y es posible que así, o de forma parecida, se iniciaran los primeros contactos entre los mercaderes fenicios y los indígenas del lugar, con un sistema que llama la atención por su honradez y donde no se escatimaba en regateos hasta que ambas partes estuvieran de acuerdo con la transacción.

Llegados a este punto el ávido lector se habrá dado cuenta que los fenicios fueron grandes comerciantes y que en sus extraordinarias actividades mercantiles se extendieron por todo el Mediterráneo, pero ¿Cómo llegaron los fenicios a ser los grandes dominadores comerciales del Mediterráneo? ¿Qué les motivo a abandonar sus costas, sus puertos, sus ciudades y lanzarse en una oleada colonizadora por un Mar poco hospitalario? ¿Qué hizo que sus gentes se establecieran en lejanos lugares fundando nuevas colonias? Pues bien, la frívola imagen que los fenicios han despertado tradicionalmente, de severos y avaros comerciantes, que se desplazaban por el Mediterráneo con la sola idea de buscar aquellas materias primas y artículos exóticos, de los que carecían y por medio de los cuales lograr ingentes beneficios, queda muy alejada de la realidad. No fue una causa la que empujó a la expansión de los fenicios por las aguas mediterráneas y su final llegada al occidente Mediterráneo, sino una pluralidad de ellas, las cuales se interrelacionan entre sí.

Tradicionalmente se venía justificando la colonización fenicia por una causa puramente comercial, exenta de otras, que si bien es cierta, no hay que considerarla como una causa aislada, sino que entra en relación con otros factores también determinantes dentro de la expansión colonial fenicia. En este sentido la búsqueda de materias primas, sobre todo metales, hizo que los mercaderes fenicios se lanzaran en busca de lugares ricos en estas, muchos de ellos localizados en sitios remotos, como la Península Ibérica o las Islas Británicas. Otra causa que llevo a los fenicios a su colonización económica del Mediterráneo, fue la escasez de recursos y la degradación medioambiental, como la deforestación de un territorio, como ya se ha dejado constancia, de gran riqueza forestal, que se venía produciendo en el territorio cananeo, y así lo atestiguan las fuentes bíblicas y arqueológicas, de donde se desprende que hacia los siglos XIII-XII a. C., las metrópolis fenicias empezaron a experimentar un déficit de la producción alimentaría. De este modo, varias ciudades de la costa sirio-libanesa, importaban productos alimenticios, algo impensable en el milenio anterior. Esto es una consecuencia directa de la sobreexplotación agropecuaria a la que los fenicios habían sometido su territorio, un territorio geográficamente escaso para atender las demandas de una población en creciente expansión y desarrollo, con la consiguiente degradación medioambiental.

Fue este aumento poblacional, unido a una pérdida de territorios del interior, otra causa de la diáspora fenicia por el Mediterráneo, ya que unida a la escasez de productos alimenticios, que la nación Fenicia venía padeciendo, desemboco en una crisis de subsistencia. Las urbes cananeas presentaban un grave problema de hiperpoblamiento y pocos recursos, hecho, que se agravó por un acentuado éxodo rural, motivado por el déficit de tierras y los malos resultados de la agricultura. Ello trajo consigo un trasvase poblacional del mundo rural al mundo urbano. En este contexto es fácil suponer que el descontento de la población más desfavorecida, un sector poblacional de ciudadanos libres sin representación asamblearia que perseguía un reconocimiento social, y que se hacía a menudo patente, provocó frecuentes tensiones sociales, hasta que la situación se tradujo en insostenible, viéndose como una posible solución, la migración mediterránea y la fundación de colonias por el Mediterráneo, donde pudieran desplazarse y establecerse la población sobrante en busca de mejores condiciones de vida y aligerar así, la presión social de las metrópolis. Los textos de autores clásicos como Salustio o Tertuliano, entre otros, apuntan a este crecimiento poblacional desmesurado, como una de las causas de la colonización mediterránea llevada a cabo por los fenicios. La desigual redistribución de la riqueza, que chocaba frontalmente con un sistema tributario injusto, puesto en marcha desde las instituciones palaciales, también tuvo su repercusión negativa, favoreciendo la salida de los colonos. Pero no solo esto, además la presión fiscal o tributaria a la que se vieron sometidos las ciudades fenicias, por parte de los monarcas asirios, se configura como una causa más de la salida de los fenicios a las aguas mediterráneas, fundamentalmente en busca de metales, que les proporcionase el numerario preciso para afrontar tan exigentes tributos.

