Las necrópolis en las ciudades del área de influencia de Gadir

Sarcófago antropoide femenino (Primera mitad del siglo V a.C.) y sarcófago antropoide masculino (Segunda mitad del siglo V a.C.). Cádiz.


Nadie sabe con certeza en qué momento de la evolución las sociedades humanas comenzaron a tener conciencia exacta de la idea de la muerte y de sus consecuencias, pero sí se puede tener constancia de cuándo estos grupos humanos alteran su conducta para señalar el lugar donde sus difuntos iban a descansar eternamente. De la prehistoria son los primeros enterramientos donde, tras la muerte, se aprecia un tratamiento intencionado del cadáver, lo que indica la existencia de un concepto de muerte ya instalado en el subconsciente humano. La presencia de una tumba y su tratamiento implica necesariamente que la existencia de la idea de la muerte está presente en el seno del grupo social donde se lleva a cabo dicho enterramiento.

Hay que tener en cuenta, por lo tanto, que llega un momento en la vida de las comunidades humanas, en que se adopta la conciencia de que, tras la vida, llega la muerte, y este aspecto, propio del ciclo humano, llega a desconcertar a estos individuos de tal manera que se ven vulnerables ante una situación que no comprenden por completo, por lo que junto a este concepto de la muerte surge la idea del “más allá”.

Los fenicios no eran ajenos a la muerte, y todo lo que rodeaba a esta, y al “más allá”, estaba envuelto de una profunda espiritualidad. Como bien sabemos, la palabra necrópolis significa “ciudad de muertos” y era el lugar situado, fuera de los espacios de hábitat, destinado a dar sepultura y descanso a los difuntos, bien sea por el rito funerario de inhumación, o de incineración. Los restos arqueológicos encontrados en las necrópolis de las colonias fenicias del Mediterráneo occidental, han aportado numerosos datos que nos han permitido contar con una amplia documentación que nos lleva a un mejor conocimiento de cómo los fenicios occidentales entendían la inevitable idea de la muerte, cómo se enfrentaban a ella y cómo despedían a sus difuntos en su último viaje.

Conjunto púnico de doce tumbas de los siglos V y IV a.C., repartidas en dos conjuntos funerarios y realizadas en cajas de sillares de roca ostionera de gran tamaño. Cádiz - © MARÍA EUGENIA GARCÍA PANTOJA / CONSEJERÍA DE CULTURA Y DEPORTE DE LA JUNTA DE ANDALUCÍA.

Estos espacios funerarios, en su origen, debieron contar con elementos distintivos o diferenciadores, que de algún modo reflejarían a qué función estaban destinados, pudiendo estar delimitados por algún elemento material fácilmente reconocible, como podían ser ánforas, muros, elementos vegetales, o cualquier otro que sirviera para su delimitación. En cuanto al rito funerario empleado, las sociedades fenicias empleaban indistintamente tanto el rito de inhumación (Tumba nº 3 de Campos Elíseos, Cádiz) como el de incineración (Playa de Santa María del Mar, Cádiz). En el primer caso, se daba sepultura al cadáver en su estado completo o casi completo, sin sufrir una alteración sustancial del cuerpo, siendo frecuentes las inhumaciones simples o individuales.


Por su parte , el rito de incineración, aunque se emplea de forma genérica para designar la quema del difunto, hay que tener en cuenta la diferencia, en términos arqueológicos, entre la incineración, propiamente dicha y la cremación, ya que, mientras en el primer caso se lleva a cabo una combustión total del cadáver, quedando como producto resultante de la combustión solo las cenizas, el caso de la cremación, en cambio, es sinónimo de combustión incompleta o parcial del cadáver, permaneciendo junto a las cenizas otras partes del cuerpo difíciles de quemar, como son los huesos de mayor tamaño o los dientes. A pesar de esta diferencia, que no podíamos obviar, vamos a considerar ambos términos como equivalentes y haremos referencia a ambos como incineración.

Por tanto, en el mundo funerario fenicio, en general, tanto la inhumación como la incineración son los rituales básicos, aunque entre las ciudades del “Círculo del Estrecho” desde principios del siglo V a. C., se impone el modelo de inhumación en tumba de sillares sobre fosa excavada. En consecuencia, nos podemos encontrar que ambos ritos conviven en un mismo espacio geográfico, y que también es frecuente su convivencia dentro de una misma necrópolis, o incluso estar ambos asociados a una misma tumba.

