QARTHADAST - Carlos G. Wagner Prof. titular. Dpto. de Historia Antigua. UCM.
¡BIENVENIDOS A QARTHADASTH!
En uno de los lugares más hermosos de la costa mediterránea africana existió en otro tiempo una ciudad cosmopolita, próspera y orgullosa. Durante siglos dominó los mares hasta ser vencida primero y destruida, después, por la que se había transformado en su gran adversaria, Roma. Fundada por fenicios de Tiro en el último cuarto del siglo XI a. C., se convirtió en el centro de una gran y poderosa confederación marítima y, más tarde, en un estado agrario de grandes dimensiones territoriales. Su cultura, mezcla fecunda de influencias y experiencias de distinto origen, africanas, egipcias, etruscas, griegas, aunque de fuertes raíces orientales, trascendió sus límites urbanos para impregnar profundamente buena parte del Africa nordoccidental, perviviendo en algunas diversas manifestaciones varios siglos después de haber desaparecido. Su nombre en lengua fenicia, Qart Hadasht, fue traducido por los griegos como Karjedón y por los romanos en Cartago.
Su evolución política la llevó desde un sistema oligárquico dirigido por una serie de familias principales que presumiblemente descendían de los primeros colonizadores a otro de corte aristocrático, soportando en el siglo VI a. C. el intento de instaurar una tiranía y padeciendo el papel preponderante de los Magónidas -en muchos aspectos similar al de los tiranos griegos- hasta alcanzar finalmente una "república aristocrática", y, tras un postrero intento de golpe de estado, una democracia parangonable hasta cierto punto a la romana. Su propia proyección externa, en fin, realizada hasta el siglo III a. C. con métodos que primaban en muchos casos las alianzas y pactos desiguales sobre la conquista y la agresión directa está más cerca de las polis mediterráneas que de un imperio militar y expansivo.
En el curso de su historia los cartagineses alcanzaron un puesto preeminente en el Mediterráneo, llegando a tener una activa presencia en ultramar. Se trataba, sobre todo, de comercio, lo que exigía garantizar a comerciantes y mercaderes el acceso a los puertos, propios o ajenos, frente a amenazas como la piratería o la presencia de extranjeros hostiles, que entonces eran muy reales, en un contexto en el que la piratería, la guerra corsaria o el comercio pacífico no eran actividades incompatibles para quien las practicara.
Así que los cartagineses se afanaron en una una serie de tratados y alianzas recíprocas buscando la seguridad, pero que con el tiempo se tornaron desiguales por el predominio marítimo alcanzado por Cartago, creando de esta forma las condiciones para una supremacía, no sólo técnica sino también política, que les permitía garantizar la protección del comercio de sus aliados y, por tanto, presionarles circustancialmente, así como influir notablemente en la configuración de las relaciones externas. Una política similar a la que, un siglo más tarde, pondrían en marcha los atenienses al frente de la Liga de Delos sin recurrir tampoco, salvo circustancialmente, a la conquista y a la violencia directa.
Destruida de forma inmisericorde Cartago sobrevivió, sin embargo, a su ruina en el espíritu de sus gentes, en su lengua, sus costumbres, sus creencias religiosas. Tras su destrucción por las tropas de Escipión en la primavera de 146 a. C. fue reconstruida, casi cien años más tarde, como colonia romana, para convertirse en la capital de la nueva provincia. Bajo la dinastía de los Severos vivió la Cartago romana su época de esplendor. En el 439 fue ocupada por los vándalos, que luego serían expulsados por los bizantinos. La segunda y definitiva destrucción ocurrió en el 698 con la ocupación árabe de las tropas del califa Abd el- Melek. Pero durante todo este tiempo la Cartago púnica no se había aún extinguido por completo.
Sabemos por una inscripción neopúnica que los ciudadanos de Mactar, a los que en otros documentos epigráficos se les aplica aún el título púnico de
baalim, los “notables”, habían consagrado un santuario a Astarté, que seguiría siendo adorada como Venus. Tanit, la vieja diosa tutelar de Cartago, adoptó el nombre de Juno Caelestis y Ba`al Hammon el de Saturno, divinidad que gozó de una enorme popularidad en el Africa romana, sobre todo en los medios rurales.
Si las ideas y creencias religiosas pervivieron es porque la lengua y el pensamiento no habían desaparecido. Durante al menos otros dos siglos y medio después de la destrucción de la ciudad siguió utilizándose en el norte de Africa una escritura “neopúnica” cursiva. Luego, cuando a finales del siglo I, se perdió definitivamente, se siguió escribiendo púnico aunque en caracteres latinos, como demuestran las inscripciones procedentes de la Tripolitania. La lengua de Cartago se seguía hablando en muchas partes.
A comienzos del siglo V, San Agustín, otro ilustre africano, la consideraba, al igual que el latín, la lengua de los cristianos de Africa. El mismo poseía algunos conocimientos de ella, condición necesaria para ejercer el sacerdocio entre las poblaciones rurales de su país. El obispo de Hipona también nos cuenta que, en una ocasión, al interrogar a sus paisanos sobre su identidad, estos le respondieron en lengua púnica que eran “cananeos”.
La influencia de la agricultura púnica alcanzó asimismo la época árabe, en parte porque los romanos de manera muy pragmática se apresuraron a traducir al latín la obra de agronomía de Magón, con el fin de rentabilizar al máximo sus recientes conquistas africanas, con lo que los preceptos de la agricultura cartaginesa se siguieron aplicando sobre las mismas tierras, aunque con distintos dueños, y en parte porque de las distintas traducciones, al latín y al griego, de aquella obra algo llegó a través del tratado de Ibn al-Awan, escrito en el siglo XI.
Tampoco las instituciones cartaginesas desaparecieron tras la conquista romana. En Mactar, que en otro tiempo había sido el centro administrativo de uno de los distritos territoriales del “imperio” africano de Cartago, aún en la segunda mitad del siglo I los magistrados municipales eran sufetes, lo que también ocurría en otros lugares como Thugga, Leptis Magna o Cirta. La antroponimia revela igualmente esta pervivencia, bajo el manto aparente de la romanización, de la vieja cultura púnica. No es difícil encontrar en la onomástica del Africa romana de los primeros siglos de nuestra era nombres púnicos, junto con otros de ascendencia africana. La presencia cartaginesa, de más de mil años de antigüedad, se mantenía con éxito en los que habían sido los territorios de Cartago, a pesar del triunfo militar y político de Roma.
Existe toda una tradición historiográfica, que nace en la propia Antigüedad, en unos ambientes muy determinados relacionados con la tirania siciliota, empeñada en presentar a Cartago y sus gentes como un pueblo bárbaro y hostil, que ambicionaba dominar a los griegos. Una Persia de Occidente, frente a la que había que actuar como ante la amenaza oriental.
Fue el mismo Heródoto el primero que, en el siglo V a. C., denominó “bárbaros” a los cartagineses, aunque poniéndolo en boca de Gelón, tirano de Siracusa y enemigo de la ciudad griega de Himera, personaje por el que no muestra por cierto ninguna simpatía. Nada sabe aún el historiador de Halicarnaso de la existencia de una alianza entre los persas y los cartagineses. Respecto al sincronismo entre la batalla de Himera y la de Salamina, comenta que lo ha escuchado en Sicilia, y no le da más crédito que el que merece una simple coincidencia.
Unos diez años después de Himera escribía el poeta griego Píndaro su primera
Pítica, para celebrar la reciente victoria en los juegos de Delfos de Hieron, tirano de Siracusa, hermano y sucesor de Gelón, que había extendido su poder sobre casi toda la Sicilia griega. En ella estableció, con un carácter marcadamente propagandístico, un paralelo entre aquel conflicto y la victoria obtenida en Cumas sobre los etruscos con los éxitos de los griegos contra los persas. De paso, invocaba, como se ha hecho tantas veces, el peligro externo que representaban los cartagineses y los etruscos, para justificar y legitimar el poder autócrata del tirano que lo había acogido.
Ya en el siglo IV a. C., Éforo, nacido en la misma Cumas, atribuyó la sincronía Himera-Salamina a una acción concertada entre persas y cartagineses, muy influido como estaba por la doctrina panhelénica del filósofo Isócrates, que propugnaba la unión de todos los griegos para hacer la guerra contra los persas. Y en la siguiente centuria, Timeo de Taormina, un griego siciliota declaradamente anticartaginés, creó en gran parte la imagen prototípica del detestable púnico, que se estableció desde entonces en la mente de muchos de sus compatriotas.
Más tarde, en el siglo I a. C., cuando ya habían tenido lugar las tres grandes guerras entre Cartago y Roma, Diodoro de Sicilia, deudor en gran medida de Timeo, retomaba de nuevo la idea de una alianza entre persas y cartagineses y realizaba una amplia exposición de las pretensiones de Cartago sobre Sicilia. No obstante, como era un concienzudo recopilador, dio noticia también de la existencia de facciones procartaginesas en las ciudades griegas de Selinunte y Agrigento hacia finales del siglo V a. C. y nos muestra como los conflictos posteriores fueron provocados por algunos personajes griegos a los que movía la ambición de poder, como Harmócrates o Dionisio de Siracusa, tomando totalmente por sorpresa a los cartagineses. También menciona la política de este último, convertido ya en tirano, que hizo cundir el descontento entre los griegos de la isla, muchos de los cuales se refugiaron en las ciudades fenicias de su región occidental, aliadas de Cartago, a fin de preservar su libertad. Así que, sin pretenderlo, nos abre las puertas a otro modo de ver las cosas.
Los romanos y quienes escribieron para ellos comprendieron que resultaba más sencillo cargar las culpas, no sobre Cartago en conjunto, sino sobre una familia de sus más afamados y prestigiosos generales. Así lo hizo Polibio, un liberto griego que se convirtió en ferviente partidario de Roma y en propagandista de los Escipiones. Resulta curioso y a la vez significativo comprobar como cuanto más antiguas son las fuentes romanas, hombres como Celio Antípater, Fabio Pictor, o el mismo Polibio, menos desfavorables resultan en su tratamiento de Amílcar Barca y su hijo Aníbal, mientras que las más tardías, Tito Livio, Valerio Máximo, Apiano o Cornelio Nepote, son cada vez más negativas, hasta llegar al estereotipo que nos presenta a Aníbal como un hombre, impío, cruel y pérfido, un auténtico, diríamos hoy, criminal de guerra.
Así pues, la imagen convencional que tenemos de Cartago y sus gentes, de su cultura y su historia, está condicionada en gran medida por una tradición marcadamente anticartaginesa que perdura desde la misma Antigüedad. Esta tradición, que pretende igualar a los cartagineses con otros pueblos "bárbaros", como los persas, considerándolos una amenaza para los griegos, fue elaborada y difundida por autores como, Píndaro, Éforo, Isócrates, Diodoro, Polibio y Plutarco, afianzándose de forma irreversible tras la victoria de Roma sobre Cartago y, como no, con la pérdida de los escritos cartagineses. Una visión tan negativa de aquel pueblo no fue compartida por otros autores de la Antigüedad como Heródoto, Tucídides, Eratóstenes o el mismo Aristóteles, y parece hoy ciertamente exagerada. Pero finalmente los romanos, que la tomaron de los griegos, impusieron su propio punto de vista, ayudados por sus victorias en el campo de batalla.
En muchas ocasiones vemos a las gentes de Cartago a través del estereotipo de comerciantes taimados, a los que solo mueve el afán de lucro. No sólo la opinión pública comparte este tópico, sino que muchos estudiosos del tema, y otros intelectuales, lo han hecho suyo sin el menor reparo. Citemos como ejemplo célebre a Chateaubriand, quien dice lo siguiente de los cartagineses:
"Sus principios militares se diferenciaban también esencialmente de los que dominaban en su siglo. Aquellos comerciantes africanos, encerrados en sus despachos, encomendaban a ciertas tropas mercenarias el cuidado de defender la patria. Compraban la sangre a precio de oro, adquirido con el sudor de la frente de sus esclavos, y de este modo convertían en provecho propio el furor y la imbecilidad de la raza humana.
Más lo que distinguía particularmente a los habitantes de las tierras púnicas, era su carácter mercantil. Ya habían enviado colonias a España. a Cerdeña a Sicilia y a lo largo de las costas del continente de Africa, cuya vasta circunferencia se habían atrevido a medir y hasta se habían aventurado a penetrar en el borrascoso mar de las Galias, descubriendo las islas Casitérides. A pesar del imperfecto estado de la navegación, la avaricia, más poderosa que las invenciones humanas, les había servido de brújula en los desiertos del océano". (
Historia de la revoluciones antiguas, Buenos Aires, 1945, p. 82).
Al igual que otros antes y después que él, Chateaubriand ha escuchado la voz de Roma y la de los enemigos de los cartagineses, sin prestar atención a quienes protagonizan su relato. No podía ser de otra forma, porque la voz de Cartago había sido silenciada para siempre. Lo que ha sido descrito como el “gran naufragio histórico de la literatura cartaginesa”, que implica el de su historia, contada casi siempre por sus rivales, nos impide conocer su punto de vista. Por eso la mayor parte de la gente no es responsable de muchos de estos estereotipos.
Tampoco toda la responsabilidad es de los autores antiguos y de sus particulares puntos de vista. Como ha puesto de relieve V. Krings, una serie de episodios locales, que unas veces ocurren en el N. de Africa, como el del espartano Dorio y su frustrado intento de fundar una colonia en la Sirte, el de Pentatlo en la Sicilia occidental, o el de Alalia, frente a las costas de Córcega, han sido redimensionados por la historiografía moderna atribuyéndoles un alcance que los textos antiguos no les conceden en momento alguno.
Sirvan como colofón estas palabras del gran historiador actual de Cartago W. Huss:
"Sin embargo, seguramente eran infundados los reproches generalizados y amplificados que griegos y romanos dirigían a los púnicos. Por lo demás, de los testimonios epigráficos y arqueológicos procedentes de Cartago hay que deducir que los valores de justicia, fraternidad, sentido familiar y religiosidad alcanzaron en la vida de este pueblo elevadas cotas" (Los cartagineses, Madrid 1993, p. 32).
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La polémica. Atribuir a los tofets el carácter de necrópolis infantiles introduce, no obstante, nuevas incógnitas, ya que hay que explicar entonces el sentido votivo y no funerario de las inscripciones y la presencia de urnas que sólo tienen restos de animales, lo que pretende resolverse mediante el carácter iniciático de los rituales funerarios que allí habrían tenido lugar, de tal forma que los tofets resultarían espacios funerarios destinados a un rito específico de iniciación reservado a los niños de corta edad que fallecían por causas naturales, y no santuarios donde se practicaran sacrificios.
Por otra parte, el supuesto carácter iniciático del molk no tiene por que contradecir su naturaleza cruenta. Además, en contra de algunas pretensiones de ver un elevado numero de fetos entre las incineraciones infantiles de los tofets, como argumento de apoyo a la hipótesis funeraria, es preciso señalar que no hay manera de distinguir entre un niño nacido muerto prematuramente y uno que muere al poco de nacer (Ribichini y Xella, 1994: 82). Además, la evolución por edades que parece darse en algunos sitios, como Cartago, es difícil de explicar desde la perspectiva de la mortalidad infantil. En efecto, se ha observado en el tofet cartaginés que las urnas más antiguas son las que contienen un porcentaje mayor de niños de muy corta edad (prematuros o neonatos), mientras que las más recientes incluyen un mayor número de niños de un año y aún mayores (Stager, 1980: 7). ¿Como explicar tal contraste desde la mortalidad infantil?.
El mismo número de deposiciones en algunos tofets hace ciertamente improbable su utilización como necrópolis infantil, como ocurre en el de Monte Sirai. Igualmente, el escaso porcentaje de incineraciones infantiles observado en Motia en contraste con las deposiciones que sólo contienen restos de animales tampoco parece encajar muy bien con una mortalidad natural que se considera elevada. Por supuesto, todo ello contrasta con los cálculos que se efectúan para Cartago, unas 20.000 urnas entre el 400 y el 200 a. C, que no son sino la extrapolación al conjunto del tofet de la densidad de hallazgos obtenidos por el equipo de arqueólogos norteamericanos bajo la dirección de L. Stager en el sector excavado (1980: 3), pero entonces ¿debemos suponer que algunos tofets funcionaban como necrópolis infantiles mientras que otros no?.
A todo ello se puede aún añadir los datos obtenidos acerca de la posible, aunque discutida estacionalidad de los ritos según la edad de los animales sacrificados y las plantas utilizadas en la combustión, que de comprobarse, en modo alguno encajaría con la hipótesis de las necrópolis de niños. Por el contrario, dicha estacionalidad, de claros indicios equinocciales, podría ser puesta en relación con el carácter y naturaleza de Ba‘al-Hamon, la divinidad masculina que presidía los ritos que tienen lugar en el tofet, "señor del Amanus" y dios de la fertilidad y del cereal, así como de la montaña y de la atmosfera (Lipinski, 1988-90: 229 ss).
