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En 2002, al descubrir el sitio Wadi Sura II en el Desierto Occidental de Egipto, los investigadores que exploraron el refugio de piedra quedaron sorprendidos por las miles de decoraciones pintadas en las paredes hace unos 8,000 años.
Fuente: Kristin Romey | National Geographic, 1 de marzo de 2016
Fotos por gentileza de © Emmanuelle Honoré
Los diseños no solo incluían animales salvajes, figuras humanas, y extraños seres sin cabeza –todos los cuales le han valido el sobrenombre de “Cueva de las Bestias”-, también había cientos de perfiles de huellas de manos humanas, más de las que nunca se habían visto en un sitio de arte rupestre sahariano.
Lo más inusual eran 13 perfiles de manos diminutas. Aunque se habían encontrado estarcidos de manos y pies de niños muy pequeños en el arte rupestre australiano, esto era algo sin precedentes en el Sahara. Más aún, Wadi Sura II alberga una escena particularmente notable y conmovedora, consistente en un par de “manos de bebé” acunadas dentro de un par de manos adultas más grandes. Sin embargo, la situación se ha vuelto aún más extraña. Porque esas manos diminutas ni siquiera son humanas.
Buscan respuestas en un hospital francés
Wadi Sura II se considera uno de los sitios de arte rupestre más importes del Sahara, aunque no tiene la fama de Wadi Sura I, la “Cueva de los Nadadores”, descubierta en 1933 por el conde húngaro Láslo Almásy, y popularizada en la película “El paciente inglés”.
Jamás se habían visto estarcidos de manos de niños muy pequeños en el arte rupestre sahariano.
Emmanuelle Honoré, antropóloga del Instituto McDonald para la Investigación Arqueológica, recuerda que, durante su primera visita a Wadi Sura II, en 2006, le “sorprendió” el perfil de las manos, inusitadamente pequeñas. “Eran mucho más pequeñas que las manos de bebés humanos, y los dedos eran demasiado largos”, explica. Honoré tomó las medidas de aquellos perfiles y decidió compararlos con mediciones de las manos de recién nacidos humanos (edad gestacional de 37 a 41 semanas). Sin embargo, como las muestras del sitio eran tan pequeñas, también incluyó mediciones de recién nacidos prematuros (edad gestacional de 26 a 36 semanas).
A tal fin, la antropóloga reclutó un equipo que incluía investigadores médicos, quienes recogieron información de los bebés de la unidad neonatal de un hospital francés. “Si iba al hospital y decía, simplemente, ‘Estoy estudiando arte rupestre. ¿Tienen bebés disponibles?’, habrían pensado que estaba loca y llamado a la policía”, comenta, divertida. Los resultados, que acaba de publicar, demuestran que hay una probabilidad muy baja de que las “manos de bebé” de la Cueva de las Bestias sean humanas.
El reto de la interpretación
Si las huellas no son humanas, ¿qué son? La postura de las manos diminutas y los dedos varía de un perfil a otro. Esto condujo a los investigadores a la conclusión de que eran flexibles y estaban articuladas, descartando la posibilidad de que se tratara de plantillas de material rígido, como madera o arcilla. Al principio, Honoré sospechó que podrían ser patas de monos, pero cuando también descartó esas proporciones, sus colegas del Museo de Historia Natural de París sugirieron que diera un vistazo a los reptiles.
Hasta ahora, los ejemplos con proporciones más aproximadas a las “manos de bebé” provienen de las extremidades delanteras del varano del desierto o posiblemente, las patas de cocodrilos jóvenes (el estudio de los cocodrilos sigue en proceso). El varano del desierto aún vive en la región y las tribus nómadas lo consideran un animal protector. La revelación de que las manos pequeñas de Wadi Sura II ni siquiera son humanas, ha sido una sorpresa enorme para los investigadores que estudian el arte rupestre del Sahara. “El estarcido animal se consideraba algo eminentemente australiano o sudamericano”, explica Honoré.
“[En] esta colección enorme de imágenes, podemos detectar que los humanos son parte de un mundo natural mucho más amplio”.
Emmanuelle Honoré, antropóloga
Las patas animales de Wadi Sura II no solo aparecen estarcidas dentro del perfil de manos humanas, sino también en frisos, y ese patrón se observa igualmente con las manos humanas. Todas fueron hechas más o menos al mismo tiempo, con el mismo pigmento. No obstante, es imposible afirmar si, para dejar la huella, se presionó la pata de un animal vivo contra el muro del refugio de piedra, o si el (o los) artista(s) optaron por la conveniencia y la seguridad de una extremidad recién amputada.
Honoré se resiste a especular en el significado de las huellas no humanas. “Nuestro concepto moderno es que la naturaleza se encuentra separada de los humanos –dice-. Pero en esta colección enorme de imágenes, podemos detectar que los humanos son parte de un mundo natural mucho más amplio. Como investigadores, es muy difícil interpretar estas pinturas, porque nuestra cultura es completamente distinta [de la cultura que las creó]”.
Mientras tanto, muchos progenitores cuyos bebés participaron en la investigación están ansiosos por leer sobre las revelaciones del arte rupestre. “Estaban muy entusiasmados con la idea de que sus recién nacidos harían semejante contribución a la ciencia”, afirma Honoré.
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