La otra historia de Creta (continuación)

 

La cuestión más importante que se plantea ahora es la primera figura política que presidió esos palacios, ya que existen salas de trono con su correspondiente asamblea alrededor en la mayoría de esas mansiones, pero sobre todo está más representativo en Cnosos. En definitiva, la cuestión es saber si en aquellos tronos se sentaron mujeres o fueron los hombres quienes lo hicieron.

La mayoría de los autores, en la actualidad, están de acuerdo en afirmar que la mujer es preeminente en los ambientes de la civilización cretense y en concreto en el ambiente de los palacios, y que el varón representa un papel a todas luces secundario.

             

¿Pero qué clase de figura preeminente podría representar la mujer en los palacios cretenses, en concreto en el castillo de Cnosos?

             

Tendría que ser una figura preeminente total, es decir, una especie de poder absoluto al estilo de lo que Gerda Lerner dice en sus escritos: “Creo de veras que sólo puede hablarse de matriarcado cuando las mujeres tienen un poder sobre los hombres y no a su lado”. Un poder al estilo de los señores feudales en la Edad Media, reyes y dueños de su castillo y de las tierras limítrofes por las que cobraban un impuesto a los propietarios de base de esas tierras. Unos sistemas de poder propuestos por las mujeres, aquí en Creta, no desprovistos de ciertas afinidades y exquisiteces femeninas que irían desde su manera peculiar de diplomacia con los otros centros-palacios hasta su relación de igualdad con sus maridos consortes.

             

Antes de seguir hay que hablar aquí de un mito o pseudo-mito creado en el entorno de la historiografía moderna a raíz del descubrimiento de esos palacios, esto es, del descubrimiento del palacio de Cnosos.

             

Es de suponer que en Creta, desde siempre, sus ruinas habían existido en el mismo lugar y a la vista del público, más o menos cubiertas de vegetación, y que la interpretación que dieron de ellas sus vecinos seculares, o quien las contemplara desde lejos o de paso, debía guardar relación con algunos antiguos recuerdos de los paisanos cretenses. Unos hechos e historias que les habrían sucedido a sus abuelas o abuelos del pasado.

             

Es a principios del siglo XX, cuando Arthur Evans, investigador y arqueólogo inglés, comenzó a excavar, investigar y escribir análisis históricos sobre aquellas ruinas, al tiempo que anuncia  –referido al palacio de Cnosos- que había descubierto el Palacio del rey Minos. De este modo, realizó ingentes trabajos de arqueología, desescombro y reparación del palacio. Es a raíz de aquí, de sus escritos históricos cuando se desarrolla la nomenclatura de arte y cultura minoicos.

             

Minos es una palabra ambigua, escurridiza, de la que no se sabe muy bien su procedencia en la actualidad. Según algunos tal palabra procede del latín antiguo de origen indoeuropeo: de la palabra “minus” que significa “menor” o “más pequeño”. Pero en los antiguos escritos griegos también aparece la palabra “minos”, que se asocia al nombre de “rey”, y a unos antiguos reyes que existieron en la isla de Creta. Incluso “minos” puede proceder de la curiosa y antigua denominación, en esa zona, del Mar Egeo y costas continentales, y que la gente lo llamaba el “Egipto Menor”.

             

En la mitología, Minos, rey de Creta, es hijo de Europa y Zeus, y está casado con Pasifae, cuyas hijas son Ariadna y Fedra. Minos, después de toda la secuencia divina, acaba como uno de los jueces del infierno. Minotauro es hijo de Pasifae y de un toro que Poseidón regalara a Minos.

              

Pero es necesario pensar que todas estas leyendas son un producto bastante moderno de la prehistoria de Creta, y que aparecen precisamente cuando se producen las invasiones de la isla por parte de gentes del continente griego: aqueos (Mynias) y dorios. Así mismo, hay que pensar o plantearse una importante secuencia de “equivocidad” que se instaura cuando estos poderosos mitos procedentes del exterior se contrastan con la cultura auténtica y secular, los mitos y leyendas que desde antiguo habían habitado los espacios y las mentes de la isla.   