Desde un punto de vista arqueológico, las necrópolis fenopúnicas suelen aportar una gran información, aunque en diferente medida, dependiendo del rito empleado (inhumación o incineración). Esto es lógico si tenemos en cuenta que en los enterramientos de incineración contamos con menos datos referentes al cuerpo del difunto, y que no ocurre lo mismo con aquellos yacimientos en los que se ha dado sepultura al cadáver empleando el rito de inhumación.


En estas necrópolis, las inhumaciones halladas nos han aportado una información inestimable relativa al cuerpo del difunto, como son los datos referentes a la postura absoluta de este en la tumba, su orientación con respecto a los puntos cardinales, su posición en el contexto del enterramiento, el tipo de tumba, la integridad o no del cadáver, es decir, si aparece intacto o no, la determinación de la edad, el sexo o el ajuar, en caso de llevarlo.

Tumba de cistas de sillares de piedra ostionera.

 

A partir del siglo V a. C., en los yacimientos del área del dominio de Gadir, los ajuares comienzan a mostrar la ausencia de elementos cerámicos, muy frecuentes en periodos anteriores. Estos consisten fundamentalmente en utensilios de adorno personal, anillos, pendientes, amuletos etc.

Por otro lado, en las tumbas de incineración son menores los datos que nos hablan del cuerpo del individuo sepultado, pero en cambio nos aportan otro tipo de información, como es la forma en que el cadáver fue incinerado, así como la manera en que se recogen y fijan los despojos en un lugar determinado. En relación al rito de la incineración, en términos absolutos, durante la antigüedad, la incineración de los difuntos se podía llevar a cabo mediante dos modelos básicos: el bustum y el ustrinum. El bustum era el método más empleado, y consistía en practicar la incineración del cuerpo del difunto en el mismo lugar en el que estaba previsto su reposo definitivo, mientras que el ustrinum consistía en llevar a cabo la incineración en un lugar distinto a aquel en el que se iba a proceder a depositar los restos del fallecido.

Para proceder a la incineración del cuerpo, el difunto se depositaba sobre una pira funeraria elaborada a base de materiales que facilitaran el proceso de combustión de forma rápida y eficaz. A pesar de que con la combustión se alcanzaban elevadas temperaturas, (hasta 850 grados centígrados), no eran suficientes para la desintegración completa del cuerpo, por lo que tras este proceso solían permanecer en el lugar diferentes restos de incalculable valor arqueológico, tales como dientes o partes de los huesos más largos, restos de ofrendas, restos de la combustión, restos de ajuar en caso de que lo lleve, o restos de cerámica. Posterior a este proceso descrito, las cenizas del difunto eran depositadas en recipientes denominados urnas funerarias o cinerarias, generalmente de cerámica, a veces con tapadera. Las urnas con los restos del difunto suelen aparecer enterradas en un hoyo practicado en la superficie del terreno, dentro de la propia necrópolis, añadiéndole luego un cerramiento que le servía de cobertura. En caso de llevar ajuar, este se depositaba, por lo general, dispuesto en torno a la urna.


A partir del siglo IV a. C., tenemos mayoritariamente inhumaciones en fosas simples o dobles con cobertura de sillares, según los casos. Entre finales del siglo III a. C. y principios del II a. C., dicha cobertura se compone de ánforas (Tumba nº 26, Campos Elíseos, Tumba nº 71 de la Plaza de San Severiano y Juan Ramón Jiménez, Cádiz). La mencionada necrópolis de los Campos Elíseos de Cádiz (cronología de uso del siglo IV a. C. hasta el siglo II a. C.) es un claro ejemplo de este tipo de enterramiento.

