Los perros ayudaron a los primeros humanos a cazar mamuts, según sugiere un estudio

Foto: Cráneo de un perro paleolítico con un hueso de mamut en la boca.


Fuente: tendencias21.net | Yaiza Martínez | 30 de mayo de 2014

Un análisis de yacimientos arqueológicos europeos que contienen un gran número de restos de mamuts y viviendas construidas con los huesos de estos animales ha llevado a Pat Shipman (izquierda), una investigadora de la Penn State University de Estados Unidos, a formular una nueva interpretación del papel de los perros en la historia más antigua de la humanidad. 


Shipman sugiere que la repentina aparición de estos asentamientos podría tener su origen en la cooperación entre los primeros humanos modernos y los primeros perros domesticados. 
Esa colaboración habría potenciado la caza de los mamuts, una especie ya extinta lejanamente emparentada con los elefantes actuales. El análisis de Shipman también proporciona una manera de probar las predicciones de su hipótesis. Sus resultados han aparecido publicados en la revista Quaternary International


Un poco de historia y un enigma 

Los yacimientos arqueológicos con herramientas de piedra y un número extraordinario de mamuts muertos -algunos de ellos también con restos de cientos de personas- se hicieron comunes en el centro y el este de Eurasia (continente que comprende Europa y Asia unidas) hace aproximadamente entre 45.000 y 15.000 años, a pesar de que los mamuts habían sido cazados por los seres humanos y sus antepasados durante al menos un millón de años.
 

En algunos de estos misteriosos lugares, han aparecido incluso chozas construidas con huesos de mamut y con complejos patrones (modelos geométricos), así como pilas de huesos de mamuts descuartizados. 
 Foto: Restos óseos de mamut que formaban la estructura de una choza.


"Uno de los mayores enigmas de estos sitios es cómo los humanos de entonces pudieron matar a un número tan grande de mamuts con las armas de las que disponían", explica Shipman en un comunicado de la Penn State. 


El enigma ha crecido a raíz de los resultados de estudios previos, que han establecido similitudes entre los restos de mamuts presentes en estos yacimientos y los restos de elefantes modernos muertos por la caza o por desastres naturales. 


Según Shipman, "algunos de los patrones de mortalidad de estos mamut encajan con los de las muertes naturales de elefantes actuales, por sequías o por armas modernas capaces de acabar con familias enteras de elefantes de una sola vez". 


Este hecho sugiere, por tanto, que, en aquel entonces, los humanos idearon una novedosa y eficiente técnica de caza de animales tan grandes, cuyo uso se extendió. Esto podría explicar la presencia masiva de huesos de mamuts en yacimientos de Europa.

Cazando con perros primitivos 

Según la hipótesis de Shipman, dicha técnica estaría basada en la cooperación, para la caza, entre perros primitivos y humanos. 


La clave de esta teoría se la dio a la investigadora un trabajo, también reciente, realizado por un equipo del Real Instituto Belga de Ciencias Naturales dirigido por la paleontóloga Mietje Germonpré  (derecha). En él, se encontraron evidencias de que algunos de los grandes carnívoros de estos lugares eran perros primitivos domesticados, y no lobos, como se había asumido inicialmente. 


Shipman ha hecho predicciones sobre cómo habría sido esa cooperación: "Los perros ayudaban a los cazadores a encontrar presas más rápidamente y con mayor frecuencia. Además, los perros también pudieron rodear a estos grandes animales y mantenerlos quietos, amenazándolo con gruñidos, hasta que los cazadores llegasen. Ambas acciones habrían aumentado el éxito de la caza". 


"Por otra parte, los perros grandes, como los identificados por Germonpré, podrían haber ayudado a trasladar las presas hasta las poblaciones; y habrían protegido a los cazadores de otros carnívoros, para que pudieran acampar sin riesgo en los sitios de caza”.
 

Pruebas recopiladas y por recopilar 

Una característica inusual de los grandes yacimientos llenos de restos de mamuts encontrados en Europa, es la presencia en ellos de un número extraordinario de restos de otros depredadores, en especial de lobos y de zorros.
 

