Gadir, una potencia económica heredera de Tiro en el Mediterráneo occidental

Tradicionalmente, cuando se abordaba el origen de la presencia fenicia en la ciudad de Cádiz, siempre chocábamos con dos tendencias contrapuestas y excluyentes que afectaba directamente a su horizonte cronológico y fundacional. Por un lado, teníamos una corriente que situaba los orígenes de Gadir en el siglo VIII a. C., tomando como referente la documentación arqueológica hallada hasta el momento en la ciudad, y, por otro, quienes remontándose al siglo XII a. C., eran fieles seguidores de las fuentes escritas. Hoy esta bipolaridad cronológica ha quedado superada tras los trabajos arqueológicos que llegaban a su fin en julio del año 2010 en Cádiz, puestos en marcha por un equipo de arqueólogos, dirigido por Juan Miguel Pajuelo, y practicados en el solar que tiempo atrás ocupaba el Teatro Cómico, ubicado en la c/ San Miguel.


La importancia de esta intervención arqueológica la traigo a colación dado su extraordinario interés para confirmar la fecha exacta de la fundación fenicia de esta urbe. El solar excavado se encuentra situado en el punto más elevado de la isla de Erytheia, y allí hizo su aparición la ocupación estable de tipo urbano más antigua de la ciudad. Dichos restos, puestos recientemente en valor, es todo un ejemplo de planificación urbanística propia de las ciudades del Mediterráneo. Concretamente, se encontraron cuatro estructuras de hábitat distribuidas en dos calles pavimentadas de finales del siglo IX a. C., momento cronológico que cierra tan extenso debate. La fundación de Gadir se sitúa, por tanto, en torno al 1104 a. C., «ochenta años después de la caída de Troya», según el historiador romano Veleyo Patérculo, y tuvo su origen en una política colonizadora sin precedentes hasta el momento, orquestada desde las principales ciudades fenicias del levante Mediterráneo, como Sidón o Tiro. De la fundación de Gadir Estrabon escribió:


"…Sobre la fundación de Gádeirae aquí lo que dicen recordar los gaditanos: que cierto oráculo ordenó a los tirios fundar un establecimiento en las columnas de Hércules, unos primeros expedicionarios partieron a la búsqueda del lugar indicado, llegaron hasta el estrecho de Gibraltar y creyeron que los promontorios que forman el estrecho eran los confines de la tierra habitada y el término de las empresas de Hércules, suponiendo que estaban allí las columnas de las que hablaba el oráculo echaron el ancla en cierto lugar más allá de las acá de las columnas, allí donde se levanta la ciudad de los exitanos. Mas como en ese punto de la costa ofreciesen un sacrificio a los dioses y las víctimas no fueran propicias regresaron a su patria. Tiempo después partieron de nuevo, atravesaron el estrecho y llegaron a una isla consagrada a Heracles, sita junto a Onuba, ciudad de Iberia, a unos mil quinientos estadios más allá del estrecho. Creyendo que allí estaban las columnas, sacrificaron de nuevo a los dioses, pero tampoco fueron propicias las señales y de nuevo se volvieron a su patria. En una tercera expedición fundaron Gádeira, alzaron el templo de Heracles-Melkart en la parte oriental de la isla y la ciudad en la Occidental…"

Por tanto, y como ya se ha relatado en el apartado anterior, por pura necesidad los fenicios se vieron obligados a abandonar sus costas debido a diferentes factores. No se trató solo de una causa puramente comercial lo que llevó a los fenicios a iniciar su expansión mediterránea, sino que intervinieron otras muchas razones, como la presión asiria que asfixiaba a las ciudades fenicias con enormes cargas fiscales, la escasez de recursos para mantener a una población cada vez más numerosa y en constante crecimiento, la degradación medioambiental, que provocó la deforestación de su territorio, la desigual redistribución de la riqueza, la cual se unía a un sistema tributario sumamente injusto, todo ello, favoreció el éxodo masivo de colonos que vieron en la emigración la solución a sus problemas.               

