Una de las más antiguas referencias al posible uso astronómico de un monumento megalítico, corresponde al inglés William Stukeley, que en 1740, refiriéndose al conjunto de Stonehenge en su Stonehenge, A Temple Restor'd to the British Druids, afirmaba que «la línea principal de todo la construcción [de Stonehenge], el Noreste, por donde el Sol nace cuando los días son más largos». Por entonces, también John Smith defendía que era un templo lunar, y en 1771, en The Grand Orrery of the Ancient Druids, called Stonehenge, Astronomically Explained, and proved to be a Temple for Observing the Motions of the Heavenly Bodies, sostenía era un tipo numérico-místico de calendario y redundaba en la idea de que su eje principal está orientado al solsticio de verano. En 1796, Henry Wansey, sugería que Stonhenge pudo haber sido utilizado para predecir eclipses y a mediados de siglo XIX, Rev. Edward Duke reconocía otros alineamientos en Stonehenge al solsticio de verano y al solsticio de invierno.

En 1869, Heinrich Nissen realizaba el primer estudio sistemático de orientaciones de templos griegos en Das Templum: Antiquarische Untersuchungen, que fue continuado por Francis Penrose en el artículo The Orientation of Greek Temples publicado en la revista Nature y por su fundador, el físico y astrónomo Norman Lockyer, que extendería su estudio a la orientación de algunos templos egipcios que publicaría en The Dawn of Astronomy: A Study of the Temple-worship and Mythology o..., en 1894. También A. L. Lewis, en su Stone Circles of Britain, 1892, recopiló una gran cantidad de monumentos megalíticos británicos susceptibles de ser interpretados astronómicamente, considerando no sólo alineamientos definidos por la estructura del monumento, sino también con colinas conspicuas del paisaje, aunque su estudio no es muy preciso.


Podría decirse que Norman Lockyer, junto con Heinrich Nissen, fueron los primeros en aplicar un método científico en el estudio del posible significado astronómico de monumentos antiguos. Posteriormente, en 1906, Lockyer dirigió su atención a las Islas Británicas donde analizó la orientación de algunos monumentos megalíticos en Stonehenge and Other British Stone Monuments Astronomically Considered señalando alineamientos solares, lunares y estelares También fue uno de los primeros en sugerir que durante el Neolítico y Edad del Bronce existía una práctica relacionada con el calendario muy extendida por las Islas Británicas según la cual el año era dividido en 8 partes iguales. A pesar de que sus trabajos fueron ignorados desde la Arqueología, despertó el interés de otros investigadores como el capitán naval Henry Boyle Somerville, que en su artículo Prehistoric monuments in the Outer Hebrides, and their astronomical significance, publicado en Journal of the Anthropological Institute, en 1912, fue el primero en señalar posibles alineamientos lunares en el monumento megalítico de Callanish. Esta publicación, así como los trabajos previos de Lockyer, también llamaron la atención del ingeniero escocés Alexander Thom, cuya aportación al estudio de la función astronómica de los monumentos megalíticos británicos constituye una parte muy importante de los cimientos de la arqueoastronomía actual. Su primer artículo fue publicado en 1954: The solar observatories of Megalithic Man, en Journal of the British Astronomical Association, al que siguió el libro Megalithic sites in Britain, en 1967, en el que analizaba la información procedente de 500 monumentos. A estos siguieron Megalithic lunar observatories, en 1971, y Megalithic remains in Britain and Brittany, en 1978, entre otros muchos artículos.


Una de sus propuestas más relevantes es que la construcción de los círculos megalíticos se realizó a una unidad de medida que denominaba la “yarda megalítica”, muy semejante a la vara utilizada en España. Otra que estos círculos estaban realizados siguiendo diseños geométricos como elipses, ovoides, etc., de modo que sus ejes de simetría encapsulaban alineamientos astronómicos de interés. La tercera idea era que los alineamientos astronómicos eran muy precisos, del orden de 0,1º, tanto que permitiría reconstruir la perturbación de 9’ asociada al ciclo de regresión de los nodos de la luna y así el ciclo de 173 días como base para la predicción de eclipses.

