El lenguaje es claramente un fenómeno social, pues los aspectos sociales están íntimamente ligados al origen, desarrollo, perduración y transmisión de todo tipo de comunicación simbólica. En nuestra sociedad, el niño aprende el lenguaje del medio en el cual vive gracias a la reiterada interacción que va teniendo a lo largo de su vida (padres, amigos, compañeros, maestros, medios de comunicación, etc.). La separación o aislamiento de estos medios externos de interacción social, produce un deterioro cognitivo muy importante, que puede variar en función del grado, tiempo y período de crecimiento en el cual se haya producido tal hecho. El lenguaje crea un sistema de señales adecuado a las características biológicas humanas, que posibilita la creación, transmisión y recepción de elementos conceptuales o abstractos. Sin embargo, este sistema de señales no ha existido siempre, por lo que ha tenido que ser creado a lo largo de nuestra historia evolutiva. De hecho, como indica el lingüista Derek Bickerton (1994), siempre que se relacionen personas sin ningún lenguaje común pero con la necesidad de entenderse, se produce de forma natural un lenguaje criollo o mixto, tras un período de tiempo e interrelación, con los elementos más sencillos y que mejor puedan adaptarse de las diversas lenguas. Esta mezcla lingüística es lo suficientemente eficaz como para entenderse, y poder satisfacer las demandas de la tarea común. Como indica José Antonio Marina (1998: 86):
El camino del desarrollo infantil no es la socialización que se va introduciendo poco a poco desde fuera, sino la progresiva individualización que se produce sobre la base de su esencia social. La palabra, signo para la comunicación entre los seres humanos, se convierte en signo para la comunicación con uno mismo.
Toda creación cultural y lingüística, que se realiza en el seno de una comunidad, se produce como respuesta a una determinada necesidad. La creación de los elementos sonoros, con su rica carga simbólica, precisa de unos elementos sociales y una capacidad cognitiva determinada, así como del tiempo necesario para originarlas. Esto confiere un aspecto más complejo al proceso creativo, lo que puede justificar la necesidad de llegar a altos niveles de capacidad cognitiva o neurológica, que de otra manera no serían precisos para realizar simples tareas de aprendizaje. La capacidad necesaria para crear las abstracciones más transcendentes de nuestro lenguaje (individualidad, tiempo y espacio) y de simbolizarlas es muy alta, por lo que para alcanzarla fue preciso un importante desarrollo neurológico que ofreciera estas capacidades cognitivas.
De forma paralela a la creación de un lenguaje, es preciso que existan diversos aspectos sociales para asegurar su desarrollo y mantenimiento. Primero, la existencia de uno de los factores emocionales que más nos interesa en estos momentos, como es la motivación o interés por realizar alguna función, lo que puede verse fácilmente en la necesidad de favorecer la comunicación, con el consecuente desarrollo del lenguaje (p. e. los lenguajes criollos), tanto intra como intergrupal. Segundo, todos los procesos anteriores sólo pueden desarrollarse en el seno de una sociedad estable. Estable en el sentido de poder asegurar la continuidad cultural a lo largo de sus generaciones, pues en poblaciones pequeñas, más o menos aisladas como las propias del Paleolítico Inferior y Medio, la continuidad del proceso no estaría asegurada. Tercero, la relación con otras poblaciones para crear la necesidad de avanzar en el desarrollo de la comunicación a través del lenguaje, así como del intercambio de nuevas abstracciones lingüísticas. Los tres aspectos deben darse a la vez, siendo éstos el verdadero motor de los cambios conductuales que se producen en las sociedades humanas, perdurando gracias a la estabilidad y desarrollo demográficos.
* Bickerton, D. (1994): Lenguaje y especie. AU. 780. Alianza. Madrid.
* Marina, J. A. (1998): La selva del lenguaje. Introducción a un diccionario de los sentimientos. Anagrama. Barcelona.
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