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Karakate. Campamento descubierto por Martínez en 2016
Cuando los romanos aparecieron por las tierras de las actuales Euskadi y Navarra, en el primer siglo antes de Cristo, los habitantes de estas zonas vivían en los poblados de la llamada Edad de Hierro. La pregunta que se hacen los historiadores y arqueólogos es: ¿hubo conflicto, guerra y conquista? El arqueólogo vizcaíno Antxoka Martínez Velasco (izquierda), especializado en esa época, cree que sí, y que prueba de ello son los vestigios de campamentos militares romanos que han aparecido en las últimas décadas. En algunos casos, esos emplazamientos habían sido confundidos con restos de poblados de la Edad de Hierro.
Hace unos días Antxoka Martínez ofreció una conferencia sobre el tema, que sirvió para dar comienzo a la edición número 16 de la Jornadas de Arqueología de Aranzadi. Sobre todo se refirió a campamentos romanos situados en Álava y Navarra, y remató la charla con el caso del monte Karakate, en cuya cima localizó en 2016 un campamento de pequeñas dimensiones, con solamente una línea de defensa. Los trabajos se llevaron a cabo mediante la ayuda de los ayuntamientos de Soraluze y Elgoibar. Martínez dirige las excavaciones del poblado de Munoaundi, entre Azkoitia y Azpeitia, de la Edad de Hierro.
«En los poblados de la Edad de Hierro de Gipuzkoa no se han encontrado signos de batalla, de destrucción. Pero eso no significa que no hubiera ataques por parte de las tropas romanas. Yo creo que sí hubo conquista, y los campamentos que hemos hallado son prueba de ello. Pero todavía nos faltan datos. Lo más lógico es que los indígenas se resistieran ante aquellas gentes que venían a cambiarles sus modos de vida», manifestó Martínez.
Los restos hallados en Karakate, en una cima que domina el valle del Deba, fueron encontrados por Martínez en unos trabajos del año 2016. Se trataría de un campamento básico de las tropas romanas, con una línea de defensa consistente en un talud de tierra y su foso. «Si hubiera sido una construcción de la Edad de Hierro, tendría estructura de piedra. En cambio, los romanos, al edificar sus campamentos, construían defensas de tierra».
El campamento de Karakate está en cuesta y la línea de defensa tiene una entrada, como es habitual en el ejército romano. A estas tropas les bastaba una defensa básica. «No necesitaban muros, lo más importante para ellos era tener al enemigo a la vista, para así utilizar enseguida su artillería y sus hondas con proyectiles de plomo», comentó el arqueólogo.
El arqueólogo cree que este campamento es de los llamados 'castra aestiva'. «Principalmente, los ejércitos romanos batallaban en verano, de ahí el nombre de ese tipo de campamentos. Eran estructuras que podían valer para pasar un noche o un mes. Los topógrafos iban en plan avanzadilla y escogían un lugar adecuado. Luego, al llegar las tropas, cada miembro del ejército ya sabía cual era su cometido a la hora de crear el campamento».
Otro campamento romano es el de Illunzar, en el municipio de Nabarniz, a media distancia entre Gernika y Lekeitio. Corresponde al tipo 'castra aestiva in monte' y no se ha podido establecer su cronología exacta.
«Estaba identificado desde hace mucho, desde comienzos del siglo XIX. Se pensaba que era un poblado de la Edad de Hierro, y así estaba catalogado en la Carta Arqueológica de Bizkaia, pero claramente es un campamento romano. Debería responder a la presencia, justo en frente, y a menos de un kilómetro en línea recta, del poblado de Marueleza o Arrola. Las fuentes históricas no se ponen de acuerdo sobre si en ese poblado de vivían carietes o várdulos», comentó el arqueólogo.
Antxoka Martínez presentó su teoría sobre ese recinto fortificado de Illunzar en el año 2006, en el transcurso del II Congreso de Arqueología Militar Romana en Hispania.
Ni en Karakate ni en Illunzar han aparecido vestigios que permitan datarlos con precisión. Martínez baraja la teoría de que ambos campamentos son de las primeras décadas antes de nuestra era. Estarían entre los años 49 y 44 a.C. -cuando se desarrollaron las guerras Bellum Civile y la época de las Guerras Cántabras -entre los años 29 y 19-. «Estos territorios no han sido la Cantabria histórica, y por eso no hubo batallas correspondientes a ese conflicto», precisó.
