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(Publicado originalmente en Ciencia Histórica)
Vaya por delante que no recomiendo el proceso explicado en este artículo para ningún ser vivo, al menos con propósitos filosóficos, religiosos o de otra índole metafísica, aunque respeto las creencias y decisiones propias de cada individuo para hacer lo que le venga en gana con sus restos mortales. Mi propósito al explayarme en esta plataforma, es tan sólo describir el proceso de embalsamado que los egipcios utilizaron el antigüedad para, según ellos, proteger el cuerpo del muerto durante su viaje al más allá para que este pueda utilizarlo en la vida eterna. Sirva también esta entrada como homenaje histórico y científico a aquellos hombres y mujeres que pusieron sus artes médicas al servicio de sus líderes, y como agradecimiento a su labor, que tanto ha ayudado al estudio de su civilización.
Más de cuatro milenios antes de nuestra era, los embalsamadores egipcios alcanzaron un nivel de conocimiento que prácticamente no ha sido superado en la historia. Siglos antes de que se descubrieran los microbios y las infecciones, estos sabios ya entendían los procesos de descomposición que se llevan a cabo en la carne muerta, y como detenerlos, y nos dejaron numerosas pruebas de ello.
El proceso iniciaba tan pronto como el muerto era trasladado a las instalaciones del embalsamador, no había tiempo que perder pues los sistemas de reciclaje de la materia orgánica no esperan. Una vez negociado el precio del trabajo, el cuerpo del occiso era lavado con vino de palmera y enjuagado con agua del Nilo para posteriormente ser transferido al Wabet, la sala de embalsamiento donde tres personas se encargarían del proceso. Por cierto, a partir de aquí la descripción no es apta para los débiles de estómago.
Una vez en el Wabet, el cuerpo se recostaba sobre una mesa ligeramente inclinada que permitía que los fluidos tales como la sangre se vaciaran en un receptáculo especial. El “cortador”, introducía una herramienta en forma de gancho por la nariz y drenaba el fluido cerebral. Luego el Embalsamador principal introducía también por las fosas nasales una mezcla de resinas que ocupaban el lugar del cerebro, solidificándose y dándole estabilidad al cráneo. Seguidamente, el cortador hacía una serie de incisiones en el cuerpo para extraer los órganos internos como el estómago, el hígado, los pulmones y los intestinos, dejando dentro tan sólo el corazón que, según los egipcios, su dueño lo necesitaría el Día del Juicio. Los órganos se guardaban en unos frascos especiales que después se rellenaban con natrón, un compuesto de sales que impide la podredumbre. La cavidad resultante del cuerpo, una vez vacía, se rellenaba también con natrón y se dejaba por un periodo de cuarenta días para que las sales absorbieran toda la humedad. Mientras tanto, el tercer participante, el “escriba”, apuntaba todos los pasos y pormenores del proceso que serían entregados a la familia para guardarlos como recuerdo y legado del occiso.
Al final del periodo de secado las bolsas de natrón se retiraban y toda la piel se untaba con una combinación de aceites, perfumes y resinas que protegerían la piel y mejorarían su conservación. El embalsamador llenaba entonces el cuerpo con paños de lino, serrín y cenizas remojadas en la misma combinación de aceites, perfumes y resinas que la piel, para darle cierta firmeza al cuerpo. Una vez relleno, se cerraba el cuerpo cosiendo las aperturas y frotándolas con ceras para disimularlas y asegurar que no había fugas de material. Se colocaban ojos falsos según la capacidad económica de la familia y a veces se reparaban los dientes, dependiendo del estado de los originales. Terminada la disección, el cuerpo se envolvía con varias capas de vendas de lino remojado en resinas, que terminaban de darle al muerto ese “look” tan conocido de las momias.
Como imaginaréis, no todos los ciudadanos recibían el mismo tratamiento a la hora de ser preparados para la vida eterna, sino que dependía de su posición en la sociedad y del dinero que la familia tuviera o estuviera dispuesta a gastar. En muchos casos, tal y como los arqueólogos han descubierto en numerosas ocasiones, la momia se guardaba en uno o más sarcófagos tallados en madera y con elaboradas máscaras de metales y piedras preciosas, un entierro privilegiado como correspondía a su posición de noble. Muchas veces, el sarcófago era enterrado en un mausoleo o pirámide con cámaras secretas y pasadizos sin fin, muchas veces adornados con advertencias de conjuros y maldiciones para evitar que tanto la momia como los tesoros que con ella se enterraban no fueran expoliados por los cazadores de tumbas, objetivo que no siempre lograron.
Para terminar, las momias han sido clave en la investigación arqueológica del antiguo Egipto gracias al magnífico trabajo de preservación llevado a cabo por los embalsamadores. Así que ya sabéis, la próxima vez que visitéis un museo con momias y sarcófagos cubiertos de oro y piedras preciosas estaréis ante la presencia de un ejemplo más de los embalsamadores egipcios y su arte milenario. Recordémosles y agradezcamos su colaboración al estudio de la ciencia histórica.
Buenas noches:
En primer lugar me gustaría darle las gracias por el artículo: me ha resultado muy interesante.
Y en segundo lugar desearía saber si tiene más información sobre la imagen que lo ilustra y, si es posible, la referencia de la misma para poder acceder a ella. Creo que me sería de ayuda en la investigación que estoy realizando.
Atentamente, Luis Castaño.
Para evitar cualquier género de duda me refería a la primera imagen del artículo. Gracias.
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