Los sarcófagos antropoides de Cádiz: dos joyas de la arqueología funeraria púnica

Introducción


De extraordinario pudo calificarse la aparición, en la zona conocida como Punta de la Vaca en 1887, del sarcófago antropoide masculino de Cádiz. A partir de este preciso hallazgo es cuando se despierta el interés de los investigadores por la historia feno-púnica y su pasado en la península ibérica. Tras su aparición, y dado el impulso que imprimió al interés por el estudio de esta cultura, se pusieron en marcha importantes excavaciones arqueológicas en otros supuestos hábitats feno-púnicos localizados en nuestro espacio peninsular, como fueron Ibiza y Villaricos. No obstante, para épocas tan recientes en el campo de la arqueología, contamos con una seria dificultad a la hora de valorar los datos obtenidos de estas primeras intervenciones arqueológicas, como es la falta de una metodología científica lo suficientemente precisa o detallada, así como la escasez de trabajos serios, por lo que, desafortunadamente, sus resultados poseen un valor limitado a efectos de investigación.


A pesar de ello, desde su aparición, el sarcófago antropoide masculino se convirtió en un referente de la arqueología fenicia a nivel internacional, y testigo mudo de la presencia de la cultura oriental en Cádiz. Junto con el sarcófago antropomorfo femenino, que apareció muchos años más tarde, se convirtieron en las dos únicas piezas de este tipo y de esta cultura aparecidas en el límite más occidental del Mediterráneo. Habría que esperar al año 1980 para que apareciera la versión femenina, en un solar de la entonces C/ Ruiz de Alda, hoy C/ Parlamento. A diferencia del masculino, el sarcófago femenino apareció en un contexto temporal más favorable desde el punto de vista de la investigación arqueológica, lo que hizo posible un estudio más completo y científico. Ambos ejemplares constituyen una de las más destacadas obras de la arqueología prerromana de la península ibérica, y exclusivas en el occidente Mediterráneo.


Los dos sarcófagos gaditanos vienen a cumplir fielmente las características estilísticas de los sarcófagos fenicios, destacando por su eclecticismo plástico. En muchos casos se busca imitar los sarcófagos egipcios, fruto del estrecho contacto comercial, y por tanto cultural, que los fenicios mantuvieron con el país del Nilo durante tan dilatado periodo de tiempo. Por ello, los modelos egipcios pasaron a ser reinterpretados por los artesanos fenicios, saliendo de sus talleres auténticas joyas de la escultura oriental. Con el tiempo estos sarcófagos comienzan a adoptar el influjo de la escultura greco-oriental, lo que se aprecia claramente en ambos sarcófagos gaditanos.


Desde el punto de vista artístico, constituyen excelentes féretros realizados en mármol blanco. Ambos sarcófagos aparecieron, a los ojos de los arqueólogos, acotados por grandes sillares de arenisca, pero, a diferencia del masculino, del cual carecemos de datos al respecto, el sarcófago femenino apareció comprimido o insertado, como si de una ajustada funda se tratara, y así conseguir preservarlo con el devenir del tiempo. Dicha disposición que presentaban los sillares fue realizada a conciencia, por lo que cada uno de ellos había sido trabajado meticulosamente, siendo rebajados en su superficie para conseguir adaptarlos perfectamente al féretro. El sarcófago masculino, y según el material gráfico conservado del momento del hallazgo, aparecía también protegido por grandes sillares de piedra, pero nos resulta imposible determinar si el féretro estaba o no encajado en ellos.

Sarcófago antropoide masculino (siglo V a. C.)

