Mi relación personal con los tambores de Folkton resultara desde el principio algo curiosa. En las primeras ocasiones de contemplar esos tambores, allá en los años de estudio, bachillerato y universidad y de material procedente de divulgación, así a simple vista pensé que se trataría de unos simples tambores convencionales de materiales como madera y pieles, pero, una vez interesado, la idea sobre lo mismo cambió de manera radical al enterarme de la forma y los materiales con los que habían sido fabricados. En mi afán por saber más cosas me pregunté sobre la utilidad precisa de esos tambores de piedra y su valor real  dentro de la función social de los pueblos del principio de la Edad de los Metales en el norte y acaso otros lugares de Inglaterra.

Los ambientes humanos y geográficos previstos en la gran isla del norte para todo lo largo del III milenio, harían referencia a la sucesión  de unas últimas etapas de la Edad de Piedra, Paleolítico, en concreto los últimos tiempos del Neolítico con el avance del primer uso del metal. Las poblaciones humanas se habían ido localizando y focalizando provenientes de los ancestros lugares de vida cavernaria hacia unos ciertos paisajes proclives a la construcción de los primeros poblados y ciudades de vida sedentaria y con posibilidades de puesta en marcha de las labores del Neolítico, domesticación de cereales y plantas y primeros rebaños de animales.

Esa gran isla o península del norte estaba unida al continente por un istmo de tierra más o menos amplio que en los inviernos desaparecía confundido con la masa de nieve y hielo de lo que sería todavía un inmenso casquete polar ártico de las últimas eras glaciales.

Los primeros indicios de vida humana en aquel lugar se podrían cifrar en torno a un millón de años hace y harían referencia a grupos de cazadores que se adentrarían por el istmo en los benignos tiempos de primavera a otoño en sus labores cinegéticas. Más tarde, estos grupos se habrían ido arriesgando a una clase de residencia permanente en el lugar, todo ello solventado por un compendio  de habilidades y prestancias para pasar allí el invierno y por ende el resto del año. Tenemos, entonces, que se trata de un millón de años el tiempo aproximado  desde el conocimiento-descubrimiento de la isla hasta su habitación y elección como residencia permanente.

Serían los benignos tempos del Holoceno, entre los 10.000 a 15.000 años hace, las eras de su máxima promoción con el paso continuo de grupos hacia su interior desde el continente y desde otros lugares, acaso, y con unas serias posibilidades de supervisión y supervivencia para la vida humana. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones incluso desde la perspectiva holocénica, pues todos esos lugares del norte hasta eras muy recientes se verían anegados año tras  otro en unas condiciones atmosféricas y geográficas muy severas de nieve y hielo durante gran parte del año y más hacia sus regiones más septentrionales. Muestra de ello podrían citarse las sucesivas emigraciones de grupos de gentes desde las regiones más al norte en Escocia hacia el Sur en búsqueda de posibilidad de supervivencia y esto como sistema, como algo programado año tras otro en los meses de máximas rigidez climática.

Una cosa es cierta, digamos, que las condiciones climáticas y atmosféricas siempre habría sido una importante condición y premisa  -medio ambiente- para el desarrollo y futuro, incluso la manera de ser y características antropológicas de los grupos y comunidades de humanos allí desplegados.

Los tambores de Folkton, así llamados, son tres objetos en piedra caliza, una rara piedra caliza, La Creta, que sirviera  -sus estratos-  para datar una de las eras geológicas de la Tierra, El Cretácico, último de los tiempos de la Era Secundaria. Estos tres objetos en forma de pequeños tambores fueron descubiertos en la tumba de un niño datada por la investigación arqueológica en los mismos tiempos de la construcción de Stonehenge, hace más de 4.000 años y fueron hallados en el año 1.889 en Yorkshire del Norte, tierras limítrofes entre Inglaterra y Escocia y más hacia la costa Este Atlántica.

Su descripción sería como sigue: Se trata de unos objetos de aspecto circular y macizos que parecen representar unos pequeños tambores con una concisa decoración. Sus dimensiones son de 12 a 15 cm de diámetro y de 8 a 12 cm de alto con grabados de tipo geométrico y antropomórfico. Su parte superior tiene una decoración de círculos concéntricos y dos de ellos en sus laterales circulares tienen un par de ojos y grandes cejas que parecen representar un rostro humano. En la actualidad se desconoce el significado  de esa decoración, pero es similar a la que aparece en objetos y recipientes cerámicos del Neolítico y algunos trabajos de orfebrería en láminas de oro en la Edad de Bronce de aquellos mismos lugares. Existe, no obstante, un problema en cuanto al tamaño de esos objetos, pues otras informaciones conceden un diámetro para el más grande de 1.46 m. de diámetro con lo cual su aspecto vendría a cambiar significativamente, aunque no su contenido y significación.

La interpretación que se ofrece para esos objetos en la actualidad podría simplificarse en dos sentidos diferentes. El primero de ellos haría referencia a que se trata de objetos decorativos y de ajuar funerario para el importante niño en cuya tumba aparecieron. Y un segundo sentido observado por algunos especialistas les daría un carácter de representación o imitación en piedra de otros objetos que existían en la realidad, más grandes quizás, o de parecidas dimensiones, y que debieron ser fabricados en madera y otros materiales perecederos como cuero y cuerdas en esos mismo lugares.