             

Lo que sucede con el descubrimiento y los escritos históricos de Arthur Evans es la simple asociación y asimilación de dos cosas, algo que nunca antes había sido relacionado: el hecho de la existencia de los Palacios con el hecho del rey Minos, haciendo a Minos, así tal cual, rey consuetudinario de esos palacios. De ahí el producto y pseudo-mito que se aprecia en la historiografía actual.

             

En lo que se ha podido averiguar en las tablillas del Lineal B no aparece para nada la palabra Minos y, mismamente, los reyes o reinas en Micenas aparecen como “Wa-nass”, sin poder precisarse en este caso si esa palabra posee connotaciones femeninas o masculinas, más bien parece lo primero. También en el ambiente de Micenas y en el Lineal B aparecen menciones de claro aspecto de autoridad de la mujer, menciones precisas a diosas entronizadas llamadas “Potnias”, algunas con nombre específico como “Potnia Tana”, acaso referido a Atenea o las antiguas ricas señoras de Atenas o “Potnia de Asia”, acaso referido a las poderosas señoras o diosas de Asia Menor.                                               

             

Es por todas esas cosas por las que acaso se podría pensar en una temporalidad para el mito de aspecto siempre masculino de Minos y situar su mera existencia y demostración escritural, mitológica, histórica y lingüista como algo que habría de surgir y aparecer a raíz de las invasiones griegas de la isla.

             

Pero nos estamos preguntando sobre las primeras personas únicas que se sentaron en los tronos de los palacios cretenses durante la Cultura de Los Palacios.

Es necesario pensar que Creta, en algunos sentidos de su desarrollo prehistórico, no debió de tratarse de ningún lugar especial o extraordinario, sobre todo hacia los interiores del desarrollo neolítico y la prehistoria de Grecia en esa era. Lugares como Micenas y Tirinto debieron de gozar, incluso antes de llamarse de esa manera, de un desarrollo y unas formas sociales avanzadas infinitamente por delante de otros lugares como Creta y las Islas Cícladas. Y también fueron lugares y ciudades de claro aspecto  matriarcado-patriarcado. Sólo hay que fijarse en el plafón escultórico de la puerta de Micenas, que, si bien es posterior a la cultura cretense, puede ofrecernos una idea de su evolución: dos leones o leonas, símbolo de una clase de guerreros y aristócratas que había asimilado las invasiones desde el norte indoeuropeo y la magnífica columna central, símbolo, sin duda, de la importante clase de “ricas mujeres” aparecida desde el Neolítico y de sus rancias familias y clanes, que eran quienes mandaban en la ciudad.

             

Pero Creta se hizo grande por mor de una serie de circunstancias ya expuestas, y la conquista de aspecto comercial, pero decisiva, de otros lugares como las Islas Cícladas impuso sus formas, y, a su debido tiempo, en los ambientes de la mayor parte de los lugares de Grecia en la Era de los Metales y comienzos de la Historia. Las primeras figuras, entonces, que presidieron sus palacios debieron ser personajes absolutamente importantes en la política, tanto hacia el interior social y económico como hacia un exterior de relaciones y comercio.

             

Existe, sin embargo, un lugar que es la Historia del Arte, de donde sí podría conseguirse noticias veraces para descubrir la identidad de esas primeras figuras en los palacios de Creta. En efecto, la mayoría de las representaciones artísticas en la isla guardan relación con las mujeres y en concreto con una figura de mujer principal que es el centro de lugares y actos públicos como ceremonias y procesiones, motivos más representados en el arte de los palacios.

             

A veces esta figura principal de mujer aparece sola y presidiendo el acto, y en otras ocasiones, en pinturas murales o decoración de objetos, pero sobre todo en representaciones de sellos, la dama principal aparece acompañada de otras dos o tres damas. Esos grupos de tres o cuatro damas aparecen sucesivamente representado en pintura y moldeado de sellos y debe significar algo. Donde mejor puede apreciarse esta clase de representaciones es en el palacio de Cnosos.

             

En efecto, Cnosos, por sus características de lugar importante, y que en ocasiones impusiera su norma en el entorno de los lugares, palacios y villas, debió poseer una serie de leyes y estrictas normas de protocolo en las cuales la principal aspiración de las mismas debió ser por simpleza la diplomacia, el buen trato y la educación para con el resto de las autoridades que gobernaban el resto de villas y palacios de la isla. Una diplomacia pura y dura para mantener la paz política, económica y comercial en dicha isla.