Finalmente algunos autores defienden el significado del tofet como santuario y la posibilidad, al mismo tiempo, de que se hayan producido realmente algunas incineraciones cruentas (sacrificios), aquellas que corresponderían a los restos de niños de mayor edad (Ribichini y Xella, 1994: 82 ss). Así, el tofet sería un lugar sagrado donde se realizan ritos diversos presididos por dos divinidades tutelares de la vida familiar, Ba`al Hammon, "señor de la capilla doméstica" y su paredra Tanit, lo que excluiría los holocaustos frecuentes ofrecidos a dioses terribles y sedientos de sangre. Una posición similar ha sido mantenida por otros (Suder, 1991) que, si bien rechazan el carácter de infanticidio generalizado para el sacrificio molk y la mayoría de los restos de las urnas que aparecen en los tofets, consideran sin embargo que no se puede excluir del todo la posibilidad de sacrificios de niños deformes o enfermos.
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El hallazgo de las estelas púnicas y neopúnicas de El-Hofra (Argelia) en el último tercio del siglo XIX marca el inicio de la moderna investigación sobre el sacrificio molk.. Primeramente la atención se había centrado en los textos bíblicos, pero, más tarde, con los descubrimientos en el tofet de Cartago a partir del invierno de 1921, los hallazgos que se iban obteniendo, no exentos de polémica, apoyaban la idea de que el molk era un sacrificio cruento conocido desde antiguo en Fenicia desde donde se había difundido por Israel y el occidente fenicio-púnico. No tardó mucho, sin embargo, en surgir una interpretación que atribuía los restos infantiles del tofet a la alta mortalidad por causas naturales.
Algo después, Deller, basándose en una serie de documentos neoasirios, propuso una interpretación figurativa y no literal de los pasajes bíblicos concernientes a “pasar los hijos e hijas por el fuego”, con lo que el molk quedaba convertido en una especie de sacrificio simbólico y, por supuesto, incruento. Tales ideas, tuvieron, no obstante escasa acogida y los estudiosos siguieron considerando el molk como un sacrificio cruento con pocas excepciones.
¿El final del dios Moloch?.
Por otra parte, Eissfeldt, primero, más tarde Dussaud, y luego Albright y también Fevrier, ayudados por la lectura de las inscripciones que aparecían en Cartago, habían establecido el significado del término molk como un determinado tipo de sacrificio, y no como el nombre de una divinidad, aunque Albright admitía la existencia en el norte de Mesopotamia y de Siria de un dios con este nombre (Muluk o Malik) al que se habían sacrificado niños como prenda de santidad de una promesa. En una posición intermedia de Vaux consideraba que esta palabra había tenido en principio un sentido sacrificial, siendo utilizada luego de forma equivocada en el Antiguo Testamento como un nombre divino debido a una confusión de los redactores hebreos.
Lo cierto es que la tesis de Eissfeldt se apoya sobre todo en la evidencia de las inscripciones púnicas, pero parece que fuerza, en algunos casos, la lectura de los textos bíblicos. Si bien buena parte de los autores que han tratado recientemente el problema se atienen a ella no faltan tampoco en los últimos años quienes han vuelto a encontrar argumentos para defender la existencia de un culto a un dios Moloch/Molech (Weinfeld, 1972; Heider, 1984; Day, 1989) que unas veces ha sido identificado con Ba‘al o el mismo Yahvé, y otras con el dios cananeo Mot, el amonita Milcom, el arameo Adad-milki, o el sirio Hadad.
También hay quien interpreta mlk como "rey" y lo consideran un epíteto de Yahvé, aplicado, asimismo, aunque de forma degradada a otros dioses menores o diablos y hasta quien hace desaparecer la misma palabra molek del texto hebreo más antiguo que sólo conocería el nombre de la divinidad amonita Milcom. No falta tampoco quien considera Molech una divinidad cananea del mundo inferior con sus orígenes en el dios mlk atestiguado en Ugarit que no sería otro que Malik, documentado en Siria y Mesopotamia como una forma de Nergal, el dios infernal del Mesopotamia.
El molk y el sacrificio de los primogénitos.
Pero, si bien se aceptaba la práctica de sacrificios infantiles, se pensaba que eran episódicos y muy esporádicos, produciéndose sobre todo ante situaciones críticas que implicaban grave peligro, como guerras, plagas, hambrunas, etc. y en círculos sociales muy restringidos y próximos a la realeza, según se podía leer, por otra parte, en los testimonios de Filón de Biblos, Diodoro de Sicilia o Q. Curcio Rufo. Además, la identificación del mlk con una versión humana del sacrificio de las primicias, que siguió gozando de crédito, bloqueaba la posibilidad de pensar en términos de infanticidios por motivos demográficos y/o económicos. La confusión provenía en gran parte del paralelo que se establecía con episodios como el sacrificio de Isaac o el del hijo del rey de Moab, y con las prescripciones de Éxodo, 22, 28-29 relativas a la ofrenda de las primicias.
También ha contribuido a la confusión un pasaje de Ezequiel (20.26), que es el único texto bíblico en el que se menciona a los primogénitos como víctimas del mlk. Pero aunque los primogénitos hayan podían ser ofrecidos en el mlk, éste no constituía un sacrificio específico de primogénitos. En este sentido, Lipinski (1988) ha mostrado las discrepancias en los textos bíblicos en el empleo de verbos y términos con sentido sacrificial, según se trate de la ofrenda de los primogénitos o del molk. Tampoco hay argumentos de peso en los autores clásicos, ni en la epigrafía de los tofets para seguir manteniendo la asimilación del mlk con el sacrificio de los primogénitos.
El molk incruento: génesis de la hipótesis funeraria.
Paralelamente, se había comenzado a señalar la ausencia de testimonios del mlk en la misma Fenicia, de donde se suponía que era originario, así como en el precedente Ugarit (Xella, 1978). Según Weinfeld, la presencia del mlk entre los hebreos, bien documentada en el Antiguo Testamento, se debería a la influencia de los asirios y los arameos, lo que ya había sido la opinión de Deller, e identifica el mlk bíblico como una manifestación del culto a Hadad, pero de carácter incruento. Según él se trataba en realidad de sacrificios simbólicos en los que la acción de «pasar por el fuego» debe ser interpretada figurativamente como la consagración de los hijos a la divinidad. También rechaza, por supuesto, toda conexión con los sacrificios infantiles de los fenicios y púnicos, que atribuye a situaciones excepcionales, y por consiguiente poco frecuentes, y que no estarían además institucionalizados.
La réplica de Smith (1975), insistiendo en el carácter cruento del sacrificio fue seguida de un trabajo de Kaufmann (1978) que determinaba la imposibilidad de conciliar el dios Adrammelek bíblico (corregido en Adadmelek por Weinfield) con el Adad-milki asirio, lo que constituía una pieza clave de la argumentación de Weinfeld. Pese a todo, un importante grupo de investigadores (Simonetti, 1983; Moscati, 1987; Ribichini, 1987; Olmo Lete, 1990) ha vuelto a cuestionar el carácter cruento del mlk, y un trabajo de Benichou-Safar (1981) sobre la escasez de enterramientos infantiles en las necrópolis de Cartago ha sido utilizado como punto de partida. Al poco, una reinterpretación de los textos antiguos (Simonetti, 1983) establecía una diferencia entre las noticias, más abundantes, relativas a asesinatos rituales, que habrían sido sumamente episódicos, y las que se refieren a verdaderos a sacrificios humanos. Como muy bien lo ha expresado Amadasi Guzzo (1986: 189 ss): "E infatti particolarmente arduo riuscire ad ammettere che popoli a noi relativamente vicini,sia nel tempo, sia nello spazio, abbiamo regolarmente praticato riti che non ci appaiano giustificabili: limitare il sacrificio dei bambini a casi eccezionali, se nom eliminarlo completamente, apare perciò come uno sgravio di coscienzia“. Así que una interpretación, que ha llegado a contar con un buen número de adeptos establece de nuevo el carácter incruento y simbólico del mlk, mientras que considera a los tofets como necrópolis infantiles.
Se ha especulado sin demasiada base acerca de una significativa helenización de la religión cartaginesa, pero si es cierto que ésta experimenta una evolución en función de determinadas circunstancias históricas, no lo es menos como señala F. Decret, que las pocas divinidades extranjeras que llegaron a recibir culto en la ciudad, como Deméter y Core, fueron probablemente sometidas a un proceso de reinterpretación con lo que resultaron integradas en el universo religioso púnico sin modificarlo. De hecho no tuvieron repercusión alguna sobre las creencias y prácticas populares.
Los documentos procedentes de las excavaciones, fundamentalmente los ajuares de las tumbas, junto con las estelas funerarias y votivas, nos permiten seguir el procedo de penereación de las influencias griegas en Cartago. Como ha observado G. Garbini este proceso se inicia en el siglo V a. C. Es apartir de entonces cuando las terracotas figuradas, las joyas, los motivos ornamentales, van perdiendo la rigidez hierática de las formas egitizantes que ahbían prevalecido hasta este momento. En las últimas fases de ocupación de las necrópolis de Duimes y Demerch asistimos a la presencia de piezas puramente griegas de la divinidad femenina, sustituyéndo a las imágenes asiáticas de la misma diosa. Durante el siglo IV a. C se hacen corrientes las terracotas figuradas de claro ambiente griego, tanto en la iconografía, como en su ejecuición, algunas probable representación de Demeter o de una diosa similar. En la cerámica importada se advierte una progresiva disminución de la corintia y la estrusca que es reemplazada por piezas de fabricación o inspiración helénica, procedentes de los talleres del sur de Italia y Sicilia.
Las estelas funerarias y votivas presentan estas influencias griegas, patentes en ciertos elementos arquitectónicos, como las capillas con frontones triangulares, acróteras, cornisas denticuladas, pilares columnas, capiteles, y determinados elementos decorativos como las guirnaldas y perlas, o simbólicos, como los trofeos, armas, caduceos delfines y motivos geométricos y vegetales.
También la arquitectura doméstica acusa las influencias procedentes de ambiente griego. En la vertiente S.O. de Byrsa se ha excavado parte de un barrio púnico en el mque las casas tienen algunos elementos de indudable origen helénico, como ciertos tipos de capiteles jónicos y columnas estucadas y acanaladas, pavimentos helenísticos -lithostrata- y una urbanización de calles rectas siguiendo el plano hipodámico. En Kerkouane, la ciudad púnica de Cabo Bon, han aparecido en las casas instalaciones higiénicas de tipo helenístico, pavimentos del mismo carácter, patios peristilos de tipo griego y un sistema de urbanización en torno a calles rectas y largas.
La arquitectura religiosa plantea muchos más problemas. A partir de la segunda mitad del siglo IV a. C y sobre todo de su último tercio, las estelas votivas cartaginesas se adornan con una ornamentación de tipo arquitectónico de dos columnas que sustentan un frontón triangular. Para algunos investigadores se trata de
cellae figuradas, representaciones, por tanto, de lo que sería la morada de la divinidad. Auténticos templos.
Por el contrario otros, entre los que destaca A., Lezaine, creen reconocer en ellas el encuadramiento inmediato de las estaua del dios, baldaquines semejantes a aquellos cuyos vestigios se han encontrado en la “capilla” Carton de Salambó y en el santuario de Tuburbus Majus. Cree este autor que no pueden ser templos, dada la ausencia en Cartago de elementos arquitectónicos pertenecientes a frontones triangulares, así como la costumbre fenicia y púnica de rematar los edificios con una cubierta en terraza plana, como también señala S. Lancel, y piensa que es improbable la identificación de los estelas con edificios distilos -próstilos que eran poco apreciados de los griegos y desconocidos en el N. de Africa hasta la conquista romana. Por su parte C. Picard considera que estos obstáculos no son insuperables, pero cree temerario reconstruir las fachadas de los edificios religiosos de Cartago a partir de las elevaciones de las cellae de las estelas.
Un examen pormenorizado de los diversos tipos de documentos que nos han llegado muestra claramente como la helenización en Cartago fue siempre un fenómeno ciertamente superficial y favorecido por el propio carácter cosmopolita de la ciudad, abierta por consiguiente a las principales influencias y modas de las corrientes culturales más pujantes en cada momento. Se trata de un fenómeno de difusión cultural, mediante el cual una sociedad determinada acepta préstamos culturales procedentes del exterior y los integra en su propio sistema de valores que no resulta por ello transformado. La pervivencia de la lengua, la religión y las costumbres así lo demuestra.
En el tofet las inscripciones llevan dedicatorias, igual que antes a Tanit y Baal Hammon, y algunas otras divinidades fenicias, como Baal Shamin. Los nombres teóforos, que conocemos por los textos antiguos y los testimonios epigráficos denotan la presencia exclusiva de divinidades púnicas, como Baal, Eshmun y Melkart. La tipologia de las tumbas permanece inmutable hasta los útimos días de Cartago. Los objetos de la vida cotidiana, como la vajilla más sencilla, no acusan ningún impacto de la influencia griega, y lo mismo puede decirse de la vestimenta, fiel a tradiciones de raigambre oriental, egipcia y chipriota, sobre todo de la masculina.
Aunque la arquitectura pública y privada presenta elementos de indudable procedencia griega, que son fundamentalmente motivos de prestigio, perduran los elementos tradicionales, como la construcción en altura con cubierta a terraza, de los que sabemois por Diodoro y Apiano, así como por pinturas murales y algunos otros objetos que los representan. La lengua se mantuvo, junto con las ideas y prácticas religiosas y el recuerdo de la propia identidad, muco tiempo después de la destrucción de la ciudad por los romanos, de acuerdo con el testimonio de San Agustín que al preguntar a los campesinos de sus país quienes eran, le respondieron en vieja lengua púnica, “cananitas”.
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No sabemos mucho de las ceremonias religiosas, públicas y privadas, que podían incluir sacrificios y ofrendas, pero las tarifas sacrificiales de Cartago testimonian una precisa organización del culto y los sacrificios. Esta documentación evoca liturgias rígidas, con detalles que nos recuerdan la puntillosa minuciosidad de las prescripciones contenidas en el Levítico. El cumplimiento de los rituales exigia la presencia de todo un personal asistente, como escribas, cantores, músicos, iluminadores, barberos y matarifes. De todas ellas, se puede destacar la de la resurrección de Melkart, entre cuyos oficiantes se hallaban sufetes y grandes sacerdotes, lo que indica que estaba rodeada de fasto y prestigio, a pesar del papel secundario de esta divinidad en el panteón de Cartago.
Los sacrificios, expiatorios, de comunión y holocaustos, al igual que el resto de la vida religiosa estaban cuidadosamente reglamentados. El cargo de sacrificador -zbh- era probablemente público y renovado anualmente. Las ofrendas incluían animales clasificados por categorías en las que intervenían la edad y el tamaño, por lo que no hay que descartar que las presidiera un criterio alimenticio, ya que unas partes eran para los sacerdotes y otras para quién ofrecía el sacrificio. Bueyes, vacas, terneras y becerros, ovejas, carneros, moruecos y corderos, aves y, posiblemente, ciervos, pero, además, había otras ofrendas que podían ser de harina, de aceite o leche. También podían ofrecerse panecillos y dulces.
El culto podía ser publico o privado, comunitario, colectivo o individual. A las grandes fiestas que presidían el calendario y la vida política de la ciudad, se sumaban otras manifestaciones de piedad de los fieles, organizados bien en colegios o corporaciones que, como testimonian algunas inscripciones de Cartago y Mackatar -mzrh- , poseían una personalidad jurídica y que desarrollaban alguna clase de actividad política o municipal, o en asociaciones, como el caso de mrzh, conocido ya en el oriente fenicio, que tenían una actividad esencialmente religiosa. El culto privado, con los ritos y ofrendas que entrañaba, se podía realizar bien a nivel de linajes, familias o de simples individuos.
Templos y santuarios.
En Fenicia, como en otros muchos lugares, el templo se concebía como la morada del dios y albergaba una imagen, a menudo anicónica del mismo. En los bamah, o "lugares altos" cananeos la divinidad masculina era representada por un estela de piedra y la femenina por un cipo de madera. En Cartago, los templos, que se encontraban bajo el control de funcionarios gubernamentales, poseían grandes riquezas, cuyos titulares eran los dioses, e incluso esclavos, pero eran propiedad del conjunto de la comunidad cívica representada por la ciudad, al igual que los puertos o los arsenales. Así, en situaciones de emergencia el Estado cartaginés y sus gobernantes podían, en nombre de bien público, echar mano de sus recursos. De los numerosos templos y santuarios de Cartago ya hemos tratado en una entrada anterior dedicada a la topografía y el urbanismo de la ciudad.