El 30 de mayo de 1887, fue una fecha clave para la arqueología, no solo gaditana sino también de la Península Ibérica, ya que en esa fecha vio la luz el sarcófago antropoide masculino, una joya de la escultura fenicia. Su hallazgo se produjo en la parte de la ciudad conocida como Punta de la Vaca, muy próxima a las Puertas de Tierra, en un contexto de movimientos de tierras y allanamiento del terreno, para la construcción de un pabellón con motivo de la Exposición Marítima Nacional, a celebrar por ese tiempo en la ciudad de Cádiz. En ese momento se exhumaron tres tumbas elaboradas a base de sillares, apareciendo el sarcófago en la mayor de las tres. Fechado cronológicamente en el siglo V a. c, (440 a. C.), la sepultura carecía de un ajuar funerario importante, conteniendo en su interior, junto al esqueleto de un individuo corpulento, restos de lo que fue la mortaja y lo que pudo ser un ataúd o estructura de madera de cedro. En cambio en las otras dos tumbas de cistas de sillares, el ajuar encontrado fue más rico. En una de ellas, aparecieron los restos óseos de un personaje masculino adulto, acompañado de los restos en hierro, de lo que se interpretó como algún tipo de arma, y restos de huesos de animales con algún tipo de grabado. La otra cista, por el contrario, apareció con el esqueleto de una mujer adulta, junto con un colgante realizado a base de cuentas de pasta vítrea, oro y ágata o coralina, un anillo giratorio con forma de escarabeo y que llevaba grabada una figura femenina, con influencias chipriotas, así como un collar de oro con decoración de granulado y portando una especie de medalla circular conteniendo un grabado en forma de roseta.


Cuando pasamos a analizar el sarcófago masculino, lo primero que llama la atención es la influencia griega de la pieza. Seguidamente nos percatamos de que el féretro, en su conjunto, cuenta con dos elementos claramente diferenciados y complementarios a la vez; el arcón o féretro propiamente dicho, donde se depositaba el cuerpo del difunto y la cubierta o tapadera, que constituía el cierre del ataúd. El sarcófago está realizado en mármol blanco, y a pesar de existir diferentes teorías sobre su procedencia, lo cierto es que se desconoce su origen concreto. El sarcófago masculino cuenta con un sencillo mecanismo de sellado, ideado para que la cubierta del mismo encaje a la perfección con la caja, y así quedar herméticamente sellado. Para ello, la tapa cuenta con una moldura o ribete ubicado en el borde hacia el interior de esta, por todo su contorno, y que al caer sobre la caja, encajaría perfectamente con otro saliente exterior, situado a lo largo del borde superior de la caja. Este mecanismo de cierre, se completaba con cuatro molduras rectangulares situadas a ambos lados, a los pies y a la cabecera de la tapa del sarcófago, lo que a la vez facilitaba su manipulación.

Extracción del sarcófago masculino  / foto dominio público


Desde el punto de vista formal, el artesano que lo elaboró intentó imprimir a la pieza una forma humana, silueteando e intentando adaptarla a la funcionalidad del sarcófago. En esta apariencia antropomorfa, llama la atención el contraste que existe entre la cabeza y el cuerpo. La primera, es un alto relieve, donde el artista ha intentado reflejar de forma detallada y dentro de un realismo esquemático, el rostro de un hombre adulto barbado, mientras que el cuerpo, aparece apenas intuido, reflejando en un bajo relieve, de forma muy esquemática, los brazos y parte de los pies. El cuerpo del sarcófago como ya se ha puesto de manifiesto, destaca por su simplicidad. El personaje en cuestión aparece ataviado con una especie de túnica larga, pero que deja al descubierto el cuello, los brazos y la parte inferior de los pies o zona de los dedos.