Esta expansión fenicia por el Mediterráneo central y occidental, siguió una serie de fases o etapas, que respondían, en su origen, a las necesidades de la Metrópoli en cada momento. Se pasó de una política fundacional de simples factorías, desde fines del siglo IX a. C., o principios del VIII a. C., a un fenómeno de emigración en masa de gentes provenientes de las ciudades fenicias orientales en busca de mayor seguridad y una vida mejor, a causa del estado de agitación que se vivía en sus ciudades de origen, las crisis de subsistencia y al terror asirio. Estos nuevos pobladores se establecieron en las antiguas factorías, que en un principio sirvieron como lugar de aprovisionamiento y refugio temporal de las naves comerciales fenicias, momento en el que se entablaría un primitivo comercio con la población indígena basado en el trueque. Con el tiempo estos establecimientos mínimos se convirtieron en autenticas ciudades.

En el siglo VI a. C. se producirá un acontecimiento de vital importancia para las colonias fenicias del Mediterráneo central y occidental, el rey babilonio Nabucodonosor, al frente de su ejército, conquista la ciudad de Tiro, poniendo fin a la conexión de la Metrópoli con dichas colonias. Este debió ser un acontecimiento al menos traumático para un pueblo, sin duda, seguro y confiado de su forma de vida. Como resultado de ello, y como un mecanismo de supervivencia, se constituyen a partir de ese momento diferentes “círculos” comerciales, uno de los cuales es el “Círculo del Estrecho”, a cuyo frente se encontraba la ciudad de Gadir.

Básicamente, el “Círculo del Estrecho” venía a designar una amplia zona geopolítica situada en el extremo sur de la península ibérica y costa occidental norteafricana, abarcando numerosas ciudades-estado de base cultural común, la fenicia, que constituían una red comercial dependientes de la ciudad de Gadir. La importancia histórica de este circuito comercial radica en que este ámbito se constituyó en un lugar estratégico desde el punto de vista político y comercial, en una zona de tránsito entre dos mares, el Atlántico y el Mediterráneo, abarcando ciudades situadas en ambas orillas del sur peninsular y costa occidental de África, como son Gadir y su entorno en la Bahía de Cádiz, Asido, Baelo Claudia, Carteia, Malaka, Sexi, Abdera, Lixus, Kouass, Tingis, Tamuda, o Rusadir.

Por tanto, el “Círculo del Estrecho”, constituía un conjunto de factorías y enclaves que comercializaban sus productos agrícolas y pesqueros de manera coordinada, tanto en el sur peninsular como en el norte de África. Se constituyeron ciudades-estado con nuevas fórmulas de relación social, política y económica. Estas ciudades se dotaron de práctica jurídica para defender sus intereses comunes y así garantizar el acceso y la protección de las prácticas comerciales a larga distancia. La reorganización política y económica del “Círculo del Estrecho” trajo consigo el crecimiento y desarrollo de ciudades en el sur peninsular como Gadir, Malaka, Sexi o Abdera, bajo el papel rector de Gadir. Es por ello que el “Círculo del Estrecho”, se constituyó en un área económica con personalidad propia, que respondía a la existencia de una organización económica basada en la explotación de los recursos marinos y sus derivados, fruto de la transformación económica que tiene lugar a partir del siglo VI a. C. con la caída de Tiro. Es decir, a raíz de este hecho se pudo producir la desarticulación del comercio tartésico-fenicio, interrumpiéndose los contactos entre los mercaderes de los ámbitos occidental y oriental del Mediterráneo, o al menos pudo influir en ello. La intensa crisis registrada por las metrópolis orientales de Fenicia puso fin al tráfico comercial con las colonias occidentales, a la vez que se produjo una reestructuración económica entre dichas colonias de occidente, que llevarán a cabo una importante reconversión de sus estructuras económicas y sociales.

