La diosa sumeria Inanna fue, en milenarios siglos precristianos, el prototipo de la diosa del amor y de la sexualidad. Fue denominada Ishtar por los acadios y babilonios y reverenciada asimismo por los asirios. Los semitas la conocieron con el nombre de Astarté. Una de las divinidades más importantes del mundo antiguo.

Sin duda, Inanna fue la más célebre de las diosas mesopotámicas, cuyo nombre es de etimología todavía desconocida. Muy pronto, considerada una de las tres grandes divinidades astrales, fue identificada con el planeta Dilbat (Venus).

Mitos de Inanna

Reseñar aquí los mitos en los que aparece Inanna exigiría mucho espacio varias páginas, debido a su número y también a la dificultad de resumirlos. Sin embargo, para el lector apresurado bástele saber que todos ellos temáticamente aluden al amor y a la muerte. La lectura de los mismos ha permitido estructurar dichos mitos en diferentes apartados, tales como cantos de cortejo, cantos de matrimonio, cantos de cortesía y cantos del destino. Junto a esta serie de cantos, algunos de extraordinaria belleza literaria y deliciosa trama argumental, debe asimismo recordarse el extraordinario mito titulado El descenso de Inanna a los Infiernos, de complejo contenido, alusivo simbólicamente al ciclo anual de la vida. Igualmente, de indudable interés son los conocidos como Inanna y Shukaletuda, en donde la diosa Inanna busca la venganza tras ser ultrajada.

La diosa del “piercing”

Llama la atención la gran modernidad con la que los sacerdotes mesopotámicos quisieron rodear a tal diosa, cuya proyección en el mundo clásico fue indiscutible. Nos referimos al corto poema Encuentro en el almacén.

Tal texto es de compleja interpretación, todo él en conexión simbólica con los dátiles y las piedras preciosas almacenadas en un aposento y con los cuales Inanna se embellece para agradar al elegido de su corazón, esto es, a Dumuzi, con quien acabaría por casarse y a quien condenaría a un trágico destino.

Su historia nos sitúa ante un verdadero repertorio de piercings, que hoy harían las delicias de muchas seguidoras de tal moda. Ante ello podemos exclamar admirativamente: ¡Inanna, una diosa del cuarto milenio antes de Cristo ya usaba tales aditamentos! Embellecida así, la Afrodita griega ¿no habría seducido antes a Ares? Y responder, también admirativamente: ¡Pobre Hefesto!

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