"Tanto los perros como los lobos permanecen muy atentos a la presencia de otros carnívoros cercanos -cánidos-, y defienden de ellos sus territorios y alimentos con fiereza. Si los humanos cooperaban ya entonces con perros o lobos domesticados, es lógico que haya tantos restos de lobos salvajes asesinados por ellos en dichos lugares”, señala Shipman como prueba de su teoría. 


Por otra parte, otros estudios han arrojado datos que apoyan la hipótesis de Shipman. Hervé Bocherens (izquierda) y Dorothée Drucker  (derecha), de la Universidad de Tubingen, en Alemania, llevaron a cabo un análisis isotópico de los restos de lobos y supuestos perros en un yacimiento específico, el yacimiento checo de Předmostí


Descubrieron que los individuos de dicho lugar identificados como “perros” tenían una dieta distinta a la de los identificados como “lobos”, lo que indicaría que los primeros fueron alimentados por seres humanos. 

Además, un análisis del ADN mitocondrial realizado por Olaf Thalmann  (izquierda), de la Universidad de Turku, en Finlandia, demostró que los individuos identificados como “perros” presentaban una firma genética distintiva, no vinculada a cualquier otro cánido. 


"Dado que el ADN mitocondrial es portado solo por las hembras, este hallazgo podría indicar que estos cánidos no dieron lugar a los perros domésticos modernos. Simplemente, constituyeron un grupo peculiar, extinto, de lobos", explica Shipman. "También podría indicar que los primeros humanos domesticaron a los lobos como a perros, pero cruzaron a los cánidos femeninos con machos de lobo salvaje, por lo que ese linaje de ADN mitocondrial femenino distintivo se habría perdido". 


A medida que se vaya recopilando más información sobre fósiles de cánidos de hace entre 45.000 y 15.000 años, la hipótesis de los perros de caza de Shipman se verá respaldada. “Si aparecen más de estos cánidos distintos, similares al perro, en grandes yacimientos, acompañados por un número inusualmente alto de restos de mamuts y de lobos; y si esos cánidos fueron grandes y fuertes, y mantuvieron dietas diferentes de las de los lobos, podremos afirmar que los perros, realmente, son los mejores amigos del hombre”.

¿Qué dicen los genes? 

El perro, tal y como lo conocemos hoy, habría comenzado a existir en Europa hace entre 19.000 y 32.000 años, según análisis genéticos realizados el año pasado por un equipo internacional de científicos, entre los que se encontraba el investigador ya mencionado Olaf Thalmann. 


En este otro trabajo señaló que entonces fueron los cazadores recolectores los responsables de amaestrar y domar a las especies de lobos salvajes, de las que descienden los perros actuales. 
Para llegar a esta conclusión, se compararon secuencias genéticas de muchas razas de cánidos contemporáneos con las extraídas de fósiles de Asia, Europa y otros regiones del mundo.


Este adiestramiento fue un proceso largo y gradual en el que confluyeron varios acontecimientos. “La protección de otros depredadores puede haber desempeñado un papel importante en el inicio de la relación entre el perro y el hombre, aunque más tarde se produjeron actividades como el pastoreo y la caza; y cambios morfológicos como el color del pelaje y el tamaño de los animales”, explicó Thalmann.

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Comentario por Guillermo Caso de los Cobos el marzo 30, 2015 a las 4:18pm

Esos lobos que nos salvaron

Fuente: EL PAIS.com | Rosa Montero | 29 de marzo de 2015

Siempre me han fascinado los neandertales, esa otra especie humana con la que hemos compartido el planeta durante muchos miles de años. ¿Se imaginan? Ya hemos convivido con alienígenas, y de hecho guardamos un vivo recuerdo de ellos: los extendidos mitos de ogros, troles, yetis y big-foot son el rastro que esos seres dejaron en nuestra memoria colectiva. En realidad sabemos muy poco de los neandertales y su extinción es uno de los grandes misterios de la paleontología. Los expertos están en una guerra constante de fechas y datos; creo que, a la dificultad de conseguir información precisa en una materia tan remota, se añaden una infinidad de poderosos prejuicios por el hecho de estar tratando un tema tan sensible como la supuesta preponderancia de nuestra especie.