A partir del siglo VI a. C., las ciudades del “Círculo del Estrecho” van a incidir en una intensificación del aprovechamiento de todos aquellos recursos agrícolas, ganaderos y pesqueros que tenían a su alcance y que constituían un elemento esencial de su base productiva. La economía de estas ciudades, a partir de este momento, se va a cimentar en los productos agropecuarios, dedicando especial atención a la pesca y sus derivados.


En la comercialización y distribución a gran escala de estos productos, principalmente por Grecia y el Mediterráneo central, entra en juego la ciudad de Gadir, como motor de este círculo económico que va a dirigir y controlar de forma directa. El vino, aceite, salsas y especialmente salazones, se convierten en productos muy demandados entre los clientes de Gadir y demás ciudades de su entorno. Por tanto, el comercio de Metales, al que tradicionalmente se habían dedicado las ciudades fenicias occidentales, se fue transformando, con más o menos esfuerzo, según los casos, hábilmente, en un comercio basado principalmente en la pesca y sus derivados, convirtiéndose en una alternativa económica valida. No obstante, desde antiguo la pesca había significado un elemento económico fundamental en la primitiva economía de estas comunidades litorales, pero dirigida, en su origen, al autoconsumo. La conservación de los recursos pesqueros de dichas comunidades, se convirtió en un serio problema que había que resolver, con el fin de conseguir evitar la putrefacción de dichos artículos. Esto se venía resolviendo tradicionalmente con la curación del pescado por medio de la sal, por lo que su explotación se convierte, por una seria necesidad, en una actividad íntimamente ligada al aprovechamiento de los recursos pesqueros.


A partir del siglo VI a. C., la industria salazonera comienza a orientarse hacia una producción a gran escala, dejando de estar pensada para el consumo localista, perfectamente organizada y dirigida a la comercialización exterior. Dicha industria tendría su origen muy probablemente en la ciudad de Gadir y con el tiempo se extendió al resto de su área de influencia en el estrecho, consiguiendo un magnifico crecimiento que se prolongo hasta época romana. En cuanto al número y distribución de las factorías de salazón de época prerromana, son muchas las que se han localizado por toda la costa del sur andaluz y norte de África, ubicadas cerca de aquellas materias primas necesarias para una correcta producción, siendo estas principalmente la pesca y la sal, muy abundantes en todo el litoral andaluz y norteafricano.
Pero todo esto iba a cambiar con la llegada del orden romano. Como bien sabemos la conquista romana de Hispania y su posterior romanización, se produce entre los años 218 a. c y 414 d. C., consecuencia directa de las Guerras Púnicas y la pugna entre Roma y Cartago por el control del Mediterráneo. En el año 218 a. C, se produce el desembarco en Hispania de Cneo Cornelio Escipión con el firme propósito de cortar el suministro tanto de hombres, como de numerario, que desde el solar hispano llegaba a las tropas cartaginesas. La transformación de la península ibérica en provincia romana se produce en el año 206 a. C., fecha en la que las huestes romanas al mando de Publio Cornelio Escipión llegan a la todavía Gadir, tras la expulsión de los últimos vestigios cartagineses.


El cambio de status provocó la rebelión de numerosas tribus hispanas, lo que obligó a Roma a llevar a cabo continuos escarceos e intervenciones militares para doblegar a los sublevados hispanos. Fue en el año 197 a. C., cuando se produjo la división administrativa ya conocida entre Hispania Citerior, que abarcaba el valle del Ebro y la costa levantina hasta Baria, la actual Vera (Almería), y la Hispania Ulterior que se correspondía con Andalucía. En el año 27 a. c la Hispania Citerior pasó a denominarse tarraconense y la Ulterior acabó dividida en dos provincias, la Bética y la Lusitania. Posteriormente el Emperador Diocleciano impuso una división administrativa de cinco provincias en la Península Ibérica, denominadas, Bética, Lusitania, tarraconense, cartaginense y Gallecia. En el norte de África estableció la Mauritania-Tingitana y en el Mediterráneo las Baleares. En todas estas provincias, Roma ejercía un férreo control político y administrativo, poniendo en marcha un rotundo proceso romanizador, impulsado entre otros por Augusto.

