La mayor cueva de España, Ojo Guareña (Burgos), esconde un enigma que dura 12.000 años

Figuras humanas y animales en la Sala de las Pinturas de la cueva de Ojo Guareña (Burgos).MIGUEL ÁNGEL MARTÍN-MERINO.

La mayor cueva de España esconde un enigma que lleva décadas sin resolver. Los expertos llevan años debatiendo si las pinturas prehistóricas que cubren dos de las innumerables cámaras de la cueva de Ojo Guareña, en Burgos, fueron hechas de una sola vez o si son fruto de visitas sucesivas en diferentes épocas. Ahora, un equipo de científicos ha vuelto a datar las pinturas y el carbón que dejaban las antorchas con las que los humanos se iluminaban en este entorno totalmente oscuro. Los resultados hablan de un caso único: las pinturas de la cueva burgalesa fueron hechas hace 13.000 años y desde entonces fueron visitadas y respetadas por grupos humanos de diferentes épocas de la prehistoria, separadas por hiatos de cientos o miles de años por razones totalmente desconocidas.

La última visita sucedió en plena Edad Media y aquí sí que los visitantes añadieron una nueva pintura que los arqueólogos interpretan como un símbolo de alerta o como un conjuro. Es una cruz puesta justo en la cámara que precede a la gran Sala de las Pinturas. En esta visita, realizada en el siglo XI, cuando Burgos era un enclave cristiano, parece que los visitantes no se aventuraron en la cámara de las pinturas, quizás por temor a lo que había en ella.

“Este es el caso conocido de una cueva con arte rupestre que se ha visitado posteriormente durante un periodo más largo de tiempo, unos 12.000 años”, resalta Marcos García-Díez (izquierda), prehistoriador de la Universidad Complutense de Madrid y coautor del nuevo estudio.

El análisis comenzó en febrero de 2017, cuando el equipo se adentró en una de las 14 cuevas que forman el laberinto de cavidades y niveles conectados de Ojo Guareña, con una extensión total de 110 kilómetros, la mayor cueva de España según el grupo de espeleología Edelweiss.

Para alcanzar las pinturas hay que bajar una rampa que comienza a la entrada durante unos cinco minutos y después meterse por un estrecho paso a la derecha que lleva a la primera cámara, una imponente sala de más de 15 metros de alto. Aquí, tras un segundo pasaje estrecho, se llega a la Sala de las Pinturas —a unos 300 metros de la boca— donde se encuentra la gran pared de roca decorada con cabras, ciervos, caballos, uros y mamuts, entre los que se distinguen varias figuras humanas de tamaño desproporcionado.

Repartidos por ambas salas hay triángulos. Unos están vacíos y otros rellenos de sólido color negro. Esta figura se ha asociado a la vulva femenina pero también podría ser un símbolo para identificar algún otro animal o entidad. Justo en el pasaje entre las dos cámaras hay una tosca cruz con brazos de unos 30 centímetros hecha con trazos dudosos exacerbados por el material usado: un trozo de carbón sobre lienzo de piedra rugosa.

Triángulos y figuras antropomorfas en la Sala de las Pinturas. MIGUEL ÁNGEL MARTÍN-MERINO

Los investigadores han datado por carbono una de las pinturas principales, el carbón de uno de los brazos de la cruz, y varias muestras de carbón halladas en el suelo o en repisas junto a las pinturas. Los resultados, publicados en Archeological and Anthropological Sciences, muestran que las pinturas originales se hicieron de una sola vez hace unos 13.000 años. En esta época los humanos eran aún nómadas cazadores y recolectores entre los que aún no existían religiones, pero sí pensamiento religioso o ritual.

Los diferentes trozos de carbón evidencian cuatro visitas humanas posteriores a esta cueva. Los primeros eran humanos del Neolítico, gente ya sedentaria dedicada a la agricultura y la ganadería que entró en la cueva con antorchas hace unos 5.400 años. Probablemente admiraron las pinturas preguntándose quién las había hecho y qué significaban, lo mismo que hacen ahora los arqueólogos pasados cinco milenios.

