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Tudelilla. Los arqueólogos Juan Manuel Tudanca y Carlos López de Calle, en La Noguera. Foto: Sonia Tercero
Fuente: larioja.com | J. Sainz | 22 de julio de 2012
«Nuestros primeros labradores, raza vigorosa y sufrida, luego que habían metido sus cosechas en los trojes, descansaban los días de fiesta el cuerpo y el espíritu, y con sus compañeros de faena, sus hijos y sus fieles esposas consagraban un puerco a la tierra, leche a Silvano y vino y flores al genio que nos recuerda que la vida es breve».
Al poeta latino Horacio, que sabía de la brevedad de la vida y aconsejaba disfrutarla retirada en el campo y con goce de las cosas sencillas, como los dulces caldos de Falerno, también le habría gustado La Noguera.
Aun en el siglo XXI, este lugar alejado del ruido, los humos y las prisas conserva un aire bucólico que inspira quietud. El pequeño cerro domina una amplia extensión de viñedos entre los pueblos de Tudelilla, al que pertenece, y El Villar de Arnedo. Uno a cada lado (al sur y al noreste respectivamente), ambos se divisan no muy lejos desde esta elevación del terreno que, a pesar de su nombre, no está ocupada por nogales, sino por unos pocos almendros. El camino de acceso discurre paralelo al río molinar, hoy seco pero recorrido por un bosquete de chopos y vegetación de ribera. Una pareja de águilas anida en las proximidades aprovechando en sus vuelos la suave brisa que baja hacia el valle desde sierra la Hez. Ajenos a todo peligro, no pocos conejos corretean entre las cepas mientras un viticultor se afana en el aseo de la viña, que con el verde de julio parece llena de esperanza del otoño.
Posiblemente nada de esto haya cambiado sustancialmente en muchos siglos. Así parece atestiguarlo el yacimiento de La Noguera, alma semienterrada de este territorio cimentado en los modelos diversos de explotación agraria de cada época, pero siempre fiel a la rural vocación despensera que ha perdurado hasta nuestros días. Gracias a los últimos descubrimientos de los arqueólogos Carlos López de Calle y Juan Manuel Tudanca hoy podemos saber que este lugar no era solo una granja de origen medieval perteneciente primero al monasterio navarro de Fitero y más adelante al de San Prudencio de Monte Laturce, como se pensaba hasta ahora, sino que mucho antes fue también una villa agraria romana, quizás la bodega riojana más antigua. Y esto, obviamente, enriquece mucho el linaje patrimonial de una tierra por cuyas venas corre el vino como el agua por sus ríos.
Una villa de importancia
«La difusión del legado histórico y cultural generado por el vino a través de los siglos» es precisamente el principal objetivo de la Fundación Dinastía Vivanco, entidad que promueve los trabajos arqueológicos en La Noguera desde el año 2002, centrados en las primeras campañas en las mencionadas ruinas medievales y posteriores. Los restos romanos no han sido descubiertos e investigados hasta los dos últimos años: se trata de estructuras arquitectónicas de gran porte, pilares de sillería, columnas, muros que permanecían enterrados junto a las otras ruinas...
«Es sin duda -tal como lo interpretan López de Calle y Tudanca- parte de la infraestructura de un edificio de entre los siglos I y III dedicado a la producción agraria no solo vinícola. Pero no una pequeña propiedad familiar de autoabastecimiento, sino una explotación con cierta ambición vinculada a la ciudad de Calagurris, con trabajadores esclavos o siervos y bien comunicada a través de la no muy distante calzada romana del Ebro. Las dimensiones de la bodega hacen pensar en una villa de importancia».
Ciertamente, con la conquista de Iberia y la progresiva romanización de Hispania, los romanos articularon el territorio de forma racional. Desde el punto de vista agropecuario, pusieron en pie gran número de villae o explotaciones ganaderas y agrícolas en una ambiciosa y eficaz labor de colonización basada en los cultivos de la llamada tríada mediterránea: cereal, olivo y vid, todos ellos existentes en esta zona feraz.
Desgraciadamente son muy escasos los restos muebles: apenas pedazos de cerámica, unas pocas monedas, alguna fíbula de bronce... Y mucha ceniza. Los arqueólogos sostienen que un gran incendio alimentado por materiales muy inflamables desde el interior del edificio provocó su «hundimiento y destrucción total tiempo después de haber sido abandonado». Los siglos III y IV marcan el declive de este tipo de granjas, muchas de las cuales se convirtieron en lugares de culto y pilares de la cristianización.
En La Noguera, aunque el tiempo terminó de enterrar aquella villa romana en el cerro y el olvido, mil años después volvía a haber vida, volvía a haber campesinos trabajando y monjes haciendo acopio de vino, aceite y grano. Y al cabo de mil años más, con las viñas otra vez verdes, La Noguera deja al fin leer en sus piedras una historia más completa que profundiza «en la comprensión de la importancia histórica del cultivo de la vid en esta tierra, su imbricación en la organización del territorio, las instituciones y la cultura de las sociedades que conforman la herencia riojana».
Hay lugares que conservan en silencio su propia memoria hasta que llegan hombres capaces de leer en ellos como si fueran viejos libros que todavía guardan capítulos por descifrar. La Noguera, un pequeño cerro entre viñedos a medio camino entre Tudelilla y el Villar de Arnedo, custodia un tesoro muy arraigado en esta tierra. A pesar de su modesta apariencia exterior, el enclave no ha dejado de abrir valiosas páginas a la arqueología desde que a mediados del siglo XX los primeros estudiosos se interesaron por los «restos de un convento desaparecido» con cierta actividad agraria y vinatera.
Ya hace nueve años las excavaciones emprendidas por la Fundación Dinastía Vivanco hicieron aflorar los vestigios de «una granja y bodega de origen medieval». Pero las últimas campañas han permitido remontarse aún más en la antigüedad del yacimiento al descubrir elementos arquitectónicos propios de una villa agraria romana. Desde su aparente quietud, La Noguera nos habla de dos mil años de historia y cultura de una tierra con más hoces que espadas, laboreada por sus gentes y regada por sus vinos.
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La Fundación Dinastía Vivanco también mantiene un interesantísimo museo de vino en el pueblo de Briones. Recomiendo visitarlo para recorrer más de veinte siglos de historia del vino y además comer en su restaurante con una preciosa vista a los viñedos de donde salió el mismo vino que estamos bebiendo.
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