Una característica poco común de los sarcófagos gaditanos, tanto del masculino como del femenino, es la representación de los brazos, ya que solo existen otros cuatro ejemplares, donde se representan las extremidades superiores. Los brazos, muy esquemáticos, aparecen representados en posiciones distintas, así el brazo derecho, aparece extendido a lo largo del costado del cuerpo, apoyando la mano, la cual porta con firmeza una corona de laurel o mirto, a la altura de la pelvis. Dicha corona, en el momento preciso de la exhumación del féretro, aun conservaba restos de policromía estando decorada con un tono rojizo. Podemos presumir que el sarcófago antropoide masculino de Cádiz es el único ejemplar de su clase que lleva, al menos escultóricamente representada, una corona de laurel. Pero la corona de laurel contiene además una importante carga simbólica e ideológica y que viene a reforzar su influencia helenizante. En el mundo griego, venía a simbolizar ciertos atributos heroicos y divinos. En el mundo feno-púnico, se usaba la corona de laurel sobre la cabeza de importantes personajes en algunas acuñaciones y retratos. Es también frecuente su uso con un sentido heroico. Por el contrario, el brazo izquierdo aparece representado de forma articulada, flexionándose en un ángulo casi de noventa grados, alcanzando la mano la altura del pectoral, al tiempo que porta lo que parece haberse identificado con una fruta, posiblemente una manzana. El símbolo de la manzana en el contexto funerario, viene a representar la muerte y resurrección. Así mismo, resulta inevitable relacionarlo con Hércules y el mito del jardín de las Hespérides. Finalmente los pies, dentro de este esquematismo generalizado del cuerpo, aparecen representados descalzos, aunque bien inicialmente pudieran estar policromados dibujando algún tipo de sandalia. Ambos aparecen apoyados en lo que parece ser una plataforma o tarima.

Cabeza del sarcófago fenicio masculino. / JOSE BRAZA


Pero el elemento más interesante sin duda del sarcófago antropoide masculino es la cabeza, y, como tal, hemos dejado su descripción para el final. En ella el artista se recreó, dedicándole más tiempo e intentando imprimirle mayor realismo. Para lograr destacarla del resto del conjunto, decidió representarla en alto relieve, casi en bulto redondo, lo que hace que llame la atención, sobresaliendo de entre los demás elementos de la pieza. La cabeza refleja el rostro idealizado de un personaje masculino ya entrado en una edad madura, con un abundante cabello y una poblada barba. El cabello, en general, se nos presenta con profundas huellas de desgaste, debido al transcurrir del tempo, pero ello no es motivo que nos impida comprobar la magistralidad de su ejecución. El rostro se representa de forma ovalada y casi simétrico, enmarcado por un frondoso cabello rizado y una barba muy cuidada, realizada a base de rizos ondulados perfectamente ordenados. De rudas facciones, el personaje presenta una frente estrecha, arcos superciliares rectos y poco marcados, ojos almendrados y abiertos, que nada tiene que ver con las facciones de una persona fallecida, la nariz es recta y afilada, bigote largo y medianamente poblado que cae a ambos lados de la boca llegando hasta la altura de la barbilla, la boca aparece cerrada y en ella los labios son pequeños y ligeramente apretados, destacando el inferior, más carnoso, que contrasta con el superior al que cubre el bigote. Desde el punto de vista artístico, la cabeza en su conjunto, está dentro de los cánones de la escultura oriental, y en su ejecución, el artista consigue, con el cincel y el martillo, crear impresionantes volúmenes, consiguiendo los efectos del claro-oscuro, confiriéndole un carácter casi pictórico, sobre todo en la barba y posiblemente en el cabello, aunque por desgracia las huellas de desgaste nos impide apreciarlo con claridad. El sarcófago antropoide masculino encontrado en Cádiz muestra firmes paralelismos con otros de su clase, pero el más similar, sobre todo por el tratamiento de la cabeza y el rostro, lo constituye el sarcófago de la necrópolis de Mugharat Ablun, hallado en las proximidades de la ciudad fenicia de Sidón. Actualmente en el Museo del Louvre, su cronología es coincidente con el ejemplar gaditano, siglo V a. C., y presenta idéntico tratamiento del rostro, cabello, y barba, sorprendiendo por su extraordinario parecido.