De modo que, durante años, se pensó que los neandertales eran unos brutos inferiores y que los cromañones, mucho más refinados e inteligentes, llegamos y les borramos por nuestra pura superioridad. Luego se ha descubierto que nuestros primos eran tan inteligentes como nosotros; que, además, con su cuerpo masivo estaban más adaptados que nosotros para el frío de la glaciación (y, sin embargo, quienes desaparecieron fueron ellos); que convivimos durante muchos milenios (entre 15.000 y 130.000 años, dependiendo de las fuentes); más aún, ¡que nos apareamos! Y que tuvimos descendencia fértil, porque todos los humanos, salvo los africanos subsaharianos, tenemos entre un 1% y un 4% de genes neandertales. Eso sí, el cruce debió de ser muy raro. Un serio y famoso estudio estadístico aventura que sólo hubo 10.000 parejas mixtas de padres. Cómo se llega a una precisión contable de este tipo es una magia genética y matemática que soy incapaz de vislumbrar.

Pero volvamos al misterio de la extinción de los neandertales. Durante algún tiempo, y de hecho hasta hace muy poco, hubo una teoría maravillosa. Ya hemos dicho que neandertales y cromañones éramos exactamente iguales en cuanto a capacidad intelectual, nivel tecnológico de fabricación de herramientas y demás. Sin embargo, parecía que nosotros, además de fabricar hachas, hacíamos collares. Que no sólo nos interesaba lo útil, sino también lo hermoso. Y que ese talento artístico, digamos, podía haber sido la clave de nuestro éxito. Que la capacidad de crear y apreciar la belleza hubiera sido lo que nos salvó de la extinción me pareció tan emocionante que escribí un artículo sobre ello e incluí este dato en varias conferencias. Pero se trataba, de nuevo, de una conclusión errónea y etnocéntrica. En la última década se ha demostrado que los neandertales también se hacían collares de dientes de animales, también apreciaban lo estético. Volvíamos a ser iguales. Volvíamos a quedarnos sin ninguna diferencia que explicara por qué ellos desaparecieron y nosotros no.



Ahora he leído en The Guardian una noticia fascinante. Una profesora norteamericana, Pat Shipman, acaba de publicar un libro en el que propone una teoría formidable. Recordemos que, en la época de la extinción, la glaciación estaba haciendo que la vida fuera mucho más difícil; aunque los neandertales estuvieran físicamente más preparados para el frío, eso no les salvaba de la hambruna que los rigores invernales trajeron: había menos comida para todos. Y, entonces, sucedió algo maravilloso: los cromañones se aliaron con los lobos para cazar. Dio así comienzo nuestra viejísima relación con los perros; hay restos óseos de hace 40.000 años de humanos y lobos enterrados juntos, y en los huesos de los animales no se veían huellas de dientes, lo que demostraba que no habían sido devorados, sino que formaban parte de la familia; además, para entonces los cráneos de los lobos ya estaban ligeramente modificados, porque eran una especie doméstica.

Humanos y lobos somos especies parecidas y complementarias; somos omnívoros, oportunistas, jerárquicos, animales sociales que nos ocupamos de nuestras crías y de nuestros viejos. En tiempos de hielo, de penuria y de hambre, tuvimos el ingenio de aliarnos para cazar. Juntos, cromañones y lobos debimos de formar un equipo letal y poderoso. Cazamos (y exterminamos) a los mamuts, a los leones y los búfalos europeos. Y matamos de hambre a los neandertales.

El libro de la profesora Shipman se titula The Invaders: How Humans and Their Dogs Drove Neanderthals to Extin... (Los invasores: cómo los humanos y sus perros llevaron a los neandertales a la extinción). Miro ahora a mis perras, conmovida y conmocionada por la idea de que probablemente nos salvaron como especie. Y, desde entonces, cuántas veces hemos abusado de ese pacto, cuántas veces los hemos traicionado.

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