El sacerdocio.
La estructura del clero estaba organizada en una jerarquía al frente de la cual se hallaban los grandes sacerdotes, título que también ostentaban algunas mujeres. Las más altas dignidades religiosas fueron desempañadas por familias de la aristocracia que, al igual que los cargos civiles, las trasmitían de padres a hijos como demuestran las inscripciones en las que mencionan su genealogía. Una estela del tofet menciona dieciséis generaciones de sacerdotes de Tanit. Pero nada permite pensar, pese al indudable prestigio del que gozaban, que hayan llegado a constituir una casta en el seno del aparato del Estado.
El resto de los ciudadanos podía acceder al sacerdocio subalterno y a los oficios auxiliares del clero. A su frente había siempre un sumo sacerdote -rb khnm- que ejercía, en cada templo, de jefe del colegio sacerdotal. Las mujeres, tanto sacerdotisas -khnt-, como grandes sacerdotisas -rb khnt- no estaban exentas de las tareas del culto. Había una auténtica especialización sacerdotal según conocemos por la existencia de una serie de títulos, como “peluquero del dios”, “despertador del dios”, “iluminador”, cuyas tareas solo en parte están claras. Entre el personal del culto había también esclavos y esclavas de muchas clases, que se encargaban de los menesteres más humildes.
Los sacerdotes recibían los beneficios que les procuraba el servicio religioso, en particular los sacrificios, y se han conservado algunas tarifas que especifican minuciosamente los honorarios debidos por los fieles para tales menesteres. El gobierno se ocupaba, asimismo, de la administración de la vida religiosa. En Leptis Magna esta documentada la existencia de un magistrado que representaba la potestad estatal en el estamento religioso, y es posible que tal cargo existiera también en Cartago. Los Ancianos de Cartago se encargaban de elegir una comisión de diez hombres “los diez que están al frente de lo sagrado”, con atribuciones para inspeccionar la construcción y restauración de los templos y otros monumentos. Otra comisión de treinta hombres, “los treinta varones que están al frente de los tribunales”, actuaba con absoluta independencia en asuntos tales como establecer la relación de las cantidades que había que retener de las ofrendas.
¿Culto a los héroes?.
Algunos indicios, empezando por la leyenda de Elisa, de la que se afirma que recibió culto después de muerta, permiten sospechar la existencia de algún tipo de culto a los héroes en Cartago. La tradición respecto a la fundadora de la ciudad ha sido recogida en la Antigüedad, además de por Justino, por el poeta Silio Itálico:
“En medio de la ciudad, dedicado a los Manes de Elisa, la fundadora, rodeada tradicionalmente por los tirios de una piedad respetuosa, cercado por un cinturón de tejos y pinos que, con su sombra lúgubre, esconden la luz del día, había un santuario. Es allí, dice la leyenda, que la reina habría dicho adios a los desvelos de la vida terrenal” (Púnica, I, 82-87).
Pero hay otros podibles testimonios, además del relato etiológico sobre los Altares de los Filenos, como el de Amilcar, derrotado en Himera en el 480 a. C., según nos cuenta Heródoto:
“...los bárbaros, dicen, estuvieron luchando contra los griegos desde el amanecer hasta bien avanzada la tarde (durante tanto tiempo, según cuentan, se prolongó el enfrentamiento. Por su parte, Amilcar permanecía, entretanto, en su campamento y ofrecía sacrificios propiciatorios, inmolando sobre una gran pira reses enteras. Y resulta que, cuando estaba realizando libaciones sobre las víctimas y vio que sus tropas se daban a la fuga, se arrojó a las llamas. Así fue en definitiva, como desapereció: quedó reducido a cenizas.
Pero ya desapereciera de la manera que dicen los fenicios, o de cualquier otra, lo cierto es que a Amilcar le ofrecen sacrificios y, además, le han eregido monumentos funerarios en todas las ciudades de sus colonias, el más importante de los cuales se encuentra en la propia Cartago” (VII, 167; TRAD. C. Schrader).
Una variante de este posible culto a los héroes sería el culto funerario que, según algunas hipótesis, habría tenido lugar en el tofet y del que sería un probable indicio una estela (CIS, 5780) que muestra una mujer tocada con una larga túnica plisada, en actitud de estar medio arrodillada y efectuando una libación con la jarra que sostiene en su mano derecha.
Los semitas occidentales, entre los que se encontraban los fenicios, concebían la existencia del alma -neshemah - y el espíritu -ruaj- tal y como aparecen también mencionados en el Antiguo Testamento. El espíritu, que en ocasiones se concebía como una sombra, correspondería a ese aliento de vida de procedencia divina, que también los animales podían poseer, siendo el alma equiparable a "deseo" o "voluntad", el aspecto volitivo del espíritu.
Mitos y cosmogonías.Un mito fenicio, adaptado luego a la mentalidad griega, narra como del viento, enamorado de su propio principio, surgió Mot, un caos de cieno del que aún no se habían separado las aguas, y del que se formó el resto de la creación. Cushor, un dios artesano, parece que desempeñó un papel activo en la creación de las cosas. Otro mito es el representado en la leyenda de Ba‘al y Anat, en realidad una dramatización de la lucha de la vegetación contra las inundaciones marítimas que siembran el caos, el desorden y la muerte.
El esquema de la leyenda es similar a otras conocidas en Oriente y Egipto, ya que se trata un mito agrario que describe y explica el ciclo de la vegetación en sus diversas estaciones. Tras la lucha de Ba‘al contra Yam, personificación del mar como fuerza destructiva que amenaza la tierra cultivada, se sucede el combate de Ba‘al contra Mot, símbolo de la sequía y de la muerte. En él Ba‘al es derrotado y muerto. Llorado por su padre El fue enterrado por su esposa/hermana Anat, quién finalmente logró matar a Mot, dispersando los miembros de su cuerpo como los granos de trigo en el campo. Más tarde Ba‘al, encontrado por Anat, revive y derrota a sus enemigos.
Un mito agrario es también el de Adón, conocido como Adonis por los griegos, dios-espiritu de la vegetación nacido de un árbol y muerto mientras cazaba un jabalí, y Astarté, diosa de la fecundidad y el amor, que baja al mundo subterráneo para buscarle y llevarle de nuevo entre los vivos. Adón/Adonis, resucitado en la primavera, moría con el estío y era lamentado por la diosa, que lo hacía revivir después del invierno. Era venerado en toda Fenicia, celebrándose en el verano fiestas con largas procesiones en su honor. La antigua concepción oriental del dios sufriente subyace en todos estos mitos.
El “mas allá” y los ritos funerarios.Las tumbas y sus ajuares nos hablan de la creencia de que los difuntos debían ser instalados con confort y protección, que se ofrecía por medio de amuletos y figurillas apotropáicas de terracota así como por medio de los rasuradores, que estaban decorados con temas esencialmente religiosos, que serían talismanes asociados a los actos de piedad que en vida realizó el difunto. Los huevos de avestruz pintados que aparecen en las tumbas eran un símbolo de vida y regeneración. Asimismo la presencia en algunas tumbas de pequeñas máscaras con la representación de un rostro con los ojos muy abiertos y de colgantes de pasta vïtrea policromada que repiten la misma imagen nos sugiere la existencia, entre los difuntos, de alguna clase de iniciados.
La incineración estuvo presente, junto con la inhumación, en las necrópolis más antiguas de la ciudad y no se generaliza hasta finales del siglo V a. C. Su mayor difusión se ha interpretado como una influencia griega que acentuaba las perspectivas escatológicas, aunque el impacto de la cultura griega sobre los cartagineses se ha exagerado mucho. Otros, como S. Lancel la creen una consecuencia de la expansión urbana que cada vez dejaba menos sitio a las necrópolis e imponia un ritual que ocupara menos espacio. Esta hipótesis, que se basa en la paralela reducción de los ajuares, que no se puede interpretar como un signo de empobrecimiento, y en la persistencia de la inhumacíon en otras necrópolis de Cabo Bon, no debe descartarse.
Escatologia púnica.Muy poco sabemos de las creencias de los cartagineses en una vida tras la muerte, aunque es indudable que las tuvieron. Algunas pinturas de tumbas sugieren creencias muy elaboradas. En una, de la necrópolis de Djebel Mlezza, en Cabo Bon, cerca de Kerkouane, el alma del difunto aparece representada como un gallo, símbolo apotropaico muy fuerte, frecuentemente asociado a los mausoleos funerarios en el N. de Africa. En otra de Kef el Blida una nave de guerra ocupada por ocho personajes, ¿tal gvez los ocho dioses fenicios de la navegación?, es precedida por un personaje que flota en el aire, y que se ha interpretado como el alma del difunto o un genio malefico que trata de oponerse al avance de la nave fúnebre. De ser ciertas tales interpretaciones, también los cartagineses, como muchos otros pueblos, habrían concebido la existencia de una masa acuática como separación entre este mundo y el otro.
Magia y adivinación.Los cartagineses creían en la existencia de espíritus, cuya intención a veces era ocasionar daño y de los que se protegían con diversos procedimientos, pero, sobre todo, mediante amuletos y signos apotropáicos. Muchos de estos amuletos han aparecido en las excavaciones de las necrópolis cartaginesas. Los más utilizados eran de procedencia o influencia egipcia, como el ojo oudja, el uraeus, la representación del dios Ptah y las de Bes y Anubis. Los escarabeos se depositaban igualmente en las tumbas para garantizar la protección del difunto. Es frecuente que lleven los nombres de los faraones de la época, ya que la eficacia mágica de estos talismanes dependía mucho de esta referencia al rey y su poder, y nos revelan asimismo la profunda influencia que siempre ejerció Egipto sobre Cartago.
La religión era un aspecto muy importante de la vida y la cultura de los cartagineses, que, como buenos semitas, se mostraron profundamente piadosos y notablemente conservadores en sus creencias y en sus prácticas. Su universo religioso respondía al de sus ancestros fenicios, con algunas influencias, que fueron asimiladas y reelaboradas, procedentes de su entorno mediterráneo, particularmente egipcias y griegas. Su alcance, sin embargo, fue limitado y superficial, sin qué podamos hablar de un proceso de helenización de la religión púnica.
Ba‘al Hammon.En Cartago la principal divinidad era Ba‘al Hammon, atestiguado también en las estelas y dedicatorias del N. de Africa, Sicilia, Cerdeña y Malta. Originario de Oriente, algunos investigadores señalan sus relación con el fuego o el calor, “el Señor del altar de los perfúmes” o, más bien, “el Señor de las ascuas”, mientras que otros lo interpretan como “Señor del Amanus”, una divinidad atmosférica relacionada con la tormenta y la lluvia. Todas estas interpretaciones de su teónimo nos hablan de su personalidad rica y compleja.
Su identificación posterior con el Saturno romano, bajo cuya forma pervivió en el norte de Africa mucho tiempo después de la destrucción de Cartago, sugiere que era el protector y garante de la prosperidad de la ciudad y que al mismo tiempo poseía aspectos relacionados con la regeneración y la fecundación. Su iconografía era la de un dios barbado tocado con la tiara y sentado sobre un trono.
Tanit.La diosa Tanit, de origen oriental, aunque durante mucho tiempo se creyó que era una divinidad exclusivamente africana, era la consorte de Ba´al Hammon en el panteón cartaginés. La supremacía absoluta de Ba‘al-Hammón, documentada en las inscripciones más antiguas del tofet, comienza a ser desplazada desde finales del siglo V y comienzos del IV a. C., por la aparición conjunta de la diosa Tanit. A partir de entonces, la importancia que va adquiriendo es cada vez mayor, apareciendo incluso frecuentemente sola en las inscripciones. Estas le dan el epíteto de “cara de Ba‘al” y por una de ellas sabemos de la existencia de un templo dedicado a Astarté y a Tanit del Líbano.
Fuera de Cartago aparece asociada a Astarté en el templo de Tas es-Silg, en Malta. Su iconografía es rica pero de difícil interpretación, destacando sobre todo el famoso “signo de Tanit”, un triángulo coronado en su vértice por una raya horizontal, que en ocasiones tiene los extremos levantados, y rematado por un círculo, en el que se ve una esquematización realista de la imagen oriental de la diosa desnuda o de la hieródula de los brazos extendidos, muy frecuentes en Siria y Canaán a finales de la Edad del Bronce.
Tanit era una divinidad de carácter ctónico a la que se han atribuido rasgos escatológicos. Según G. Garbini, los cartagineses habían adoptado el culto de la sidonia Tanit, hipóstasis de Astarté, a raíz del paso de la monarquía, si admitimos que alguna vez existió en Cartago, a la oligarquía, para distanciarse de Tiro, donde Melkart era la divinidad más importante. Otros explican la creciente popularidad de la Tanit en Cartago como consecuencia de su conversión en un estado agrario. También se ha señalado que la población de origen sidonio que llegó a la ciudad tras la conquista asiria fue la responsable de la introducción de su culto.
Melkart.Otros dioses presentes en el panteón cartaginés eran Eshmún que, junto con Astarté, figura profusamente en la composición de muchos teóforos púnicos, Ba‘al Shamin, Ba‘al Haddad y Melkart. Respecto a este último, que fue asimilado con el Heracles griego, su presencia, tan antigua como los mismos orígenes de la ciudad, está documentada tanto en la onomástica como en las inscripciones, que aluden a él en ocasiones como “resucitador de la divinidad, esposo de Astarté”, pero, a diferencia de Tiro, ocupó en Cartago un papel secundario hasta que la influencia política de los Bárquidas, que lo convirtieron en su divinidad familiar, lo situó de nuevo en un primer plano.
Las divinidades extranjeras.Respecto a los dioses extranjeros, en los primeros años del siglo IV a. C., se introdujo de forma oficial entre los cartagineses el culto a Demeter y Core, dos divinidades griegas de la fertilidad y el mundo subterráneo, según sabemos por Diodoro de Sicilia. Sus templos en las afueras de Siracusa habían sido profanados por las tropas de Himilcon durante el sitio de ésta en el 396 a. J. C., lo que, se dice, le atrajo la cólera divina y el posterior desastre en el campo de batalla. Parece que los dioses de Egipto, país con el que se mantuvieron frecuentes y buenas relaciones y cuya influencia está presente en diversos aspectos de la vida de Cartago, también tuvieron cierta presencia, según atestiguan los teóforos de muchos cartagineses, aunque es imposible establecerla con un mínimo acierto.
La cuestión del Mercado.
Los principales medios de producción estaban constituidos, aún en lugares como Cartago, donde el comercio tenía una gran importancia, por la tierra y el trabajo no libre -que no hay que confundir necesariamente con esclavitud ya que existían variadas formas de dependencia- por lo que difícilmente el Mercado, tal y como lo entendemos hoy, podía intervenir dirigiendo o regulando los procesos económicos. Los elementos propios de una economía de mercado, como la iniciativa privada, las ganancias y los beneficios, el riesgo, y la fluctuación de los precios en función de la oferta y la demanda, no desempeñaron un papel dominante al encontrarse sometidos a unas condiciones que emanaban, no de la actividad económica, sino de las esferas jurídica, política y social.
Los intercambios no mercantiles desempeñaban a menudo un importante papel en el conjunto de la actividad comercial, y las propias oscilaciones en los precios eran frecuentemente ocasionadas por factores de índole extraeconómica, en el sentido moderno del término, como plagas, sequías, guerras o decisiones políticas. El comercio podía constituir una fuente importante de ganancias, pero lo interesante es observar como la tendencia general consistía en reinvertir dichas ganancias en la adquisición de tierras o en los préstamos con interés.
En la propia Cartago los datos de que disponemos muestran la existencia de diversos grupos de población dependiente y, por supuesto, ciudadanos libres, junto a una aristocracia involucrada al mismo tiempo en la política y el comercio. Una situación típica de la Antigüedad que hace muy improbable la existencia de un auténtico mercado de trabajo que movilice la fuerza de trabajo, la tierra y las subsistencias. Ahora bien, sin mercado de trabajo no es concebible una economía de mercado, y sin economía de mercado, el comercio, que es sólo una parte de la actividad económica, difícilmente se podrá regir por la oferta-demanda, la libre competencia o la iniciativa privada. Aún así, muchas personas confunden valor de cambio o presencia de moneda con economía de mercado.