A la hora de precisar el origen del sarcófago gaditano masculino y su taller de procedencia, así como el artesano que lo fabricó, nos encontramos con varias teorías. Por un lado, hay quien piensa que por los paralelismos, tanto estilísticos como cronológicos, al compararlo con otros sarcófagos de su clase, sería realizado por artesanos sidonios radicados en la propia Sidón. Otra teoría apunta a que fue elaborado en talleres gaditanos por un artesano de origen sidonio asentado o traído expresamente a Gadir, influido por influjos artísticos greco-orientales. Finalmente, hay quien afirma que bien podía haber sido elaborado por un artesano griego, ajustándose a los cánones artísticos fenicios, aunque esto a mi entender sería lo menos probable. Nosotros pensamos, que los paralelismos con los sarcófagos sidonios de la necrópolis de Mugharat Ablun son claros, tanto estilística como cronológicamente, y que, por tanto, debió ser realizado por artesanos sidonios en la ciudad de Sidón, y que, en un determinado momento, fue adquirido y exportado desde Sidón hasta Gadir, por alguna poderosa familia perteneciente a la oligarquía gadirita, de ahí su presencia en occidente.

Recientemente hubo serias sospechas entre los investigadores en referencia al contenido de los restos óseos del sarcófago, dándose por hecho de que se hubiera producido una expoliación el día antes de su apertura oficial. En la época de su hallazgo ya existían sospechas de su saqueo, no en la antigüedad, sino en el tiempo que medió entre el día de su descubrimiento un lunes 30 de mayo de 1887, y el de su apertura el miércoles 1 de junio de 1887. Investigadores de la Universidad de Cádiz del grupo HUM-509: PHOENIX MEDITERRANEA, dirigido por la profesora Ana Mª Niveau de Villedary, confirmaron que los huesos actuales no se corresponden con los originales.

Sarcófago femenino (siglo V a. C.)

El hallazgo del sarcófago femenino, a diferencia de su homónimo masculino, no solo es más reciente, si no que este hecho, precisamente, hizo que su exhumación se llevara a cabo en un contexto arqueológico científico y con todas las precauciones posibles, minimizando las posibles pérdidas de cualquier dato de interés histórico y arqueológico. No obstante, su relativamente reciente fecha de hallazgo hace que, a diferencia del masculino, cuente con menos estudios realizados a la espera de futuros análisis. El sarcófago femenino hizo su aparición, a la vista de los arqueólogos, el 28 de septiembre de 1980, en la entonces C/ Ruiz de Alda, hoy C/ Parlamento, bajo un solar en el que se llevó a cabo una excavación de urgencia dirigida por el arqueólogo Ramón Corzo, por aquellos tiempos Director del Museo de Cádiz.

El sarcófago apareció aislado, alejado de otras estructuras funerarias, en una tumba de cista de sillares rectangular, pero con la particularidad de que los sillares estaban muy ajustados a la forma del sarcófago, adaptándose, casi a la perfección, a su silueta y firmemente apretados a ella, por lo que este estaba perfectamente insertado en la tumba. Fruto de los trabajos llevados a cabo por los obreros en el referido solar, y momentos previos al hallazgo de la pieza, los sillares que cubrían la sepultura se vieron desplazados ligeramente de su posición original, fracturando la parte inferior de la tapa del sarcófago seccionándola a la altura de los pies.

En su interior, y acompañando unos restos óseos de lo que parecen pertenecer a una mujer adulta, se hallaron diferentes piezas de ajuar funerario, consistente en un escarabeo de jaspe, donde se representa una iconografía de tipo heleno, cinco amuletos de pasta vítrea que se han identificado con representaciones de ureo, que en la cultura egipcia era símbolo de la realeza y de la luz y representa la cobra o áspid (víbora muy venenosa), dos pestañas de bronce, que probablemente formaron parte de algún tipo de mascara funeraria fabricada en algún material perecedero, y que por lo tanto no se ha conservado en el tiempo, así como cuatro clavos de bronce, que pudieron formar parte de alguna estructura de madera sobre la que fue colocado el cuerpo del difunto en su momento.

