Foto: Costa de Liguria, Italia.

La estudiante de doctorado en la Escuela de Evolución Humana y Cambio Social de la Universidad Estatal de Arizona, Claudine Gravel-Miguel, se interesó por su campo de estudio, hace 10 años, simplemente por su afición a viajar. Ahora, tras caer en el amor a la ciencia, su investigación le ha llevado a la Caverna delle Arene Candide (Cueva de la Arena Blanca), en Liguria, Italia, donde ha hecho un descubrimiento sorprendente que está cambiando la forma en que los científicos ven la cultura humana del Paleolítico.

Gravel-Miguel, admite que ella eligió inicialmente estudiar arqueología porque quería realizar un trabajo que le permitiera ver nuevos lugares. Pero después de sus primeras clases, fueron cuestiones acerca de la gente -del pasado y del presente- lo que capturó su interés.

Su investigación se centra en el uso de nuevas herramientas, como el modelado computacional, con el fin de observar cómo el cambio climático y la geografía impactaron en la movilidad humana y en las redes sociales prehistóricas. Aunque ello no desprende tanto glamour como Hollywood, Gravel-Miguel sostiene que esta es la realidad de la arqueología del siglo XXI.

La estudiante de arqueología Claudine Gravel-Miguel documenta guijarros en una playa cerca de la Caverna delle Arene Candide. Foto por Genevieve Pothier Bouchard.

“Puede ser un cliché, pero creo que todavía hay la idea errónea de que los arqueólogos hacen todo su trabajo en el campo”, dice ella. “Una de las primeras cosas que digo a la gente cuando hablo de mi trabajo es que la mayoría de nosotros pasamos más tiempo en el laboratorio, con los ordenadores, que fuera en el campo”.

Esta capacidad de aportar nuevas perspectivas a viejos rompecabezas arqueológicos es exactamente lo que llevó a Gravel-Miguel a un reciente descubrimiento revolucionario en la Caverna delle Arene Candide.


Este sitio, una cueva en lo alto de un acantilado de piedra caliza, se hizo famoso en la década de 1940 cuando un equipo de investigadores halló los restos de unos 20 cazadores- recolectores que fueron enterrados allí hace 13.000 - 11.000 años. A lo largo de décadas de excavación, los arqueólogos han encontrado (y mayormente ignorado) pequeñas piezas líticas de forma oblonga. Pero Gravel-Miguel y el director del yacimiento, Julien Riel-Salvatore  (izquierda), se dieron cuenta de que las mismas se hallaban fuera del lugar de a cueva, tenían la superficie lisa como las piedras de río, y todas compartían la misma forma alargada y plana.

Cuando ella expresó su interés por estas peculiares piedras, Riel-Salvatore la animó a investigar más a fondo. “El 'proyecto guijarros' en realidad casi cayó en mi regazo”, dijo. “Para ser honesta, pensé que sería un estudio muy simple”.

Gravel-Miguel y su equipo rápidamente dedujeron que los cazadores-recolectores habían buscado y elegido específicamente estas peculiares piedras en las playas cercanas. Sin embargo, el análisis microscópico reveló que tenían rastros de ocre, un pigmento rojo utilizado con frecuencia por los hombres prehistóricos para pintar los cuerpos de los fallecidos.

¿Por qué la mayoría de estas herramientas líticas de aplicación, cuidadosamente seleccionadas, terminaron rotas a cierta distancia de la cueva? En su artículo publicado recientemente, Gravel-Miguel propone que fueron rotas intencionalmente después de su uso.

“Uno habría tenido que manejar el guijarro envolviéndolo con la mano, lo que debería haber evitado su rotura a lo largo del eje corto”, dijo ella. “Por lo tanto, la forma y el desgaste por el uso nos dicen que tales piedras no eran propensas a romperse por accidente mientras eran utilizadas”.

La intención que hay detrás del rompimiento de tales piedras probablemente consista en que formaba parte de un acto ritual por el que se anulaba simbólicamente el poder de las mismas sobre los muertos. Dicha práctica ha sido documentada durante el periodo Neolítico, pero nunca se había verificado en el Paleolítico, por lo que este caso representa el ejemplo más antiguo que se haya registrado.


Además, Gravel-Miguel encontró que en cada piedra rota excavada por el equipo había partes que
faltaban. Ella vio que sencillamente dos partes montaban una con la otra, lo que le dio la pista sobre el destino de las piezas ausentes.

“Las dos piezas emparejadas de un guijarro tienen pátinas muy diferentes”, explicó. “Una es roja y la otra blanca. Esto demuestra que las dos piezas no se descartaron en el mismo lugar después de su rotura, lo que sugiere que dicha rotura pudo haber tenido algún significado y que alguna de las piezas pudo haber sido conservada".

En su artículo, Gravel-Miguel utiliza estos datos para apoyar la hipótesis de que una pieza de cada guijarro fue dejada en la cueva, mientras que otra fue retenida por un ser querido como una manera de recordar y conectar con los muertos.

“Esta investigación revela una nueva dimensión de los rituales de enterramiento que tuvieron lugar en tiempos tan lejanos y fortalece nuestra suposición de que la muerte siempre ha sido un componente muy importante en la vida de los vivos”, subaraya.

Uno de los próximos pasos de este proyecto es ampliar la investigación a otros sitios arqueológicos cercanos y del mismo período de tiempo. Tal circunstancia ayudará al equipo a descifrar si la utilización de estas piedras-peculiares y el fragmento que se retiene es algo que fue realizado por un grupo a nivel local o es algo que formaba parte de una cultura más amplia compartida en toda la región.

Gravel-Miguel también ha dejado planteada una curiosidad acerca de si las piedras rituales rotas fueron depositadas como ajuar funerario, es decir, colocadas intencionadamente en los enterramientos, o si fueron simplemente tiradas después del ritual. Para averiguarlo, ella tendrá que volver a la colección de artefactos que los arqueólogos excavaron en el yacimiento en la década de 1940.

“Hay mucho trabajo por hacer en este tema. Es fascinante”, dijo.

Fuente: Arizona State University | 7 de abril de 2017 (Traducción de G.C.C. para Terrae Antiqvae)

 
 
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