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Estela de Restituta a su «inmejorable marido», Septiminius. DL
Editan el libro que analiza y traduce las 55 lápidas romanas extraídas en 2009 de la muralla leonesa. Siete expertos concluyen que es el «mayor hallazgo epigráfico» en su ámbito.
Fuente: E. GANCEDO, León | Diario de León, 1 de julio de 2016
«Para Mansuetus, dulcísimo cónyuge, que murió a los cuarenta y cinco años. Minutia lo hizo (este monumento) para su cónyuge, que se lo merecía bien». O «A los dioses Manes. Modesta, madre, de cincuenta años y a (mi) padre Attio de cincuenta y cinco años. La tierra les sea leve. Vicario (su hijo), se ocupó de hacer este monumento con su dinero».
Son breves alegatos en favor del recuerdo, chispazos de ese incesante afán humano por dejar constancia de su paso por esta tierra, emocionantes reclamos de eternidad. Los dejaron escritos unos leoneses de hace cosa de dos mil años en lápidas de piedra de toda forma y procedencia, estelas que en 2009, durante las obras de restauración de los cubos 2 y 3 de la muralla —el lienzo de las Clarisas—, comenzaron a aparecer en número creciente: estaban ‘embutidas’ en los muros, ya que habían sido reutilizadas en unas apresuradas y formidables obras de recrecimiento y refuerzo del recinto legionense que tuvieron lugar a finales del siglo III d.C..
El anuncio del hallazgo traspasó las fronteras leonesas dada la variedad, antigüedad y cantidad de las mismas: se extrajeron hasta 52 lápidas dignas de ese nombre y 55 objetos con algún tipo de texto escrito en ellos, una notabilísima fuente de información histórica en torno a los años que van del siglo I a mediados del II. Y ahora acaba de salir de imprenta Historia de una excavación horizontal, el libro que describe, analiza, transcribe, traduce y contextualiza cada uno de estos descubrimientos: su coordinador es Melquiades Ranilla y en él escriben, además del redactor del Plan Director de la Muralla; Luis Grau, Ángel Palomino, Enrique Santamaría, Jorge Sánchez-Lafuente, Luis Valdeón y Gema Vallejo.
«Es el mayor hallago epigráfico de estas características, registrado en una muralla romana, en toda España», asegura Ranilla y lo confirma Sánchez-Lafuente, profesor de Historia Antigua en la Universidad de León. El primer de ellos resaltó lo «concienzudo» y «exhaustivo» de la obra, donde queda consignado no sólo el estudio de cada una de estas piezas, sino también, por ejemplo, las delicadas labores que se emprendieron a finales de 2009 para extraer las lápidas sin fragmentarlas —y sin dañar tampoco la muralla—, dejando en su lugar réplicas; o la interpretación, siempre a cargo de especialistas, del tipo de latín empleado, de los nombres que aparecen, de las advocaciones, de los motivos decorativos, de la esperanza de vida que dejan traslucir… toda una serie de datos clave para averiguar aspectos de la vida cotidiana imposibles de conocer de otro modo.
Bajaron de la montaña
Una de las lecturas más sugerentes es la que hace Jorge Sánchez-Lafuente en cuanto a la onomástica reflejada en ellas. «Abundan los nombres nativos que son propios, casi exclusivos, de la montaña leonesa, lo que nos hace pensar en personas que bajaron de los valles a residir en la ciudad y aquí se integraron y aculturaron», explica.
«La mayoría era gente humilde, que servía al ejército en la cannaba», precisa, mientras que Melquiades Ranilla hace ver las «cuatro vidas» de estos objetos, ya que la mayoría fueron elaborados, originalmente, como material de construcción de edificios, luego se emplearon con fines funerarios, después se usaron como ‘material de obra’ y ahora se encuentran custodiados en el Museo de León.
Un niño de un año y una señora de 110
Las lápidas de dos mujeres, Atta, de «veinte años y tres meses», y de Attia Prima. DL
Uno de los aspectos más sugestivos de estas lápidas es la edad de los finados, variada, pero que sobre todo gira en torno a la treintena y la cuarentena. «La esperanza de vida en aquella época era de cuarenta años, que es lo que aquí nos encontramos», recuerda Jorge Sánchez-Lafuente. «Eso sí, tenemos una de un niño de un año y cinco meses, cosa inusual que nos habla del especial cariño y dolor de aquellos padres, y de una señora, Trofimene, de 110 años», cifra insólita que podría ser falsa o aproximada, ya que la conciencia de edad no era tan exacta como lo es hoy.
Y en el aire queda la sensación de premura en reforzar la muralla (se espesó cinco veces más) con todo tipo de materiales imaginables. «¿Se cernía sobre ellos un peligro, peste o catástrofe humanitaria?», se pregunta el experto.
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