             

¿Cómo, de qué manera la señora-reina de Cnosos conseguía esas normas políticas de paz y entendimiento, y, de paso, justificar su posición preeminente? Pues debió conseguirlo con la amistad, el profundo compromiso y un trato benévolo con dos o tres de las señoras de los lugares y palacios vecinos a Cnosos. No podría saberse ahora de qué palacios o grandes villas son esas damas que siempre acompañan a la reina de Cnosos. Podrían ser, por ejemplo, la señora-reina de la villa Vathipetro, al sur de Cnosos, la del palacio de Arkanes también al sur y la señora-reina de la villa y palacio de Tylisos, al norte de Cnosos. Las reuniones y componendas de estas tres mujeres determinarían, por así decirlo, el ambiente de paz y distensión en el interior de la isla.

             

Es acaso un tanto improbable que esas damas que aparecen en el sello, y en otros por supuesto, y que acompañan a la reina preeminente, aquella que aparece en la zona superior y con la cabeza significativamente inclinada, sean las reinas de los otros centros-palacios importantes de la isla, es decir, las señoras reinas de Festo, Malia o Hagia Tríada. Es de suponer que estas últimas debieron poseer su propio poder independiente y su propia política y diplomacia de este tipo expuesto, ya que existen sellos de esas mismas características en la ciudad de Micenas con una serie de amigas o vecinas que aparecen alrededor de la dama principal y que asegurarían, por así decirlo, el  poder y preeminencia de esa dama.

 

Sobre la posibilidad de la existencia de una forma de Estado en la Creta de la cultura de los Palacios -era de máximo esplendor en la isla-  habría que hablar no tanto de “Estado” como de “Estados”, una especie de “matrías” de aspecto feudal cuyo centro y lugar de resolución sería cada villa y cada centro-palacio. Sería desde aquí desde donde (y procedente del sumo entendimiento, en este caso, entre la reina-señora y la fuerza y representación de su marido-consorte -la otra figura de máxima importancia y encargado  de la política militarista y de los negocios del comercio marítimo-) se pusieran las leyes y se administraría la justicia, en relación todo ello, con las decisiones asamblearias de la sala de trono de los palacios.

             

En eras anteriores y en Mesopotamia ya habría podido comprobarse la existencia de unas ciertas y seguras formas estatales producto del entendimiento entre la mujer-política y el hombre-político de aquellos lugares y su resolución verdadera en el entorno de una ciudad-estado y sus intereses, más cercanos o lejanos, la conformación de una clase de Estados o reunión de los mismos que vendría demostrada por la existencia de las culturas de Uruk, Umma, Lagash, Ur, Babilonia.

             

Esa forma de Estado, basada en el desarrollo de unos grados más o menos aparentes de sociedad  matriarcal-patriarcal, adquiere aquí en la isla de Creta unas especiales notas de relevancia y desarrollo. Un desarrollo que conseguiría, con el paso de los años, unas ciertas formas de Estado feudal de ciertas características: un poder descentralizado, una relación de los vasallos con los señores feudales a partir de la posesión de base y los impuestos de cada “feudo”, y una economía basada en la producción agrícola y ganadera, sus trabajos relacionados, la producción industrial, artesanal y metalúrgica  y el comercio y la integración competente entre la  aldea-ciudad con el centro-castillo.

             

Marija Gimbutas había propuesto el término “Gylanías”, un término que ampliaría el concepto político de Estado al sinnúmero de lugares, palacios o ciudades, que habían sido presididos por señoras-reinas en la Antigüedad de la Vieja Europa.

             

No puede saberse, sin embargo, por qué los nombres y atribuciones de aquellas señoras-reinas no han llegado hasta nosotros. Quizás sea debido a las posibilidades de la escritura desarrollada, quizás a la interpretación de esa escritura, siempre, en el caso de alusión a figuras femeninas en el sentido de mitos o religión, quizás los modos de esa escritura demasiado inmersa en las labores de administración, un lugar donde debía prevalecer la presencia masculina. Quizás, por último, condicionamientos de tipo social y psicológico, de carácter, de aquellas gentes.