Para diferenciar el lugar de entierro se han encontrado, en algunos yacimientos fenopúnicos del Mediterráneo occidental, elementos distintivos como estelas o monolitos, como, por ejemplo, en la necrópolis de Gadir. También en Gadir debió existir un tofet. Los tofet, como se denomina a estos recintos funerarios infantiles, se constituían a cielo abierto con algún tipo de cerco y localizados en la periferia del núcleo de hábitat. A pesar de tratarse de una necrópolis, el hecho de que el tofet esté consagrado a una determinada divinidad, y que los restos que allí se encuentran puedan responder a un sentido ritual o sacrificial, nos obliga a hacer una clara diferenciación entre necrópolis y tofet.


En una necrópolis fenicia también resulta de sumo interés el ritual secundario o asociado por la gran cantidad de información que nos suministra, es decir, cuando el cadáver ha sido tratado a conciencia, de forma especial, como puede ser el lavado del cuerpo o las ofrendas, pero sobre todo interesa el ajuar. El ajuar responde a una serie de elementos de diferente materia prima que se disponen en torno a los restos del difunto, respondiendo a piezas de cultura material, herramientas, recipientes cerámicos etc.

Ajuar púnico. Museo de Cádiz 

En cualquier tumba fenicia pura del litoral Atlántico o Mediterráneo, son frecuentes los objetos de uso común, como ánforas elaboradas a torno, utilizadas originariamente en el transporte y conservación de aceite y vino. También podemos hallar adornos corporales personales, de uso cotidiano como anillos de metal, plata, oro, bronce, escarabeos de origen o tipología egipcia, o cualquier otro tipo de amuletos. Pero lo más frecuente en este tipo de enterramientos son los elementos cerámicos de lujo, siendo frecuente encontrar piezas cerámicas elaboradas a torno de barniz rojo y policromado. En la necrópolis gaditana, en general, se han podido documentar diversos elementos cerámicos como ungüentarios, joyas de gran variedad tipológica y ornamental en sus diferentes categorías: sobre oro, plata, bronce, sobre dorado, sobre cornalina, sobre pasta vítrea, sobre hueso, escarabeos y un sin fin de amuletos.


Sirviéndonos de ejemplo y refiriéndonos al ámbito del “Círculo del Estrecho”, concretamente en la necrópolis gaditana, en un solar próximo a la Plaza Asdrúbal, afloraron diversos restos de época fenicia y púnica. Este conjunto funerario se componía de dos tumbas de cistas de sillares de piedra ostionera (la piedra local), de época púnica, en concreto del siglo IV a. C. Junto a estos dos enterramientos de inhumación, aparecieron otros de incineración. Más exactamente, en una de las fosas excavadas en arcilla con lajas de piedra aparecieron dos loculi o nichos del siglo II a. C., uno de los cuales contenía en su interior una urna de fayenza egipcia. Esto es un dato importante, ya que el hecho de que hayan aparecido objetos de este tipo y con esta cronología en distintos puntos de la necrópolis gaditana, confirma los lazos comerciales que existían entre los gaditanos y el mundo oriental, concretamente con mercaderes de Alejandría, incluso puede que estas relaciones comerciales se mantuvieran en época romana. Del estudio derivado del yacimiento, parece que las tumbas púnicas se confeccionaron con sillares del siglo V a. C., lo que viene a demostrar una reutilización de la necrópolis. Dichas tumbas carecían de ajuar debido al saqueo del que fueron objeto en época romana, como lo confirma la presencia de varios fragmentos de cerámica del siglo II a. C. y, lo mismo ocurrió con el conjunto del yacimiento, conservándose únicamente la urna de fayenza.

Conjunto de figurillas y cuentas de collar procedentes del ajuar funerario tipo egipcio en grupo de tumbas púnicas. Cádiz - © MARÍA EUGENIA GARCÍA PANTOJA / CONSEJERÍA DE CULTURA Y DEPORTE DE LA JUNTA DE ANDALUCÍA.

En cuanto a la orientación de las tumbas, a pesar de presentar distintas cronologías, todas ellas estaban alineadas hacia el oeste, es decir, hacia la puesta del sol, que según la tradición fenicia era la ruta que seguían las almas de los difuntos. Junto a estos hallazgos, aparecieron otros enterramientos de época posterior, en concreto del siglo I d. C., los cuales constituyen fosas simples de incineración en urnas, ánforas púnicas, restos cerámicos romanos y una moneda del siglo III a. C., donde se representa un atún y Helios de frente.

Francisco Javier Jiménez Martínez

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