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Cráneos del homo ergaster, austrolopitecus, y un homo habilis. / JUAN LUIS ARSUAGA / IGNACIO MARTÍNEZ.
Fuente: EL PAIS.com | Javier Sampedro | PHYS.ORG | 1 de septiembre de 2015
¿Es un Homo? ¿Es un australopiteco? Empecemos otra vez de cero. En la época de transición entre géneros (hace más de dos millones de años), la mayoría de las especies emergentes muestran rasgos de ambos. Dos grandes paleontólogos, Jeffrey Schwartz (izquierda) e Ian Tattersall (derecha), proponen reclasificarlo todo desde cero, para así revelar “la lujuriante diversidad de nuestros ancestros”. Solo por ese adjetivo ya merecería la pena atenderles.
El gran cuadro de la evolución humana está bien establecido a grandes rasgos. Hace seis millones de años, los chimpancés y nosotros éramos la misma cosa, pero poco después nos separamos en dos ramas. Nuestra rama empezó por evolucionar hacia los australopitecos, con un volumen craneal similar a los chimpancés (medio litro, redondeando). Hace más de dos millones de años (la cifra exacta es uno de los temas que están en discusión) evolucionó nuestro género, Homo, que duplicó la caja hasta un litro. El litro y medio de nuestra especie, el Homo sapiens, solo llegó hace 200.000 años, y después empezó lo que llamamos historia.
Pero los detalles han resultado farragosos y complicados. Lo que los naturalistas antiguos habrían esperado como una parsimoniosa y gradual transición del australopit (abreviatura de moda en el sector) al Homo ha cristalizado en un atasco de especies con nombres diversos (Homo ergaster, Homo habilis, Homo erectus, Paranthropus aethiopicus, neandertales y preneandertales, por citar solo a los más pronunciables) y morfologías realmente muy variadas, con lo que parecen mezclas de rasgos ancestrales y augurios del futuro.
Hace seis millones de años, los chimpancés y nosotros éramos la misma cosa. El Homo sapiens solo llegó hace 200.000 años, y después empezó lo que llamamos historia.
Schwartz y Tattersall piensan que los paleontólogos del XIX y el XX han pintado –o han acabado pintando sin querer— un cuadro de la evolución humana confuso y poco sustentado en las evidencias. Lo publican en Science. La teoría que habían mamado era la de una progreso lineal y continuo hacia la mente humana, y han intentado meter en ella con calzador todo el zoo de formas y estructuras que han ido desenterrando de tierras africanas. Schwartz y Tattersall, sin embargo, creen que toda esa diversidad “lujuriante” es la realidad. Una realidad que no se ajusta exactamente a la teoría.
Foto: Tres mandíbulas aceptadas como pertenecientes a Homo habilis. Tenga en cuenta que cada mandíbula presenta una configuración diferente desde el primer molar (M1) al último (M3). Los dardos (>) apuntan a la parte del molar (anterior o posterior) que es más estrecha. El asterisco (*) indica que e molar M3 de OH13 (Homo habilis) es ovoide. Los fósiles no están a escala. Crédito: Jeffrey H. Schwartz ©
Como ejemplo, Schwartz cita el descubrimiento en 1960 de Louis y Mary Leakey de fósiles de 1,8 millones de años de edad, en la garganta de Olduvai, en Tanzania. Cuando la pareja publicó sus resultados en 1964, adujeron que los fósiles representaban una nueva especie, el Homo habilis. "Había escasa justificación morfológica para incluir cualquier resto de este antiquísimo material dentro del génro Homo", escribe Schwartz. "En efecto, la motivación principal parece haber sido el deseo de los Leakey de identificar a este homínido como el fabricante de las simples herramientas de piedra halladas en las capas más bajas de la garganta de Olduvai...".
Según Schwartz, incluir estos fósiles en el génro Homo, cuando su edad y apariencia dictan lo contrario, "amplían la morfología del género, por lo que otros homínidos de otros sitios podrían meterse a calzador en el mismo casi sin tener en cuenta su apariencia física. Como resultado, la definición de 'Homo', en gran medida no examinada, se hizo aún más turbia".
“Todo animal es una mezcla de rasgos ancestrales y modernos”, dice Tattersall a EL PAÍS, “porque cada uno retiene rasgos de una serie de ancestros, del más antiguo al más moderno; nosotros tenemos dientes, pero también los tienen los peces; tenemos cinco dedos, pero también los cocodrilos; tenemos siete vértebras en el cuello, pero también las ratas y las jirafas. Lo que es importante para definir el género Homo son los rasgos que solo comparten unas pocas especies, incluida la nuestra. Y hasta ahora, esto no se ha hecho”.
“Metiendo continuamente con calzador especímenes en el género 'Homo', definir el género se vuelve imposible”, prosigue Tattersall. “El resultado son propuestas contradictorias, y recomendamos a los paleontólogos que se olviden de la nomenclatura taxonómica y empiecen desde cero, espécimen por espécimen, para ver cómo se agrupan basándose en sus rasgos compartidos únicos”.
Preguntado por la hibridación, el otro autor, Jeffrey Schwartz, explica a EL PAÍS: “Si todos los animales son una mezcla de unos rasgos antiguos y otros cada vez más recientes, lo mismo se puede aplicar a los genes. De modo que el mero hecho de determinar genes compartidos no implica una relación más estrecha, ni una mezcla por hibridación. Pero lo que también es importante para entender los genes es si están activos o no. Por ejemplo, los humanos y los chimpancés compartimos el gen del lenguaje, FOXP2, pero solo está activo en los humanos”. El problema con esto es que, aun cuando en los fósiles podamos determinar la presencia de un gen –secuenciando el ADN antiguo—, no podemos saber si estaba activo.
Sobre el Hobbit, el célebre fósil humano de la isla de Flores en Indonesia, Schwartz señala: “El Hobbit demuestra que realmente no conocemos el cuadro completo de la evolución humana, ni siquiera de la más reciente. El registro fósil humano muestra mucha más diversidad de la que la mayoría de los paleoantropólogos reconocen. Pero, si la diversidad caracteriza el registro fósil de otros animales, ¿por qué no de los humanos?”.
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