Sector público/sector privado.¿Cual era, por otra parte, la diferencia entre iniciativa privada y pública?. En muchas ocasiones, en las sociedades antiguas los límites entre lo que nosotros llamamos el sector público y el privado son imperceptibles o no se encuentran bien definidos, al no formar la economía una esfera independiente de la actividad política o las relaciones sociales, lo que posibilitaba que unas mismas personas pudieran actuar en ambos sectores simultáneamente. Según Aristóteles la aristocracia cartaginesa que detentaba el poder se enriquecía mediante negocios diversos:
“Es absurdo también creer que se produce el cambio hacia la oligarquía por lo siguiente, porque los magistrados son codiciosos y negociantes, y no porque los que sobresalen con sus fortunas no consideran justo que tengan parte en la ciudad por igual los que nada tienen y los que tienen. En muchas oligarquías no es posible enriquecerse, sino que hay leyes que lo impiden; pero en Cartago, con un gobierno democrático, se enriquecen y en modo alguno han cambiado”. (Pol., V, 12, 1316b; TRAD. C. García Gual y A. Pérez Jiménez)Este enriquecimiento y los negocios que lo generan ¿se realizaban a título público o particular?. Seguramente la pregunta le habría resultado inadecuada al filósofo ateniense. Tanto en la economía fenicia como en la cartaginesa el objetivo de la producción estaba fijado por las necesidades de reproducción social de la élite, por lo que la acumulación de capital no tendría significado o sería muy limitada. A pesar de ser una ciudad volcada al comercio Cartago llegó a desarrollar un importante sector agrario. El comercio, como una forma específica de distribución mediante intercambios no puede ser extraído, sin más, del resto de las actividades económicas, relacionadas con la producción y el consumo, con las que constituye un todo.
Por supuesto los comerciantes financiaban las compras, fletaban los barcos y se hacían cargo de los costes de transporte y almacenamiento, por lo que la iniciativa privada se encontraba bien representada. Pero no se habría podido desenvolver sin la ayuda del Estado que era responsable de la política marítima, garantizando la seguridad en las rutas y puertos y fijando las equivalencias de los recursos más perentorios para la economía pública, al tiempo que encargaba las pertinentes adquisiciones a las compañías de comerciantes y mercaderes. Sin la presencia e intervención del Estado y, en su nombre, de los agentes del gobierno, la iniciativa privada es dudoso que hubiera podido llegar a existir alguna vez, lo que por otro lado es válido para las condiciones generales en que se desarrollaba el comercio antiguo y aclara, de paso, un elemento crucial del debate entre los que asignan un carácter mercantilista a la economía antigua y quienes por el contrario lo niegan.
La moneda.La presencia de moneda tampoco debe ser mal interpretada. Su uso fue más antiguo entre los griegos que entre los cartagineses, a los que se considera, junto con los demás fenicios, el pueblo, comercial por excelencia. No obstante, la aparición de la moneda tuvo aquí y allí un significado extraeconómico, sobre todo social y político, dentro del desarrollo de las relaciones sociales y de la definición de valores, que implicaba la aparición de sentimientos cívicos y de emblemas con los que identificarse. Entre los griegos, la moneda hizo su aparición como una perpetuación de los valores de "prestigio", del blasón y de la "profusión" aristocrática muy pronto transformada en mero instrumento "político" y del progreso normativo de la comunidad cívica.
Las primeras monedas cartaginesas se acuñaron en Sicilia durante el siglo V a. C. y fueron empleadas fundamentalmente en retribuir a las tropas mercenarias. En cualquier caso, la circulación de bienes y monedas no coincide en general, ni en el ámbito local, por la ausencia de fracciones pequeñas en la acuñación, lo que implica que tales monedas no estaban destinadas a los intercambios, ni fuera de su área de emisión, donde son raras, por lo que el comercio de gran alcance no ha podido ser un factor determinante en la creación de la moneda.
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En Cartago los trabajos artesanales y especializados eran desempeñados normalmente por hombres libres. Como en otras partes, los artesanos transmitían su oficio de padres a hijos y se agrupaban por corporaciones de tejedores, orfebres, curtidores, alfareros, etc. bajo la autoridad de un gran maestro.
En las inscripciones cartaginesas podemos encontrar un amplio elenco de estos trabajadores especializados entre los que reconocemos al arquitecto, al maestro de obras, al cantero, al tallador de piedra, al escultor, al obrero especializado en la ornamentación, al trazador (¿ingeniero?) de caminos, los diversos tipos de fundidores, de bronce, de oro, de hierro, de metal colado, y otros trabajadores del metal, como el orfebre, al fabricante de pinzas, de lámparas, de sandalias, de perfumes, al tallador de mármol, al fabricante de cercas, de carros, de arcos, de redes de pesca, diversos tipos de carpinteros y torneros, así como de tejedores, al fabricante de cuerdas y los distintos tipos de alfareros y fabricantes de vasos. A veces en el campo iconográfico se representan una serie de instrumentos en consonancia con la función o el tipo de trabajo a que se alude en la inscripción.
En los grandes talleres metalúrgicos, así como en los arsenales y en los puertos, en los de tejidos y de tintura, y en los grandes alfares trabajaba una abundante mano de obra integrada por hombres libres y también por esclavos. Pero existían además talleres mucho más pequeños, algunos casi domésticos, en donde el propietario trabajaba ayudado por uno o dos aprendices que podían ser esclavos. Algunos de estos talleres-tienda han sido descubiertos por los arqueólogos en el barrio tardo-púnico de la vertiente meridional de Byrsa. Allí también ha aparecido, en una pequeña plazoleta formada en la intersección de dos calles, el tenderete de un orfebre que realizaba su actividad al aire libre trabajando la coralina, el coral y la obsidiana.
Otros oficios.La construcción naval era, por otra parte, uno de los sectores que más mano de obra requería, y a los carpinteros, armadores y calafateadores se sumaban los encargados de fabricar las velas y cordajes para lo que se empleaba preferentemente el esparto. Asimismo, el mantenimiento de los puertos requería numeroso personal, como también eran abundantes aquellos que se dedicaban a la pesca y a las salazones. Todo ello sin contar con los obreros, arquitectos, ingenieros y toda clase de artesanos y artistas, ya citados, que participaban en las variadas tareas de construcción.
También había gentes cuya ocupación profesional era la de médicos, curanderos, astrólogos, educadores, etc., aunque aquí como en los restantes casos desconocemos los pormenores de su estatuto laboral.
Aquí, como en los restantes casos, desconocemos los pormenores de su situación laboral, si bien algunas escuetas informaciones permiten sospechar que una parte de los que trabajaban en los diversos oficios lo hacían por su cuenta mientras que otros se hallaban vinculados a templos, santuarios y otras empresas públicas, como los arsenales, las cecas en las que se acuñaban, al menos desde el siglo IV a. C., las monedas utilizadas para pagar a funcionarios y mercenarios del ejército, y los trabajos portuarios. Como se aprecia en las inscripciones procedentes de la misma Cartago, la especialización y la división del trabajo habían alcanzado un notable desarrollo y las relaciones de producción se caracterizaban por una convivencia de los pequeños propietarios, bien agricultores o dueños de algún pequeño taller artesano, y los grandes propietarios esclavistas.
Las manufacturas.La producción, muy diversificada, de manufacturas ocupaba un lugar destacado en la economía cartaginesa. Entre las de mayor calidad, la metalurgia tenía un lugar importante y llegó a alcanzar una gran perfección técnica. Otro tanto ocurría con la orfebrería. Los oinokoes de bronce, los estuches para aguardar amuletos, los collares, pendientes, brazaletes y colgantes, los rasuradores rituales de bronce, címbalos, campanillas, y otros objetos y herramientas de uso más cotidiano, como espejos, cuchillos, pinzas, martillos, tenazas, etc. fueron fabricados por los artesanos púnicos con singular maestría.
Otros sectores destacados fueron los textiles, con la confección de telas de lana y de lino. Las mejores eran teñidas de púrpura. La extracción de este tinte, el único indeleble en la Antigüedad, de un pequeño molusco, el murex, y su aplicación a los tejidos de calidad constituía una habilidad por la que los fenicios habían sido siempre famosos. También se trabajaba la pasta de vidrio y el marfil, en los que los cartagineses llegaron a crear pequeñas maravillas, auténticas obras de arte. En cambio, la alfarería cartaginesa no destacó nunca por su calidad, salvo ciertas máscaras y figurillas de carácter religioso, y se limitó a la producción de contenedores—ánforas, frascos para perfumes y ungüentos, etc.—así como a la vajilla doméstica y funeraria.
Está fuera de dudas que la confederación marítima liderada por Cartago respondía, sobre todo, a la necesidad de acceder a fuentes estables de aprovisionamiento de alimentos, productos suntuarios para consumo de la élite socio-política y, claro está, materias primas, fundamentalmente metales. El comercio constituía sin duda alguna una fuente importante de ganancias, pero en Cartago, como en cualquier otra parte, la tendencia general consistía en reinvertir dichas ganancias en la adquisición de tierras o en los préstamos con interés.
Comerciantes y mercaderes.
El comercio a gran escala, era dirigido por compañías pertenecientes a la aristocracia. Financiaban las compras, fletaban los barcos y se hacían cargo de los costes de transporte y almacenamiento. Comerciantes y mercaderes se hallaban muy especializados. Por sus propias inscripciones, bien funerarias o votivas, conocemos a los mercaderes de oro, de perfumes, de hierro, de marfil, de lino y de salazones, entre otros. La presencia de los comerciantes cartagineses está documenta en los textos antiguos, en la epigrafía y por los resultados de la investigación arqueológica, en lugares tan diversos como Menfis, en Egipto, Siracusa, Selinunte y Agrigento, en Sicilia, Corinto o Atenas, en Grecia, además de las ciudades etruscas y la misma Roma arcaica.
Parece que residían en sectores o barrios específicos, seguramente como metecos -extranjeros que no gozaban de los derechos políticos- pero que desarrollaban una importante actividad económica local. Algunas ánforas descubiertas en Cartago llevaban un nombre púnico escrito con carácteres helénicos, lo que parece indicar que su contenido (¿aceite o vino?) estaba destinado a ser vendido entre los griegos.
En la propia Cartago aparecen mencionados a menudo en las inscripciones, con fórmulas como "jefe de mercaderes", "negociante de la ciudad", "mercader de oro", "mercader de perfumes", mercader de hierro", "mercader de marfil", "mercader de aceite", "mercader de rosa aromática", lo que nos proporciona una somera idea de la organización jeraáquica y la especialización que parecen haber caracterizado sus actividades.
Las mercancías.
Las mercancías se obtenían de las manufacturas cartaginesas, de los productos de la agricultura púnica sobre las tierras conquistadas en el norte de Africa, así como de aquellos que llegaban de diversas procedencias. Los metales de la Península Ibérica, plata, hierro y cobre, el estaño de las Casitérides, y el oro africano arribaban a sus puertos, y también el vino y el aceite de Agrigento, el afamado vino de Rodas, cerámicas de Atenas y del sur de Italia, así como las salazones de pescado, que alcanzaron gran fama en todo el mundo antiguo, sobre todo las más refinadas, como el celebrado garum. La producción de las factorías de salazón ibéricas y africanas se centralizaba en Gadir y Lixus respectivamente, y desde allí eran enviadas a Cartago que luego las distribuía por distintos lugares del Mediterráneo, según algunos testimonios, como el de Timeo, a quien se achaca un pasaje atribuido a Aristóteles:
“Dicen que los fenicios que habitan la llamada Gadira, cuando navegan más allá de las Columnas de Heracles, con viento de Levante arriban en cuatro días a unos lugares desiertos, llenos de algas y de ovas que durante la bajamar no se ven cubiertos, pero que se inundan con la pleamar. Y que en ellos se encuentra una extraordinaria cantidad de atunes de increíble tamaño y grosor, cuando se quedan varados. Una vez que los salazonan y envasan los llevan a Cartago. Son estos los únicos que no explotan los cartagineses, ya que por la calidad que tienen como alimento, los consumen ellos mismos”. (Ps. Aristóteles, Mirabilia, 136; TRAD. A. Bernabé)
Omitimos a menudo el, sin duda, importante comercio de esclavos en el que participaron activamente los cartagineses, como tantos otros pueblos de la Antigüedad. Se trata de un comercio que deja poca o ninguna traza arqueológica, aunque si pingües beneficios para quienes lo practicaban, como tampoco la dejan otras mercancías menos singulares, como es el caso de la sal, la púrpura y los tejidos lujosos, una producción típicamente fenicia y también cartaginesa.
La organización del comercio.
Una estrategia del comercio fenicio y cartaginés en territorio africano consistía en aproximar la producción de aquellas mercancías que, por su naturaleza y volumen, más incrementaban los costes de transporte y almacenamiento, lo más posible a los lugares de intercambio.
En muchas ocasiones el comercio precisaba de la ayuda de los poderes públicos. Las distancias en días de navegación, dados los medios técnicos disponibles, eran grandes, los riesgos, aunque muchos de naturaleza extraeconómica, elevados, y los particulares por sí solos apenas podían hacer nada sin la intervención eficaz de las autoridades. Amenazas como la piratería o el bandidaje, para los que no existían siempre unos límites bien definidos, eran realidades concretas a las que había que hacer frente. Una solución era el llamado comercio administrado que se regía por pactos y acuerdos diplomáticos más que por tratados comerciales. Sin la participación de las autoridades era difícil lograr garantías de gozar cierta seguridad en los puertos visitados.
En muchos otros casos era necesaria protección militar frente al bandidaje o la piratería. Otras veces, se precisaban acuerdos políticos con las autoridades de determinados territorios que había que atravesar o donde establecerse. Las disposiciones procedían de los centros oficiales y las autoridades públicas (templos, palacios, gobiernos), y las equivalencias, que muchas veces podían sustituir a los precios, se encontraban reguladas por medio de disposiciones legales. Las mismas autoridades que establecían las equivalencias, garantizaban mediante pactos y tratados el libre acceso de los mercaderes a los lugares donde se realizaban los intercambios, así como la limpieza en las transacciones que solían efectuarse en presencia de algún tipo de funcionario o magistrado. En el primer tratado romano-cartaginés se dice que un funcionario público será garante de las transacciones efectuadas en Africa y Cerdeña.
Comercio silencioso.
En algunos lugares del norte del Africa atlántica el comercio cartaginés parece haber adquirido un carácter especial, como leemos en Herodoto:
"Los cartagineses cuentan también la siguiente historia: en Libia, allende las Columnas de Heracles hay cierto lugar que se encuentra habitado, cuando arriban a ese paraje, descargan sus mercancías, las dejan alineadas a lo largo de la playa y acto seguido se embarcan en sus naves y hacen señales de humo. Entonces los indígenas, al ver el humo, acuden a la orilla del mar, y, sin pérdida de tiempo, dejan oro como pago de las mercancías y se alejan bastante de las mismas. Por su parte, los cartagineses desembarcan y examinan el oro; y si les parece un precio justo por las mercancías, lo cogen y se van; en cambio, si no lo estiman justo, vuelven a embarcarse en las naves y permanecen a la expectativa. Entonces los nativos, por lo general, se acercan y siguen añadiendo más oro hasta que los dejan satisfechos. Y ni unos ni otros faltan a la justicia; pues ni los cartagineses tocan el oro hasta que, a su juicio, haya igualado el valor de las mercancías, ni los indígenas tocan las mercancías antes de que los mercaderes hayan cogido el oro". (I, 196 ss; TRAD. C. Schrader)
Se trata de un ejemplo claro del denominado comercio silencioso con el que se pretende evitar tensiones y conflictos en situaciones caracterizadas por la desconfianza mutua, que puede estar inducida por las diferencias culturales y lingüísticas, distintas formas de economía e intercambios, el temor a los extranjeros, etc. En este caso, la actitud de los autóctonos podría estar justificada por el miedo de que los cartagineses actuaran como cazadores de hombres, apresándoles para venderles luego como esclavos en cualquier lugar del Mediterráneo, como ha sugerido F. López Pardo.