Como bien señala la Dra. María Ruiz Trapero, Catedrática Emérita de “Epigrafía y Numismática” de la Universidad Complutense de Madrid, Roma fue decisiva para la existencia de España, introdujo en Hispania la lengua latina, las lenguas románicas o romances, trasplantó a España la cultura y el pensamiento griegos, clave para la cultura de Occidente, y además creó y consolidó la primera unidad territorial de España, y nos dio el nombre de Hispania. Configuró nuestra civilización, nuestras primeras instituciones, nuestras grandes obras públicas; influyó de forma perdurable en nuestra cultura, nuestra literatura y nuestro arte; y nos dejó como legado permanente el Derecho romano, base del Derecho español; también abrió las puertas de Hispania al Cristianismo. En resumen, Roma llevó a Hispania lo más profundo y lo más duradero de nuestro ser histórico. España no hubiera existido sin Roma y hasta incluso las antiguas provincias romanas, sometidas por los pueblos bárbaros, sirvieron más tarde, durante los más de diez siglos de la Edad Media occidental (siglos V-XV), de estructuras para configurar lo que hoy llamamos Europa. (María Ruiz Trapero).


En este contexto y dentro de las nuevas situaciones políticas y económicas que se vivían en Hispania, las relaciones de la ciudad de Gades con Roma, iban a ser cambiantes en función de dos etapas claramente diferenciadas. Así entre los siglos I a. c y II d. c, existió una estrecha relación de la ciudad gaditana con importantes personajes de la vida política romana, no en vano fueron numerosas y buenas las prerrogativas fiscales que Roma había otorgado a Gades en este periodo, lo que favoreció su expansión económica.


Una segunda etapa, vendría marcada por el ascenso al poder de la Dinastía de los Severianos, por lo que la ciudad, ya a finales del siglo II o en los albores del siglo III, va a experimentar una recesión importante, no solo en Gades, sino también en las ciudades costeras del hinterland gaditano, que se verán mermadas en sus privilegios, base de su bienestar económico. Este hecho fue letal, sobre todo para Gades, que a lo largo del siglo III, se verá empobrecida de forma irreversible.

Con la entrada de Cádiz en la órbita romana, a partir del año 206 a. C., tras cerrarle las puertas de la ciudad al general cartaginés Magón, que regresaba a Gadir tras fracasar en la reconquista de Cartago Nova, resulta difícil adivinar cuál fue la situación jurídica en la que quedaba la ciudad tras entregarse sin condiciones a los romanos. Según algunas fuentes, los gaditanos firmaron un pacto de amistad con el invasor romano, por medio del cual la ciudad seguiría gozando de una amplia autonomía, al tiempo que podían conservar sus leyes sin necesidad de tributar a Roma. Y es muy posible que así fuera, si tenemos en cuenta las afirmaciones de Tito Livio, que manifiesta que desde el primer momento los gaditanos procuraron por todos los medios preservar plenamente su autogestión ciudadana, llegándose al acuerdo entre L. Marcio y los habitantes de Gades, de no albergar ningún prefecto que Roma intentara enviar a la ciudad. Lo que realmente se pretendía con ello era evitar, por parte de Gades, cualquier injerencia de Roma que de alguna forma pudiera mediatizar sus actividades económicas. A pesar de ello, no sabemos a ciencia cierta si Cádiz permaneció, en su estatus como ciudad libre o como ciudad federada, pero sí parece claro que, en virtud de su alianza con Roma, los intereses comerciales de la ciudad gaditana iban a quedar protegidos, firmando un pacto de hospitalidad en el año 205 a. C. con L. Cornelio Léntulo. Este pacto fue de una gran importancia para la ciudad, ya que permitía a Gades tener un valedor oficial en el Senado romano. Por ello el foedus, firmado con Roma, resultó muy beneficioso para las aspiraciones e intereses gaditanos premio a su incondicional adhesión tras las Guerras Púnicas, eso sí, siempre bajo el amparo de Roma. Se tiene certeza de que los romanos permitían a sus aliados mantener sus posesiones y territorios, por lo que es bien suponer que Gades no iba a ser una excepción, es por ello que los territorios dependientes de Gades después de la referida fecha se mantendrían prácticamente invariables. Por consiguiente, debemos suponer que Cádiz, como ciudad federada, disfrutó de una amplia autonomía, conservando su propio territorio, manteniendo sus propias instituciones, tanto políticas como jurídicas, y gestionando, sin intromisión alguna, su propia administración ciudadana. A cambio, si hubiera necesidad, debía facilitar soldados a la potencia romana en caso de conflicto armado, y a las que debía mantener y pagar con sus propios ingresos.


