Londres reivindica mediante una fascinante exposición la faceta más guerrera del emperador romano.
Vía:
JACINTO ANTÓN, Londres | El País.com, 17 de julio de 2008
Animula vagula blandula... Así empieza el célebre poemita del emperador Adriano, su adiós a la vida. "Almita inquieta y melosa", quizá, pero por fuera un militar de los pies a la cabeza, un cachas sumamente diestro con las armas que podía ser brutal.
Thorsten Opper, el comisario de la nueva, espectacular exposición sobre el emperador Adriano en el British Museum de Londres (
Hadrian, empire and conflict, del 24 de julio al 26 de octubre), consagrada a revisar su poliédrica figura y analizar su legado, señala, empequeñecido por la mole de mármol, una escultura colosal del emperador como comandante supremo y con todos los atributos, militares por supuesto. "Éste es el Adriano real", establece en una visita con EL PAÍS por la exposición. El emperador impresiona. No se le ve nada blandulo. Ni recuerda al personaje pacífico, filósofo, introspectivo y cercano, buen tipo, que creó en 1951 Marguerite Yourcenar en su bella y tan famosa novela
Memorias de Adriano (Edhasa, 1982), de la que se han vendido en España un millón de ejemplares. Luce coraza, su expresión es despiadada y con el pie izquierdo está aplastando a un pobre tipo, un enemigo bárbaro. "La cara nazi de Roma", sugiere el comisario.
Junto a la estatua hay otra del emperador igualmente contundente: Adriano como Marte, un desnudo heroico con yelmo, escudo y tahalí.
"Son las imágenes de un emperador poderoso, marcial, que se veía como un segundo Augusto, no de alguien dedicado a la vida contemplativa y que dócilmente cede territorio romano", apunta el comisario. Lo cual no quita, por supuesto, que Adriano (Roma, 76-Tívoli, 138) fuera un admirador de lo griego (probablemente en parte por estrategia), un entusiasta aficionado a la arquitectura, un gran viajero (para controlar el imperio, no por turismo), un gastrónomo (su plato preferido era la torta de ubres de cerda con faisán y jamón: murió de arteriosclerosis) y, establece Opper sin ambages, "gay".
Ahí queda la palabra, que nunca se había usado tan rotundamente en ámbito académico para un gran césar romano. Una parte maravillosa de la exposición está dedicada, precisamente, al amante de Adriano, el bellísimo -hay unas estatuas de una mórbida sensualidad- efebo bitinio
Antínoo, ahogado en el Nilo en circunstancias misteriosas e incluso sospechosas. Se ha hablado de asesinato, sacrificio o suicidio. Una teoría es que Antínoo, tras años de relación y pasada la
flos aetatis (la flor de la juventud), había llegado a la madurez, y el hecho de ser penetrado (
cevere) le supusiera una humillación intolerable en el curioso código sexual romano en el que la homosexualidad masculina no era nada particular mientras fuera el sujeto activo o joven (véase
Roman homosexuality, de Craig A. Williams, Oxford, 1999, el mejor estudio sobre el tema). Antínoo se habría quitado del medio para no estropear una relación, incluso una bonita historia de amor, que debía acabarse. Probablemente eso explicaría la devoción póstuma de Adriano, que fundó una ciudad con su nombre, Antinoopolis, y lo deificó. "Todo eso sugiere una emoción real", anota Opper. Una interesantísima novela reciente,
Conspiratio (Seix Barral, 2007), de Ben Pastor, trata el enigma de la muerte de Antínoo y la búsqueda de su tumba, uno de los grandes misterios de la antigüedad.
Opper, como Anthony Birley, el mejor biógrafo del emperador (véase su tan ameno Adriano, Península, 1997), considera que Yourcenar creó con su novela -de la que John Boorman prepara un filme con Antonio Banderas- un arquetipo popular del personaje que condiciona la aproximación del público y no se ajusta a la realidad. Muy deportivamente, sin embargo, y consciente del impacto de Memorias de Adriano en la gente, el comisario ha hecho que al inicio de la exposición el visitante se encuentre con el manuscrito de la novela.
"Mucha gente sólo conoce a Adriano por la novela, es buena y nos lo aproxima, sí, pero es nuestro deber explicar que no es el Adriano real, el de la historia, mucho más complejo y polifacético".
