Red social de Arqueologos e Historiadores
Fuente: blogs.ileon.com | 19 de mayo de 2015
Por: Emilio Campomanes Alvaredo. Arqueólogo de profesión desde hace 15 años en la empresa Talactor S.L. Además colabora asiduamente con asociaciones y grupos relacionados con la protección del Patrimonio y de reconstrucción histórica.
La historia de la villa de Navatejera me vino a la mente hace poco, viendo unas fotos antiguas con un señor con sombrero de hongo, bigotón y muy decimonónico. Y me recordó que hubo un tiempo en que fuimos innovadores y que hacíamos cosas que destacaban sobre el resto, aunque en la actualidad no somos capaces ni colectivamente, ni institucionalmente de salir de un círculo cerrado que no lleva a ningún lado.
La villa romana de Navatejera se descubrió fortuitamente en 1885 a causa de una riada que sacó a la luz sus muros y sus mosaicos. Hombres cultos, aquéllos que formaron la llamada “Comisión de Monumentos”, con una curiosidad enorme, ganas de aprender y muy preocupados, consideraron que el tema era para tomarlo en serio y se pusieron manos a la obra a su exploración, como se decía entonces, antes de que todo ser perdiera.
Inciso: Por entonces, en España más de la mitad de la población era analfabeta, la inmensa mayoría de la población tenía unos conocimientos menos que elementales y sólo una minoría tenía una formación o cierta cultura. Así que no hizo falta que nadie les persuadiera del interés de aquéllos vestigios, ni había movimientos sociales ni protestas populares.
El presupuesto de que disponían entonces, en 1885 era muy escaso, como ahora, así que se pusieron a buscar una importante cantidad de dinero que haría falta y lo obtuvieron del Ministerio de Fomento en 1889. Y, de esa manera, se excavó una buena parte de la villa, al menos la más destacada, se recuperaron numerosos objetos que de otra forma se hubieran perdido irremisiblemente, monedas, cerámicas, ladrillos y hasta una pequeña estatua, que llevaron al Museo de León… Y allí siguen, algunos expuestos y otros custodiados para un futuro que nadie sabe cuando llegará.
Los directores de esta empresa fueron Isidoro Sánchez Puelles y Demetrio de los Ríos. Este último en aquél momento era el arquitecto de las restauraciones de la catedral, ya conocía la arqueología romana en Itálica (Sevilla), había descubierto las termas romanas bajo la catedral de León y aún le quedarían varias intervenciones importantes en nuestras tierras.
Al empeño, la cultura y la iniciativa de aquellos hombres, que hoy diríamos intelectuales, se debe la excavación de esta villa y lo que es tan importante, la construcción que hoy guardan las estancias pavimentadas con mosaicos y la tapia del recinto que han logrado conservar la villa más o menos intacta durante 125 años a salvo de inviernos, saqueadores, ladrones, desaprensivos….. Sí, esa tosca tapia de ladrillo y una pequeña caseta en medio de las modernas urbanizaciones, que realmente ‘afea’ ese entorno de moderno barrio dormitorio y que impacta visualmente cuando se va por la carretera.
Sin embargo, esas construcciones levantadas por Demetrio de los Ríos a finales del siglo XIX han merecido ser consideradas como parte del monumento, al ser una de los primeras ruinas arqueológicas protegidas en España, preparadas para ser visitadas y casi musealizadas, algo que mucha gente desconoce. De hecho, el estuche protector hoy está tan protegido por la declaración de Bien de Interés Cultural como las propias ruinas romanas, lo cual es todo un acierto.
Creo que esta historia de curiosidad, de investigación y de desarrollo de una idea novedosa merece la pena ser conocida. Merece la pena saber que la villa romana de Navatejera es un lugar pionero en España en este tipo de actuaciones. Hoy podríamos poner todo tipo de epítetos de moda: innovador, creativo, sostenible, etc. Muchos lugares de España después seguirían este ejemplo y, ahora, es raro el lugar donde no haya algo similar protegiendo ruinas arqueológicas, más grandes o más pequeños, pero lo importante es la idea, la misma idea de preservar para el futuro.
Un día fuimos pioneros y estas cosas eran posibles en León, en 1889 cuando nadie imaginaba lo que supondría el turismo, que es más del 10% de nuestro PIB, o que estos lugares serían centros de enorme atracción de visitantes. Cuando ni siquiera sobrevolaba el atisbo de intereses económicos. Lo de la villa de Navatejera simplemente era un ejercicio de gente culta, un ejercicio de honradez intelectual, quizá extravagante a los ojos de sus coetáneos.
En cambio, en León hoy nadie sería capaz de acometer algo similar. Ni la sociedad leonesa, ni ninguna institución. Y no me refiero a proteger unas ruinas y unos mosaicos. No. Me refiero a ser visionario, a desarrollar algo que dentro de 125 años se entienda, aunque en su día parezca una extravagancia. Me refiero a tener una idea que en el siguiente siglo se repita, se copie y se adapte cientos de veces. Me refiero a ser creativo, a tener curiosidad intelectual, aunque parezca poco práctica.
Pero me temo que la sociedad leonesa ha llegado a un nivel de cansancio intelectual demasiado grande. Hay sociedades que les gusta ocupar los primeros puestos en todo, ser los mejores y luchar siempre por ello. Hay sociedades que les divierte buscar la novedad y la innovación, hacer pruebas y experimentos. Pero no es la nuestra, aunque lo fue hace tiempo.
Hay otras sociedades, en cambio, que prefieren vivir sin sobresalir, sin molestar, sin destacar, como el estudiante que espera pasar desapercibido ante su maestro. Alérgicos a los cambios y donde la palabra “experimento” es peyorativa. Ésa, es nuestra sociedad hoy.
Pero no siempre fuimos así. Hubo una época en que nos gustaba innovar y experimentar. Hubo una época en que nos gustaba estar entre los mejores…, o al menos intentarlo.
Post scriptum
Sigo pensándolo y mira que es feo el edificio y la tapia de ladrillo de don Demetrio de los Ríos. Y cómo hoy rechina en el paisaje. El contraste entre los nuevos chaléts, las familias segando el césped y lavando el coche los domingos.
Quizá, por ese motivo, tiene más sentido que nunca. La riqueza del hombre no radica en el tamaño de chalet, ni del coche de gama alta. La riqueza de la humanidad está en su cerebro y la capacidad de crear cosas nuevas.
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