Hay algunas referencias en los textos antiguos sobre la captura de esclavos en el país de los garamantes que pueden apoyar esta hipótesis. Según el mismo Heródoto:
“Los susodichos garamantes, además, dan caza con sus cuadrigas a los etíopes trogloditas, pues, por las historias que nosotros hemos oído contar, cabe afirmar que los etíopes trogloditas son los hombres más rápidos del mundo a la carrera”. (IV, 183, 4; TRAD. C. Schrader)
La pesca y la ganadería tenían una considerable importancia. El mar y los rebaños que pastaban en las tierras del norte de Africa aportaban grandes recursos a la economía de Cartago y a la alimentación de los cartagineses. El trato y el cuidado a estos animales figuraba igualmente en la “enciclopedia” de agronomía de Magón, así como las cualidades que debían ser valoradas a la hora de su compra:
“Como quiera que estas cualidades sean tan variadas y diversas, cuando el labrador ha de enfrentarse con la compra de los novillos debe seguir unos preceptos comunes y ciertos que el cartaginés Magón dio, y que nosotros exponemos a continuación. Han de comprarse bueyes nuevos, cuadrados, que tengan los miembros grandes, las astas largas, negras y fuertes, la frente ancha y crespa, las orejas erizadas, los ojos y los belfos negros, las narices romas y abiertas, el cerviguillo largo y carnoso, la papada grande y que baje hasta cerca de las rodillas, el pecho ancho, las espaldas espaciosas, la barriga gruesa y como de vaca preñada, las costillas largas, los lomos anchos, el espinazo derecho y llano o aunque este bajado, las ancas redondas, las piernas recias y derechas, pero más bien cortas que largas, las rodillas no malas, las pezuñas grandes, la cola muy larga y poblada de cerdas, el pelo en todo el cuerpo espeso y corto, el color rubio u obscuro y el tacto del cuerpo muy suave” (Columela, VI, 1; TRAD. C. J. Castro).En otro lugar se refiere a la castración de los novillos:
“Magón es del parecer que se castren los novillos mientras aún estan tiernos y que esto no se haga con hierro, sino que se compriman los testículos con un pedazo de cañabeja hendida, y se vayan quebrantando poco a poco. Asimismo cree que el mejor género de castración es el que se hace en la edad tierna sin herida...” (Columela, VI, 26; TRAD. C.J. Castro).Bueyes, vacas, cabras y ovejas proporcionaban carne y leche además de cuero, lana y fuerza de tracción para la agricultura, que también empleaba asnos y mulas, el transporte y la guerra.
No obstante, no sólo eran importantes para la alimentación, la agricultura o el transporte. Las inscripciones sacrificiales cartaginesas nos muestran como formaban parte también de la vida religiosa cotidiana de las gentes de Cartago. Así, la célebre "Tarifa de Marsella" enumera como animales a sacrificar, bueyes, y en orden decreciente, terneras, ciervos, carneros, machos cabríos, corderos, cabritos, cervatillos y pájaros, junto con cerales y libaciones de aceite o leche. Estos sacrificios se realizaban muy frecuentemente y con diversos motivos, dar gracias a las divinidades, suplicar la concesión de un favor divino, etc, y una parte era reservada para los sacerdotes y otras para quién hacía la ofrenda, por lo que tales costumbres constituían otra forma de consumo.
En cuanto a la pesca, satisfacía tanto las necesidades de la mesa como de la industria. Las salazones de pescado, que llegaron a alcanzar gran fama en todo el mundo antiguo, sobre todo sus productos más refinados, como el celebrado
garum, tenían un a gran importancia para la economía cartaginesa. La producción de las fábricas de salazón ibéricas y africanas se centralizaba en Gadir y Lixus respectivamente, y desde allí eran enviadas a Cartago que luego las distribuía por los distintos mercados mediterráneos. Pesquerías púnicas han sido localizadas en diversos lugares de la costa occidental norteafricana, como en Ruspina (Monastir), Ras Kapudia, cerca de Cheba, Leptis, etc. Trazas de la manufactura del
garum han sido halladas en Jerba y otros sitios púnicos de Túnez, Argelia y Marruecos. En otras ocasiones se conocen los alfares donde se producían las ánforas en que se almacenaban las salazones de pescado, como ocurre en Kuass, en Marruecos. El murex era igualmente apreciado para la extracción de la púrpura.
Como afirma López Pardo (1996: 22 y 27) "La abundante pesca estacional, y sobre todo la posibilidad de su larga conservación quizás sean la clave de la supervivencia de muchos de los enclaves fenicios costeros a los cuales se les ha supuesto que cubrían su abastecimiento alimenticio por otros medios, ya sea la propia actividad comercial, que incluiría la adquisición de alimentos, o bien que los propios enclaves desarrollarían ellos mismos producciones agrarias en los valles en cuya desembocadura se encuentran...
De tal manera consideramos que los recursos pesqueros debieron jugar un papel fundamental en la propia supervivencia de algunas factorías como parecen sugerir los casos de Rachgoun y Essaouira. Además parece confirmarse últimamente que una parte al menos de las ánforas fenicias arcaicas conocidas como R1 producidas en el área del Estrecho contenían salazones de pescado. Una de estas ánforas, de la segunda mitad del s. VIII a.C. hallada en Acinipo, en el interior de la provincia de Málaga, contenía restos de pescado y berberecho, lo cual es un interesante indicio no sólo de la antigüedad de esa industria en la región, sino también de que los fenicios vendían estos productos a los indígenas del interior a través de los valles en cuyo límite se habían instalado. Análisis petrológicos realizados sobre fragmentos de ánforas aparecidos en Cartago en niveles del s. VIII a.C. demuestran que algunas ánforas fueron importadas desde la región del Estrecho. Es muy posible que estos contenedores polivalentes de vino, aceite y salazones de pescado se difundieran hasta el Mediterráneo Central debido a que contenían fundamentalmente salazones de pescado y no otra cosa. Difícilmente se exportaba a Cartago desde la región del Estrecho vino o aceite. De esta manera podemos sugerir que las conservas de pescado fueron introducidas en el circuito comercial por los fenicios desde muy temprano. La salazón de pescado es producto de coste relativamente bajo, claramente monopolizado por los fenicios y que sirvió como elemento de intercambio con los indígenas del interior. Todo lo cual lo configura como un producto típico para el intercambio desigual, bajo coste social de producción y monopolio".
Para muchas ciudades fenicias y púnicas la pesca debió de constituir una de sus principales fuentes de riqueza, sobre todo a partir del reajuste de la economía colonial que se aprecia desde finales del siglo VI a. C., en el que los metales, sin descartarse, pierden su antigua preponderancia. Tal es lo que se advierte en las monedas de muchas de ellas, en las que frecuentemente aparecen representados peces, como el atún. Tal ocurre con las monedas de Gadir y otras ciudades fenicias en la Península Ibérica.
En cualquier caso, también está documetado el consumo religioso del pescado, sobre todo en los banquetes fúnebres, que junto con libaciones, solían acompañar el sepelio del difunto, como se constanta por los restos de platos de pescado, que aparecen rotos de forma ritual, en diversas necrópolis fenicias y púnicas. No podía ser de otra manera, en gentes tan allegadas al mar y sus recursos.
Por otro lado, las conservas de pescado, precisaban de otra materia prima imprescindible como era la sal, único conservante eficaz conocido en el mundo antiguo, por lo que las salinas y su explotación estaban directamente relacionadas. Aunque ignoramos los detalles de la explotación de la sal en el mundo púnico, que también se utilizaba como un complemento en la alimentación del ganado, sabemos que en época helenística solían constituir un monopolio del Estado, y parece que tal pudo haber sucedido en la Iberia de los Bárquidas, aplicando modelos de gestión procedentes seguramente de Cartago.
Aunque en Cartago el comercio era, desde luego, una de las principales actividades económicas, no implica que no existiera la propiedad agrícola, incluida la de mediano y pequeño tamaño, o que ésta fuera insignificante. Muchos cartagineses eran seguramente propietarios agrícolas, y no necesariamente grandes propietarios. La importancia de la agricultura cartaginesa y los cuidados que se prodigaban a las tierras se percibe en la descripción de la campiña de Cartago en los textos antiguos y en el alto grado de competencia de los agrónomos cartagineses. El testimonio de Diodoro de Sicilia sobre las explotaciones agrícolas de Cabo Bon, con ocasión de narrar la invasión de Agatocles, no puede resultar más explícito:
“Todo el país que tenían que atravesar estaba jalonado de jardines y huertos regados por numerosos manantiales y por canales. Las casas de la campiña, bien construidas y blanqueadas con cal, bordeaban la ruta y mostraban en cualquier parte su riqueza. Las habitaciones estaban provistas de todo aquello que contribuye a los gozos de la vida y que una paz prolongada había permitido reunir a los moradores. La tierra era cultivada con viñas, olivos y un enjambre de árboles frutales”. (XX, 8, 2)
Muchas de estas explotaciones rurales contaban con mansiones fortificadas, como aquellas que poseía Aníbal Barca en el litoral de la Bizacena, y que los romanos llamaron castella o turris.
Los agrónomos cartagineses: Magón.
La explotación del territorio africano que había convertido a Cartago en un estado agrario, sin duda el mayor de su época, afectó a las relaciones de propiedad ya que una parte de esta tierra fue anexionada a la campiña cartaginesa. Como en otras partes la adquisición de tierra por medio de la conquista sirvió para reducir las fricciones sociales y para modelar una clase de campesinos notablemente conservadores.
Los cartagineses parecen haber concedido a la tierra y a su explotación un interés particular. La importancia de la agricultura cartaginesa se manifiesta en la orden dada por el Senado romano, tras la destrucción de la ciudad, de traducir al latín los veintiocho libros de agricultura de Magón, un tratado o enciclopedia con consejos técnicos prácticos sobre los tipos de suelos, el cultivo de cereales, olivos, vides y frutales, así como consejos sobre las técnicas de irrigación, injertos, podas, cuidado de huertos y la elaboración de vinos y aceite junto a la conservación y almacenaje de los frutos. El propio Columela le consideraba el padre de la ciencia agrícola, en la que, según su opinión los cartagineses habían sido muy versados:
“No se ha de ocultar a un labrador los demás preceptos de la agrícultura, que habiendo sido dados muchísimos de ellos por escritores cartagineses, nuestros cultivadores hacen ver que muchos de ellos son falsos. Pongamos por ejemplo a Tremelio, que quejándose de esto mismo, lo excusa diciendo que siendo el suelo y el clima de Italia y Africa de diversa naturaleza, las tierras no pueden dar los mismos frutos”. (I, 1, 6; TRAD. C.J. Castro)
La importancia del tratado de agricultura de Magón queda también reflejada en las sucesivas traducciones que se hicieron del mismo. Una en griego, y algo abreviada, en torno al año 88 a. C. Esta versión fue luego abreviada en seis libros por Diófanes de Nicea, a mediados del siglo I a. C. Aún en tiempos de Pompeyo se hizo un nuevo resumen de la misma. Mucho más tarde, en la compilación de Casiano Baso, conocida como Geopóntica, se encuentran aún extractos de la obra de Magón, en pleno siglo IV de nuestra era.
Las explotaciones agrícolas, en las que destacaban la horticultura y la arboricultura, eran trabajadas por esclavos y por hombres libres similares a los aparceros. Algunas alusiones a las formas de propiedad y producción han sido también interpretadas a favor de las posible existencia de una forma de trabajo agrícola análoga al colonato romano. El propio Magón aconsejaba en contra del absentismo de los propietarios; he aquí su testimonio según lo recoge Columela:
“Esto es, según creo, lo que quiso dar a entender el cartaginés Magón, poniendo al frente de sus escritos esta sentencia ‘El que comprare una heredad en el campo, venda su casa no sea que quiera vivir más bien en ésta que en la de aquella, porque el que prefiere habitar en la ciudad, no tienen necesidad de posesión en el campo’. Precepto que si se pudiera observar en estos tiempos, no lo alteraría yo”. (I, 1, 89; TRAD. C.J. Castro)
Dirigida por capataces debidamente instruidos, esta mano de obra aplicaba unos conocimientos mediante los cuales los cartagineses, hábiles como sus antecesores fenicios en todo tipo de cultivos frutales, habían llegado a introducir variedades más rentables, adaptando mediante injertos las plantas silvestres que, como los almendros, las higueras, los granados, los olivos o las viñas, existían en estas tierras africanas. Organizada sobre bases racionales, conocimientos prácticos e innovaciones técnicas —como la prensa de aceite o el plostellum punicum, una especie de trilladora— toda esta producción, y sobre todo la oleicultura y la vinicultura, contribuyó a aumentar la riqueza de Cartago.
Viticultura y oleicultura.
En el siglo V a. C. los cartagineses aún importaban aceite de Sicilia, así como vino, particularmente de Agrigento. De una noticia de Diodoro (XIII, 81, 4-5) podemos deducir que a finales del mismo siglo el cultivo sistemático de árboles frutales no había sido aún introducido en las tierras del norte de Africa, pero ya era una realidad en el 310 a. C., cuando la invasión de Agatocles. El mismo autor nos hace saber (XX, 8, 4; 79, 5) que en el 306 a. C. los cartagineses exportaban ya sus excedentes de cereales.
Algunos consejos sobre viticultura de Magón son recogidos por Columela:
“Demócrito y Magón alaban la parte septentrional del cielo, porque piensan que las viñas que miran hacia ella se hacen muy fértiles, pero que en la bondad del vino las vencen las demás...Lo que debe hacer el que planta (una viña) es: lo primero, trasladar desde el plantel la planta muy reciente, y si puede ser en el mismo momento que quiera ponerla, procurando sacarla con cuidado y entera; enseguida podarla por entero, como si fuera una vid vieja, dejándola reducida a un sarmiento solo muy fuerte, y alisarle los nudos y las cicatrices, y si también se lastimaran algunas raíces al sacarlas, lo cual se evitará, poniendo mucho cuidado, cortarlas. Finalmente, ponerla encorvada de manera que las raíces de las dos vides no se entrecrucen entre si; esto es fácil precaverlo poniendo transversalmente en el suelo del hoyo algunas piedras de un peso que no pase de cinco libras cada una. Estas parece que separan de las raíces las aguas del invierno y las preservan de los calores del estío, como lo escribe Magón, al cual sigue Virgilio... El mismo autor cartaginés prueba que el orujo de la uva mezclado con estiércol da fuerza a las plantas puestas en el hoyo, porque el primero la provoca y excita a echar raicillas nuevas, y el último suministra calor en los inviernos fríos y húmedos a los hoyos, y en el estío da alimento y humedad a las plantas...
El cuidado de la plantación no deber ser otro que el que he descrito en el tercer libro. Sin embargo, el cartaginés Magón añade a este método una cosa, y es que las plantas se pongan de manera que no se llene el hoyo enteramente de tierra, sino que se deje desocupada la mitad, poco más o menos, y que en los dos años siguientes se vaya llenando poco a poco, pues cree que de esta suerte se obliga a la vid a echar raíces hacia abajo”. (III, 12, 5; 15; V, 5, 4; TRAD. C.J. Castro)
En el mismo autor se ha conservado la receta para la elaboración de un vino de gran calidad y fama, el pasum, que todavía hoy se sigue haciendo en algunos lugares del norte de Africa:
“Magón prescribe que el excelente vino de pasas se haga del siguiente modo que es tal como lo he hecho también yo mismo. Se debe coger la uva temprana bien madura, desechar los granos secos o defectuosos, clavar en el suelo, a una distancia de cuatro pies, unas horquillas o estacas que se unen entre si por medio de varales, para que sostengan cañas que se pondrán sobre ellas. Encima de éstas se extenderán las uvas al sol, y de noche se cubrirán para que no les caiga la rociada. Luego que se hayan secado, se desgranarán y se echarán los granos en una tinaja o tinajilla, y en la misma se echará mosto exquisito, de manera que queden enteramente cubiertos. A los seis días, luego que lo hayan embebido hasta hincharse, se meterán en un capacho pequeño y se estrujarán en la prensa, y se recogerá el vino que hayan dado. A continuación, se pisará el orujo, después de haberle echado mosto muy reciente de otras uvas que habrás asoleado durante tres días, y se revolverá bien el orujo con el mosto, y por último se pondrá debajo de la prensa y se echará al instante este segundo vino en vasijas, que se taparán para que no se haga más áspero. Después, al cabo de veinte o treinta días, así que haya dejado de hervir, se pasará a otras vasijas e inmediatamente se asegurarán las tapaderas con yeso, y se les pondrá encima un pedazo de cuero”. (XII, 39, 1; TRAD. C.J. Castro)
Plinio, por su parte, ha conservado algunos de los consejos de Magón sobre la plantación y el cuidados de los olivos:
“...pero en Africa se cuenta que hay muchos olivos llamados miliarios por el peso del aceite que dan anualmente. Magón también prescribe un intervalo (entre cada uno de ellos) de setenta y cinco pies, o de cuarenta y cinco al menos en suelo delgado, seco y aireado...Magón recomienda plantarlos sobre las lomas, en terreno seco y arcilloso, entre el otoño y el solsticio de invierno, en terreno duro y regado o un poco más húmedo, de la siega al solsticio de invierno”. (N.H., VII, 93 y 128)
Los cereales.
