"A pesar de que siempre se ha destacado en su historia la fase islámica, Granada existe mucho antes de esa época medieval", advierte Elena Sánchez, profesora titular de Arqueología en la Universidad (UGR), mientras empuja uno de los portones de la verja que rodea una amplia parcela frente a la Facultad de Teología. Lo que ha abierto, en realidad, es un portal en el tiempo: a un lado, el Campus de la Cartuja; al cruzar la abertura, Florentia Iliberritana, el núcleo urbano de la antigua Hispania que se asentó en el Albaicín en torno a los siglos I y II. Allí se halla parte del legado romano que escribe en torno a la ciudad una leyenda. Del alfar que yace hoy entre estudiantes, a la villa de Los Vergeles, pasando por el yacimiento de Mondragones. Huellas del imperio que marcan un sendero que desemboca en la capital universitaria por la que ahora transita el Metro.

La que hoy se conoce como ciudad de la Alhambra ya adquiría relevancia antes de que ‘la roja’ se construyera. "La Granada romana es la antigua Florentia Iliberritana, un antiguo municipio de origen ibérico que adquirió su mayor importancia a partir del siglo I. Entró en la historia de la Península Ibérica por ser la sede del primer concilio católico celebrado en ella en torno al año 304, a principios del siglo IV. A partir de ahí, pasa a ser una de las ciudades importantes de la Bética", precisa Ángel Rodríguez, arqueólogo y director de las excavaciones arqueológicas en Los Mondragones. Tanto él como Carmen Jódar, arqueóloga y restauradora, y Macarena Bustamante, arqueóloga y también profesora de la UGR, se mueven por esos restos como por el salón de casa -se puede ver en el vídeo que acompaña a esta noticia-. Se trata de un complejo, ubicado a la orilla diestra del río Beiro, que "realmente ha sido una sorpresa arqueológica", subraya. 

Lo fue desde su hallazgo, hacia finales del año 2012, en una parcela municipal. "Esto era un cuartel militar, el de Los Mondragones. Luego, pasa a manos del Ayuntamiento y de la Junta de Andalucía para desarrollarlo", relata. El consistorio decidió construir un aparcamiento subterráneo y, sobre este, un supermercado y un gimnasio, pero una llamada a Cultura puso sobre aviso a la empresa constructora. Francisco Javier Matas, uno de los militares del cuartel, intuyó lo que se encontraría bajo aquel suelo. "Él fue el que dio la voz de alarma, diciendo que aquí, cuando se empezaran las obras, aparecerían restos arqueológicos, y, efectivamente, así fue", recuerda Rodríguez.

La primera intervención arqueológica, cuando fueron hallados los primeros vestigios del imperio en la zona, desenterró "lo que en principio parecía ser una villa suburbana, una gran propiedad aristocrática situada en la periferia de la ciudad". Empero, además de los mosaicos, que hoy se pueden ver en el Museo Arqueológico, y del propio domus de la vivienda, emergió "un molino de aceite monumental, el más importante de la Bética, que tenía una capacidad productiva tremenda". Aquello fue el inicio. Asomó la planta de una iglesia, que resultó ser "el primer edificio arquitectónico de época paleocristiana que se encontraba en Granada", y una calle, en la que se aprecian las huellas de los carros que la desgastaron a su paso. A un costado de la calzada, una serie de "edificios de carácter protocolario". Al otro, unas termas de las que se conserva toda la estructura, incluidas canalizaciones y letrinas.

Un yacimiento que, como precisa Ángel Rodríguez, "se funda en el siglo I y perdura hasta el VI o el VII, hasta época visigoda". "Estos restos nos cuentan cosas realmente interesantes. Para empezar, que la rivera del río Beiro, que es uno de los tres que conforman la historia de Granada, es más importante de lo que pensábamos", detalla. "Tenemos muy pocos restos arqueológicos que nos hablen de esos siglos tan oscuros, entre el V y el VI o el VI. Sin embargo, aquí, en Mondragones, encontramos un yacimiento con una gran actividad y una gran vitalidad. Nos permitirá conocer mucho mejor ese tránsito de la Antigüedad a la Edad Media", sintetiza, antes de sugerir que, probablemente, existieran "uno o dos puentes" que permitieran conectar el complejo con el núcleo de Florentia Iliberritana. Ahora, un proyecto impulsado por la Alhambra busca su puesta en valor.

El alfar de Cartuja

En la colina sobre la que se levanta el Campus de Cartuja, los alumnos del grado de Arqueología y del máster en la misma disciplina tienen todo un parque de prácticas. "Además de campus universitario, esto es lo que nosotros denominamos un yacimiento multifásico, porque sabemos que esta zona tiene evidencias de ocupación desde el Neolítico", puntualiza Elena Sánchez. El rastro romano lleva hasta el alfar que entre el siglo I y el II se construyó en la ladera. "Es un monumento en el que estaríamos ante lo que podríamos denominar un suburbium artesanal: una zona fuera de la ciudad, del Albaicín, dedicada a la artesanía. En concreto, es una actividad dedicada principalmente al trabajo alfarero, a la producción de cerámica", argumenta.

"En este sector, se han contabilizado un total de diez hornos excavados -casi de todos tipos-, más, al menos, tres o cuatro que sabemos que existen pero que, por el momento, no hemos trabajado, y toda una zona de salas y habitaciones de trabajo, así como zonas de vertedero", muestra, mientras escribe la historia con sus palabras. Precisamente, son estos espacios en los que se acumulaban los desechos donde los arqueólogos encuentran una nutrida fuente de información. "Los testares son vertederos específicamente de cerámica, en los que, además de tener todas las producciones que no pueden vender, tenemos herramientas que los alfareros utilizaban en su trabajo diario, moldes que empleaban para hacer las cerámicas, desechos de la comida como huesos de cerdo o gallina, que nos hablan de qué animales consumían, e, incluso, restos de burro, que nos cuentan de qué animales se ayudaban".

Fuente: granadadigital.es| 27 de mayo de 2022

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