Momento del hallazgo del sarcófago femenino


Desde un punto de vista artístico y estilístico, el sarcófago femenino gaditano, del siglo V a. C. (460 a. C.), presenta un acabado en mármol blanco, muy pulido, al igual que el masculino. Igualmente, carecemos de datos de peso para poder aventurarnos en debatir sobre su procedencia, a falta de un profundo análisis del material en que fue fabricado. El sarcófago en cuestión se compone de dos elementos, lógicamente complementarios, como son la caja y la tapa o cubierta, presentando el mismo mecanismo de cierre que el sarcófago masculino, con sendos rebordes en tapa y caja, que al cerrar quedaba herméticamente sellado. El mecanismo de cierre se completa con dos molduras laterales de forma rectangular, situadas a la altura de los codos, que a la vez sirven para manipular, de manera más efectiva, el féretro. Dicho sarcófago, viene a representar, de una manera ligeramente esquemática, la figura de un personaje femenino yacente. La forma antropomorfa que presenta la pieza la consigue el artista con un ligero alabeo de su contorno, intentando simular una silueta, en este caso un personaje femenino en edad adulta. Si nos fijamos en el rostro del personaje, vemos enseguida que se trata de un retrato idealizado, que no representa a un individuo en concreto. El conjunto de la pieza, cuenta con un acusado contraste entre el esmerado y delicado trabajo escultórico de la cabeza, y la simplicidad plástica del cuerpo. Los pies aparecen apoyados sobre un pequeño podio que sobresale perpendicularmente de la horizontal del conjunto y que le sirve de base para el apoyo de sendos pies.


El cuerpo, como ya se dijo, representa de una manera idealizada y esquemática a una mujer yacente, ataviada con una especie de larga túnica de un tejido sutil que deja traslucir las formas corpóreas, como los senos, representados intuidos por dos ligeros abultamientos. Dicha túnica le llega hasta cubrir la parte superior de los pies, dejando al descubierto, igualmente, brazos y cuello. Pero dentro de la simplicidad y esquematismo con que está tallado el cuerpo, existen en él elementos anatómicos mucho más detallados, como las manos y los pies, que aparecen representados con gran realismo, demostrando que el artista es buen conocedor de la anatomía humana. En cuanto a la posición de los brazos, el derecho aparece extendido, pero ligeramente flexionado, con la mano abierta y apoyada a la altura de la pelvis. Por el contrario, el brazo izquierdo se flexiona bruscamente en un ángulo mayor de noventa grados, apoyando la mano a la altura del pecho. En dicha mano, el personaje es portador de un alabastron o ungüentario que empuña con fuerza, muy usado en la antigüedad para contener diversos tipos de aceites perfumados o para masajes, y muy presentes entre las piezas de ajuar de las tumbas de la necrópolis de Cádiz.

Cabeza del Sarcófago fenicio antropoide femenino


La representación de la cabeza del sarcófago está mucho mejor trabajada, acabada con mayor esmero y atención. En ella el artista se muestra más escrupuloso en su afán de mostrar más detalladamente los rasgos del cabello y el rostro, intentando, con una talla magistral, crear efectos de claro-oscuro. La cara del personaje destaca por su diseño simétrico, con una cara ovalada que se va estrechando a medida que descendemos hacia la barbilla. El rostro está suavemente enmarcado por una cabellera rizada, con una densidad tal que llega a cubrir las orejas. La disposición del cabello en el conjunto de la cara le sirve al artista para dulcificar el áspero agarrotamiento del semblante, compensando la frialdad que desprende. El cabello de la dama aparece dispuesto en semicírculo, muy cuidado, esbelto, fino y elegante, confiriéndole al rostro una fina expresión. La frente, de tamaño mediano, guarda una buena proporción con el conjunto del rostro. Los ojos presentan forma almendrada de contornos severamente marcados, muy abiertos y expresivos, que parecen sobresalir bajo unos arcos superciliares que tienden a curvarse, para, sin detenerse en su recorrido, dar paso a una nariz fina y alargada que dibuja una línea recta. La boca es relativamente pequeña y de labios apretados, el inferior más carnoso y voluminoso que el superior. Finalmente, el rostro cuenta con una barbilla de lomo redondeado y ligeramente pronunciada, que se proyecta al exterior.


