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Un tal Alejandro, natural de Abonutico, una localidad situada en la actual costa turca que desemboca en el Mar Negro, fue un falso profeta del siglo II d.C., que, en un momento de incertidumbre, decidió inventar una nueva divinidad oracular y salutífera, protectora de enfermedades y que ayudaba a las mujeres a ser más fértiles y engendrar más varones. La llamó Glykon. Dijo que había nacido del huevo de una oca y la representó con una forma extrañísima: con cuerpo de serpiente, cola de león, cabeza de perro y pelo y orejas humanas. En la ciudad rumna de Constanza, en el Museo de Historia, se conserva la única escultura de esta singular deidad del panteón romano (abajo).
Es una obra tallada en un único bloque de mármol de una belleza impresionante, que hipnotiza con solo mirarla. Y ahora se expone en Madrid, en el Museo Arqueológico Nacional, en el marco de una exposición temporal que es una auténtica maravilla: Tesoros arqueológicos de Rumanía. Las raíces dacias y romanas —hasta el 27 de febrero—. Para Ernest Oberländer-Târnoveanu, comisario de la muestra junto al director del MAN, Andrés Carretero Pérez, la de Glykon, que abandona su refugio por primera vez, "es la pieza más fascinante" de las 800 que proponen un detallado y sugerente recorrido por más de un milenio de hostoria, desde el siglo VIII a.C. al VII d.C., de un país cuya riqueza cultural abruma más allá de la leyenda de Drácula.
El montaje expositivo se centra en la época que dacia fue provincia romana, desde el triunfo bélico del emperador Trajano en el año 106 d.C. contra el monarca local Decébalo, representado en su célebre columna de Roma, hasta 271, cuando la presión de los pueblos de la otra orilla del Danubio durante el reinado de Aureliano se hizo insostenible para las legiones. Fueron algo menos de dos siglos de romanización que dejaron una influencia abrumadora en la región, desde el idioma hasta la administración territorial y las creencias religiosas.
Los hallazgos arqueológicos de este periodo son muy reveladores: un documento escrito sobre la creación del municipio de Troesmis, una tablilla de madera encerada en la que se recoge un contrarto de trabajo de un minero del oro, con su salario detallado y los castigos que sufriría de incumplirlo; monedas propagandísticas que no solo reflejaban la divinidad del princeps, sino también las temibles armas dacias que quebraron muchos huesos romanos y pasaron a formar parte de sus ejércitos; una estatuilla de ámbar de Eros, el dios del amor, que monta un carruaje tirado por un pájaro; o una lápida funeraria de un gladiador que murió en la arena luchando contra un bisonte.
Umbo de escudo de hierro, una pieza maestra del siglo I a.C. dacio y de gran dificultad de ejecución. Óscar Cañas. Europa Press.
Pero quizás lo mejor de esta exposición, que reúne piezas de cuarenta museos rumanos, es decir, lo más selecto de su patrimonio histórico, son las salas dedicadas al periodo prerromano, a la refinada y avanzada sociedad geto-dacia. "Eran pueblos de agricultores y ganadores, muy móviles, y su evolución guerrera la determinó el contacto con los nómadas de las estepas orientales, los escitas, en los siglos VII-VI a.C.", explica Ernest Oberländer.
Y además, protagonizaron un importante avance bélico: los arqueólogos han situado en la zona de los montes Cárpatos y la cuenca del Bajo Danubio, a finales de la Primera Edad del Hierro, la aparición de un nuevo estilo de lucha a caballo usando arco y flechas y una espada de origen persa, la akinakes. "En ese momento se transformó el uso de los équidos como símbolo de estatus social", subraya el comisario. La élite ornamentó sus monturas con ricas piezas de oro y plata, como revela el conjunto de accesorios de arnés del llamado tesoro de Stâncesti.
Entre el siglo V a.C. y el cambio de era la sociedad geto-dacia alcanzó su clímax. Los ajuares de las tumbas principescas evidencian que fueron excepcionales artesanos del hierro —se muestra un caldero modelado de una forma única en Europa— y grandes cultivadores de las joyas áureas, como el espectacular casco de Cotofenesti, decorado con unos ojos mágicos que protegían de los maleficios y asustaban al enemigo y con escenas de un sacrificio de cordero y animales fantásticos —grifos y esfinges—, que probablemente lució un niño o una mujer por sus reducidas dimensiones.
Casco principesco Cotofenesti, un yelmo tracio del siglo V y una de las piezas más valiosas de la muestra. / R. C.
"Las fuentes griegas mencionan la existencia de amazonas en esta zona", desvela el director del Museo Nacional de Historia de Rumanía sobre la población femenina. "Pero no tenemos información concreta de que fuesen guerreras. Las aristócratas seguramente desempeñaron algún tipo de papel militar, más allá del religioso, por algunos descubrimientos realizados".
Los geto-dacios fueron un pueblo que trazó importantes contactos comerciales, culturales y políticos con el mundo grecorromano, los celtas o los tracios. Esos vínculos que empezaron en la prehistoria y se extendieron hasta la época tardoantigua, con la aparición de los "bárbaros", es uno de los ejes conductores de una muestra que precisamente celebra el 140 aniversario de las relaciones diplomáticas entre Rumanía y España. Ello explica la cantidad de guiños que las piezas seleccionadas y el discurso expositivo hacen a Hispania o la península ibérica a partir de la conquista romana, como una lápida funeraria de un soldado de la Cohors II Hispanorum hallada en la zona de las Puertas de Hierro del Danubio.
No menos interesante resulta la última parte de la muestra, dedicada a la irrupción de los pueblos bárbaros en Dacia, como godos, vándalos y alanos, que en cruzaron Europa llegando hasta la península ibérica, y que refuerza esa conexión entre ambos países. Un periodo (siglos III-VIII d.C.) que presenciaron un terremoto religioso y social, pero que, a tenor de las piezas que se exhiben, también cosechó riquísimas piezas, como las que conforman el tesoro de Pietroasele, formado por unas espectaculares fíbulas de oro en forma de águilas y un vaso ritual del mismo material con la diosa madre tierra en el centro y otras divinidades germánicas a su alrededor.
Tesoro de Pietroasele. Antigüedad Tardía. Siglo V d.C.
Tesoros arqueológicos de Rumanía es una exposición sensacional no solo por el nivel cuantitativo de las piezas reunidas, muchas de las cuales salen por primera vez de su país. El recorrido está perfectamente engranado y dibuja de forma cronológica, con amplia información y temáticas —belicosidad, mundo espiritual, vida cotidiana, división social—, una historia lejana pero con muchas similitudes a la nuestra. Va a ser, sin duda, uno los mejores planes culturales para realizar en los próximos meses.
Fuentes: elespanol.com | madridiario.es | 29 de septiembre de 2021
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