Las tierras africanas de Cartago eran muy aptas para el cultivo de cereales, cuyas cosechas estaban además aseguradas por la pluviosidad media anual. En este sentido los fenicios de Cartago no fueron innovadores. La agricultura cerealista era ya practicada por las poblaciones africanas antes de la fundación de la ciudad. El tipo de arado que se utilizaba, sencillo y relativamente ligero y manejable, mantenido por los púnicos y reconocible aún en la actualidad - si bien realizaba una roturación no muy profunda del suelo, precisamente por ello, contribuía a mantener su fertilidad. La cama, o flecha curva, terminada en una mancera que el labrador sostenía con la mano, se prolongaba horizontalmente en un dental en cuya parte delantera se encajaba la reja, la única pieza metálica de esta herramienta. Detrás de ella, y a ambos lados, una tabla atravesaba lateralmente el dental y hacía las veces de rodillo. un timón de tiro se encajaba en la cama por medio de clavijas de madera.
La agricultura de cereales, a la que los sesenta y seis pasajes de la obra de Magón, recogidos por Columela, Varrón y Plinio, no dedican más que unas breves alusiones, se practicaba, sobre todo, en la región de las Grandes Llanuras, en el medio Mejerdah, y en aquellas de la Bizacena y las de los alrededores de Zaghouan, Hadrumeto y Aggar. Se cultivaba un trigo de gran calidad y alto rendimiento que daba, en palabras de Varrón (I, 44, 1) “ciento por uno”. La misma Cerdeña parece haber constituido el granero de emergencia de Cartago. Los análisis faunísticos, antracológicos y polínicos efectuados en Tharros señalan un cambio ostensible en la vegetación de la zona hacia los siglos V-IV a. C. con la progresiva desaparición del bosque mediterráneo en el entorno del yacimiento y su sustitución por cereales como el trigo y la cebada, legumbres, como habas y guisantes, y frutales, como perales y granados. Pero no sabemos aún que relación puede tener todo ello con la política agraria de Cartago.
La historiografía moderna sobre Cartago se remonta al siglo XIX. W. Bötticher fue el primero en publicar una descripción coherente de la Historia de los cartagineses. En 1878 veía la luz el trabajo de R. B. Smith, que, sin embargo, no suponía ningún progreso importante. Un año después salía a la luz el primer volumen de la Historia de los cartagineses de O. Meltzer, el más amplio estudio realizado en mucho tiempo. Tras un segundo volumen, que se publicó en 1896, la obra fue concluida por Kahrstedt con un carácter muy distinto. En el primer cuarto del siglo XX la monumental obra de G. Gsell llevaría a una nueva cota la investigación de la historia de Cartago y el norte de Africa.
Las primeras excavaciones arqueológicas.
En 1833 C.T. Falbe, cónsul general de Dinamarca en Túnez, publicaba en Paris el primer mapa arqueológico de Cartago junto con un trabajo sobre el emplazamiento de la ciudad. Las primeras excavaciones científicas en el suelo de Cartago fueron, sin embargo, realizadas por Ch. E. Beulé en 1859 en la meseta de Byrsa. Tras él un sacerdote de la orden de los Padres Blancos, A.L. Delattre, desarrolló una infatigable labor en las necrópolis durante casi cincuenta años. Merecen también mención las excavaciones realizadas por P. Glaucker, A. Merlin y L. Carton. Este último excavó en el sector de los puertos de Cartago.
En las primeras semanas de 1922 F. Icard y P. Gielly, dos modestos funcionarios de la administración colonial, iniciaban las excavaciones del tofet, descubierto por ellos mismos, apenas unos días antes, al seguir una noche a un proveedor tunecino, y excavador clandestino, de estelas, cipos y otros monumentos similares. Suspendidas por falta de dinero y por desavenencias con la Dirección de Antigüedades -a pesar del excelente trabajo realizado que dio lugar al primer informe científico sobre el tofet publicado en 1923 por L. Poinssot y R. Lantier que, sin embargo, no habían participado en las excavaciones- fueron reanudadas por el norteamericano F. Kelsey y el británico D. Harden, que sistematizó por primera vez la estratigrafía del tofet, con el aval científico del padre Chabrot, editor del
Corpus Inscriptiorum Semiticarum. Luego fue otro Padre Blanco, G. G. Lapeyre quien realizó excavaciones entre 1934 y 1936 descubriendo miles de cipos, estelas y urnas, un inmenso material del que apenas publicó unas pocas páginas.
Las excavaciones de P. Cintas.
Tras la pausa impuesta por la segunda guerra mundial, P. Cintas, último de una estirpe de arqueólogos autodidactas y dotado de una extraordinaria intuición para los hallazgos, reanudaba las excavaciones en julio de 1944. Con él la investigación arqueológica del tofet de Cartago recibía un nuevo y vigoroso impulso. Llegó hasta uno de los límites del recinto, en su lado oeste y descubrió, confirmando las observaciones anteriores de Harden, a una profundidad de entre seis y siete metros, los depósitos votivos más antiguos colocados por los cartagineses sobre la capa de tierra arcillosa y negra que cubría el suelo rocoso y arqueológicamente virgen. En 1950 publicó su voluminosa
Ceramique punique, que presentaba las bases de una ceramología para el mundo púnico. Además de en Cartago, este arqueólogo infatigable, trabajo también en el suelo de la vecina Utica. Su muerte prematura en 1975 impidió que se publicaran en extenso los resultados de sus excavaciones en el tofet.
La campaña internacional bajo el patrocinio de la Unesco.
Ese mismo año comenzaba la campaña internacional, patrocinada por la Unesco en estrecha colaboración con el Instituto Nacional de Arqueología y Arte de Túnez, para la salvaguarda de Cartago, que duró hasta 1979. Diversos equipos de distintas nacionalidades participaron en ella. La misión americana, bajo la dirección de L. Stager, reemprendió la excavación del tofet, allí donde la había dejado Kesley a raíz de su muerte en 1927. Un equipo francés, dirigido por S. Lancel, centró su excavación en la colina de Byrsa.
Los ingleses, bajo la dirección de H. Hurst, trabajaron en el área de los puertos, mientras los alemanes, dirigidos por F. Rakob excavaban en la llanura litoral. El cúmulo de hallazgos fue considerable. Un nuevo sector del tofet salía a la luz y sorprendía la densidad de ofrendas en él depositadas. En Byrsa fueron encontrados restos de antiguas habitaciones púnicas, así como parte de un barrio tardío de la ciudad y un sector de la necrópolis arcaica. Las excavaciones en el área de las dos lagunas han permitido recuperar partes importantes de los dos puertos helenísticos de la ciudad, mientras que viviendas y talleres, así como un lujoso “barrio” marítimo y un tramo de la muralla que daba al mar han sido recuperados en el sector de la llanura litoral.
La investigación actual y las perspectivas de futuro.
En la actualidad la mayor parte del trabajo de investigación arqueológica es llevado a cabo ejemplarmente por los arqueólogos tunecinos bajo los auspicios del Centre des Etudes de la Civilisation Phénicienne Punique et des Antiquités Libyques y del Institut National du Patrimoine dirigido hasta hace poco tiempo por M.H. Fantar, que durante muchos años excavó en la ciudad púnica de Kerkouane, en Cabo Bon, próxima a Cartago. Una serie de campañas han sido desarrolladas en la misma Cartago desde el 2000 por miembros de la Universidad de Ghent, de la Universidad de Hamburgo y de la Universidad de Amsterdam en estrecha colaboración con los arqueólogos tunecinos. Sus trabajos se han centrado, fundamentalmente, en la topografía y el desarrollo urbano de la Cartago púnica, así como en las necrópolis más antiguas de la ciudad. Se puede encontrar una buena sisntesis de todos estos trabajos arqueológicos en la publicación "
Punic Carthage: Two decades of archaeological investigations" disponible on-line.
Futuras excavaciones aún pueden depararnos sorpresas, pero existe un nutrido grupo de monumentos, conocidos al menos parcialmente, que aún esperan la paciente labor de los investigadores. Nos referimos a las miles de inscripciones cartaginesas sobre las estelas votivas o funerarias que, publicadas primero en el
Corpus Inscriptiorum Semiticarum y diseminadas más tarde en muchas publicaciones de carácter científico, pueden arrojar mucha luz sobre distintos aspectos de la vida de la ciudad. Se trata de un arduo trabajo de recopilación, lectura e interpretación que espera su momento, en el que los epigrafistas, filólogos e historiadores aún no han dicho su última palabra.
Según la tradición Cartago había sido fundada por una princesa de Tiro que se autoinmoló arrojándose a las llamas y de la que, en ningún momento, se menciona su posible descendencia. Tras la trágica desaparición de Elisa ¿hubo más reyes en Cartago o se implantó otra forma de gobierno?. Es ésta una pregunta que ha suscitado acalorados debates cuya exposición pasamos a exponer ahora.
Los supuestos reyes cartagineses. La discusión en torno a la naturaleza del poder ejecutivo en Cartago se centra en dos interpretaciones muy distintas de la información que sobre esta cuestión contienen los textos antiguos. Es cierto que a los personajes que se situaban al frente del gobierno en Cartago los autores griegos los denominan con el término basileus y los latinos con el de rex. Por ello algunos investigadores y estudiosos han visto en ello la prueba de la existencia de una institución monárquica en Cartago, que, al fin y al cabo habia sido fundada por una princesa de la casa real de Tiro.
Así, G. Ch. Picard ha señalado que en todos los textos griegos Magón y sus sucesores reciben el título de Baisileus. Más recientemente W. Ameling defiende que la realeza existió durante muchos siglos en Cartago, coexistiendo incluso con la magistratura de los sufetes, aunque habría sufrido una evolución, desde unos primeros reyes con plenos poderes, según el modelo oriental, pasando por reyes cuyas funciones habían sido restringidas al mando militar por la nobleza, como Malco o Amilcar, que incluso compartían con los mismos nobles, hasta los reyes cuyas únicas atribuciones eran las religiosas, que habrían desaparecido definitivamente en el siglo II a. C.
Los textos antiguos.La primera mención a un basileus cartaginés corresponde a Amilcar, que luchó en Himera en el 480, y fue derrotado por Gelon, tirano de Siracusa. Sin embargo, Herodoto especifica que el cargo que detentaba no era hereditario, pues dice que había sido elegido para ocuparlo a causa de su valor:
“Y por cierto que he oído decir que Amílcar... llegó a rey de Cartago por su valía personal...” (VII, 166)
Diodoro, por su parte, al hablar de Anibal, el general que reemprendió la lucha en Sicilia en el 410 a. C, y de su sucesor Himilcón, nos informa también acerca del acceso al cargo. Según su testimonio ambos fueron elegidos “de acuerdo con la ley”. También Aristóteles, en su comentario a la constitución de Cartago, señala que estos
basileis eran elegidos y que desarrollaban su funciones políticas junto con el consejo de la nobleza, presentando los asuntos ante la asamblea popular.
Estos reyes además, dice el filósofo, no son del mismo linaje, sino del que destaca y se eligen más por distinción que por edad. Parece bastante claro, por tanto, que los autores griegos antiguos, han utilizado el término de basileus para caracterizar una magistratura electiva de los cartagineses, que no puede ser otra que la de los sufetes, queriendo tal véz resaltar en gran poder que llegaban a reunir en su persona y tal vez la escasa presencia del pueblo en el gobierno de la ciudad. Un pasaje de Conelio Nepote sobre el sufetato de Aníbal abunda en este mismo sentido:
“De la misma manera, en efecto, que en Roma se dan los cónsules, Cartago elegía cada año dos reyes provistos de poderes anuales”. (
Han.,VII, 11)
Las inscripciones.Por otra parte, muchas inscripciones encontradas en Cartago contienen, en la genealogía de sus autores, antepasados de los que se menciona que han sido sufetes, y que en alguna ocasión se remontan a finales del siglo VI y comienzos del V a. C. Dos de ellas concretamente, sobre las que ha llamado la atención C. Krahmalkov, son especialmente interesantes. La más temprana, de en torno al año 450 a. C., aunque solo se conserva parte del texto, nos proporciona la fecha en que se realizó, en el vigésimo año de
Uspt Utm bqrthdst, la magistratura de los sufetes de la ciudad. La segunda se fecha en el año 406 a. C. y contiene un breve relato de la batalla de Agrigento. La fórmula de la fecha es caracteristica del año epónimo, fijado según la magistratura de los sufetes que ejercían el cargo. Pero, además, los comandantes del ejército púnico, Anibal e Himilcon, no son denominados con el titulo mlk -"rey”, sino que la fórmula empleada es la de rb, cuyo significado sería el de “general”. Lo mismo sucede respecto a sus predecesores Giscón y Hanón.
La magistratura electiva y anual.Todo ello ha llevado a otros investigadores y estudiosos, entre los que ya destacó S. Gsell y posteriormente B.H. Wargminton, a identificarlos con las más altas magistraturas de la ciudad, la de los sufetes. Más recientemente S. Lancel ha señalado que lo que destaca en estos personajes es la realidad de un mando militar que seguramente implicaba la concesión de plenos poderes, aunque temporales y eventualmente renovables. Por otra parte, W. Huss ha argumentado convincentemente, destacando la ausencia de cualquier mención al “rey” en la epigrafía cartaginesa mientras, que abundan las referencias a sufetes y generales.
Todos estos personajes no gobernaban por derecho propio. Sus facultades giraban, sobre todo en un principio, en torno a la esfera militar y, probablemente, a la religiosa. Y parece probable que la propia magistratura de sufetato haya experimentado una evolución y cambios con el tiempo. En lo que concierne a su poder político, si bien es cierto que debieron gozar de gran preeminencia, no parecen haberlo detentarlo de forma exclusiva, por lo menos para cuando nuestras fuentes comienzan a ser más explícitas.
Así, cuando, por ejemplo, en los últimos años del siglo V a. C. Dionisio de Siracusa decidió declarar la guerra a Cartago, lo anunció ante la asamblea, -gerusia - es la palabra empleada por Diodoro, de la ciudad. Los Ancianos de Cartago decidían, en determinadas cuestiones, por encima de los sufetes que encarnaban el poder ejecutivo pero supeditado, en última instancia, a sus decisiones. Hasta el sufetato de Aníbal en el 196 a. C. la aristocracia cartaginesa contó con poderosos resortes constitucionales para ejercer su control sobre los sufetes elegidos cada año.
BIBLIOGRAFÍA
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En Cartago, la desaparición de la “tiranía” de los Magónidas supuso la instauración de un régimen aritocrático moderado, que término por consolidarse tras la pérdida de influencia de los Hannónidas, y a cuya frente se encontraban los sufetes, magistrados supremos de Cartago, similares en este sentido a los arcontes griegos o a los cónsules romanos, y a los que los textos antiguos se refieren como basilei.
Los sufetes.
La existencia de los sufetes es conocida en Oriente, en donde ejercían una importante autoridad en nombre del rey. Pero en el mundo púnico la monarquía fue desconocida como forma de gobierno, por lo que los sufetes se encontraban a la cabeza del gobierno. El cargo era electivo, y se tenían en cuenta tanto la riqueza como los méritos personales. Los sufetes, que desde el siglo V a. C. parece que fueron dos, desempeñaban su cargo por un año, poseían un amplio poder judicial y administrativo y eran los encargados de convocar a las dos asambleas de la ciudad —el Consejo de los Ancianos y la Asamblea del Pueblo—, de las que presidían sus debates y les presentaban los asuntos a tratar. Parece que originariamente se ocupaban también de la dirección del ejército y de las campañas militares, pero luego, desde el siglo V a. C., esta atribución pasó a ser específica de los generales. Es opinión generalizada que los sufetes eran elegidos entre los miembros de la asamblea de ciudadanos, aunque ignoramos el procedimiento
La existencia de estos magistrados está documentada también en el norte de Africa, en sitios como Leptis Magna, Cirta y Sabratha, así como en otras ciudades fenicias y púnicas del Mediterráneo central y de Occidente. Algunas inscripciones procedentes de Sulcis, Caralis y Tharros, en Cerdeña, mencionan la presencia de sufetes, al menos desde el siglo IV a. C. Una fórmula de datación en una inscripción de Erice, indica la existencia de estos magistrados en Sicilia. En Gadir, la presencia de sufetes está asimismo documentada por los textos antiguos.
Los Ancianos.
El poder legislativo y la toma de decisiones se encontraban en manos de una asamblea aristocrática que los autores griegos y latinos traducen a menudo como Gerusia o Senado. Los cartagineses la denominaban con el nombre de “los Ancianos de Cartago” y estaba compuesta por varios centenares de miembros, aunque no podemos precisar su cifra exacta que seguramente varió con el tiempo. Sus orígenes parecen remontarse a los primeros momentos de la ciudad y sus funciones abarcaban todos los asuntos propios del Estado.
