Y de ese “último” en lugar de “único” se infiere que podría haber nuevos descubrimientos. Nadie pone la mano en el fuego, pese a que si bien Leonardo (1452-1519) dejó cientos de dibujos y manuscritos, no pintó más de una veintena de obras. Se entiende, por tanto, el entusiasmo mostrado por Dianne Dwyer Modestini, la conservadora estadounidense que, en 2007, y tras los primeros trabajos de restauración llegó a la conclusión que estaba ante los trazos del maestro. “Mis manos temblaban”, llegó a decir. “Cuando llegué a casa, no estaba del todo segura si había perdido la cabeza”.
Varios fueron los indicios que llevaron a refrendar la autoría del maestro italiano. Las pinceladas son propias de un zurdo, los pigmentos de cuarzo a los que recurría el pintor, la posición de las manos de Cristo que el autor fue modificando a la par que pintaba (algo propio de Da Vinci) y, lo que es más importante, el oráculo que sostiene en su mano izquierda, cuya factura técnica a principios del 1500 solo estaba al alcance del genio renacentista.
Mucho menos científico, pero igualmente útil según los expertos, es ese misterio cautivador que rezuma el lienzo, una especie de “profundidad psicológica, pero también de misterio, de algo que no termina de conocerse. Algo a lo que el pintor te expone sin ofrecer respuestas… Esa extrañeza propia de las últimas pinturas de Leonardo”, como explicaba en su día el profesor de Historiador del Arte de la Universidad de Oxford, Martin Kemp.
Un peregrinaje histórico
El Salvator Mundi se registró por primera vez en la colección del rey Carlos I de Inglaterra (1600-1649) y se cree que permaneció expuesto en el palacio de su esposa Enriqueta María de Francia en la localidad inglesa de Greenwich. Se mantuvo entre las colecciones reales hasta 1763, fecha en que el cuadro fue vendido por Charles Herbert Sheffield, hijo ilegítimo del rey Carlos II. Azarosa casualidad sobre todo si tenemos en cuenta que el propio Leonardo era hijo ilegítimo de un notario de la época.
Su rastro se pierde hasta que en 1900 reaparece, pero ya sin los créditos reales que lo identificaban como obra del maestro florentino. Fue entonces adquirido por Sir Charles Robinson, una figura clave del arte victoriano, grabador aficionado y erudito en arte, quien lo adquirió pensando que era de un discípulo del maestro llamado Bernardino Luini. El rastro se pierde de nuevo hasta 1958, cuando salió a subasta por el módico precio de unos 50 euros volviendo a la clandestinidad hasta 2005.
Pero no termina aquí la aventura del lienzo. Ocho años después, y tras ser autentificado como obra del genio, fue adquirido por el magnate ruso Dmitry Rybolovlev por 107 millones de euros, pasando así a formar parte de una de las colecciones de arte privadas más importantes del mundo. Tuvo que ser su divorcio —el más caro de la historia— el que pusiera el Salvator Mundi de nuevo en el candelero. En concreto los 564 millones de euros que el multimillonario tendrá pagar a su ex mujer Elena Rybolovleva. Una cantidad a la que Dmitry pretende hacer frente con la venta de un Cristo que vagó por la clandestinidad del arte durante siglos.
Además del Salvator Mundi de Da Vinci, Christie's ofrecerá el Sixty last suppers (1986) de Andy Warhol, un tributo a La última cena de Da Vinci. Está considerado como uno de los mejores ejemplares de la última serie de pinturas del célebre artista estadounidense. El cuadro, que sale a subasta por primera vez, fue ejecutado por Warhol un año antes de su muerte en febrero de 1987 y tiene cerca de 10 metros de largo.
“Sixty last suppers es una indiscutible pieza magistral del último periodo de Warhol. Al estar delante de este lienzo monumental, el espectador se adentra totalmente en la visión de Leonardo, pero desde los ojos de Andy Warhol”, ha explicado el representante de Christie's Alex Rotter.
Fuentes: publico.es | elpais.com | 13 de octubre de 2017