Una pareja observa partes del Partenón en el Museo Británico de Londres.

 

Vía: LARAZON.es | Sharon WAXMAN| 5 de marzo de 2011

 

Los robos en Grecia en la época moderna han sido asombrosos por su atrevimiento. En las décadas de 1980 y 1990, los bandidos se llevaban objetos de los museos de toda Grecia. El robo de 1990 en el Museo Arqueológico de Corinto fue notable por su audacia. Los ladrones prácticamente desvalijaron todo el museo, doscientas ochenta y cinco piezas, el mayor atraco de este tipo en la historia de Grecia. La Policía sospechó de una familia criminal con el nombre de Karahalios, de origen griego, radicada en Venezuela, pero no había suficientes pruebas para arrestarlos. Las piezas desaparecieron hasta que en 1998 comenzaron a aparecer en subasta; en Christie’ s, a través de un coleccionista estadounidense vinculado al clan Karahalios. Se descubrió que Jerome Eisenberg, el veterano comerciante y propietario de la Royal-Athena Gallery de Manhattan, había comprado tres piezas de Corinto. Las devolvió, diciendo en aquella ocasión: «Fue un error inocente». Algunos comentaristas expresaron su escepticismo y señalaron que Eisenberg había publicado en su revista, Minerva, en 1990, fotos de algunas de las piezas robadas, de modo que debía de haber estado al tanto del contrabando. La Policía investigó a Wilma Sabala, una amiga de Miami de Tryfonas Karahalios, y en 1999 agentes del FBI recuperaron aproximadamente doscientos sesenta y cinco de los objetos, sellados en doce cajas de plástico metidas en cajones de pescado fresco en un almacén de Miami. Sabala fue arrestada en junio de 2000 y sentenciada a un año de cárcel tras declararse culpable de transporte interestatal de propiedad robada. En 2001, Anastasios Karahalios fue sentenciado a cadena perpetua en Grecia tras ser hallado culpable de haber organizado el robo. Fue la condena más severa jamás aplicada en Grecia por un delito asociado a la arqueología.

El saqueo de la era moderna dentro de Grecia ha sido igualmente trágico por su rapacidad. Quizá el ejemplo más emblemático de la autodestrucción perpetrada por los griegos contra su propio patrimonio sea Aidonia, una pequeña aldea del Peloponeso en la Grecia continental. En 1976, un granjero que iba con su burro se encontró por casualidad con una tumba antigua, que resultó contener un conjunto de cerámica y oro de la civilización minoica, un pueblos de hace tres mil quinientos años, anterior a los griegos.

Los aldeanos vieron este suceso como un golpe de suerte: todos se harían ricos; cavaron día y noche para vaciar aquella tumba y encontraron muchas otras en los alrededores. Durante seis o siete meses, unieron fuerzas–incluso con las autoridades locales–y siguieron cavando en secreto, tras haber acordado repartirse el botín. Despojaron un acantilado entero de sus riquezas minoicas, dieciocho tumbas en total, llenas de tesoros, y cada una fue vaciada por completo de su contenido hasta que no quedó más que un agujero en la tierra. «No es fácil describir lo que sucedió», dijo un vecino avergonzado en Network, el documental de 2005. «Es una vergüenza. Cavaban noche y día, verano e invierno. Todas las autoridades estaban implicadas». Un comerciante local pagó por la mayoría de las obras de arte.

Cavar y cavar
Aproximadamente en 1978, un arqueólogo estadounidense, Stephen Miller, oyó hablar del saqueo a un comerciante de Ginebra y, junto con funcionarios del Ministerio griego de Cultura, acudió al sitio a excavar y rescatar lo que pudiera. Pero para entonces todas las tumbas ya estaban vacías. Miller encontró un único foso funerario intacto y rescató tres anillos de oro, cuentas y otros objetos. Las piezas fueron destinadas a un museo próximo a Nemea, pero el resto había desaparecido, y el acantilado de donde provenían, más que un yacimiento arqueológico parecía el resultado de un bombardeo. ¿Adónde fueron a parar los objetos? Nadie sabía. Trece años más tarde, aparecieron objetos de oro minoicos en la Michael Ward Gallery de Nueva York. Grecia contrató a un abogado estadounidense para anular la venta y la colección fue devuelta a Grecia en 1996, bajo el acuerdo de que Ward recibiera una exoneración de impuestos. Fue una gran victoria para Grecia; por primera vez, el país había reclamado con éxito el regreso de lo que calificaba como arte saqueado; y esto tuvo lugar un año después de que los turcos reclamasen al Met el Tesoro Lidio.

Todo esto está muy bien, pero hubo una tragedia irremediable en lo ocurrido en Aidonia, la pequeña aldea que quería hacerse rica. La aldea se colapsó en medio de rivalidades y enconadas disputas. La mayoría de los residentes se marchó. Actualmente es un pueblo fantasma, con apenas un puñado de habitantes, mientras que esa parte de la historia de la vida minoica ha sido completamente destruida. Nikolas Zirganos se imagina lo que podía haber sucedido si los aldeanos hubieran compartido su descubrimiento con el Ministerio de Cultura, construido un museo, preservado las tumbas y creado un negocio turístico floreciente.

«Podían haber vivido del turismo, obtener beneficios legítimos, y mostrarse orgullosos a los ojos de su hijos y sus nietos», dijo con amargura. «En lugar de eso, saquearon su propia historia y la vendieron por un pedazo de mierda. No ganaron nada». Entre tanto, la vecina ciudad de Nemea exhibe en su museo los hallazgos de sus tumbas minoicas, que sus residentes no saquearon. Sus habitantes viven del turismo y de la venta del vino local que han estado haciendo durante siglos. Hasta 2005, Grecia no comenzó a dedicar demasiada atención al tema de las antigüedades saqueadas, principalmente presionada por periodistas como Zirganos y alentada por las autoridades italianas, que recientemente habían sido las más agresivas en la aplicación de medidas judiciales. Los griegos han firmado acuerdos bilaterales con los italianos para la reclamación de antigüedades.

Ficha
Título del libro:  «Saqueo. El arte de robar arte».

Autor: Sharon Waxman
Edita: Turner
Sinopsis: Muchas de las obras de arte que vemos con tranquilidad en los museos tienen detrás historias turbias de expolio, sobornos, subastas o daños y destrucción. La autora de este libro, Sharon Waxman, recorre los grandes museos del mundo y también los lugares de donde proceden la gran mayoría de las antigüedades. De este modo analiza las actuales demandas de devolución de estos países. La obra es, además, una muestra de la ambición y el egoísmo humano y de cómo esto puede ir en contra del beneficio del pueblo. También, en el trasfondo de las motivaciones humanas se puede ver el deseo de posesión o el amor que produce la belleza y cómo eso nos hace actuar.

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