Fuente: ABC.es | Israel Viana | 15 de julio de 2013

«No me olvido de la arqueología, lo que pasa es que con ella ahora no puedo comer y las facturas hay que pagarlas»Diana del Pozo es la presidenta de Colegio de Arqueólogos de Madrid. Tiene 32 años. Empezó a trabajar en la universidad mientras estudiaba Historia y, desde 2004, ha ido enganchando una excavación tras otra. «Hasta que hace un año me quedé en paro, como la mayoría de los arqueólogos, así que decidí montar una tienda de regalos en Alcalá de Henares. No podía esperar más tiempo esperando a que me volviera a llamar», cuenta.

Su caso no es más que uno de los muchos que representan a un sector que en la actualidad se encuentra herido de muerte en España a causa, sobre todo, del pinchazo de la burbuja inmobiliaria que se produjo en 2008. Las consecuencias han sido nefastas para este nicho de la cultura. Hay miles de arqueólogos en paro y los pocos que aguantan sobreviven cobrando sueldos de menos de 1.000 euros. Cientos de empresas del sector cerradas o sin ningún tipo de actividad, completamente ahogadas por las deudas. Y se han quedado infinidad de yacimientos sin poder ser excavados y otros tantos intervenidos en malas condiciones. A poco que uno pregunte dentro del colectivo, las respuestas son siempre las mismas: «La arqueología de urgencia está prácticamente desaparecida», «de los cientos de arqueólogos que conozco han dejado de trabajar prácticamente el 100%», «las condiciones son absolutamente precarias» o «las empresas más grandes han pasado de tener más de 100 arqueólogos contratados a seis».

El «boom» de la construcción a principios de la década pasada significó también el «boom» de la arqueología en España, ya que, cuando se aprobó la Ley de Patrimonio de 1985, los constructores empezaron a estar obligados a contratar el servicio de arqueólogos para prospectar el terreno y excavar los yacimientos que pudieran verse afectados por la obra. «Hay países en los que esta intervención se hace a través de la Administración Pública, pero en España se construía tanto que resultaba imposible. Se decidió entonces que fueran arqueólogos contratados por empresas privadas los que se encargaran. A principios de los 90 surgieron las primeras empresas y, entre 2000 y 2005, se produjo el gran crecimiento», explica la socióloga del CSIC, Eva Parga Dans, que en 2009 realizó una encuesta sobre las empresas de arqueología en España.

De 300 a 10.000 yacimientos

En 1975 apenas se llegaba a las 300 excavaciones abiertas en toda España, mientras que en 2005 eran más de 10.000. El número de excavaciones creció tanto como el de las empresas de arqueología, de las que se crearon más del 40% entre 2000 y 2005. Esta fiebre dio empleo en excavaciones a decenas de miles de licenciados en Historia que ahora, con la crisis del ladrillo, han pasado a formar parte de la lista del paro.

«En los últimos 10 años, utilizando la frase del Gobierno, se ha excavado por encima de nuestras posibilidades. Ha sido tan desmedido que se creó la burbuja de la arqueología, hasta que se pinchó junto a la de la construcción. Volver al nivel de trabajo de antes es impensable. Teníamos que haber tenido en cuenta que lo que se estaba haciendo no era real», asegura Jaime Almansa, un madrileño de 29 años que, a finales de 2009, fundó JAS, una empresa de arqueología que ha decidido buscarse las habichuelas fuera de las excavaciones.

No hay que olvidar que durante los años de bonanza económica, la práctica totalidad de los ingresos de la arqueología procedía de la construcción. Por un lado, de la inversión de las constructoras, que se lanzaron sin control a edificar viviendas, urbanizaciones o centros comerciales y tenían que realizar la correspondiente intervención arqueológica previa. Y por otro, de las obras de promoción pública (carreteras, vías de tren, tuberías…) dependientes del Ministerio de Fomento, de los gobiernos regionales o de los ayuntamientos. Pero desde 2008, tanto las constructoras como las entidades públicas «están hundidísimas», comenta Almansa.

El Ministerio de Hacienda acaba de denegar las subvenciones que la Secretaría de Estado de Cultura había concedido a 30 grupos de universidades españolas para proyectos de arqueología. En Castilla-La Mancha, el Gobierno anunciaba hace no mucho el cierre de hasta cuatro importantes parques arqueológicos y, en Alicante, el proyecto sobre el conjunto islámico del Castellar d’Elx lleva dos años parado por los recortes. Son solo uno ejemplos a los que hay que sumar, en el ámbito privado, que el año pasado se construyeron menos del 10% de las 865.000 viviendas que se edificaron en 2006, el máximo histórico, las cuentas no salen ahora para este sector cultural.

