Francisco Diego Santos, fotografiado en su biblioteca en el año 2005. Foto:Nacho Orejas
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LNE | Ch. NEIRA / E. GARCÍA | 20 de julio 2010
El mundo académico asturiano de las ciencias históricas se unió ayer al mediodía en la iglesia del Corazón de María de Oviedo para despedir a su investigador más riguroso, esforzado y discreto. El profesor
Francisco Diego Santos, padre de los estudios epigráficos romanos y medievales en la región y autor de algunas de las obras que más luz han arrojado sobre la historia del noroeste hispano, había fallecido el pasado sábado, a los 95 años. Lúcido y todavía al pie del cañón, vivió lo suficiente para ver publicado
«El Conventus Asturum y anotaciones al noroeste hispano», un volumen en el que la editorial KRK recopiló, hace sólo dos meses, su tesis doctoral y artículos dispersos publicados a lo largo de toda su carrera.
Aunque nacido en Zamora (Cozcurrita de Sayago, 1915), el trabajo de su padre, profesor en Ribadesella, del que heredó la vocación docente, le trajo a Asturias con sólo 3 años. Pasó por Valdediós, le tocó la Guerra Civil y sólo después, en 1939, pudo empezar sus estudios universitarios. Lo hizo en Valladolid, donde conocería a otro asturiano de la Meseta,
Emilio Alarcos, con el que volvería a coincidir, forjando una amistad para toda la vida, en Madrid, de estudiantes de último curso, en el Instituto Carreño Miranda de Avilés, como profesores, donde Diego Santos ejerció entre 1945 y 1949, y, finalmente, en Oviedo, donde Diego Santos dio clases de Griego, Latín, Epigrafía y Numismática hasta 1983.
Mucho antes, en 1952, Francisco Diego Santos había logrado un destino profesional que, a la postre, iba a ser definitivo. La cátedra de Griego en el Instituto Alfonso II, en Oviedo, donde permaneció hasta su jubilación, en 1985.
Quizá culpa de su discreción, de aquel trabajo en el que estaba contento o de algún desencuentro con la academia, sus vínculos con la Universidad nunca cuajaron definitivamente. Esa circunstancia la ilustraba bien
Antonio García Bellido, histórico catedrático de Arqueología Clásica de la Complutense, cuando relataba cómo Diego Santos se había puesto en contacto con él para pedirle consejo sobre su tesis doctoral. García Bellido le preguntó sobre qué asunto quería abordar la tesis, y Francisco Diego le contestó que sobre epigrafía en Asturias.
«Ah, pues para eso lo mejor es que se ponga en contacto con Diego Santos, que es el que más sabe de España», le dijo un despistado García Bellido, quien no entendía cómo era posible que a esas alturas, en el umbral de la década de los setenta, el gran experto nacional no tuviera tesis. Para explicarlo hay que remontarse muchos años atrás, cuando un desencuentro del profesor con la Universidad dio al traste con el proceso, y Diego Santos publicó el trabajo por su cuenta, invalidando así la posibilidad de que aquel estudio se convirtiera en tesis doctoral.
Pero al tiempo que Francisco Diego Santos ejercía la docencia con verdadera vocación, también encontró tiempo para trabajar la epigrafía romana y medieval, el estudio de las inscripciones, con un tesón, rigor y profesionalidad de titán. De este trabajo serio y constante irían saliendo obras fundamentales para la historia de la región, como la
«Epigrafía romana de Asturias», publicado en 1959, o el todavía hoy fundamental volumen tercero de la
«Historia de Asturias», de Ayalga, de 1976.
Su despedida sirvió ayer para que la comunidad académica volviera a ensalzar su rigor científico, su trabajo pulcro y constante.
María Josefa Sanz, catedrática de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Oviedo, puso por delante de toda su obra
«su honestidad».
«Era muy humilde, pero de una efectividad absoluta; pasaba tan desapercibido para quien no quisiera verlo como su figura, pequeña, pero su cabeza ha sido una de las más pensantes de la historia de Asturias».
La catedrática de Griego de la Universidad de Oviedo
Manuela García Valdés, que llegó a coincidir algunos años con él en el departamento, lo recuerda como
«muy independiente, muy honesto, muy trabajador y muy buen compañero, un modelo para los que entonces nos dedicábamos a esas disciplinas, un referente en los estudios clásicos y en el trabajo intelectual».
El arqueólogo
Rogelio Estrada, que lo tuvo de profesor de Latín en la Universidad, destaca el trabajo sobre la Asturias visigoda.
«Ahora todavía está empezando a descubrirse esa presencia de los llamados siglos oscuros, y él, en una época muy limitada, de una gran sequía investigadora, dijo cosas muy acertadas, que ahora los hallazgos están corroborando».
La también arqueóloga
Otilia Requejo insiste en la
«aportación fundamental» que realizó
«para la historia de Asturias»,
«con una obra importantísima, la del Conventus Asturum, un remate a todo el trabajo de una vida que va a ser una obra de referencia para la investigación histórica y arqueológica. Para los arqueólogos, es un autor de referencia».
