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No, el título de esta entrada no trata de que la empresa petrolera pusiera una gasolinera en dicho pueblo, y menos de una refinería, pero si tiene que ver con la prospección que hiciera en los años setenta en busca del oro líquido, producto que nuca se encontró, por cierto. Por mucho que me desagrade la cosa, la ciencia le debe algo a Petróleos Mexicanos.
En el periodo de expansión impulsado por los altos precios de los carburantes después del bloqueo árabe en 1973, PEMEX envió a sus geólogos a la costa norte de la Península de Yucatán para que hicieran perforaciones y analizar los fondos marinos en busca del preciado líquido. Como en cualquier otro sitio, los geólogos Antonio Camargo y Glen Penfield llevaron a cabo un estudio magnético de la zona y analizaron los datos geofísicos, en los que descubrieron un enorme arco submarino de “extraordinaria simetría” de unos 70 kilómetros de diámetro. Sorprendido por el hallazgo, Penfield examinó un mapa de gravedad hecho una década antes en el que también aparecía la anomalía y encontró que había otro arco en tierra firme, que coincidía con el submarino y que juntos formaban un cráter de 180 kilómetros de circunferencia. La edad del impacto se fijó en 65 millones de años, aunque la fecha no decía mucho por aquel entonces. PEMEX no permitió a Penfield que publicara sus datos, pero Camargo consiguió presentarlos en 1981 durante la Conferencia de Exploración Geofísica. Su presentación no tuvo mucho impacto, pero el boca a boca entre científicos logró en pocos años que la información llegase a las manos adecuadas.
En la misma época, el físico norteamericano y ganador del Premio Nobel Luis Walter Alvarez y su hijo estaban investigando una anomalía geológica en una garganta en el centro de Italia. Walter Alvarez junior, geólogo, había encontrado una capa de arcilla justo en el límite de los estratos entre los periodos cretácico y terciario, precisamente, puntualizó el menor de los científicos, en la época en que desaparecía todo rastro de los dinosaurios y muchas otras especies. La pareja publicó en 1980 un trabajo conjunto con dos químicos nucleares de los Laboratorios Lawrence Berkeley, en el que sugerían una causa extraterrestre a la extinción masiva ocurrida hacía 65 millones de años.
El trabajo no fue bien recibido e incluso sus autores recibieron las burlas y el escarnio de sus colegas, pero la ciencia no miente y sólo es cuestión de tiempo hasta que una teoría se puede comprobar y poner a los críticos en su sitio. En los años posteriores a la publicación del artículo, se encontró que las muestras de arcilla italianas contenían Iridio, un elemento muy escaso en la Tierra, hollín, esferas cristalinas, cristales de cuarzo impactados, diamantes microscópicos y minerales raros que sólo consiguen formarse bajo enormes condiciones de presión y temperatura, condiciones que coinciden con el impacto de un meteorito, y materiales que también se encontraron en el cráter mexicano.
Diez años después de que los Alvarez et al expusieran su teoría, un reportero se la comentó a Penfield, que casi se había olvidado de su hallazgo en Yucatán, a partir de allí, los contactos entre los diversos interesados les llevaron a promover la idea de que el cráter de Chicxulub se debió al impacto de un meteorito caído hace 65 millones de años, en la misma época en que desaparecieron los dinosaurios.
La teoría del impacto como causa de la extinción masiva del cretácico es a principios del siglo XXI la más aceptada para explicar la desaparición de los grandes lagartos, pero no está libre de detractores. Algunos científicos creen que las causantes de la conflagración fueron erupciones volcánicas masivas, y otros creen que fue el cambio climático. No hace falta ser un Premio Nobel para saber que el impacto de un meteorito de 10 kilómetros de largo y con una fuerza de 100 teratones de TNT, pudieron causar tanto las erupciones como el cambio climático. Cada loco con su tema.
A mí lo que me importa es que Chicxulub, aquella aldea de pescadores convertida en balneario para las gentes de bien de Yucatán, en las mismas costas en las que este autor refrescó su cuerpo de los intensos veranos y calentó su corazoncito, ocupe un lugar de importancia en los anales de la ciencia y de la historia. ¡Mare!
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