             

Eso viene a ser, entonces, el tipismo del mundo antiguo, la confrontación genuina de sociedades matriarcales-patriarcales con el inicio de la Era del Guerrero y la Historia. Se da el hecho curioso de una coincidencia entre la aparición de la escritura y la conformación de la Era del Guerrero, algo que quedaría ensamblado así para siempre.

           

Y es que entonces los nombres y prerrogativas de aquellas señoras llegadas desde la intrahistoria del Neolítico permanecen difuminados en el propio desarrollo de la escritura, fuente preclara para la historia y su estela es necesario entonces buscarla en manifestaciones culturales anteriores, como los objetos procedentes de la Historia del Arte, pequeñas esculturas, decoración de muros, sellos y placas conmemorativas.

             

En Mesopotamia, sobre todo a partir del desarrollo de la ciudad de Ur, y en Egipto, las dinastías de los hombres, mitos y guerreros se suceden a partir del III milenio a.n.e.

             

Pero también puede ser el producto de una clase de historia de aspecto neoténico e hipermorfósico en la que se incluyeran, en su evolución y transcurso, aspectos negativos de géneros y existencia de sexos, y algo donde se advierte de manera descarada la invención de la escritura como quehacer masculino y la puesta en marcha de la Historia y la relación histórica, también en ese sentido.

             

En esta historia inhabitual de Creta, al igual que en la otra oficial, existen unos hechos muy importantes que vienen a significar las maneras y funcionamiento de aquella civilización desarrollada. Estos hechos no son sino las sucesivas destrucciones ocurridas de los Palacios.

              

Podría conjeturarse una primera y ancestral destrucción hacia el año 2.000 a.n.e., cuando se advierten, debido a las labores arqueológicas, las ruinas de unos palacios primigenios que deberían haber sido construidos durante los años del III milenio y sobre los cuales, encima de sus ruinas, se construyeran los considerados por la historiografía oficial como los Primeros Palacios.

               

La primera destrucción, según la versión oficial de la historia, habría sucedido alrededor del año 1.700 a.n.e., y la segunda en el año 1.450 a.n.e.

Las causas que se proponen según la investigación arqueológica para esas destrucciones se repiten: causas naturales de seísmos y terremotos que afectan de manera radical a la estructura de los grandes edificios, manifestaciones populares desde los poblados en contra del poder feudal de los palacios, y elementos desestabilizadores provenientes desde el exterior, bien de influencia económica y comercial o bien por presencia militar en los ambientes de la isla.

             

Se puede entender que en la primera hipotética destrucción hacia el año 2.000 a.n.e.,  y en la segunda hacia 1.700 a.n.e., las estructuras económicas, sociales y políticas habrían aguantado los efectos de la destrucción, que la habilidad desplegada por las señoras-reinas y sus maridos-consortes va a conseguir  el dominio de la situación y los palacios-centros serán no sólo reconstruidos, sino que serán agrandados y perfeccionada su estructura arquitectónica hasta límites insospechados. Como consecuencia de lo mismo, las primeras figuras políticas van a ver implementada su autoridad y dominio sobre los medios de producción y las leyes de cada lugar. Todo ello habría supuesto una época dorada y esplendor de unos 600 años sucesivos para aquellas dinastías de aspecto matriarcal-patriarcal desarrolladas en Creta.

             

Algo diferente va a ocurrir, sin embargo, con la destrucción y confabulación de causas sucedida hacia el año 1.450 a.n.e., pues el elemento desestabilizador procedente del exterior es algo patente y demostrado por los objetos de arte y la labor arqueológica en forma de invasión de los pueblos micénicos procedentes del interior de Grecia.

             

En los siguientes años comienzan a verse en la decoración y en las manifestaciones artísticas de artesanía de los palacios motivos claramente militares: armas y guerreros. Y es desde ese momento,  cuando la autoridad y primeras figuras del poder que, desde siempre habrían gobernado en la isla, aparecen con cierto aspecto difuminado y, cosa rara, bien porque se produce un matrimonio anormal entre las señoras-reinas de los palacios y los señores militares micénicos invasores, o bien porque la autoridad micénica y sus figuras no residen precisamente en los palacios, sino en los centros de ciudades y pueblos importantes y obligan de alguna manera a las primeras figuras palaciales a seguir su norma.