Illunzar se encuentra en una cima de 727 metros. El recinto fortificado se ajusta a la cumbre, a modo de corona, con un perímetro que bruscamente se vuelve muy pendiente. «La defensa se articula mediante terraplenes ('aggeri'), sobre los que posiblemente de levantaría una empalizada ('vallum') con anchura suficiente para poder disponer de un paso de ronda ('verma'). Es curioso cómo el diseño obvia una arista natural que facilitaría la defensa, pero que a su vez estrangularía el recinto hacia el sur dándole una planta triangular», dejó escrito Martínez en un artículo.
En ese recinto hay terraplenes de tierra, como es habitual, pero no así foso, debido a que en esa cumbre enseguida aflora la roca madre. Las puertas de acceso eran cuatro, y una de ellas del tipo 'clavicula'. Los ingenieros romanos eran extremadamente hábiles, tal como los describe el arqueólogo vizcaíno: «La 'clavicula' es un diseño de puerta a modo de cuarto de circulo, que obliga al atacante a girar a la izquierda cuando entra en el campamento, dejando al descubierto y desprotegido su flanco derecho, al llevarse el escudo en la mano izquierda».
Otro yacimiento arqueológico relacionado con la actividad bélica de los romanos es el de Andagoste, en la comarca alavesa de Kuartango. Fue localizado a finales de los 90, a raíz de las obras realizadas para la traída de aguas al municipio. Se encontraron varios proyectiles de plomo para hondas en el terreno, y entonces José Antonio Ocharan decidió pasar por la zona un detector de metales y se topó con una gran cantidad de balas de plomo y tachuelas de calzado.
En este caso nos encontramos ante una fortificación a medio hacer y los signos de una gran batalla. Se ha pensado que se produjo un enfrentamiento entre los indígenas de la zona y las legiones romanas, en la década de los años 40 del primer siglo antes de Cristo, pero Antxoka Martínez tiene otra opinión: «Vista la distribución de las balas de plomo y los clavos de las sandalias, lo que allí se produjo fue una batalla entre dos facciones romanas».
Andagoste constituye uno de los vestigios más antiguos de la presencia romana en el País Vasco. Hasta la fecha se había encontrado una única bala de plomo -de las usadas con las hondas-, la que localizó José Miguel de Barandiarán; en Andagoste se encontraron 114. Tampoco se había hallado ningún clavo de caliga de tipo antiguo -anterior al 22 a. C.-, y en ese lugar de Álava se hallaron más de 600.
Los vestigios de campamentos romanos más espectaculares se encuentran posiblemente en Palencia, en lugares como el monte Bernorio (municipio Villarés de Valdibia) y La Loma (Santibáñez de la Peña). Ambos sitios son testigos de cuando, en el siglo I antes de Cristo, el emperador romano César Augusto comenzó su asalto definitivo a los territorios dominados por cántabros y astures.
Las llamadas Guerras Cántabras se produjeron entre los años 29 y 19 a.C. Los vestigios hallados en tierras de la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra son en su mayor parte algo más antiguos, pero también del siglo I a.C.
En Navarra han aparecido más campamentos que en la Comunidad Vasca. Dos de ellos, muy cerca de Pamplona: el de Gazolaz (municipio de Zizur) y el de Zarbeta (valle de Aranguren). Ambos se detectaron mediante fotografías aéreas, en el primer caso gracias a una fotografía de Ruiz de Alda, realizada en 1927. Luego se hizo allí una plantación pinos y se destruyeron los terraplenes de las tropas romanas, pero el yacimiento ofreció una interesante colección de clavos de sandalias.
El campamento de Allide, en Ibiricu, resulta posterior a los demás, del siglo I d.C., y cuidaba un camino. Los Cascajos (Sangüesa), tenía un emplazamiento fácil de defender. Y el campamento de Fitero-Cintruénigo estaría relacionado con las guerras sertorianas, de hacia el 80 a.C.
Fuente: diariovasco.com | 5 de marzo de 2018
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