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Fuente: diariodeleon.es | 8 de mayo de 2016
Cuenta la leyenda que San Genadio, retirado del mundanal ruido en su cueva de Peñalba, mandó callar a las aguas del río, cuyo murmullo le impedía concentrarse... y el río enmudeció, convirtiéndose en manantial subterráneo. Una leyenda abrazada y perpetuada por la tradición cristiana, que en el fondo esconde la realidad a la que se tuvieron que enfrentar los ingenieros romanos muchos siglos antes para transportar agua desde el río Oza a la explotación aurífera de Las Médulas: la naturaleza calcárea del terreno que debían horadar, y por el que se sumía el agua, para convertir en realidad los 143 kilómetros los canales necesarios para ‘reventar’ la tierra roja de la mina romana.
Foto: Panorámica de Las Médulas. Wikipedia.
El anuncio del Imfe ponferradino de intentar poner en valor esta parte del patrimonio ha vuelto a poner de relieve la magnitud de la obra de ingeniería realizada por los romanos, y que se materializa en una construcción de 603 kilómetros de canales, y que sólo admite comparación con la red hidráulica construida por los romanos para saciar la sed de la capital del imperio —esta red superó los 700 kilómetros—. «Por supuesto que es perfectamente viable recuperar esta zona de los canales de la vertiente norte», asegura el ingeniero Roberto Matías (izquierda), que ya guió la recuperación de 43 kilómetros de estas arterias en la zona meridional, para su utilización como sendas turísticas.
De la red construida por los romanos para llevar agua a la explotación aurífera, la menos extensa es la vertiente norte. ‘Sólo’ 143 kilometros para dar forma a tres canales que captaban agua del Oza (dos de ellos) y del arroyo de Ferradillo, en Villavieja. «La capacidad hídrica del río Oza en su curso alto, así como de los arroyos de la vertiente norte de los Aquilianos, es muy limitada para hacer frente a las necesidades de la explotación, de ahí que sólo existan tres canales, por lo que los romanos dirigieron sus esfuerzos a captar del río Cabrera y, posteriomente del Eria», señala Matías.
Pese a que este ingeniero, que ha cartografiado todos los canales romanos que tenían a Las Médulas como meta, ve factible la recuperación de los mismos para fines turísticos, no oculta que esta vertiente norte «es la red hidráulica más deteriorada y oculta». Un deterioro producido, por un lado por la naturaleza caliza de las rocas, y por el otro por la acción del hombre: «por un lado por la intensa actividad agrícola que se ha desarrollado junto a los núcleos de población y por el otro por las repoblaciones forestales que se han realizado en fechas recientes en varios puntos».
De cara a su utilización como sendas turísticas, parte del ‘camino’ ya estaría andado en algunos puntos, ya que en su día algunos tramos fueron utilizados como caminos o carriles.
De la existencia de estos canales ya dio cuenta en su día (1857) Enrique Gil y Carrasco en Bosquejo de un viaje a una provincia del interior. Una existencia, que según sostiene Roberto Matías, y pese a contar con unos trazados casi paralelos, «lo que induciría a pensar a una utilización casi conjunta, la función de cada uno en Las Médulas resulta totalmente distinta, ya que intervienen tanto al principio como al final de la explotación, pero de forma independiente».
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