La presentación que hace Thom del hombre del Neolítico como un ingeniero competente con un profundo conocimiento de geometría aplicada choca con la visión de los arqueólogos coetáneos de comunidades que practican una economía de subsistencia primitiva. Esta claro aunque ni Thom, ni otros muchos arqueoastrónomos (que principalmente proceden del campo de la Física) muchas veces no manejan la dimensión histórica o cultural del yacimiento arqueológico que están estudiando, las conclusiones del ingeniero escocés son difícilmente refutables ya que se basan en un meticuloso trabajo de campo y un riguroso análisis estadístico. Si bien, los procedimientos seguidos por Thom en cuanto al estudio de campo , el análisis de los datos y la presentación de los resultados constituyen la base fundamental de la metodología seguida por la arqueoastronomía actual, algunas de sus conclusiones han sido revisadas. La elevada precisión que defiende choca con la incertidumbre debida a la refracción atmosférica, se han cuestionado los criterios en la selección de los datos que incluye en sus análisis estadísticos y se ha criticado su visión de los artífices de los monumentos megalíticos como una proyección de sí mismo.


En 1963, el astrónomo inglés Gerald S. Hawkins publicó en la revista Nature el artículo titulado Stonehenge Decoded en el que analizaba distintos alineamientos astronómicos reconocidos en la estructura de este monumentos megalítico. La principal novedad es que para realizar los cálculos se sirvió de un computador, lo que favorecía la idea de considerar Stonehenge como una especie de computadora neolítica. En 1964 publicó en la misma revista el artículo: Stonehenge: A Neolithic Computer en el que defendía el uso de los 56 agujeros Aubrey como el número entero múltiplo más próximo al ciclo de regresión de los nodos de la Luna de 18.6 años, así como su uso como un sistema de predicción de eclipses. Fue duramente criticado en 1966 por el arqueólogo Richard Atkinson, una autoridad en Stonehenge que, sin embargo, fue impresionado por el rigor de Alexander Thom.

A partir de los años 80, aparecen nuevas figuras de referencia, como Clive Ruggles, arqueólogo, astrónomo y profesor emérito de la Universidad de Leicester, o Michael Hoskin, físico y miembro de la Universidad y del Churchill College de Cambridge, Anthony Aveni, antropólogo y astrónomo estadounidense, que ejerce la cátedra de Astronomía, Antropología y Estudios Nativos Americanos en la Universidad de Colgate de Nueva York, o Juan Antonio Belmonte, del Instituto Astrofísico de Canarias. También se fundó en 1970 la revista Journal for the History of Astronomy y en 1979, Archaeoastronomy. En 1993 se crearon e iniciaron en Estrasburgo las reuniones de la Société Européne pour l´Astronomie dans la Culture (SEAC) por Jascheck, o el inicio de las conferencias INSAP (The inspirationn of Astronomical Phenomenon), en Lazio, Italia.


Precisamente, ha sido Michael Hoskin el que ha facilitado la extensión de los estudios arqueoatronómicos a otras áreas europeas diferentes a las Islas Británicas al presentar cálculos e interpretaciones relativas a monumentos de Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia, la península Itálica, Creta o la costa báltica, actividad dentro de la que hay que hacer especial mención a su estudio sobre la orientación preferente de los dólmenes del occidente europeo.

En Europa algunos arqueólogos se han interesado por temas arqueoastronómicos, como Cunliffe, Renfrew, Burl, Euan MacKie, que van venciendo la mutua incomprensión entre la Arqueoastronomía, promovida especialmente por sectores procedentes de la Física y la Ingeniería, y la Arqueología, con orígenes que se remontan a los primeros trabajos de Lockyer. Esta falta de sintonía ha sido explicada por el “lenguaje” utilizado por unos y otros: Matemáticas vs. Humanidades. 


España evidencia una sensible menor intensidad de la investigación arqueoastronómica respecto a otras zonas de Europa y un mucho menor peso en los estudios arqueológicos españoles, que desafortunadamente, no los consideran una fuente complementaria de información útil para comprender la cosmovisión de las personas que construyeron los monumentos cuyas reminiscencias después de milenios son los restos de sus estructuras en forma de yacimientos arqueológicas y la huella cultural sensible en las tradiciones populares locales. Algunos de estos trabajos proceden de la Universidad de Salamanca a través del Departamento de Prehistoria y Arqueología, Almagro Gorbea y Gran-Aymerich en su estudio sobre la orientación astronómica del estanque galo de Bribacte, el equipo de Juan Antonio Belmonte, Rebullida Conesa o García Quintela y Santos Estévez sobre los santuarios célticos de Galicia, Cerdeño en cuanto a la orientación de ciertos elementos de la cultura celtibérica, o mi investigación con una publicación impresa: Teleno, señor del Laberinto, del Rayo y de la Muerte o varios artículo en el blog Asturiensis Prouincia Indigena.

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