"El sello indeleble: Pasado, presente y futuro del ser humano", de Juan Luis Arsuaga y Manuel Martín-Loeches

Ilustración de Luis Parejo.

Fuente: elcultural.es | 8 de marzo de 2013

La culpa, el orgullo, la compasión, el odio, la envidia, los remordimientos, el miedo, la venganza o la pasión son emociones que nos definen como especie. Juan Luis Arsuaga y Manuel Martín-Loeches nos adelantan parte del contenido de 'El sello indeleble', ensayo que se publica el próximo jueves y que aborda el pasado, el presente y el futuro de la conducta del ser humano.

La mirada humana se distingue de la de otros primates en que la esclerótica del globo ocular es blanca. ¿Qué función tiene que haya blanco en el ojo? Desde luego, es útil a la hora de saber hacia dónde mira otra persona, pero ¿en qué se beneficia ella de que los demás estén al corriente de lo que le interesa? Es como apuntar con el dedo índice, algo que sólo hacemos -cuando queremos- los seres humanos, con la diferencia de que no podemos eludir “apuntar” con la mirada. Este es uno de los atributos de nuestra especie que han dado pie a pensar que hay rasgos humanos que solo existen por el bien del grupo y no del individuo.

El hecho de que durante muchos miles, quizá millones de años, el ser humano fuera su propia presión de selección significa que, de entre las múltiples mutaciones genéticas que por azar se produjeron durante todo este tiempo, aquellas que implicaran que el fenotipo de su portador fuera más exitoso en la competencia social serían las que se habrían seleccionado especialmente. Así de simple. Las mutaciones que facilitaran que su portador escalara a los mejores puestos dentro de la jerarquía social aumentarían también su probabilidad de dejar más descendencia y, además, con los mejores miembros del grupo. Y, por supuesto, tenemos un cerebro increíblemente grande, una mente consciente y una serie de capacidades cognitivas que no han evolucionado solas.

La corteza cerebral


La cantidad de corteza cerebral, esa fina capa de unos tres milímetros de espesor que nos recubre el cerebro, es un factor determinante para la cantidad de individuos que un cerebro puede considerar como integrantes de un mismo grupo cercano. Para que un cerebro pueda guardar y manejar información respecto a la identidad individual de cada uno de esos integrantes de su grupo (sus personalidades, sus funciones, sus relaciones, sus actos pasados o anticipar sus posibles actos futuros), debe poseer una gran cantidad de corteza cerebral.

Con una corteza cerebral cuya superficie prácticamente cuadruplica la de un chimpancé, el ser humano puede al menos aumentar otro tanto el límite de sus amigos y conocidos o de personas con las que establecer algún tipo de coalición o vínculo. Lo que más ha aumentado proporcionalmente de tamaño en nuestro cerebro con el proceso de encefalización (el exceso de tamaño del cerebro con relación al del cuerpo de la mayoría de los mamíferos de un peso similar) ha sido precisamente la corteza cerebral. Pero ésta no está aislada. 

El tamaño del grupo también está muy relacionado con el tamaño de algunos otros centros cerebrales que se encuentran fuera de la corteza y que controlan nuestro comportamiento social, básicamente porque regulan nuestras emociones, en especial nuestra agresividad. Es el caso de la amígdala (en concreto una de sus porciones, la amígdala basolateral). Ni la dieta, ni la extensión del territorio, ni otros factores que podrían parecer igualmente importantes, se correlacionan tan bien con el tamaño de ciertas partes del cerebro como el tamaño habitual del grupo social cercano de una especie. La corteza cerebral nace con una serie de circuitos que ya vienen determinados por la evolución de la especie, una memoria que podríamos llamar filogenética. A ella se añaden las experiencias que va adquiriendo el individuo a lo largo de su vida, especialmente durante las etapas del desarrollo, lo que podríamos llamar memoria ontogenética. 

La corteza cerebral funciona recuperando su memoria -filogenética y ontogenética- constantemente y esto lo hace autoasociativamente, es decir, que unos contenidos activan otros de forma automática y en función de su mayor o menor relación. Esto conlleva el riesgo de que, cada vez que percibimos un estímulo o tenemos una idea en la cabeza, se pueda activar hipotéticamente todo lo que contiene nuestra corteza cerebral, pues unos contenidos llevarían a los otros, y así sucesivamente. Para que esto no ocurra también hemos desarrollado unos importantes mecanismos de control.

El papel del chismorreo


Arrastramos una larga historia evolutiva con un guión según el cual somos criaturas forzadas a actuar, no a pensar. Es más, nuestro sistema cerebral para el placer tampoco ha sido afinado aún; sentimos muchas emociones por cosas útiles desde el punto de vista evolutivo, cosas primarias y básicas, pero también por muchas simplezas, como el chismorreo. El negocio de la publicidad lo sabe muy bien. Sabe que tienen más éxito las marcas conocidas porque se les da un valor superior sólo por el hecho de ser conocidas. La publicidad casi nunca es informativa; va dirigida principalmente al sistema caliente. Las emociones son el principio regulador principal de la conducta de todos los mamíferos. Sin ellas no habría impulsos hacia algunas cosas ni alejamiento de otras. 