Desde el punto de vista económico, los datos aportados por la arqueología no pueden ser más rotundos, ya que muestran una clara continuidad económica entre la última etapa púnica y los primeros momentos romanos (Chaves, García Vargas, y Ferrer 1998). A partir de la conquista romana la dinámica comercial gaditana, lejos de disminuir se vio potenciada, alcanzando su cenit entre los siglos I a. C. y I d. C., momento de mayor producción por parte de los talleres alfareros y las fábricas de salazones. Con la crisis del siglo III, se produce un drástico descenso de los niveles productivos orientándose la producción principalmente a mercados locales. De la prosperidad económica gaditana, bajo el control de Roma, a la que nos hemos venido a referir, informa Estrabón, que dice:


“… Esta isla que no difiere de muchas otras, se distingue por la pericia de sus habitantes para la navegación y por su adhesión a los romanos, gracias a ello ha experimentado tal incremento de su fortuna que a pesar de alzarse en el extremo de las tierras es la más famosa de todas…”

El mismo autor nos manifiesta;


“…todo el tráfico marítimo de Gades se hace con Italia y Roma…”


Basándonos en los escritos de Estrabón, todo parece indicar que la actividad comercial y económica de Gades, en el siglo I a. C. debió de ser frenética, por lo que la ciudad gaditana debió ser la principal potencia mercantil de todo el área del Estrecho. De igual modo, y así deja constancia de ello Estrabón, existía un prospero tráfico mercantil basado en la producción de aceite, que era exportado desde la Bética a Roma, y Gades jugaba un papel protagonista en este lucrativo comercio. Esta actividad mercantil, se completaría con el tráfico de otras mercancías, como salazones o productos propios de la huerta.

Las exportaciones comerciales gaditanas comienzan a desplegarse a gran escala en época de Augusto, motivo por el que se hizo necesaria la construcción del Portus Gaditanus, en tierra firme, en las inmediaciones del Puerto de Santa María. Esta prosperidad económica experimentada por Gades, tuvo su reflejo en un desarrollo social y urbanístico sin precedentes, iniciado en el siglo I a. C.


En este sentido el propio Estrabón (III, 5,3) se refería a Gades como la ciudad más poblada del mundo romano, contando, al parecer con un censo de quinientos caballeros. En la misma línea se posiciona Cicerón en sus Cartas Familiares, cuando en el año 43 a. C. afirmaba que el teatro romano de Gades contaba con un espacio reservado a los caballeros, de hasta catorce gradas del total de su graderío. Fue en esta época de esplendor ciudadano y urbano, cuando Balbo, “el Menor”, pone en marcha sus iniciativas monumentales, levantando la “Neapolis” en la isla mayor del archipiélago gaditano. En los siglos I y II, Gades cuenta con una importante categoría urbana dentro del imperio y la clase política de Gades interviene notoriamente en la vida política romana. En este sentido y para hacernos a una idea aproximada, se ha dicho que en esta época había en Cádiz hasta quinientos caballeros, que tenían un censo mayor a 400.000 sestercios (cuando un sueldo anual medio-alto eran 1000 sestercios), algo que superaban pocas ciudades del imperio como Padua y la mismísima Roma.