En torno al siglo IX a. C., en tiempos de Asurnasirpal, los fenicios debían pagar exigentes tributos, como oro, bronce, plata, o estaño, junto a ingentes cantidades de objetos de lujo. Esta actividad tributaria continuó en tiempos de Salmanasar III y Tiglatpileser III que siguen recibiendo las mismas clases de mercancías por parte de las metrópolis fenicias. Los metales se convirtieron en los productos más cotizados por los mercaderes fenicios, y aunque en un principio les bastaban los obtenidos en regiones próximas, como Anatolia, de donde obtenían plomo, plata, hierro, y estaño; Chipre y Asia Menor, de donde sacaban cobre y el hierro; la plata del Egeo y el oro de Ofir, pero pronto se les hizo insuficiente. Esto unido al aumento de la influencia griega en aguas del Mar Tirreno y el despuntamiento de Urartu, obligó a los mercaderes fenicios a recurrir a nuevos circuitos comerciales donde abastecerse de productos metalíferos, incrementándose sus visitas a la Península Ibérica. La gran demanda de metales preciosos, hizo que los fenicios pusieran sus ojos en las minas de la Península Ibérica, como Huelva y Sevilla, sobre todo en el periodo púnico, estableciéndose en la colonia tiria de Gadir, empleándola como base para el intercambio comercial con Tartessos. Así, el sur peninsular se convirtió en destino predilecto de las naves mercantes fenicias, atraídas por las riquezas del mítico reino de Tartessos. Era tal la riqueza metalífera, sobre todo plata, que allí encontró este pueblo oriental, que a pesar de su lejanía de las costas más orientales del Mediterráneo, les merecía la pena y les resultaba de enorme rentabilidad.

En otro estado de cosas, tan magna empresa, como era el comercio por todo el Mediterráneo, y sobre todo el establecimiento, creación y organización de estos nuevos asentamientos humanos, requerían de una perfecta organización. No estamos hablando de un grupo de personas que por su cuenta y riesgo deciden embarcarse en tan complejas expediciones, acabando estableciéndose por su cuenta de una manera anárquica, sino todo lo contrario. Es decir, todo el programa comercial ultramarino que llevan a cabo los fenicios, estaba orquestado por el Estado y más concretamente por la clase aristocrática, a la cual no le interesaba la situación de inestabilidad social que se vivía en las metrópolis y que día a día, iban acrecentando las desigualdades sociales, generando tensiones internas, que por otro lado, era preferible evitar en la medida de lo posible.

El aparato del estado era el único capaz de poner en marcha semejantes expediciones, ya que esto suponía fletar las embarcaciones necesarias, con todos los preparativos que exigía un largo viaje, en el que además transportaba a ciudadanos dispuestos a establecerse, definitivamente, en lugares lejanos. Es muy posible que en un principio, dado el carácter migratorio de estas empresas, la expedición fuera dirigida físicamente, por miembros de la clase aristocrática, que además pretendían que no se produjera una desvinculación de los nuevos asentamientos respecto de la metrópoli y así controlar los medios de producción. También muchos de estos aristócratas, interesados en influir en la vida política de sus metrópolis, se veían atraídos a encabezar y participar en estas expediciones ambicionando méritos, que les consolidara en la vida política de su ciudad. Sea como fuere, en uno y otro caso, la búsqueda o el incremento de la fortuna, constituía también, un factor motivador, a la hora de involucrarse en dichas actividades. Estos pobladores, dirigidos por miembros de la aristocracia, van a crear en los nuevos lugares de hábitat, un modelo heredado de la metrópoli, reproduciendo el modelo político de esta. Así, no solo van a importar los mismos hábitos de vida que se practicaban en la urbe de procedencia, sino que también su arquitectura seguirá el mismo modelo, imperando el reducto fortificado que protege a la ciudad de eventuales enemigos, y donde la población se puede guarecer a modo de acrópolis.