Entendía y actuaba en la política interior, mediante la promulgación de leyes y la regulación de las finanzas, y en la exterior, recibiendo a los embajadores extranjeros y escuchando los informes de las delegaciones enviadas a otros países en tiempos de paz, y ocupándose del reclutamiento de los ejércitos, recibiendo informes de los generales y enviándoles instrucciones en la guerra. Este Senado cartaginés era convocado y presidido por los sufetes y en su seno funcionaba un Consejo o comisión permanente, con amplios poderes y encargada probablemente de preparar las sesiones. También existían comisiones especializadas en diversos asuntos y con atribuciones más precisas, como los impuestos, los santuarios, etc.
Los Ciento Cuatro.
La magistratura del Consejo de los Ciento o Ciento Cuatro constituía un tribunal con atribuciones jurídicas especiales cuyos miembros eran elegidos de por vida por los pentarcas, grupos de cinco magistrados con capacidad soberana de decidir sobre múltiples e importantes asuntos, de entre aquellos que pertenecían a los Ancianos de Cartago. Su creación se remonta al siglo V a. C., como consecuencia de la ampliación de poderes de la aristocracia frente a las pocas familias que, como la de los Magónidas,y luego los Hannónidas, habían monopolizado el poder.
La transformación de Cartago en un estado agrario amplió la base económica y social de la aristocracia, poco dispuesta desde entonces a aceptar el predominio de aquellos pocos que monopolizaban los cargos públicos. Una de las funciones más importantes de este tribunal consistía en vigilar la actividad de los jefes militares, que en el pasado habían gozado de un poder excesivo. Parece que con el tiempo la suprema magistratura de los Ciento Cuatro, como la llama Aristóteles, amplió mucho sus competencias, hasta que en el 196 a. C. Aníbal hizo votar por la Asamblea del Pueblo una ley con la que se eliminaba su carácter vitalicio
La Asamblea del Pueblo.
Tenemos constancia de la existencia de una Asamblea del Pueblo, que representaba a todos los ciudadanos cartagineses y cuyos poderes fueron aumentando con el tiempo. En un principio sus atribuciones eran limitadas, pues carecía de autoconvocatoria y los asuntos que trataba eran presentados por los magistrados o los Ancianos, si bien parece que no se limitaba a escuchar las decisiones del gobierno, ya que cualquier ciudadano podía tomar la palabra y oponerse a la propuesta presentada. Esto al menos es lo que sugieren algunos testimonios que se han conservado, tal y como nos informaba Aristóteles o nos cuenta Apiano:
“Algo de esto ocurrió en Cartago, donde un ciudadano, conjeturando que el miedo había hecho presa ya de ellos, avanzó hacia el medio de la asamblea, como si viniera para otro asunto, y se atrevió a decir que era necesario elegir los más moderados de entre los males, dado que estaban sin armas, exponiendo así de claros sus pensamientos”. (Lib., 94; TRAD. A. Sancho Royo)
En todo caso, tal cosa sólo sucedía, al menos en un principio, cuando los Ancianos y los sufetes no lograban ponerse de acuerdo. En ese momento la asamblea de los ciudadanos era soberana y como tal podía pronunciarse. Más tarde fue adquiriendo poderes más amplios, como el de reunirse espontáneamente cuando las circunstancias, particularmente graves, así lo exigían. Luego, a partir del siglo III a. C., se encargará de elegir a los generales, y por fin también a los sufetes, si bien esto último fue una de las consecuencia de las reformas introducidas en tiempos de Aníbal, tras el segundo conflicto bélico con Roma. Para aquel entonces las atribuciones de la Asamblea del Pueblo son ya mayores, destacando la capacidad de deliberar y proponer resoluciones. Sin embargo, ahora igual que antes, los líderes políticos eran siempre aristócratas que se apoyaban en la población ciudadana para conseguir con mejor o peor fortuna sus propósitos.
La asamblea de los ciudadanos existía también en la Sicilia fenicio-púnica, donde algunas leyendas monetales se refieren “al pueblo del ejército”. También está documentada a partir del siglo IV a. C., en inscripciones o monedas, y hasta época neopúnica, en sitios como, Gozo, Pantellaria, Caralis, Sulcis, Bitia, Tharros, Leptis Magna, Gadir, Ibiza y Lixus.
Otras magistraturas.
Otros cargos importantes de la administración y el gobierno, que conocemos no tanto por los textos antiguos cuanto por las propias inscripciones cartaginesas, más escuetas sin embargo en su contenido, eran los de cuestor según la terminología latina, tal vez el mhsbm (“contable”) de algunas inscripciones púnicas, el de “jefe de estimaciones”, una especie de censor, los de “inspectores de los mercados”, semejantes a los ediles romanos, el de “heraldo”, “interprete”, “intendente”, así como otros cargos subalternos, como “escriba” o “secretario”. Mas dudosa es la figura del Rab, literalmente “jefe”, cuando figura como un título (¿notable?, ¿dignatario?) en las inscripciones, y no va seguida de un predicado (“jefe de los escribas”). Según una hipótesis de W. Hus, el Rab habría sido el jefe de las autoridades financieras de Cartago, encargado de supervisar todo aquello, proyectos o instituciones, que era financiado con dinero público. A su cargo se encontrarían los “inspectores” o “contables” que desempañaban una función civil que les permitía imponer multas.
La “tiranía” de los Magónidas.
La evolución política de Cartago parece haber sido bastante similar a las que conocemos en otras ciudades mediterráneas. Tampoco estuvo libre de algunos sobresaltos, como el intento, en el siglo VI a. C, de instaurar la “tiranía” por parte de Malco o los frustrados golpes de estado de Hanón y Bomilcar en el IV. Así mismo la función predominante que durante varias generaciones desempeñaron los Magónidas apenas difiere de la de los propios tiranos griegos, como nos informa Justino:
“
Como esta familia de generales pesaba gravemente sobre la libertad pública y disponía a la vez del gobierno y de la justicia, se instituyeron cien jueces escogidos entre los senadores; después de cada guerra, los generales debían de rendir cuenta de sus acciones a este tribunal, para que el temor a los juicios y a las leyes a las que serían sometidos en Cartago les inspirara durante su mandato el respeto a la autoridad del Estado”. (XIX, 2, 5)
Magón había reemplazado a Malco al frente de la política de Cartago y se le atribuye el haber sido el artífice del poder militar cartaginés. Su dos hijos, Asdrúbal y Amilcar lucharon en Africa y Cerdeña. Este último parece haber sido el mismo que luchó en Himera en el año 480, del cual Diodoro ignora sus antecesores, limitándose a señalar que había sido elegido general en virtud de sus muchos méritos. Por su parte, Heródoto le hace hijo de un tal Hanón del que señala que se hallaba casado con una siracusana. Podríamos entonces sospechar, en un intento de conciliar la genealogía de esta poderosa familia cartaginesa, que este Hanón fuera el segundo hijo, en realidad, de Magón y no el Amilcar del que habla Justino, que seria en ese caso su nieto.
Hace ya tiempo que L. Maurin ha argumentado que el poder de esta familia no se eclipsó tras la derrota de Amilcar en Himera, sino que existen numerosos indicios que permiten considerar que siguió ejerciendo una gran influencia política durante bastante tiempo después. Por el contrario, fue el desastre sufrido por Himilcón, otro Magónida, en Sicilia casi un siglo después, cuando una epidemia de peste diezmó su ejército y un incendio destruyó la armada que sitiaba Siracusa, y que los cartagineses atribuyeron a un castigo divino por las profanaciones de los templos de Demeter y Core, lo que marcó el final de su influencia política. Considerada maldita, habría sido excluida para siempre del poder. El propio Himilcón se quitó la vida en Cartago después de hacer penitencia pública y proclamar sus faltas.
Los Hanónidas.Como en otras ciudades del Mediterráneo las disputas políticas no fueron raras en Cartago y no cesaron con la creación del tribunal de los Ciento Cuatro, con el que la aristocracia pretendía controlar la vida política de la ciudad. Así, tras la caída en desgracia de los Magónidas, otra familia poderosa, la de Hanón el Grande, ejerció durante un tiempo el poder, aunque tuvo un rival importante en Eshmuniaton, quizá el jefe de la mayoría en los Ancianos de Cartago, que fue acusado de tracción en la guerra del 368 a. C, contra Donisio de Siracusa. El propio Hanón intentó finalmente usurpar su poder valiéndose de su fortuna y de sus esclavos, a los que reclutó y proporcionó armas, pero fracasó. También tenemos noticia del exilio de Giscon, su hijo, y de su regreso en el 338 a. C.
Cuando la invasión de Agatocles, un general, Bomilcar, apoyado por una tropa mercenaria, intentó un golpe de estado que palaneaba desde hace tiempo para establecer la tiranía en Cartago. ¿Una añoranza del regimen oligárquico frente el incipiente y aún no muy maduro estado democrático?.
El intento fue abortado por la rápida actuación de los ciudadanos cartagineses, entre ellos los más jóvenes, que, habituados a la instrucción militar, en contra de todos los prejuicios antiguos y modernos, corrieron a tomar las armas para enfrentarse con el sedicioso. El suceso ha sido relatado en detalle por Diodoro de Siracusa:
“En Cartago Bomilcar, que había planeado durante mucho tiempo instaurar la tirania, buscaba una ocasión apropiada para sus planes.....Cuando Bomilcar había pasado revista a los soldados en la que se llamaba Ciudad Nueva, que se encuentra a poca distancia de la vieja Cartago, despidió al resto, más cogiendo a aquellos que estaban unidos en conspiración, quinientos ciudadanos y unos mil mercenarios, se autoproclamó tirano. Disponiendo a sus hombres en cinco columnas atacó matando a todos aquellos que se le oponían en las calles. Ya que un extraordinario tumulto estalló en la ciudad, los cartagineses supusieron en un principio que el enemigo había penetrado y la ciudad estaba siendo traicionada, cuando, no obstante se conoció la verdadera situación los jóvenes se reunieron, formaron compañías, y avanzaron contra el tirano. Pero Bomilcar, matándolos en las calles, se dirigió con rapidez al ágora, y encontrando allí muchos de los ciudadanos desarmados los masacró. Sin embargo, los cartagineses, después de ocupar los edificios en torno al ágora, que eran altos, lanzaron grandes y pesados proyectiles, y los participantes en el levantamiento comenzaron a ser abatidos, ya que la plaza estaba dentro de su alcance. Sin embargo, puesto que estaban sufriendo severamente, cerraron filas y forzaron la salida a través de estrechas calles hacia la Ciudad Nueva, siendo continuamente golpeados con los proyectiles desde todas las casas a las que se acercaban”. (XX, 44)
La de Cartago era una constitución de las llamadas “mixtas”, con un poder legislativo y ejecutivo muy fuerte, en la que los méritos tanto como la riqueza eran tenidos en cuenta para la elección de los cargos entre los mejores ciudadanos, y con una participación popular equilibrada y reglamentada políticamente.
El testimonio de Aristóteles.
En su Política Aristóteles nos ha dejado un buen testimonio sobre la constitución de Cartago, a la que compara, por sus excelencias, con la de Creta y Esparta:
“También los cartagineses tienen fama de gobernarse bien y con mucha ventaja sobre los demás; en algunas cosas se asemejan extraordinariamente a los lacedemonios. Estos tres régimenes —el de Creta, el de Lacedemonia y este tercero de Cartago— están, en cierto sentido, muy próximos entre sí, y difieren mucho de los demás. Muchas de sus instituciones son buenas, y un indicio de la buena ordenación política es el que, teniendo un elemento popular, permanezca dentro de su ordenación constitucional y no haya tenido ni una guerra civil digna de mención ni una tiranía. Son muy parecidas a las del régimen lacedemonio las comidas colectivas, semejantes a las phiditia, y la magistratura de los Cientocuatro es como la de los éforos (pero mejor: mientras que aquellos se eligen entre cualesquiera, los cartagineses eligen esta magistratura entre los mejores por méritos). En cuanto a los reyes y el consejo de ancianos, son algo semejantes a los reyes y los ancianos de Esparta, pero también con la ventaja de que los reyes no son del mismo linaje, ni tampoco de cualquiera, sino del que destaca, y de él se eligen más por distinción que por edad. Ya que al estar colocados al frente de asuntos importantes, si son gente incapaz, causan grandes daños, como ya los causaron a la ciudad de los lacedemonios". (Pol., II, 11, 1272b-1273a; TRAD. C. García Gual y A. Pérez Jiménez)
El carácter mixto de la constitución de Cartago es señalado por Aristóteles a continuación:
"La mayoría de las críticas que se reprochan a este gobierno, por ser corrupciones, coinciden precisamente con las de los gobiernos de que hemos hablado. En cuanto a lo que respecta a su configuración como aristocracia o como democracia, unas cosas se inclinan más hacia el pueblo y otras hacia la oligarquía. Por una parte, los reyes son dueños, junto con el consejo de ancianos, de presentar unas cosas y de no presentar otras ante la asamblea del pueblo, siempre que se pongan de acuerdo todos. De lo contrario, el dueño de decidirlas es el pueblo. En los asuntos que ellos presentan le conceden al pueblo no sólo el derecho de oír las opiniones de los magistrados, sino de decidir soberanamente, e incluso le es posible a quien quiera contradecir a los que hacen las propuestas, lo que no sucede en los otros régimenes. En cambio, el que los pentarcas, que dictaminan muchos e importantes asuntos, sean elegidos por ellos mismos, y el que éstos elijan la magistratura suprema de los Ciento, y además estén en el poder más tiempo que los demás (porque gobiernan aun después de cumplir su mandato y desde su designación para él), es un rasgo oligárquico. Y lo de que no reciban un sueldo y no sean elegidos por sorteo debe considerarse una nota aristocrática, y todo lo demás por el estilo, como que todos los procesos sean juzgados por los magistrados, sin distinción entre unos y otros, como se hace en Lacedemonia. Pero la organización de los cartagineses se desvía de la aristocracia a la oligarquía sobre todo por cierta idea, que la mayoría aprueba: creen que hay que elegir a los gobernantes no sólo en razón de sus méritos, sino también de sus riquezas, pues piensan que es imposible que el falto de recursos gobierne bien y tenga tiempo libre. Conque si el elegir a los gobernantes por su riqueza es un rasgo oligárquico, y el hacerlo por su excelencia es aristocrático, el procedimiento éste con el que cubren los cartagineses su organización política sería el tercer modo, ya que eligen a sus más altos cargos, sobre todo a los reyes y a los generales, atendiendo a esas dos condiciones”. (Pol., II, 11, 1273a; TRAD. C. García Gual y A. Pérez Jiménez
Luego, el filósofo de Estagira pasa a enumerar los pros y los contras de esta constitución cartaginesa de la que, como se ve, estaba bien informado:
“Pero hay que considerar que es un error del legislador esta desviación de la aristocracia. En un principio, desde luego, es de lo más necesario atender a que las clases s superiores dispongan de tiempo libre y no hagan un mal papel no sólo cuando están en un cargo, sino también como particulares. Pero si hay que tener en cuenta también la solvencia con vistas al ocio, resulta penoso que las magistraturas supremas, como la realeza y el generalato puedan comprarse. Esa ley considera a la riqueza más honrosa que la virtud, y hace a la ciudad entera codiciosa de dinero. Lo que la clase dominante acepte como valioso será necesariamente acogido como tal en la opinión de los demás ciudadanos, y donde no se aprecia la virtud no es posible que el gobierno sea firmemente aristocrático.
Es bastante razonable que se acostumbren a sacarles beneficios los que han comprado sus cargos, ya que están en el poder tras haber hecho sus gastos. Pues es absurdo suponer que uno que es pobre y honrado querrá sacarle provecho, y uno menos honrado y que ha invertido en él dinero no va a querer hacerlo, por eso deben mandar los capaces de hacerlo mejor. Y sería mejor que el legislador hubiera dejado aparte la solvencia de los honrados y se hubiera cuidado de garantizar el ocio de los gobernantes.
También puede parecer mal que una misma persona ocupe varios cargos, lo cual está bien visto entre los cartagineses. Pues cada labor se realiza mejor al cuidado de uno solo, y el legislador debe velar por ello, y no ordenar que la misma persona sea flautista y zapatero. De modo que cuando la ciudad no sea pequeña es más constitucional y más democrático que muchos participen de las magistraturas, ya que es más colectivo, como dijimos, y cada una de ellas se desempeñe así mejor y más rápidamente. Esto está claro en los asuntos de la guerra y la marina, pues en una y otra el mandar y el obedecer se distribuyen, por así decir, entre todos. Aunque éste es un gobierno oligárquico, los cartagineses rehuyen muy bien sus inconvenientes gracias a sus riquezas, haciendo emigrar una y otra vez a una parte del pueblo a sus colonias, y con este procedimiento se remedian y aseguran la estabilidad de su régimen. Sin embargo, esto es un resultado del azar, mientras que es el legislador quien debe evitar la discordia civil en el régimen. En cambio, en la actualidad, si sobreviene algún infortunio y la masa se rebela contra los gobernantes, no hay en sus leyes remedio para mantener la paz”. (Pol., II, 11, 1273b; TRAD. C. García Gual y A. Pérez Jiménez)
La evolución política.