La pieza en su conjunto aún conserva restos de policromía de un tono rojizo en la región del pelo, cejas, ojos y en la tapadera del ungüentario. El sarcófago femenino de Cádiz muestra serios paralelismos con otros de su clase, sirva de ejemplo un sarcófago de Sidón, actualmente conservado en el Museo de Copenhague, y otro descubierto en Arados, ambos del siglo V a. C., al igual que la pieza gaditana. Como ocurre con su homónimo masculino, se desconoce la procedencia del sarcófago femenino, pero al igual que aquel es muy posible que tenga un origen sidonio.

Desde un punto de vista general, las inhumaciones fenicias, depositando el cuerpo del difunto en el interior de sarcófagos, tienen un carácter aristocrático, propio de la elite nobiliaria, aunque es cierto que, en las ciudades fenicias del Mediterráneo oriental, esta forma de enterramiento era propia de los reyes. Ejemplo de ello es el famoso sarcófago del rey Ahiram de Biblos, que constituye el más antiguo ejemplo de sarcófago fenicio. Se trata de un sarcófago reutilizado por Ahiram, rey de Biblos, y se corresponde con una cronología de entre los siglos XIII-XII a. C. Acabado en piedra caliza y de talla magistral, presenta forma de paralelepípedo, y, a diferencia de los sarcófagos gaditanos, no se trata de un sarcófago antropoide, todo lo contrario, presenta una decoración escultórica predominantemente en bajo relieve. La pieza, es decir, la caja y la tapa, descansa sobre cuatro leones tumbados, tallados en las esquinas, con cabezas que sobresalen proyectándose al exterior, talladas en alto relieve, casi de bulto redondo. La caja, bajo una cenefa de flores de loto que se repiten sucesivamente, cuenta con una decoración en bajo relieve en sus cuatro lados. Los laterales describen un desfile procesional de unos personajes que solemnemente marchan pera ofrecer todo tipo de ofrendas al rey entronizado, motivo que se repite en ambos laterales del sarcófago. Los pies y la cabecera, en cambio, representan plañideras con los senos al descubierto. La decoración de la tapa esta compartida por motivos escultóricos y epigráficos. En cuanto a los primeros, dicha tapa cuenta con dos leones opuestos, con sus cabezas proyectadas al exterior, junto a dos personajes masculinos barbados representados de perfil con una flor de loto. Por otro lado, cuenta con una larga inscripción, a modo de maldición, firmada por Ittobaal, donde se puede leer;


"… Que pene sin agua el que profane esta tumba. Si un rey entre reyes, un gobernador entre gobernadores o un general atacara Byblos y profanara este sarcófago, se deshoje el báculo de su poder, se derrumbe su trono y huya la calma de Byblos, que depositó en este ataúd a su padre Ahiram, para su enterramiento…”


Otros sarcófagos muy importantes en el mundo funerario fenicio, cronológicamente algo más antiguos que los gaditanos, son los sarcófagos antropoides del siglo VI a. C., de los que en el siglo V a. C. fueron reyes de Sidón, Tabnit y Eshmunazar. Ambos terminados en basalto negro y al parecer de origen egipcio (Buhl. M.L). Los dos presentan cabeza de estilo egipcio, y el cuerpo esta tratado como si fuera una momia. El de Tabnit parece que fue reutilizado, lo que vendría confirmado por la presencia en el cuerpo de dos inscripciones epigráficas culturalmente distintas, una jeroglífica y otra fenicia. El de Eshmunazar también muestra una inscripción en su frontal. Ambas inscripciones son de tipo conmemorativo.