Pero ¿Cuál era el régimen de financiación de las largas expediciones a occidente lugar del que se esperaba traer enormes riquezas?, ¿A quién le correspondía aportar ese importante capital que condujera al éxito de tan magna empresa? Pues bien no se conoce con certeza de donde salió este capital, lo que sí está claro es que debieron realizarse importantes inversiones, recibiendo un gran aporte financiero. Lo más acertado esta en pensar que el aporte económico y financiero que reciben las expediciones fenicias provenía de dos fuentes distintas. Por un lado el Estado, que como organizador del proyecto colonizador y migratorio, realizaba las aportaciones más fuertes, y dentro del estado el Templo hacia grandes aportaciones económicas a este programa colonizador. Por otro lado, también eran importantes las aportaciones privadas de una oligarquía mercantil que en torno al 800 a. c aparece ya organizada en asociaciones o consejos de comerciantes (Hubur). Por lo tanto parece clara la coexistencia entre el capital público y el privado .En un primer momento la iniciativa, en este sentido, la llevaría el Estado, aunque no se descarta, que con el tiempo, las aportaciones privadas fueran en aumento, pudiendo evolucionar a formas privadas, o simplemente ir alternándose, según las condiciones políticas de cada momento.

El hecho de que el Estado estuviera al frente de las nuevas fundaciones por medio de tan fuertes aportaciones económicas y representado por la aristocracia en las nuevas colonias, creó un vinculo de dependencia muy fuerte entre la metrópoli y la nueva fundación. En este sentido, esos aristócratas, consiguieron establecer en el nuevo espacio urbano, la misma diferenciación social que imperaba en la metrópoli de procedencia. Igualmente se traslada a la colonia el mismo modelo religioso, heredando el panteón de la ciudad madre, así como los ritos funerarios que se practicaban en la metrópoli. Ahora bien, todo este movimiento migratorio que concluye con el asentamiento en diferentes puntos geográficos, requiere una organización social que permita a los nuevos pobladores poder desarrollar su vida de forma plena. Por ello, una vez establecidos, había que buscar tierras de cultivo que les permitieran desarrollar las actividades agrícolas obvias para la subsistencia, así paralelamente a la colonización comercial, se produce una colonización agrícola igualmente compleja. Dentro de este programa colonizador Fenicio, se debe diferenciar un periodo Pre-colonial o de establecimientos no definitivos, aunque no aceptada por algunos autores, que se extendería desde el siglo XI a. c hasta comienzos del siglo VIII a. C., en el que los nuevos pobladores se iban aproximándose, en acercamientos paulatinos y en etapas de tanteo, a las costas mas occidentales del Mediterráneo. En esta etapa se prescinde del sometimiento territorial, limitándose únicamente a la explotación de los recursos de ese territorio, y al trueque con la población indígena. Tras esta etapa vendrá otra, que llamaremos Colonial, de consolidación y de establecimientos permanentes.

Durante este periodo se pone en marcha un control del territorio, mediante la ocupación del mismo y el sometimiento de los pobladores originarios, para de esta forma controlar definitivamente todos los recursos. Debemos tener en cuenta que cuando los recién llegados de Oriente se establecen en los nuevos territorios y entran en contacto con las poblaciones autóctonas, se produce un inevitable impacto cultural, un choque entre dos realidades culturales, con el consiguiente intercambio cultural, pero un intercambio, en este caso desigual y desequilibrado. Todo esto trae como consecuencia un proceso acentuado de aculturación en la población autóctona, que acabó propiciando la consolidación de un fenómeno de explotación ejercido por los recién llegados. A través de la explotación colonial, se produce una relación de dependencia económica y tecnológica por parte de la población indígena. En este contexto cultural se originó una progresiva y acentuada desigualdad, motivada por una redistribución para nada equitativa de la riqueza, diferenciándose cada vez más las clases dirigentes del grueso de la población y adquiriendo mayor prestigio social. En el ámbito de las relaciones comerciales entre la población autóctona y los fenicios, son unas transacciones claramente desiguales, donde los recién llegados obtenían materias primas, principalmente metales y otros recursos, a cambio de manufacturas de escaso valor que recibían los lugareños.