Estos movimientos de aproximación y huida -de hacer o no hacer, en definitiva- son vitales para entender su vida. En el caso del ser humano, además de las emociones que podamos encontrar en cualquier otro mamífero, como el hambre o la sed (que para algunos autores son emociones), el dolor o el placer (que para muchos son los sentimientos básicos de todas las emociones), o de las que podamos encontrar en especies algo más cercanas a nosotros, como el júbilo o la tristeza, nos encontraremos con algunas emociones que dan la impresión de ser exclusivas del ser humano. Y si no lo son, al menos sí parecen presentar aspectos únicos, quizá extremos, en nuestra especie. Son emociones complejas, probablemente originadas por la combinación o transformación de otras más básicas. Aunque pueda parecer sorprendente, nos definen como especie, posiblemente más y mejor que la inteligencia.

La culpa, la vergüenza, el orgullo, la compasión, el odio, la envidia, el amor, la admiración, la humillación, los remordimientos, el miedo al rechazo, el deseo de venganza o la pasión son algunos de los ejemplos más notables de las emociones de las que estamos hablando. Son el producto de una mente que está al servicio de los demás. Sólo podremos entender de verdad cómo es nuestra mente, qué mecanismos y principios mueven de verdad nuestros pensamientos, si tenemos en cuenta que, aun siendo una mente individual, sus principales gozos y sufrimientos dependen de las mentes de los demás.

Órganos extrasomáticos


Desde que apareció la talla de la piedra, hace poco más de dos millones y medio de años, estamos potenciando artificialmente nuestras capacidades, hasta el punto de que ya superamos a los dioses clásicos en casi todo. Nuestros nuevos órganos son extrasomáticos (están fuera del cuerpo).

Nos falta un pequeño detalle, la inmortalidad, así que no dejamos de preguntarnos seriamente qué es lo que produce la degeneración de nuestros tejidos y cómo se podría evitar. No parece discutible la suposición de que los avances de la biología vayan a ofrecer pronto nuevas posibilidades -inimaginables en la época de los neodarwinistas- de cambiar al ser humano, es decir, de modificar su genoma artificialmente.

¿Qué reflexiones sobre el futuro de la especie humana habrían hecho los biólogos de mediados del siglo pasado si hubieran imaginado las modernas biotecnologías? Cabe pensar, a la vista de lo que escribieron, que habrían recomendado su uso, ya que son infinitamente más eficaces que la selección dirigida, en la que sí creían.

Los individuos tendrán, por lo tanto, que decidir si hacen uso de las nuevas biotecnologías y las sociedades se verán obligadas a debatir sobre su licitud y legislar al respecto, exactamente igual que se hace en las sociedades democráticas respecto de los programas de educación. Se deberá combatir, tanto en la programación educativa como en la programación genética, cualquier intento de planificación social impuesto desde arriba, prestando la máxima atención a los procedimientos. Sinceramente, no deseamos que en un futuro se diseñen seres humanos, ni siquiera que se produzcan personas con una pequeña parte de su genoma alterado con algún propósito de “mejora” física, intelectual o moral. 

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Respuestas a esta discusión

Arsuaga (i) con una copia de un cerebro de 'australopithecus'. Martín-Loeches con el de un 'sapiens'.| Alberto Cuellar



Radiografía del ser humano del futuro

 

Fuente: EL MUNDO.es | Teresa Guerrero| 9 de abril de 2013

 

Entrevista: Juan Luis Arsuaga, paleontólogo, y Manuel Martín-Loeches, psicólogo

 

Los avances en genética de los últimos años están cambiando lo que los científicos creían saber de nuestra especie. Por ejemplo, han permitido averiguar lo mucho que nos parecemos a los grandes primates. Tanto, que humanos y chimpancés comparten más del 98% de sus genes: "Fue una enorme sorpresa averiguarlo. Para empezar, nadie imaginaba que un organismo tan complejo como el nuestro tuviera tan pocos genes, pues se pensaba que tendríamos más de 100.000. Es impresionante que tan pocos genes [pocos más que algunos gusanos] produzcan tales capacidades. Cuando comento con gente joven lo sorprendente que es que tengamos tan poca distancia genética con el resto de mamíferos a ellos no se lo parece, porque lo han aprendido. Pero es que yo estaba ahí cuando se descubrió, y sé la conmoción que supuso". El paleontólogo Juan Luis Arsuaga, director del Centro de Evolución y Comportamiento Humanos (UCM-ISCIII), recuerda así lo que supuso para la ciencia la secuenciación del genoma humano, y posteriormente el de nuestros parientes más cercanos.

 

¿Qué es lo que hace entonces única a nuestra especie? Junto con el psicólogo Manuel Martín-Loeches, también investigador del Centro de Evolución y Comportamiento Humanos, han intentado encontrar una definición para el 'Homo sapiens'. Sus conclusiones han quedado plasmadas en 'El sello indeleble. Pasado, presente y futuro del ser humano' (editado por Debate), una obra en la que elaboran una lista sobre las señas de identidad que hacen única a nuestra especie y reflexionan sobre su origen a partir de las aportaciones de científicos de los siglos XIX y XX. No obstante, Arsuaga subraya que "queda tanto por investigar que la lista de rasgos únicos del hombre es más un proyecto que un resultado definitivo".