Unos 2.000 años después las pinturas recibieron una segunda visita, en este caso de gente de la Edad del Bronce, con sociedades más complejas, más guerreras y sustentadas en un conocimiento de algunos metales con los que fabricar armas. La penúltima visita se produce hace 3.100 años, unos cinco siglos después de la anterior, cuando la Edad del Bronce toca a su fin. La última evidencia de presencia humana detectada por los científicos la han probado al datar la cruz, que se dibujó junto a las pinturas paleolíticas en el año 1096, en plena Edad Media.

La cruz situada antes de la Sala de las Pinturas.AIOM/MAMM / MIGUEL ÁNGEL MARTÍN-MERINO

“En aquella época esta era una zona totalmente cristiana”, explica García-Díez. “En otras entradas de la cueva se han hallado ermitas cristianas de la época y hay cruces parecidas en esta y otras cuevas. Lo que pensamos es que esta gente quiso cristianizar el lugar porque interpretaban que las pinturas paleolíticas eran paganas. Marcan el lugar con la cruz y no se adentran más allá, pues no hemos hallado carbones de esta etapa en la Sala de las Pinturas”, explica el arqueólogo.

“En el lapso de 12.000 años varios grupos llegan a las cuevas y respetan las pinturas. Es algo habitual que sucede también en otros lugares con arte rupestre. Hasta es posible que en cada época los visitantes le diesen a los símbolos significados diferentes, pues las imágenes permiten contar diferentes historias acordes con cada época”, resalta.

Esquema general de las pinturas de Ojo Guareña (Burgos)

Es imposible saber qué sucedió en esta cueva en las diferentes visitas, pero los autores del estudio creen que la presencia humana repetida no era casual. “En algunos de los casos hemos encontrado indicios de hogueras justo debajo de las pinturas, lo que significa que estuvieron ardiendo durante horas”, explica García-Díez.

En algún momento no precisado aún el suelo original de la gran sala se derrumbó, de forma que las pinturas quedaron “colgadas” a varios metros de altura. Para alcanzar algunos puntos habrían sido necesarias escaleras o andamios hechos con ramas, según el estudio. En las partes bajas de las paredes se han hallado marcas de pies, manos y rodillas dejadas por la gente que intentaba trepar hasta la entrada de la Sala de las Pinturas. “No tiene sentido venir hasta aquí solo por admirar las pinturas, debía haber algún simbolismo en este lugar, al igual que lo hay en los templos modernos”, aventura García-Díez.

“Es un trabajo muy bien realizado que le da una fecha definitiva a las pinturas, cuyo origen y periodo ha sido muy debatido hasta ahora”, explica Valentín Villaverde (izquierda), prehistoriador de la Universidad de Valencia.

El experto explica que ya se conocían ejemplos similares de arte rupestre que son revisitados miles de años después por otros grupos que añaden pinturas de su cosecha. Es lo que sucedió en Altamira o El Castillo, que abarcan miles de años.

“En la cueva segoviana de La Griega hay pinturas del Neolítico que después son descubiertas por los romanos, y estos dejan sus propias inscripciones. En Castellón podemos ver junto a pinturas del Neolítico, una imagen de un hombre con un casco de metal, una añadidura hecha sin duda en otra época posterior”, explica. En lo que destaca Ojo Guareña es en el número de visitas durante un periodo de tiempo, que abarca buena parte de la Prehistoria y de la Historia, 12 milenios en total.

Un investigador analiza las pinturas rupestres de la cueva de Ojo Guareña (Burgos)MIGUEL ÁNGEL MARTÍN MERINO

¿Por qué los humanos de diferentes épocas se adentraron en esta cueva y recorrieron sus accidentadas galerías durante cientos de metros hasta dar con las pinturas?

“No es nada extraño”, opina Villaverde. “Puede haber pasado mucho tiempo, pero nuestra mente sigue siendo la misma y a los humanos, o al menos a algunos, las cuevas nos sobrecogen a la vez que nos atraen. Cuando entras en ellas cambia totalmente la sensación del tiempo y del espacio”, explica. Lo que está claro, añade, es que nunca sabremos por qué dibujaron esa cruz.

Fuente: elpais.com | 30 de septiembre de 2020

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