José Cuní, en una imagen de archivo

 

Vía: ABC | María González Picatoste| 21 de abril de 2012

 

La familia Cuní ha conseguido demostrar que las grandes pinturas murales romanas que se tenían por frescos son en realidad encáusticas.

 

A finales del siglo XV, Leonardo da Vinci era un prolífico humanista de mente fértil que flirteaba con todos los campos del saber y la creatividad. El florentino tuvo una capacidad sin igual para imaginar el futuro e inventar aparatos y técnicas que no pudieron materializarse hasta siglos después de su fallecimiento. Pero Da Vinci, epítome del hombre renacentista, encontró un reto que jamás llegó a solucionar: descubrir la fórmula de la encáustica.

La encáustica, una técnica artística que consiste en utilizar cera de abejas como aglutinante, estaba muy extendida en la Grecia y Roma clásicas. Pero tras la caída del Imperio Romano la encáustica fue paulatinamente abandonada y su fórmula se perdió. Hasta ahora.

Tras décadas de trabajo, los hermanos Pedro y Jorge Cuní han conseguido demostrar que la fórmula de la encáustica que José Cuní, su padre, desarrolló en los 60 encaja a la perfección con el tipo de pinturas murales de gran formato que los romanos popularizaron.

Décadas de investigación


La historia de la recuperación de la fórmula se remonta a principios de los 60, cuando José Cuní se trasladó a Nápoles con una beca para investigar la técnica de la pintura mural romana. En 1961 Cuní consiguió reproducir una fórmula de la encáustica que generaba el mismo efecto encontrado en lo que la teoría oficial promulgaba como frescos romanos.

José lo logró sin aplicar un método científico, guiándose solo por su conocimiento de pintura mural y de los materiales empleados en ella. Esa falta de metodología científica amparó a todos aquellos que quisieron obviar su trabajo y sus reveladores resultados.

Fueron los hijos de este artista, cuyas obras se pueden visitar en museos como el MoMA de Nueva York o el Reina Sofía de Madrid, quienes a mediados de los 80 decidieron demostrar que el trabajo de de su padre no había sido en balde. «Si era verdad que nuestro padre había descubierto la fórmula de la encáustica sería uno de los descubrimientos más grandes de la Historia del Arte», explica Pedro Cuní.

Los Cuní comprendieron que el procedimiento requería un estudio químico que comparase la pintura romana con las creaciones en las que su padre había aplicado su fórmula de la encáustica. Entonces se pusieron en contacto con varios laboratorios. El primero en responder fue el Museo Smithsonian de Washington D.C., con quienes trabajaron cotejando muestras ofrecidas por instituciones como el Museo de Mérida con las obras de José Cuní. En 1993 se publicaron los resultados.

El muro de la teoría oficial


Aunque todo probaba que la fórmula de Cuní y la de las muestras concordaban, los defensores de la teoría oficial se negaron a aceptarlos. «El Smithsonian no cuestionaba los resultados, pero no se atrevían a apoyar lo que nosotros afirmábamos: que eso era encáustica», explica Pedro, quien tuvo que buscar una nueva institución con la que colaborar.

Pedro, quien llevaba años dando clase en la universidad neoyorquina Cooper Union, decidió buscar ayuda en casa. Tras reunirse con el director del Departamento de Química de su universidad, este aceptó a trabajar con él. Así comenzó una colaboración de 7 años que ha estado cuajada de percances, como los repetidos ataques de un enervado «establishment» del mundo del arte que intentaba desacreditar a la universidad y al equipo de Cuní por todos los flancos. En el camino repitieron el análisis químico que ya realizaron con el Smithsonian, solo que con técnicas más sofisticadas que han permitido identificar más componentes de la pintura utilizada y detalles sobre el proceso y las reacciones químicas involucradas en su creación.

El artículo donde detallan sus hallazgos explica que la técnica de las pinturas murales romanas no encaja ni con el fresco ni con ninguno de los dos tipos de encáustica conocidos hasta el momento, sino con una fórmula no estudiada compuesta por cera y jabón solubles en agua. La misma que reprodujo José Cuní.

Los resultados de este estudio desmontan siglos de justificaciones teóricas que asociaban las pinturas murales romanas con la técnica del fresco. «Ha sido una lucha dura», confiesa Pedro, quien está colaborando con instituciones como los museos Getty y el Metropolitan para analizar si las piezas que estos conservan son o no encáusticas. Aún así queda mucho trabajo por hacer.

No va a ser sencillo cambiar la opinión de quienes están detrás de la teoría oficial y controlan el mercado de las restauraciones y la arqueología. Pero de eso se encargará el tiempo. Pedro y Jorge prefieren dedicarse a su nueva meta: reescribir todo lo que se ha dicho sobre pintura romana. Algo que, como reconocen, será «una responsabilidad gigante».

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