Era pues, unas relaciones mercantiles claramente desproporcionadas, desde un punto de vista equitativo, donde la población alóctona establece las reglas del juego, regulando el modo de llevarse a cabo los intercambios. Esto lleva necesariamente consigo una situación de sobreexplotación laboral, donde los colonizadores acabaron imponiendo su sistema productivo, asegurándose para su eficacia, la introducción en el mismo, de las élites locales, para que se dedicasen a la importante labor de reclutar, entre la población indígena, la mano de obra necesaria para la eficacia productiva del sistema. La manera en que los fenicios consiguen que estas élites locales colaboren en el nuevo sistema productivo, será mediante la puesta en marcha de una política de pactos y alianzas dentro de la colonia, con el claro objetivo de conseguir que estas élites se impliquen en el reclutamiento y dirección de una poderosa mano de obra que asegure el éxito de la empresa. A esto debemos unir una dependencia tecnológica por parte de la población autóctona, con respecto a los recién llegados, con la consiguiente subordinación económica que condujo a una desigual distribución de la riqueza produciendo como resultado final una esquilmación de los recursos por parte de los nuevos pobladores.

A pesar de esta diferenciación entre ambos periodos, es posible, que ambas prácticas coexistieran durante un determinado tiempo, en función de las necesidades y el grado de evolución de las sociedades con las que iban entrando en contacto estos nuevos pobladores fenicios. Es decir, puede que los fenicios tuvieran una manera de proceder, pero puede que en determinados momentos, esas maneras de actuar fuera preciso cambiarlas sobre la marcha, cuando entraban en contacto con pueblos indígenas que por su nivel de desarrollo y sus peculiaridades, así lo exigieran.

Es fácil pensar que los mercaderes fenicios no actuarían de igual manera ante pueblos orientales como Egipto, que como lo harían ante sociedades más primitivas, del Mediterráneo occidental tanto en el trato personal , como en la forma de comerciar. Hay que tener en cuenta, que para que se pudiera llevar a cabo el programa colonizador puesto en marcha por los fenicios, hubo de producirse necesariamente, un periodo precedente de viajes previos o estudios de mercado, que transmitiera a los futuros pobladores, las posibilidades comerciales y económicas que ofrecía el nuevo entorno.

Los viajes que se realizaron en el periodo pre-colonial debieron ser poco numerosos, intermitentes, esporádicos en el tiempo y con un sentido de tanteo o exploratorio. Por este motivo las factorías que fundaban y que les servían de apoyo en estos primeros desplazamientos, eran precarias y no llegarían ni a la categoría de poblados, carentes por tanto de infraestructuras urbanas. Estos primitivos emplazamientos estarían realizados en materiales claramente perecederos, destinados a conseguir los fines perseguidos, que no era otro que ofrecerles un lugar de refugio, aprovisionamiento y descanso necesario, caracterizados por la temporalidad de los mismos. Hay que tener en cuenta que en estos primeros momentos de la colonización, solo les bastarían puntos estratégicos, donde abastecerse de lo básico y necesario, como era el agua, así como un lugar donde refugiarse para descansar fuera del mar.

La no existencia de estructuras urbanas y que por el contrario, que estas factorías estuvieran acabadas en materiales fácilmente degradables y perecederos, podría justificar los continuos problemas de datación arqueológica a la hora de establecer la fecha de fundación de una colonia, ya que muchas veces no coinciden los datos literarios con los arqueológicos. En este sentido los mercaderes fenicios dejarían pocas huellas de su presencia en cuanto se refiere a la cultura material, dado el tipo de mercancías con las que comerciaban en este periodo con la población indígena. Por su parte el periodo colonial fenicio se inicia a mediados del siglo VIII a. c, en el contexto de inestabilidad política y social que se produce en las metrópolis fenicias, dada la crisis económica, la escasez alimenticia y la presión demográfica.