Esta constitución no permaneció inmutable, sino que experimentó cambios con el trancurso del tiempo, como sucedió en otras ciudades del entorno mediterráneo y parece conocer el propio Arístóteles cuando, más adelante, de noticia del intento de establecer una “tirania” por parte de Hanón:
“En las aristocracias surgen las sublevaciones unas veces porque pocos disfrutan de las dignidades -lo que se ha dicho que remueve también las oligarquías- ya que es la aristocracia en cierto modo una oligarquía (pues en ambas pocos son los que mandan, aunque no por la misma razón pocos)...Y, por último, si alguno es poderoso y aún puede ser mayor, para reinar solo, como al parecer en Lacedemonia, Pausanias, el que fue general en las guerras médicas, y en Cartago, Hanón”. (Pol., V, 7, 1307a; TRAD. C. García Gual y A. Pérez Jiménez)
Así, desde un sistema oligárquico, integrado en sus orígenes por las grandes familias que descendían de los primeros colonizadores y cuya fortuna procedía principalmente del comercio, se pasó a otro, aristocrático y más flexible,sustentado en la adquisición de tierras por medio de la conquista en el norte de Africa, en el que la asamblea popular fué adquiriendo con el tiempo mayores prerrogativas, algo que no parece haber sido del agrado de Polibio:
“La constitución de los cartagineses me parece que originariamente tuvo una estructura acertada precisamente en sus aspectos más característicos. Entre los cartagineses había reyes, un consejo de ancianos dotados de potestad aristocrática, y el pueblo decidía en los asuntos que le afectaban; en conjunto se parecía mucho a la de los romanos y a la de los lacedemonios. Pero en la época de la guerra de Hanibal se mostró superior la constitución romana e inferior la cartaginesa. La evolución de todo individuo, de toda sociedad política, de toda tarea humana, está marcada por un periodo de progreso, un periodo de madurez y un periodo de declive. Y precisamente en esto se diferencian la constitución de Cartago y de Roma. La constitución cartaginesa floreció antes que la romana, alcanzó antes que ésta su periodo culminante e inició su decadencia cuando la de Roma, y con ella la ciudad, llegaba a un periodo de plenitud precisamente por su estructura. Por entonces en Cartago la voz del pueblo era predominante en las deliberaciones; en Roma era el Senado quien detentaba la autoridad suprema. En Cartago, pues, era el pueblo el que resolvía y entre los romanos la aristocracia; en las disputas mutuas prevaleció esta última. En efecto, Roma sufrió un desastre militar total, pero acabó ganando la guerra a los cartagineses porque las deliberaciones del senado romano fueron muy atinadas”. (VI, 51; TRAD. M. Balasch Recort)
Más o menos por la mismas fechas, según
Plinio en que
Hanón realizaba su viaje por las costas atlánticas africanas, otro cartaginés,
Himilcón, navegó durante cuatro meses por aguas del Atlántico en busca de las Islas del estaño, las fabulosas
Casitérides, también conocidas como
Estrimnidas:
“Y cuando el poderío de Cartago era floreciente, Hannón hizo el periplo desde Gades hasta las fronteras de Arabia y publicó el relato de su viaje como hizo también Himilcón, enviado por esa misma época a explorar las costas de Europa”. (N.H., IV, 120)El relato de este periplo se ha perdido en su totalidad, si bien se conservan algunas breves alusiones como las que, siglos más tarde, recogerá el poeta Rufo
Festo Avieno:
“Y aquí surge la cumbre de un cabo prominente -la
Antigüedad más remota lo llamó Estrimnis-, y la mole
excelsa de su pedregosa cima se dirige toda entera hacia
el cálido Noto. Pero, al pie del vértice de se cabo, se
abre a sus habitantes el golfo Estrímnico, en el que
surgieron las islas Estrímnidas, extendidas en una vasta
amplitud y ricas en metal de estaño y plomo.
Aquí está el gran poder de un pueblo, un espíritu
altivo, una deztreza eficaz; a todos les posee un
constante afán por negociar. Y, en esquifes, surcan, a
grandes distancias, el mar zarandeado por los vientos
Noto y el abismo del Océano, poblado por monstruos...
Desde aquí, sin embargo, hasta la isla Sagrada - así
la llamaron los antiguos-, una nave emplea una
singladura de dos soles. La isla, en medio del oleaje, se
extiende con una gran superficie de tierra, y el pueblo
de los hiernos la habita ampliamente.
Cercana aparece, a la vuelta, la isla de los albiones.
También los tartesios acostumbraban a comerciar hasta los
límites de las Estrímnidas. También colonos de Cartago y
el pueblo establecido alrededor de las Columnas de
Hércules llegaba hasta estos mares.
El cartaginés Himilcón asegura que estos mares apenas se
pueden atravesar en cuatro meses, tal como el mismo contó
que lo había comprobado navegando personalmente. Así,
ningún viento empuja la nave a una gran distancia;
asimismo el agua del mar perezoso no se mueve en sus
dominios. Se añadirá a esto el hecho de que sobresale, en
medio de las aguas marinas, gran cantidad de algas, y de
que, la mayoría de las veces, retiene la popa al formar
grandes malezas. Dice él, nada menos, que aquí las
espaldas del mar no se hunden en la profundidad y que el
fondo apenas queda cubierto por un palmo de agua, que
las fieras marinas circulan de una lado a otro, que
unos monstruos nadan por entre las naves mientras avanzan
lentas y sin fuerza”. (Ora Marítima , 90 ss; TRAD. P. Villalba y Varneda)
La localización de las Islas del estaño
permanece incierta, si bien se ha sugerido identificarlas con las islas gallegas,
así como con la Bretaña francesa y
Cornualles. Parece que
Himilcón, siguiendo informaciones de los fenicios de
Gadir, realizó un viaje de exploración que le permitió llegar a las costas de Bretaña, sur de Inglaterra e Irlanda y, desde la zona de las calmas ecuatoriales al Mar de los
Zargazos, entonces más cerca de las costas europeas, donde vería en ocasiones el mar surcado por ballenas. Aún hay otros pasajes de su obra en los que menciona el viaje de
Himilcón:
“Más allá de estas Columnas, en las costas de Europa,
los habitantes de Cartago poseyeron, en otro tiempo, aldeas y
ciudades, pero tenían esta costumbre, que construían
embarcaciones con el fondo más llano, para que la nave
dotada de mayor anchura pudiera deslizarse por el mar
menos profundo.
Además, Himilcón dice que, desde estas Columnas hacia la
región occidental, hay un abismo inacabable, que el
pielago se abre ampliamente, que el mar se
ensancha. Nadie se ha dirigido hacia estos mares, nadie
ha introducido las quillas en esta llanura marina, ya
porque falten, en alta mar, los vientos que empujen, ya
porque ningún soplo del cielo ayude la popa, ya, además,
porque la niebla cubra la atmósfera con una especie de
velo, ya porque las tinieblas escandan siempre el abismo
y haya continuamente un cielo de una luz más oscura.
Este es el Océano que ladra, en la lejanía, alrededor del
vastísimo orbe...
Su abismo se despliega con un largo contorno y se prolonga
dilatádamente por un vago flanco, Además, a menudo
el mar se extiende con tan poco calado, que apenas si
cubre las arenas subyacentes. Pero abundantes algas
flotan sobre la superficie, y el oleaje es aquí impedido por
la densidad del agua: la violencia o un piélago voluble
señorean por doquier, y un terror inmenso causado por monstruos
invade las aguas. El púnico Himilcón contó que, en otro tiempo,
él mismo lo había visto en el Océano y lo había experimentado.”
(Ora Marítima, 375 ss; TRAD. P. Villalba y Varneda)
Ni la tentativa de
Himilcón, ni aquella otra de
Hannón parecen haber tenido continuidad, lo que muchas veces se ha interpretado como signo de fracaso. Pero lo cierto es que en el siglo V a. C., esté o no en relación con el periplo de
Himilcón, se desarrolla en
Cartago una importante manufactura de bronces con un alto contenido de estaño, lo que significa un buen aprovisionamiento de éste. Por otro lado, recientes descubrimientos en las costas de
Galicia, donde se ha encontrado un altar púnico así como restos de ánforas y otras cerámicas del mismo origen, que se suman a algunos hallazgos antiguos, sugieren que los cartagineses llegaron a frecuentar estos mares más de lo que habíamos sospechado en un principio.
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Hacia mediados del siglo V a. C., según unos o finales del VI, según otros, Hannón, el cartaginés, realizó un viaje por las costas del Africa atlántica, con el propósito de fundar colonias y descubrir nuevos territorios. El relato de la expedición se conservó en uno de los principales templos de Cartago. Una versión griega posterior, que lo amplifica desmesuradamente con importantes añadidos en su segunda parte, se ha descubierto en un manuscrito medieval hallado en Heidelberg:
"Esta es la historia del largo viaje de Hannón, basileus de Cartago, a las tierras libias, más allá de las Columnas de Hércules, que él mismo dedicó al templo de Kronos en una tablilla.
I. Los cartagineses decidieron que Hannón había de navegar más allá de las Columnas de Hércules y fundar ciudades de libiofenicios. Se hizo a la mar con sesenta pentecónteras y unos treinta mil hombres y mujeres, así como provisiones y todo lo necesario.
II. Después de navegar dos días más allá de las Columnas, fundamos la primera ciudad que llamamos Thimiaterion. Detrás de ella había una gran llanura.
III. Navegando desde allí hacia Occidente, llegamos a Soloeis, un promontorio libio cubierto de árboles. En él fundamos un templo a Poseidón.
IV. Caminamos medio día hacia el este y encontramos un lago, no lejos del mar, cubierto de una gran aglomeración de altas cañas, en las que pacían elefantes y muchos otros animales salvajes.
V. A una jornada de este lago, fundamos ciudades en la costa, que se llamaron Karikón Teijos, Gytte, Akra, Melitta y Arambys.
VI. Dejando aquello, llegamos al ancho río Lixos, que viene de Libia, junto al que unos nómadas, llamados lixitas, hacían pastar sus rebaños. Estuvimos algún tiempo con ellos y quedamos amigos.
VII. De allí hacia el interior habitan los inhospitalarios etíopes en un país cercado por altas montañas y lleno de animales salvajes. Dicen ellos que el río Lixos nace allí, y que entre las montañas viven trogloditas de raro aspecto, y que, según los lixitas, pueden correr más rápidamente que los caballos.
VIII. Tras tomar a algunos lixitas como intérpretes, navegamos hacia el sur, a lo largo de la costa del desierto, durante dos días, y después, un día más, hacia el este, y encontramos una islita de cinco estadios (un kilómetro aproximadamente) de circunferencias, en el extremo más lejano de un golfo. Nos establecimos allí y le llamamos Cerne. Por nuestro viaje consideramos que el lugar estaba completamente opuesto a Cartago, ya que el viaje desde éste a las Columnas y desde éstas a Cerne era completamente semejante.
IX. De allí, remontando un gran río llamado Jretes, llegamos a un lago en el que había tres islas más grandes que Cerne. Para terminar la jornada, llegamos desde allí al final del lago, dominado por algunas altas montañas pobladas por salvajes vestidos con pieles de fieras, que nos apedrearon y nos golpearon, impidiéndonos desembarcar.
X. Navegando desde allí llegamos a otro amplio río lleno de cocodrilos e hipopótamos. Desde allí volvimos atrás y regresamos a Cerne.
XI. Desde allí navegamos doce días al sur, pegados a la costa, que estaba toda habitada por los etíopes, quienes no se quedaban en sus tierras, sino que huían de nosotros. Su lengua era ininteligible, incluso para nuestros lixitas.
XII. El último día echamos el ancla junto a unas altas montañas cubiertas de árboles cuya madera era de suave aroma.
XIII. Durante dos días las rodeamos y llegamos a un inmenso golfo, en cada una de cuyas orillas había una llanura, en las que, de noche, veíamos hogueras grandes y pequeñas que ardían a intervalos por todas partes.
XIV. Hicimos aguada allí, y navegamos durante cinco días a lo largo de la costa hasta llegar a una gran bahía que nuestros intérpretes llamaban El Cuerno del Oeste. En ella había una amplia isla, y en la isla un lago de agua salada dentro del que había otra isla en la que desembarcamos. De día no podíamos ver nada más que el bosque más por la noche distinguíamos muchas hogueras y oíamos sonido de flautas, tañer de címbalos y tímpanos, y gran estrépito de voces. El terror se apoderó de nosotros y los adivinos aconsejaron abandonar la isla.
XV Navegamos, pues, apresuradamente y pasamos frente a una costa ígnea llena de incienso ardiente, grandes corrientes de fuego y lava fluían hasta el mar, y era imposible acercarse a tierra a causa del calor.
XVI. Dejamos aquello de prisa, por temor, y durante cuatro días de navegación vimos de noche la tierra envuelta en llamas. En medio había una llama altísima. mucho más que las otras, que llegaba, al parecer, a las estrellas. De día vimos que se trataba de una montaña muy alta, llamada el Carro de los Dioses.
XVII. Navegando desde allí durante tres días, pasamos corrientes ardientes de lava, y llegamos a un golfo llamado el Cuerno del Sur.
XVIII. En el extremo más lejano de esta bahía había una isla como la anterior, también con un lago en el cual había otra isla llena de salvajes. Desde lejos, la mayor parte eran mujeres con cuerpos peludos, a las que nuestros interpretes llamaron gorilas Las perseguimos, pero no pudimos capturar a ningún hombre, pues todos ellos, acostumbrados a trepar por los precipicios, se escaparon, defendiéndose tirándonos piedras. Cazamos tres mujeres, que mordieron y magullaron a los que las cogían, no dispuestas a seguirles. Las matamos al fin y, desollándolas, llevamos sus pieles a Cartago. No navegamos más allá porque se acababan nuestras reservas”. (
G.G.M., 3-10)
Los investigadores suelen admitir que al menos una parte de este relato, la primera, es auténtica. No cabe dudar, por otra parte, de la empresa de Hanón, que es citada por Plinio y el pseudo Aristóteles y cuyos ecos parecen reconocerse también en Heródoto. Según el naturalista:
“Frente a este promontorio se citan también las islas Górgades, en otro tiempo mansión de las Gorgonas, a dos días del continente, según Jenofonte de Lámpsaco. El general cartaginés Hanón penetró en ellas y refirió que los cuerpos de las mujeres eran hirsutos y que los hombres habían logrado escapársele gracias a la velocidad de sus pies. Como prueba de ésto y para suscitar admiración, puso en el templo de Juno las pieles de dos mujeres de las Górgades, que estuvieron expuestas hasta la toma de Cartago”. (
N.H., VI, 200 ss)
Pero el problema radica en saber si la fuente de Plinio es independiente del relato conservado en Heidelberg y atribuido a Jenofonte de Lámpsaco, que vivió a caballo entre el siglo II y I a. C. No se cuestiona tanto la autenticidad del viaje de Hanón, cuanto el relato que la Antigüedad nos ha preservado, contaminado, entre otras fabulaciones, por las leyendas relativas a las Gorgonas, de las que se decía vivían en los confines de la tierra en el extremo Occidente. Y no falta quien lo considera enteramente una pura fantasía.
Respecto al periplo en sí, la opinión está dividida entre los partidarios de un itinerario corto, que no iría más allá del sur de Marruecos, y los de uno largo, que habría llevado a Hanón hasta la desembocadura del Senegal o hasta el Golfo de Guinea. No entraremos ahora en la identificación, más que problemática y que ha suscitado una enorme polémica, de los sitios que en él se mencionan. El texto de la segunda mitad del siglo IV a. C., atribuido a Excilax de Carianda, menciona los emporios cartagineses situados más allá del Estrecho y dice también que, más allá de Lixus, donde Hanón habría fundado la colonia de Cerné, los púnicos comerciaban con los etiopes.
La evidencia arqueológica indica, por su parte, una presencia cartaginesa en las costas atlánticas de Marruecos. Los descubrimientos arqueológicos en Korass (Tánger) ponen de relieve la existencia de un asentamiento en en el que se ha identificado un centro de producción de cerámica. El análisis de las ánforas halladas sugiere que sus hornos proveían de contenedores, al menos desde el siglo V a. C. a unas factorías de salazón que debían estar próximas. En Banasa, en el meandro del Sebú, se han documentado múltiples formas de cerámica cartaginesa en un horizonte arqueológico que arranca de finales del siglo VI a. C. Así mismo esta documentada la influencia púnica en Lixus a partir del siglo V a. C.
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