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Unas excavaciones en la zona de una antigua planta embotelladora de leche en el pueblo de Fenstanton, en el condado de Cambridgeshire, Reino Unido, durante la construcción de una nueva serie de viviendas, han sacado a la luz el ejemplo "mejor conservado" del mundo de una crucifixión de época romana. Se trata del cadáver de un hombre, probablemente un esclavo de entre 25 y 35 años en la coyuntura de su muerte, registrada en algún momento comprendido entre 130 y 360 d.C. Los arqueólogos han encontrado uno de los huesos del talón derecho del individuo, el calcáneo perforado por un clavo de hierro de cinco centímetros.
El hallazgo se registró en noviembre de 2017, durante las prospecciones de cinco pequeños cementerios de un desconocido asentamiento romano que contenían los enterramientos de 40 adultos y cinco niños, la mayoría datados en el siglo IV y cuyos huesos han revelado una penosa salud: enfermedades mentales, malaria y lesiones físicas como fracturas. Ninguna de las tumbas parecía extraordinaria in situ, pero la limpieza de los cuerpos en el laboratorio y los análisis de ADN han arrojado una sorpresa mayúscula.
El hombre crucificado fue inhumado sobre una tabla de madera, quizá la misma sobre la que se depositó el cadáver tras ser retirado de la cruz. Sus restos presentaban evidencias de artritis, seis costillas rotas —probablemente como consecuencia de un golpe propinado con una espada— y signos de estrechamiento en la parte inferior de las piernas, tal vez a causa de una infección o de una irritación por estar atado o encadenado. A su alrededor aparecieron doce clavos más. El número 13, el que estaba incrustado en su pie y apelmazado por el barro, solo pudo ser identificado en el laboratorio.
"Parece inverosímil que el clavo penetrase accidentalmente en el hueso durante la construcción del soporte de madera sobre el que se depositó el cadáver; de hecho, incluso hay signos de un segundo orificio poco profundo que sugiere un primer intento fallido", han apuntado los expertos de la empresa Albion Archaeology, artífices del hallazgo. Los resultados del estudio, realizados en colaboración con la Universidad de Cambridge, se acaban de publicar en la revista British Archaeology.
Aunque la crucifixión era un castigo común en el mundo romano —estaba reservada a piratas, sediciosos y gentes de las clases más bajas, como esclavos—, encontrar evidencias tangibles resulta extremadamente raro. Como apunta la osteoarqueóloga, Corinne Duhig, "a los prisioneros normalmente se les ataba a una cruz y sus cuerpos no gozaban de sepulturas tradicionales. Cuando se empleaban los clavos, era habitual quitarlos y reciclarlos para el siguiente reo, e incluso reutilizarlos como amuletos".
"La afortunada combinación de buena conservación y el clavo que quedó en el hueso nos ha permitido examinar este ejemplo casi único, cuando tantos miles se han perdido. Esto muestra que los habitantes de este pequeño asentamiento en el borde del Imperio no pudieron evitar el castigo más bárbaro de Roma", ha apuntado Duhig.
David Ingham, director de las prospecciones de la empresa Albion Archaeology, ha destacado que "es la primera vez que se excava arqueológicamente un esqueleto con un clavo. Sabemos bastante sobre la crucifixión gracias a las fuentes históricas: cómo, cuándo y dónde se practicó. Sin embargo, esta es la primera prueba tangible que muestra cómo se llevó a cabo realmente", ha asegurado. La práctica fue abolida oficialmente durante el reinado de Constantino el Grande (306-337), aunque desde 212 d.C. se prohibió este castigo para los ciudadanos romanos, exceptuando ciertos crímenes como la traición.
El esqueleto del hombre crucificado mostró otros signos de sufrimiento, dijeron los arqueólogos.
En todo el mundo únicamente se han hallado cuatro evidencias materiales más de crucifixión romana, y solo en uno de los casos se ha encontrado un clavo en el lugar. Fue en un yacimiento en Israel, al norte de Jerusalén, durante unas obras en 1968. En Gavello, Italia, y en la antigua ciudad egipcia de Mendes se han documentado cadáveres con un agujero similar en el pie, aunque ya sin las puntas de hierro.
Prueba de la crucifixión: el hueso del talón y las uñas del osario de Yehohanan, descubierto en Jerusalén en 1968. (Cortesía del Museo de Israel. Fotógrafo: Ilan Shtulman).
No obstante, los arqueólogos han destacado que lo extraordinario de este esqueleto, al que le han dado el número 4926, "no es que el hombre fuese crucificado, sino que su cuerpo fue reclamado después de su muerte y se le diese un entierro formal junto a otros, dejándonos esta evidencia extremadamente rara de lo que le había sucedido".
Durante las excavaciones en el asentamiento romano, ubicado en un cruce de caminos de la Via Devana, la calzada que unía las ciudades romanas de Cambridge y Godmanchester, y que pudo funcionar en un principio como punto de avituallamiento para los viajeros, antes de que la villa creciese, se han descubierto broches esmaltados, monedas, cerámica decorada y una gran cantidad de huesos de animales que sugieren que el sitio contó con una notable industria cárnica.
Restos de cerámicas hallados en la excavación.
Un broche de caballo y jinete de aleación de cobre esmaltado fue otro de los hallazgos.
Fuentes: elespanol.com | mdzol.com | 9 de diciembre de 2021
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