La catedrática de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid
Carmen Fernández Ochoa se queda con sus estudios sobre la romanización,
«que marcaron muchísimo la trayectoria de los que hemos ido detrás de él, porque para todo el que trabaje los estudios de la antigüedad en Asturias es una referencia inexcusable».
Tras una vida intensa dedicada al trabajo y la familia, a Francisco Diego Santos le llegaron los premios al final. El
«Asturias», en 1990, por su dedicación a la región. Y más recientemente, el homenaje de los Amigos de La Carisa en el congreso celebrado en 2008 o el que le dedicó el RIDEA al presentar su último libro. Él, emocionado y menudo, contuvo el gesto y aquel día no quiso hablar.
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JUAN IGNACIO RUIZ DE LA PEÑA Catedrático de Historia Medieval, Director del RIDEA
Del hombre bueno y sabio
A Francisco Diego Santos el reconocimiento público le llegó en su última etapa, sin haber pedido ni esperado nunca nada
Vía:
LNE | 20 de julio de 2010
Recientemente, el 25 de marzo del año en curso, se presentaba en el RIDEA el volumen que, bajo el sello editorial de KRK y con el título
«El conventus asturum y anotaciones al Noroeste hispano», reunía la totalidad de la obra dispersa de
Francisco Diego Santos. Atrás quedaban las grandes aportaciones que configuran lo que podríamos calificar de su opera magna: la
«Epigrafía romana en Asturias» (publicada en 1959 por el RIDEA y reeditada en 1985), el volumen dedicado a la Asturias romana y visigoda de la Historia de Asturias de la editorial Ayalga (1978), las
«Inscripciones romanas de la provincia de León» (1986) y las
«Inscripciones medievales de Asturias», que ve la luz en 1995 bajo el amparo editorial del Principado.
Diego Santos había puesto especial interés en la preparación de ese volumen recopilatorio de una muestra muy importante y muy significativa de su quehacer científico. Con su discreción habitual me invitó a prologar la colectánea, invitación que me honraba y me brindaba ocasión de rendir público testimonio de mi profunda admiración por don Francisco Diego Santos, la que se debe sólo al verdadero maestro. Un testimonio que en rápido y emocionado recordatorio quiero trasladar ahora aquí, cuando acaba de dejarnos.
De lo que su obra representa en la historiografía asturiana baste decir que sus contribuciones al estudio de la Asturias romana y visigoda son obras de inexcusable consulta para el conocimiento e interpretación de esas épocas germinales de nuestra historia regional.
Detrás de esa obra fundamental está la personalidad de su autor, del hombre bueno y sabio que fue Francisco Diego Santos.
Representante de la que yo calificaba hace algún tiempo de Generación de Valdediós -con
Manuel Menéndez, José Manuel González y
Jesús Neira-, caracterizada por la sólida formación humanística de sus miembros y por su común vocación docente, Diego Santos desarrollaría en paralelo con su actividad como catedrático de instituto y profesor de Universidad una labor investigadora que por la propia naturaleza de las materias que trataba apenas trascendería fuera de un reducido círculo de especialistas. Como recordaba en cierta ocasión el genial
Gómez Moreno:
«Lo que podemos decir los hombres cuyos trabajos no se relacionan con el presente interesa un poco a pocos, y al resto, nada». Miembro activo desde 1963 del Real Instituto de Estudios Asturianos, correspondiente de la Real Academia de la Historia desde 1994, en la última etapa de su dilatada y fecunda vida le iría llegando el reconocimiento público a su ejemplar labor. En 1990 el Gobierno del Principado de Asturias le concede el premio
«Asturias» por toda una vida dedicada al estudio del pasado de nuestra región, con gran sorpresa por su parte, sin haber pedido ni esperado nunca nada, porque es difícil de entender hoy -en realidad lo ha sido siempre- que el mérito a secas, que no es poco, tenga algún tipo de reconocimiento oficial.
Tiempo habrá de rendir cumplido homenaje a la ingente labor de Francisco Diego Santos en el marco institucional que fue, sin duda, su hogar académico preferido (el RIDEA), al lado del cálido hogar familiar compartido con su querida esposa, Rosario, y sus hijos.
Entre tanto y en la hora de la incorporación a una nueva vida en la que él creía con fe profunda, recordemos las hermosas palabras con las que Santiago en su Epístola caracterizaba la verdadera sabiduría:
«La sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura; además, pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía».
El recuerdo y el ejemplo de Francisco Diego Santos acompañará siempre a los que hemos hecho del amor a Asturias una de las claves fundamentales de nuestra existencia.
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Recientemente dábamos cuenta del post arriba señalado y, desgraciadamente, ahora hay que dar la noticia del fallecimiento del profesor Francisco Diego Santos, bien conocido en el mundo de los estudios epigráficos.
Vaya desde estas páginas de Terrae Antiqvae nuestro más sincero homenaje y recuerdo. Que la tierra le sea leve.