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Un par de turistas examina los yacimientos de Abrigos en Commarque
En el valle de Vézère, en la región francesa de Périgord Noir, existe un lugar llamado como el más famoso individuo prehistórico. Sus huesos se descubrieron en 1868 y ahora es el mejor lugar para descubrir sus secretos en un paraje único.
Fuente: OCHOLEGUAS.com | Javier Mazorra| 1 de octubre de 2012
En España estamos rodeados de algunos de los yacimientos más significativos relacionados con nuestros antepasados remotos. Ahí están Atapuerca o las cuevas de Altamira, El Castillo o Tito Bustillo. Pero quien disfrute de la PREHISTORIA con mayúsculas no puede perderse un viaje al valle de Vézère, en el francés Périgord Noir. Allí, en 1868, en un lugar llamado Cromagnon, se descubrieron unos huesos que cambiaron la concepción del ser humano moderno. Desde entonces, en un radio de 30 kilómetros han surgido docenas de cuevas y abrigos en sus acantilados de caliza con un apabullante despliegue de arte rupestre.
Aunque ahora ese individuo, capaz de realizar hace unos diecisiete mil años obras tan espectaculares como las pinturas de Lascaux, se identifica con el Homo Sapiens, para muchos siempre será el hombre de Cromagnon. Y a dos pasos de donde se encontró por primera vez, en Les Eyzies, hay que comenzar este gran viaje al pasado. Lo primero que llama la atención es encontrarse en esta minúscula población de menos de mil habitantes con media docena de museos e instituciones del más alto nivel relacionados con la prehistoria.
Lo más recomendable es comenzar en el Pôle International de la Préhistoire. Con entrada gratuita, permite adentrarse en este misterioso mundo desde cualquier nivel de conocimiento. Hay no sólo información sobre cada yacimiento sino que se puede de hacer un cursillo de urgencia sobre arqueología. A 300 metros está el Museo Nacional de la Prehistoria, donde se pueden ver piezas encontradas en la zona. Y alrededor se agolpan las cuevas y los abrigos cuajados de obras de arte de la Edad Magdaleniense. Un periodo que debe su nombre, por cierto, a otro lugar en este mismo valle del río Vézère, antes de desembocar en el Dordoña.
En el mismo entorno no hay que perderse las Cuevas de Font de Gaumes y de Combarelles, donde hay 200 figuras policromadas pintadas o gravadas que pueden recordarnos las de Altamira. Ni tampoco el Castillo de Commarque (derecha) donde se han encontrado restos humanos que se remontan a quince mil años, incluidos relieves prehistóricos de gran valor. Rodeado de frondosos bosque y otros castillos de cuento de hadas, es uno de los rincones más sugerentes y románticos de la comarca.
Una buena forma de hacerse una idea de conjunto del valle es recorrerlo en kayak. Durante tres o cuatro horas, con ayuda de un audioguía, se va descubriendo este territorio bien conservado donde todavía quedan numerosos restos de viviendas trogloditas que, aunque pueden remontar sus orígenes varios miles de años atrás, fueron utilizadas hasta el siglo XIX. Los conjuntos más espectaculares como el de la Roque St-Christophe o Le Conquil, se han convertido en museos. Uno incluso, La Maison Forte de Reignac, terminó transformada en una inusitada fortaleza que ahora alberga una exposición dedicada a la tortura.
A uno y otro lado del río surgen pueblecitos medievales como Saint León, con su preciosa iglesia románica donde se organizan conciertos durante el Festival del Périgord Noir. Si el tiempo es limitado, lo mejor es concentrarse en los yacimientos más importantes. En lo que respecta a la escultura, no hay que perderse el abrigo de Cap Blanc, donde en un espacio de 13 metros se superponen múltiples representaciones de animales en relieve. En Rouffignac hay tanto que ver que la visita se hace en tren. En una hora se descubren más de 260 obras dibujadas en las paredes de las cuevas, abundando los mamuts y los rinocerontes.
Para el final hay que reservarse Lascaux II. Es la copia del original pero está tan bien reproducida que nadie sale desilusionado. Es el mayor conjunto de pinturas del Paleolítico Superior que se conocen y de gran calidad. Muy cerca se encuentra el pueblo de Montignac, que funciona como capital del valle. Cuenta con una docena de restaurantes a orillas del Vézère donde probar las delicias de la zona, incluido el mejor foie-gras de Francia. Alrededor, hay media docena de granjas donde comprar estos productos y ver cómo viven las bandadas de ocas y patos.
Si se viaja con niños, hay varios parques temáticos relacionados con la prehistoria como el PrehistoParc de Tursac, que ha sido diseñado en colaboración con paleontólogos del Museo de Historia Natural de París. También hay grutas cubiertas de estalactitas y estalagmitas como la de Proumeyssac, donde se ofrece la posibilidad de descender en una barquilla tal como se hacía en sus orígenes, mientras se disfruta de un espectáculo de luz y sonido.
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