Los rasgos que nos hacen únicos

Los rasgos más llamativos, según Martín-Loeches, son los sociales: "Uno que me llama mucho la atención es la gran cantidad de energía que consume el cerebro, aproximadamente el 20% de la energía que ingerimos. Este coste tan elevado no puede ser sino para permitir la convivencia social y en circunstancias complicadas. Por eso el cerebro tiene que trabajar tanto", explica.

 

"Por ejemplo, se dice que son característicos rasgos con los que podríamos estar de acuerdo, como la previsión o la planificación a largo plazo. Pero hay emociones como la vergüenza, la culpa o el orgullo, que hay que investigar si son exclusivamente nuestras", señala Arsuaga.

 

"[Charles] Darwin decía que sonrojarse era la única emoción exclusivamente humana, y es una señal social de que algo no estás haciendo bien", apunta Martín-Loeches. "Es un tipo de emoción muy curiosa porque uno desearía que no ocurriera y eso nos lleva a plantearnos cuál es su función", añade Arsuaga.

 

El codirector del yacimiento de Atapuerca (Burgos) cita como otro ejemplo de lo mucho que queda por investigar un estudio que señalaba como atributo clave para la evolución "el lanzamiento de proyectiles con puntería y fuerza, y destreza para evitarlos, especialmente en los machos""La nuestra es la única especie que lanza objetos con puntería y fuerza. Los chimpancés, por ejemplo, no lo hacen, les falta coordinación. Y seguramente es imprescindible para fabricar utensilios porque hay que tallar, golpear una piedra con la otra y hay que tener puntería. Tiene que haber sido muy útil para la supervivencia y la capacidad de alejar depredadores arrojando piedras con puntería", reflexiona Arsuaga. "Esto requiere adaptaciones en el cerebro para coordinar lo que se ve con lo que se hace", añade Martín-Loeches.

 

Pero los rasgos humanos no han surgido sólo de la selección natural y sexual. Según sostienen en su obra,"el carácter hostil de la sociedad" y la competencia entre individuos ha sido el principal motor de la evolución"La lucha social sigue y seguirá existiendo porque está en nuestra naturaleza. No podemos evitar la competencia para ver quién es el mejor dentro del grupo y qué grupo es mejor", apunta Martín-Loeches.

 

Para el psicólogo, "las redes sociales son un reflejo de lo que nos mueve como sociedad, de lo que siempre hemos querido. Que todo el mundo se entere de nuestros logros y que por lo menos algunos se enteren de nuestras tristezas. Es algo que está en nuestra genética desde hace mucho tiempo. Por eso surgió el habla, para intentar transmitir información y comunicar unas mentes con otras. Nuestra especie es muy social y por eso las redes sociales tienen tanto éxito. A través de la tecnología podemos comunicarnos con muchísima gente".

 

Manipulación genética

Los autores reflexionan también sobre las posibilidades que ofrece la manipulación genética a la hora de mejorar los individuos. Arsuaga espera que estos avances se apliquen para mejorar la calidad de vida y retrasar el envejecimiento y no para diseñar seres humanos a la carta. "Ya hay muchos científicos que creen seriamente que en las próximas generaciones la gente superará los 100 años con mucha calidad de vida, lo que entrañará cambios económicos, sociales y de todo tipo. Yo no lo veo tan fácil pero los hay muy optimistas".

 

Tampoco es partidario de avanzar hacia un hombre biónico que mejore sus capacidades: "Ya tenemos una supermemoria desde que se inventó la escritura. Creo, sinceramente, que en una sociedad libre ninguna madre querrá modificar genéticamente a su hijo, ni ninguna persona querrá excentricidades como implantarse chips en el cerebro. Diferente es una prótesis en la rodilla o cualquier otra tecnología con la que se pueda abordar un problema neurológico, que es de agradecer", añade. "Los peligros vienen de las sociedades planificadas. Y ha ocurrido ya en estados totalitarios. Lo que tenemos que hacer es crear sociedades libres", apunta Arsuaga.

Reparto desigual de recursos

 

Por lo que respecta a las amenazas que se ciernen sobre nuestra especie, Arsuaga considera que "con el cambio climático y, más importante, el uso y reparto de los recursos, tenemos un problema muy gordo, gordísimo". Para el paleontólogo, "los conflictos no son tanto un problema de escasez como de reparto de los recursos limitados del planeta. Cada generación consume mucha más energía que la anterior", señala.

 

¿Y cómo cree que será el hombre del futuro? "Desde el punto de vista de la biología, me lo imagino más saludable. Es ya un hecho porque la medicina nos dará más calidad de vida. Sobre la programación educativa, espero que nos haga más libres y solidarios. Y no creo que sea deseable modificar cómo somos para conseguir determinados resultados porque eso nos llevaría a sociedad como la de los insectos", advierte Arsuaga.

 

 

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