Es a partir de ahora cuando contamos con un horizonte arqueológico mayor, ya que las factorías anteriores se convierten en colonias urbanas, por lo que los testimonios arqueológicos son más abundantes. En su camino hacia el occidente Mediterráneo, los fenicios seguían una ruta de ida, que partiendo de la metrópoli, en las costas fenicias, se desplazaba hacia occidente, pasando por Chipre, Creta, Malta, Sicilia, Cerdeña e Ibiza hasta llegar a las columnas de Hércules, en el estrecho de Gibraltar. Es posible que en estos viajes de largas distancias las naves fenicias hicieran escalas intermedias en las numerosas factorías con las que contaban a lo largo de la costa africana, con el fin de hacerse con provisiones y descansar por la noche, aunque si creemos a Homero, los fenicios podían navegar durante días sin arribar de noche en ningún puerto. Se supone que cada estación o factoría, distaría de la siguiente en torno a los 60 Km., distancia, que avanzaría una nave de la época en cada jornada de navegación. Sería descabellado pensar que los marinos fenicios, por muy buenos navegantes que fueran, se aventuraran en una larga travesía dentro de un mar hostil y, por otro lado, poco conocido, sin contar con puertos o bases en los que aprovisionarse o donde recalar sus naves en caso de urgencia o necesidad, sobre todo en el periodo pre-colonial. A la vuelta se seguía una ruta diferente, concretamente bordeando las costas del norte de África, aprovechando al máximo el régimen de las corrientes, que eran muy fuertes en dirección este, y los vientos favorables.

En el Mediterráneo, a pesar de que las corrientes marinas no son tan fuertes y determinantes como en el Atlántico, si existe una corriente constante de circulación, que sigue la dirección contraria a las agujas del reloj, que penetra a través del Estrecho de Gibraltar en sentido este, siguiendo la costa africana hasta Port-Said, produciéndose en este punto un giro hacia el norte, siguiendo las costas de Israel y Líbano y finalmente tomando dirección oeste en Asia Menor.

Con el fin de realizar el viaje lo menos accidentado posible, los desplazamientos hacia occidente se llevaban a cabo en la estación navegable, que no era otra que la que se correspondía con los meses de entre marzo y octubre. Hay que tener en cuenta que la distancia que separaba las costas fenicias del Estrecho de Gibraltar estaba en torno a las 2700 millas, lo que significa que se tardaría aproximadamente en realizar este recorrido en torno a los tres meses y medio, luego entre el viaje de ida y vuelta sería necesario invernar, con lo que se tardaría entre ir y volver en torno al año. La expansión fenicia por el Mediterráneo central y occidental, siguió por tanto una serie de fases o etapas, que respondían, en su origen, a las necesidades de la Metrópoli en cada momento. Se paso de una política fundacional de simples factorías, desde fines del siglo IX a. C., o principios del VIII a. C., a un fenómeno de emigración en masa de gentes provenientes de las ciudades fenicias orientales, en busca de mayor seguridad y una vida mejor, a causa del estado de agitación que se vivía en sus ciudades de origen, las crisis de subsistencia y al terror asirio.

Estos nuevos pobladores se establecieron en las antiguas factorías, que en su origen sirvieron como lugar de aprovisionamiento y refugio temporal de las naves comerciales fenicias y que con el tiempo se convirtieron en autenticas ciudades. En el siglo VI a. C, los Persas con Nabucodonosor al frente conquistan la ciudad de Tiro poniendo fin a la conexión de la Metrópoli con sus colonias mediterráneas centrales y occidentales, surgiendo a partir de ese momento diferentes “círculos” comerciales, uno de los cuales es el “Círculo del Estrecho”, a cuyo frente se encontraba la ciudad de Gadir.

 
 
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