             

Un órgano de gobierno que ciertamente sería el mayor afectado por estos cambios en el año 1.450 a.n.e., podría ser, sin duda, la antigua asamblea de los palacios y su presidencia por la señora-reina de los mismos.   

             

También es ahora cuando se aprecian y manifiestan los nombres y los dioses que se hicieran populares en la primera historia cultural de Creta. Minos es el rey de Creta y la cabeza de toro es su símbolo, Zeus nace en Creta y Pluto es el dios y símbolo de la riqueza y el progreso. Es, pues, en estos años cuando se inicia una sería propuesta de cosa errónea, equivocada en la prehistoria y primera historia cultural de la isla, algo muy contrastado con la forma de ser, las costumbres y las leyes, los mitos y ceremonias de celebración y respeto por los antepasados que desde siempre había existido en el lugar.

             

Este periodo micénico de autoridad en Creta dura desde esos años entorno al 1.450 a.n.e., hasta la siguiente y muy famosa invasión de los dorios, algo que vino a suceder hacia los años  del 1.100 a.n.e., y que inaugura con triste presagio la llamada “Edad Oscura” en la Prehistoria de Grecia.

             

Los dorios eran una clase de gentes, de familias y tribus, afincadas desde antiguo en el norte de Grecia, y que guardan también relación con viejas migraciones de pueblos euroasiáticos. Esta famosa invasión sucede cuando esas tribus y familias deciden manifestarse por la fuerza y el poder de la guerra en conquista de los territorios del sur eminentemente micénicos, y por supuesto, más ricos y desarrollados.

             

Tres, vienen a ser, entonces, las importantes presencias o facciones que presiden esta llamada “Edad Oscura” en Creta. En primer lugar, y comenzando con lo más antiguo, el estatus de las ricas señoras y sus familias, que a pesar de las sucesivas invasiones habrían conseguido mantener bajo su palio la mayoría de la tierras de labor y algunas competencias en el mundo industrial, artesanal y del comercio.

En segundo lugar la presencia de los señores micénicos, militares, comerciantes y armadores desprovistos ahora ya de la autoridad y el poder, y que habían controlado la política y la economía de la isla en los últimos 300 años, pero que ahora, con la presencia y autoridad de los dorios con sus maneras  y leyes ancestrales de aspecto tribal, así como la toma de poder de los lugares importantes por parte de sus jefes y facciones militares, van a ser los protagonistas de esa “Edad Oscura”, no sólo aquí en Creta, sino en el resto de los lugares de Grecia. Su lucha sería incesante para hacerse los dueños de la situación política social y económica del país, y en contra de esos otros dos poderes citados antes, el suceso histórico más importante de esta nueva era impuesta.

             

Aristóteles en su escrito “Política” asegura que en su tiempo, los años 384 al 322 a.n.e., las dos quintas partes del país Grecia estaban en poder de las mujeres. Pero este dato, no considerado como una cifra esporádica o anecdótica, como si las mujeres se hubieran hecho cargo o conseguido esa importante cifra (hay que tener en cuenta que si, en lugar de dos quintos, fuesen dos quintos y medio, supondría exactamente la mitad del país),  sino que esos dos quintos de riqueza y superficie serían por simpleza lo que les quedaba de los tiempos antiguos en el siglo IV a.n.e., de la mayoría total que habrían poseído en la antigüedad.

             

Los Dorios, entonces, y su genuina lucha presiden por doquier la Edad Oscura en Grecia y la mayoría de los historiadores están de acuerdo en afirmar que es desde aquí cuando sus maneras y la cultura resultante de su dominio cuando se construyen los cimientos de la moderna Grecia y su Historia. Incluso el primer estilo arquitectónico, el más elemental, se llama estilo dórico.

             

Así, entonces, termina la historia más antigua de Creta y su singular civilización, ahora, con la última de las invasiones y el aspecto amplio y nacional que adquiere la autoridad de los dorios, la isla va a terminar para siempre inmersa en la cultura, la historia y el destino de la gran nación griega.

 

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