Empresas sin actividad

Según los datos provisionales que está comenzando a arrojar la segunda edición de la encuesta del CSIC, han desaparecido el 35% de las 273 empresas de arqueología contabilizadas en 2009. Un dato preocupante que, de todas formas, no es representativo de la realidad, ya que muchos arqueólogos mantienen sus empresas abiertas, pero sin actividad. «Hace poco una arqueóloga me contaba que no tenía ningún trabajo contratado aunque no hubiera dado de baja su empresa», comenta la presidenta del Colegio de Arqueólogos madrileño.

«Ya nadie construye. Hay incluso intervenciones arqueológicas que estaban proyectadas y se han quedado en suspenso. Y se han dado casos de constructoras que han quebrado y han dejado empantanadas a empresas de arqueología con 100.000 o 200.000 euros de deuda una vez terminada la excavación», añade Almansa, ahora dedicado principalmente a la edición de libros relacionados con la arqueología, como «Indiana jones sin futuro» (JAS, 2012).

Esa falta de perspectiva es precisamente la consecuencia más inmediata para miles de arqueólogos que se han ido al paro y para los pocos que, por lo menos, han encontrado trabajo en otros sectores que nada tienen que ver con el suyo. Uno de esos casos es Miguel Ángel Díaz, un arqueólogo madrileño de 39 años que llevaba más de una década enganchando una excavación con otra, en algunas de ellas como director, y ahora trabaja en un bar de copas los fines de semana, mientras organiza de manera altruista una jornadas sobre la Guerra Civil en Pinto.

Le echaron de su última empresa hace unas semanas «por causas asociadas a la crisis», cuando estaba llevando a cabo un seguimiento arqueológico entre Ciudad Real y Cuenca, cobrando menos de 1.000 euros a pesar de tener que vivir fuera de su casa. «Dependíamos de una subvención de la Unión Europea que fue retirada, y cuando los ayuntamientos afectados por la obra tuvieron que hacerse cargo de los gastos, no aceptaron y se paralizó», explica Díaz, quien, «aunque está intentando no resignarse», reconoce que de los cientos de arqueólogos que ha conocido, tan solo «seis o siete» siguen en el sector.

Menos dinero, peores resultados

En este caos, hay algo que a los arqueólogos les preocupa tanto como su empleo: las precarias condiciones en las que tienen que llevar a cabo muchas de las excavaciones. «Las consecuencias de la crisis sobre los yacimientos en sí son también terribles. A raíz de la caída de los presupuestos, la calidad del resultado se ha visto afectada. El arqueólogo tiene que hacer el mismo trabajo que hace siete años, pero con menos material, menos personal y en un plazo de tiempo menor. Ya no puede hacer, por ejemplo, todas las pruebas de datación que se necesitan, y eso significa que se pierde un nicho de cultura», subraya Del Pozo, que ha visto como en la última empresa en la que estuvo trabajando había unas 40 personas en nómina y ahora solo queda el dueño.

«En mi última empresa, he tenido que trabajar en condiciones inadecuadas porque los presupuestos cayeron un 30%. Eso ha afectado a la hora de hacer analíticas como la del carbono 14 o la dendrocronología. La situación de la arqueología desde 2008 hasta ahora es absolutamente precaria y tiene muchas papeletas para desaparecer», comenta Pablo Guerra, otro de esos arqueólogos que acaba de ser despedido tras ocho años trabajando en una empresa que llegó a tener más de 100 arqueólogos contratados durante las obras de la M-30, y ahora solo tiene a seis. Su pecado, no aceptar una rebaja del 28% de un sueldo de 1.300 euros limpios al mes que le hubiera convertido en mileurista, teniendo que trabajar fuera de Madrid. Y eso después de ver como su mujer, también arqueóloga, tuvo que dejarlo hace un par de años porque ya no había trabajo. «Son ejemplos de cómo se encuentra el sector. Profesionales bien cualificados que no pueden dedicarse a lo que se han preparado o cobrando 800 euros netos. Me parece una auténtica vergüenza», critica.

Guerra acaba de plasmar todas estas experiencias en su primera novela, «El hallazgo», en la que relata las andanzas de un doctor en Historia, Lancaster William, que cumple su sueño de ser arqueólogo y, con el tiempo, va desencantándose con la profesión. «Hoy Lancaster no estaría trabajando, pero seguiría buscando trabajo. No se rendiría. En mi caso, de momento me voy a Florencia a quitarme la tesis y el año que viene a Estados Unidos a intentar trabajar», concluye

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