Una confluencia de ambos sentidos interpretativos nos conduciría a la conclusión, acaso sorprendente y anticipada, de que esos tres objetos  -los tambores de Folkton-  serían representaciones graciosas de otros objetos que existieron coetáneos de los mismos, es decir, representaciones simbólicas de tambores  u objetos de aspecto muy parecido y usados en aquellos remotos tiempos prehistóricos para importantes y singulares usos y costumbres, representaciones que, a su vez, habría servido para acompañar el sepelio y ajuar funerario en algunas tumbas.

Decir aquí que existe un reciente y sorprendente descubrimiento de otro tambor en la misma clase de piedra, la creta, pero en una región más al sur en Inglaterra, en Lavant, Sussex, éste último sin decoración aparente, con lo cual podría argumentarse que esa costumbre de reproducir objetos  -tambores-  en piedra sería una práctica consuetudinaria y secular en aquellos lugares.

Se piensa, así mismo, que los artesanos que fabricaron esos objetos y su decoración habrían seguido técnicas usadas como tradición en Inglaterra para la decoración de utensilios y objetos de madera.

Y algo muy importante pues en esos objetos se advierte una cierta hechura perentoria, como fabricados con prisa para su uso funerario, algo, este mismo hecho que habría que suponer posterior a otro uso  de los mismos pues investigaciones actuales con modernas técnicas advierten otros dibujos y decoración anterior.

Fuere como fuere, sería la segunda manera de interpretación, aquella que hace de esos objetos representaciones en piedra de tambores normales que existían en la realidad y no conservados por su carácter perecedero, cuando mi relación personal con los mismos habría encontrado una cierta luz para su correcta y singular interpretación.

La historia del tambor es muy antigua, evidencias de su fabricación se remontan a los 6.000 años antes de nuestra era y se trata, junto con la flauta de los primeros instrumentos musicales  -emisores de sonidos armónicos-  más antiguos que existen. Sus primeras fábricas se asocian a las nuevas técnicas neolíticas de la cerámica y el barro cocido y podría ser  -al igual que los mismos recipientes cerámicos-  propuestas neolíticas de otros utensilios artesanales con la misma finalidad, pero fabricados en materiales perecederos. Se trata, así mismo, la historia del tambor de una aparición global en los diferentes lugares del planeta y a lo largo de los tiempos.

Es muy probable, entonces, que esos objetos en Folkton sean reproducciones de otros objetos que existieron en la realidad y de un carácter singular, es decir, como producto de labores artesanales autóctonas. 

Aquí se presenta, sin embargo, el quid de cuestión, el "porqué" de la existencia de esos tambores en lugares tan septentrionales y su utilidad cierta, si se comunicaban o mandaban mensajes de un poblado a otro o serviría su uso para las celebraciones rituales o eventos cosmológicos o por simpleza sirvieran de muebles o juguetes o un uso lúdico en celebraciones y reuniones populares.

Y sería, entonces, ahora, cuando surgiera la idea práctica y auténtica para esos tambores prehistóricos en aquel lugar Inglaterra y como resultado de la más profunda forma de ser y el carácter más genuino de sus gentes. En efecto, el uso de esos tambores quedó asociado a una vieja costumbre que tenía lugar en algunos pueblos de la Meseta Norte en la Península Ibérica, y acaso en otros lugares, de espantar la tormenta de verano, la pedrisca y el granizo destructores de cosechas con el sonido de las campanas de las iglesias. Todo esto basado en unas ciertas teorías populares de que el sonido de las campanas destruiría el potencial de granizo de las nubes o lo desviaría hacia otros lugares. Y es de asegurar que esta práctica produciría sus resultados más o menos aparentes.

Algo similar podría haber sucedido con el uso de esos tambores en algunos lugares de la Inglaterra prehistórica. Habría que echar aquí mano de la imaginación y al mismo tiempo hacer dueños de esos tambores a los miembros de la poderosa clase de Los Druidas, que serían ellos quienes los manejasen, incluso responsables de su fábrica. Imaginarse, ahora, las largas noches de invierno en el tremendo ambiente de la isla. Imaginarse esas mismas noches entre diciembre y enero, por ejemplo, en aquel lugar república de pequeños poblados, imaginarse uno de aquellos pueblos por la noche a las 2´30 y las tres de la noche en el silencio más absoluto, los gruesos copos de nieve que no cesaban de caer  -gravedad portentosa-   y la oscuridad más absoluta que no respetaba  ni llanuras ni bosques y al fondo del poblado, en algún lugar del mismo, el sonido de los tambores de los druidas que comenzara a oírse para espantar con su presencia la tormenta de nieve, frío, viento y oscuridad. Para que el temporal fuese más deprisa, para que la hora del amanecer se adelantase.

Esos importantes y emblemáticos objetos de la clase dirigente de Los Druidas habrían sido representados en pequeños objetos  -quizás no tan pequeños-  de piedra caliza, creta, con el fin de acompañar los enterramientos de los niños de la gente importante en aquella primigenia sociedad de la Inglaterra prehistórica. Objetos en caliza que podrían ofrecernos para nuestro análisis una importante información sobre maneras de vida y costumbres del pasado. Y también el apresuramiento en su fábrica podría hablarnos de lo mismo, de que se trata de objetos secundarios representación de otros objetos de uso importante y como resultado de profundas creencias y observaciones empíricas por parte de la superior clase de los druidas sobre el efecto que el sonido de los tambores podría ejercer sobre la atmósfera y el hostil medio invernal en aquellos lugares.

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