Pero este panorama cambiará drásticamente para Gades con la llegada al poder de Roma de la Dinastía Severiana, que va a poner en marcha una serie de cambios legislativos sobre la fiscalidad y el transporte de mercancías. No son muchos los datos arqueológicos y escritos que disponemos de la Gades de entre los siglos I a. C. y II d. C., pero a pesar de ello todo parece indicar que la ciudad siguió disfrutando de su situación de privilegio anterior. Sera a partir de fines del siglo II d. c, cuando la situación de Gades se torne negativamente para esta urbe. El origen, de esta crisis, habría que buscarlo en cuestiones de índole puramente políticas, que acabaran por poner fin a la expansión y desarrollo económico gaditano. La causa hay que buscarla en la propia Roma y sus luchas intestinas, es decir, el origen de esta recesión se halla en la pugna por el poder político romano, cuando Séptimo Severo no contó con el apoyo de los círculos aristocráticos de la parte occidental del Imperio, entre ellos los senadores béticos, y una vez que consigue imponerse toma represalias contra ellos. Entre estas represalias se encontraba una política despiadada de expropiaciones generalizadas de grandes extensiones de cultivo de olivar y almazaras de producción de aceite que pasaron de inmediato a formar parte del patrimonio del Imperio. Pero en el contexto de estas medidas, especialmente negativo para la economía gaditana, fue la unificación de las tasas sobre la exportación, y, si tenemos en cuenta que el puerto gaditano tenía un sistema de beneficios basado en la exportación, es lógico suponer que el primer perjudicado sería el puerto de Gades. Estas y otras medidas severianas relativas al comercio y la exportación produjo grave daño al desarrollo económico de Gades, que irreversiblemente cayó en retroceso.


Si bien es cierto que emperadores posteriores llegaron a derogar temporalmente algunas de tan negativas medidas para el comercio del Mediterráneo occidental, en general, y Gades en particular, la recuperación a estados anteriores, fue ya prácticamente imposible, menos aún, con la llegada de la crisis del siglo III, por lo que las importaciones desde la capital del imperio se vieron reducidas enormemente, viéndose Gades avocada a una crisis comercial de nefastas consecuencias. Tan negativo panorama produjo un declive urbano de Gades entre finales del siglo II y principios del III y desde el punto de vista comercial, las reformas políticas y legislativas llevadas a cabo por los Severianos, declinó en una falta de competitividad de los productos occidentales, entre ellos los gaditanos, que vio como se devaluaban sus contactos mercantiles. Los productos económicos del “Círculo del Estrecho”, sobre todo la industria de salazones, observó cómo se perdieron sus mercados, ya a principios del siglo III, como clara consecuencia de la desaparición, a cuenta de la crisis, de las numerosas factorías del sur de Hispania y costa Mauritana Tingitana, que como si de un efecto dominó se tratara, trajo consigo el progresivo abandono de los principales alfares asociados a esta industria.

La crisis económica en la que entra Gades, parece confirmarla la escasez de textos escritos referidos a ella en el siglo III, en claro contraste con las referencias sobre su esplendor pasado que de la ciudad gaditana nos aportaron los textos de siglos precedentes. No solo las fuentes escritas atestiguan tal decadencia, sino también las fuentes arqueológicas, como la escasez de numerario que aparece asociado a enterramientos en la necrópolis romana de la ciudad, ya desde el ocaso del siglo II. Según fuentes escritas, todo parece indicar que a comienzos del siglo IV Gades adolecía de categoría urbana. Avieno fue testigo a finales del siglo IV del estado de abandono y decadencia en que se encontraba Gades, y que resume a la perfección con esta frase:


“…Grande y rica ciudad en tiempos pretéritos, ahora pobre, ahora pequeña, ahora abandonada, ahora un campo de ruinas. No vimos nada admirable en estos lugares salvo la solemnidad de Hércules…”

Francisco Javier Jimenez Martinez

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