Para el comisario, Adriano, que se ve obligado a estabilizar el Imperio tras la desaforada etapa de conquistas de Trajano, "tiene algo de Obama, pero es también McCain". No en balde era un veterano combatiente que había sido tribuno en tres legiones y legado de la I Minerva. La deconstrucción del Adriano yourceriano se explicita perfectamente en la exposición con una pieza, una enorme escultura del emperador con aspecto de filósofo griego fondón que parece, éste sí, el mismísimo personaje de la novela. De hecho Yourcenar se inspiró en la estatua. Resulta que esa escultura, que se tenía por icónica del emperador, era, según se ha descubierto, un montaje de época victoriana y en realidad se compone de una cabeza de Adriano ¡montada sobre un cuerpo ajeno! La exhibición permite ver la chapuza.
La percepción de Adriano ha ido cambiando, dice el comisario; la antigüedad no lo presenta con rasgos precisamente positivos: destacaba su ambición, su deseo de sobresalir, el hecho de que empezó y acabó su carrera con crímenes de Estado, y que murió odiado por todos (
invisus omnibus). "Tras las guerras mundiales se le vio positivamente en la creencia de que apostó por la paz, y ésa es la idea de Yourcenar. Cada generación tiene su Adriano".
Opper continúa guiando en este privilegiado recorrido por la exposición, unos días antes de que se abra al público. Adriano, dice, es el primer emperador con barba. Opper cree que por costumbre militar. Señala una curiosa característica que presentan todas las esculturas del personaje: un doblez en el lóbulo de la oreja.
"Nos hace pensar que las representaciones de Adriano no eran sólo propaganda imperial: tenían una base retratística real; por otro lado, los que presentan este rasgo son propensos a las enfermedades coronarias...".
La exhibición es asombrosa. Reúne
170 objetos de una treintena de museos seleccionados con enorme inteligencia y un gusto exquisito, entre ellos piezas jamás mostradas o inéditas en Europa. El caso paradigmático es el de los fragmentos de una
estatua colosal de Adriano, de mármol, hallados el pasado agosto en la excavación de
Sagalassos (suroeste de Turquía), antigua capital de la provincia de
Pisidia. Los restos, que hace un año aún estaban bajo tierra, incluyen la extraordinaria cabeza, un pie calzado con sandalia y un brazo. Otros hallazgos arqueológicos recientes que recoge la exposición son los interesantísimos de la excavación (2007) del
Antinoeion, el templo consagrado por Adriano a su amante en su inmensa
villa de Tibur (Tívoli).
La exposición incluye esculturas (entre ellas dos de los tres únicos retratos en bronce que se conocen de Adriano, el del campo legionario de Tel Shalem, en Judea, y el célebre de Britania, sacado del Támesis), camafeos, inscripciones, monedas, armamento (como el maravilloso yelmo Ribchester, el ornamentado casco de parada de un jinete auxiliar), elementos arquitectónicos, pinturas, la estimulante
Copa Warren, con escenas de sexo gay, y otras cosas que parecen sencillitas ante tanta magnificencia, pero que producen un estremecimiento inenarrable de emoción porque en ellas se revela el pasado especialmente vívido: un fragmento de papiro del poeta
Pankrates con el texto del poema sobre la cacería del león en que participaron en su viaje a Egipto Adriano y su amante Antínoo, otro fragmento con unas líneas de lo que se cree es el único trozo de la perdida autobiografía del emperador y una baldosa en la que quedó impresa ¡la huella de la sandalia de un legionario!
La exposición recalca los orígenes hispanos de Adriano y el auge de la dinámica élite colonial bética en la capital del Imperio merced, sobre todo, al comercio de aceite. Se muestran retratos de Trajano, con el que la relación de Adriano no fue siempre muy fluida -especialmente tras tener éste un lío con los queridos pajecillos de su predecesor- y la esposa de nuestro emperador,
Sabina (un matrimonio de conveniencia quizá incluso ni siquiera consumado; se dice que la emperatriz tuvo una relación lésbica con su amiga Julia Balbilla: ¡olé Roma!).
La faceta arquitectónica de Adriano -la restauración del Panteón, su villa, su mausoleo- es central en el discurso de esta irrepetible exhibición, que no viajará.
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