La importancia de la ciudad de Gadir en época púnica, y concretamente en el siglo V a. C., fecha de nuestros sarcófagos, se pone de manifiesto con la aparición de los sarcófagos antropoides masculino y femenino, lo que viene a confirmar, la relevancia de esta urbe, no solo desde un punto de vista comercial, sino también político, ideológico y cultural entre el resto de ciudades fenicias del Mediterráneo occidental.

Sarcófagos antropoides. Museo de Cádiz

No hay nada que nos impida afirmar, a día de hoy, que los sarcófagos gaditanos fueron encargados para importantes personajes relacionados con el poder real, o pertenecientes a la alta aristocracia de la sociedad gadirita. Pero saber, a ciencia cierta, a qué grupo de los mencionados pertenecían tan insignes personajes se torna en algo tremendamente difícil, ya que carecemos de fuentes escritas a las que poder acudir. Por otro lado, el desconocimiento real de cuál era la estructura social gaditana del siglo V a. C., viene a complicar tal cuestión aún más si cabe. Lo que sí tenemos claro es que, tras la caída de Tiro en el siglo VI a. C., a manos del rey babilonio Nabucodonosor, se produce inevitablemente la emancipación de las colonias fenicias del Mediterráneo occidental, pasando Gadir a tomar un papel dirigente sobre ellas. Todo parece indicar que el gobierno de estas colonias, constituidas en ciudades-estado, pasó a manos de oligarquías ciudadanas, lo que se refleja en la arqueología funeraria, produciéndose un cambio en el modelo ritual y funerario en determinadas ciudades fenicias occidentales.

Dicho esto, lo que es incuestionable es que los sarcófagos de Cádiz, por su factura al alcance de muy pocos, estuvieron destinados a ser la sepultura de dos personajes importantes dentro del organigrama social del Gadir del siglo V a. C., pudiendo pertenecer a familias de la alta aristocracia de la ciudad y que posiblemente ocuparan una posición sobresaliente sobre el resto de los ciudadanos.


Menos fuerza tendría, a nuestro entender, la teoría de que se tratara de miembros de la realeza. En relación a esto, no debemos olvidar que ambos sarcófagos aparecieron en contextos funerarios muy distintos, a más de dos mil metros de distancia uno del otro, siendo lo lógico, de tratarse de personajes reales de la misma época, que hubieran aparecido juntos o muy próximos. Mas aún, a diferencia del sarcófago masculino, que apareció en asociación con otras dos sepulturas, el femenino apareció completamente aislado, algo que se opone con fuerza al concepto de sepultura real. Tampoco contamos con fuentes que nos invite a pensar que el Cádiz del siglo V a. C. contara con una institución monárquica o similar. En cambio, si sabemos que la ciudad, en esta época, contó con un poderío económico de envergadura gracias a su próspera industria de salazones y sus derivados, lo que facilitó en la ciudad el surgimiento de una pujante elite ciudadana con poder económico notorio para importar, desde la misma Fenicia, sarcófagos tan magistrales, o, en su defecto, como piensan algunos, traer hasta Gadir al escultor capaz de ejecutar tan importante sepultura. No debemos obviar que poseer este tipo de sepultura significaba contar con un elemento de prestigio y reconocimiento social, que, al fin y al cabo, es lo que perseguía la elite ciudadana gaditana, a la vez que se constituía en un elemento de conexión cultural y funeraria, con las prácticas de este tipo, operadas en Fenicia en general y en Sidón en particular, como principal metrópoli fenicia en el siglo V a. C., y donde han hecho su aparición el mayor número de sarcófagos de la misma clase que los gaditanos.

FRANCISCO JAVIER JIMÉNEZ MARTINEZ 

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