Este fragmento de un relato más grande lo dediqué hace unas semanas a un amigo virtual (Facebook). La historia va a formar parte de algo más grande, que está todavía sin forma. Al hilo de la nueva datación "neandertal"  para ciertas pinturas de la Península, he decidido compartirlo con vosotros. No voy a descubrir nada, porque el cuento-novela-loquesea ni es definitivo, ni quiero que sea un relato "histórico" al uso.

                                                          EL COMPAÑERO

Me bastaba vigilar las actividades de los Hombres-Silencio desde el Gran Acantilado, así, podía observar los juegos en la playa de los dos pequeños, Irnik y Ahti.

A los Hombres-Silencio el agua salada les asustaba. Los mayores huían aterrorizados de ella, de su olor y de su estruendo: jamás habrían instalado demasiado cerca sus refugios.

Pero los dos pequeños se atrevían a acercarse a la línea donde morían las olas, riendo a mandíbula batiente cada vez que —en un descuido— el agua alcanzaba a empaparles. Irnik, hasta osaba desnudarse por completo y meterse hasta la cintura, chillando y haciendo aspavientos por el frío, empujando contra la resaca, gritando hasta quedarse ronco por el placer.

Cuando la tarde caía y llegaba la hora de volver adonde se encontraban los demás, Irnik procuraba cazar algún ave marina y llevarla como muestra de lo productivo de sus exploraciones. Era solo para disimular. Estaba acostumbrado a que los suyos no tomaran en cuenta sus logros como cazador, así que se conformaba con un par de gaviotas, un cormorán ensartado en una jabalina tallada expresamente para eso, o unos cuantos huevos en la temporada de cría. A los Hombres—Silencio les desagradaban las frutas verdes, negras y rojas que el mar arrojaba, pero Irnik las olisqueaba con fruición y les daba lametones para comprobar si eran comestibles o no. Luego, las usaba para envolver sus trofeos de caza y eso le costaba no pocos refunfuños, gruñidos y griterío de los más viejos, por su torpeza.

Lo que le gustaba era entretenerse toda la mañana en hacer zanjas en la línea de marea. Las olas, las rellenaban de agua y luego las destruían pacífica e inesperadamente. Buscar conchas para un collar, aspirar el olor salado, extasiarse con el reflejo del cielo —limpio o nuboso— en aquella superficie inmensa.

Recogía piedras de colores y formas extrañas, que apilaba en montoncitos de precario equilibrio, siempre en lugares escondidos entre las rocas de la orilla, para que nadie las viera, más que nosotros. Observar los pájaros marinos e imaginar los peces que debían de vivir en lo más profundo, que ninguno de los suyos era capaz de pescar.

Buscaba cangrejos en las sinuosidades, y hasta les ponía pequeños cebos a base de trozos de carne de algún ave o pez muerto, para engatusarlos a salir de sus cuevecitas y engancharse al hilo —trenzado con nervios— de su artilugio de pesca. Entonces, se inclinaba y los cogía con la mano, sin importarle los picotazos de sus pinzas, y los metía vivos en una cesta que había trenzado tiempo atrás, con pieles más o menos curtidas con arena y cenizas calientes y un entramado de ramitas y nervios secos.

—Me gustaría hacer lo mismo con los peces —me confesó—. Pero no sé cómo puede uno llegar al centro de esa agua sin hundirse.

—¿Quizá flotando, como los troncos? —dije, tan sin pensar como siempre hacía en esa época.

—¡Oh, no! Me ahogaría. Ellos viven más abajo. No puedo. Me da miedo.

Estaba haciéndose tarde. Irnik aún no había cazado nada, pero no parecía importarle. Escudriñaba el agua como si esperase ver aparecer algo. Se había acostumbrado a hablarme como si fuera uno de los suyos, con palabras y no solo con pensamientos. Puso una concha de forma extraña en la roca, a su espalda, y se volvió hacia el horizonte.

—El mar... ¿sabes? Tiene poder. Se traga al sol todas las tardes. Tiene muchas familias dentro. Es como el cielo. Pero el mar... el mar es diferente, compañero.

Lo que me estremeció no fue que el muchacho apreciara la vastedad y los cambios del océano.

Lo que me estremeció fue que me llamara “compañero”.

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Comentario por Mercedes Millan Maynar el marzo 2, 2018 a las 11:06am
Tu relato ha conseguido transportarme al mar de hace 40000 años? Gracias
Comentario por Morfeo Gómez el marzo 2, 2018 a las 2:00pm

A mi me hace pensar. Tendrían que ser personas recién llegadas del interior para tenerle miedo a meterse en el mar. Hoy día, en cualquier población costera del mundo, podemos encontrar personas con miedo a meterse en el agua, pero ya es algo personal, porque otras muchas no tendrán problema en meterse.

Nadar para los seres humanos a mi me parece una aptitud casi genética, como la de infinidad de animales. Unos recién llegados rápidamente perderían el miedo, equiparándolo a meterse en un lago o río. Lo cual no quiere decir que no le tuvieran algún tipo de reverencia. Con lo cual, el excesivo miedo al mar que se plasma en este relato no me parece completamente verosímil. Aunque el relato sea sugestivo e interesante, y además hasta yo esté equivocado.

Comentario por Carmen L. el marzo 2, 2018 a las 3:01pm

Efectivamente, serían personas del interior del continente europeo, quizá de una zona montañosa o un páramo apartado, y su relación con el agua era fluvial o lacustre, no marítima.

Comentario por Morfeo Gómez el marzo 2, 2018 a las 3:39pm

Recién llegados entonces.

Me hago la pregunta...¿tardarían mucho en perder el miedo, o sería cuestión de pasar una generación, como se muestra en el relato?

¿Nunca perderían el miedo los individuos criados lejos? ¿solo unos jóvenes especiales de la nueva generación se adaptarían? ¿o por el contrario  casi cualquier individuo podría adaptarse? ¿genético o cultural el miedo al mar?

Comentario por Montsel el marzo 3, 2018 a las 12:47am

El relato me ha ido llevando, sugerente y sinuoso, entre arena, olas, piedras de colores, juegos y gaviotas, introduciéndome en el mundo de Irnik y Ahti... Mágico. Enhorabuena, Carmen.

Comentario por Carmen L. el marzo 4, 2018 a las 12:39am

Ni idea, Morfeo. Supongo que al cabo de un tiempo, se acostumbrarían,. Pero en este caso es solamente una historia poética, imaginería y pretextos para mostrar a alguien solitario, y especial. Celebro que os haya gustado.

Comentario por Javier Domínguez el marzo 5, 2018 a las 9:37pm

Delicioso Carmen. Enhorabuena. Cuando andaba por montes y acantilados o me arrastraba por cuevas solía tener pensamientos "tontos" como los de los protagonistas. Infantiles, quizás,pero quién no sigue siendo un poco niño en la madurez no se merece el "titulo" de maduro. La vida es experimentar aprendiendo, caer y levantarse. Unos se levantan rápido y continúan haciendo pruebas y otros se quedan sentados diciendo basta. Unos se atreven con el agua y otros no....sean de la costa o del interior...también hay gente de la montañas con vértigo, ¿no? . En fin...y siempre ha habido ovejas negras en cada familia, rebeldes con o sin causa dispuestos a ir contracorriente de las normas de la mayoria. Lo dicho...un saludo desde Cantabria  

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