Foto: Miguel Ángel Muñagorri, Mertxe Urteaga e Isaac Moreno en el hall de Oiasso, antes de iniciar la conferencia.

Fuente: diariovasco.com |Iñigo Morondo | 12 de julio de 2013

«Los romanos no inventaron casi nada», afirmaba Isaac Moreno, ingeniero especializado en obra pública de época romana. Aunque fuera empleando conocimientos y tecnología adquiridos de otras culturas, llegaron a tener un altísimo nivel de desarrollo, difícilmente comprensible desde nuestra perspectiva. En la gestión del agua, tanto para el abastecimiento como para el saneamiento de las ciudades, alcanzaron hitos que la humanidad tardó varios siglos en repetir. La conferencia impartida el miércoles en Oiasso, por Moreno y el también ingeniero y gerente de Servicios de Txingudi, Miguel Ángel Muñagorri, fue un buen ejemplo de eso.

Muñagorri realizó un somero repaso sobre cómo Irun y Hondarribia pasaron de un sistema de abastecimiento marcado por la escasez y los problemas (cortes continuos) en los 70, al sistema actual, que «garantiza el suministro y la calidad del agua». Hubo que hacer muchas obras en muy distintas fases. Las primeras de ellas desde un Gobierno central que afrontó el problema a cambio de que Irun renunciara al cobro del peaje en su puente internacional. Las últimas, que marcan un nivel altísimo de gestión del agua, ya en la era mancomunada de Aguas del Txingudi (y, posteriormente, Servicios de Txingudi).

Primero el agua, luego la urbe

Nada que ver ese proceso con la perspectiva romana del mismo asunto. Citando a Plinio, Moreno señaló que «las aguas hacen la ciudad», frase que ejemplificó con una historia prerromana. «En el 550 A.C., cuando los persas iban a construir Persépolis, lo primero que hicieron fue explanar una llanura que no era del todo plana. Luego construyeron el alcantarillado y trajeron el agua. Solo después construyeron la muralla y el resto de la ciudad».

La gran virtud de los romanos fue saber aprovechar siempre la sapiencia de otras culturas y hacerla suya. Exigentes, trabajadores y muy ingeniosos, los romanos utilizaron esos conocimientos para que el agua de sus ciudades «fuese siempre de la mejor calidad. A cada ciudad llegaba al menos un acueducto; a la mayoría, más de uno». Esos acueductos (hay que desterrar aquí el concepto del acueducto de arcadas, un recurso más cercano a lo artístico que a lo práctico; el acueducto es cualquier conducto diseñado para el traslado del agua) podían llegar a las urbes desde cercanos manantiales «o desde otros que podían estar a 20 kilómetros, a 50, incluso a más de 100». Porque los romanos «buscaban el agua donde fuera saludable. No bebían del río, ni mucho menos el agua que estuviera estancada en una presa. Siempre llevaban a sus ciudades la mejor agua que pudieran encontrar».

La conducción la podían hacer sobre la superficie, bajo ella, atravesando montañas, con estructuras de arcos, incluso con sifones que les valieran para, en un juego de presiones, superar valles y depresiones. A veces por enormes galerías, otras por tuberías de plomo, arcilla o cerámica, pero siempre «protegida del sol». «Tenían un completo sistema de ingeniería», no solo para el traslado, incluso para su distribución en la ciudad, «que duró cientos de años tras la caída del imperio, pese a que nadie hizo mantenimiento».

«Siempre tenían agua en abundancia, pero, por si acaso, primero se abastecían las fuentes públicas, porque el agua era del pueblo. Luego las termas y baños públicos; lo menos prioritario, las casas particulares. Y nunca almacenaban el agua, siempre fluía, lo que les permitía mantener limpio su alcantarillado». Moreno ejemplificó todo esto con fotografías de restos romanos en Europa, en Asia y en el norte de África. Aunque, por razones obvias, han sido Herculano y Pompeya las que más han enseñado sobre aquellos sistemas de abastecimiento, «esto lo hacían los romanos en todas sus ciudades».

También lo hicieron en aquel Oiasso del siglo I, que seguro que pasó menos penurias de abastecimiento que el Irun de los siglos posteriores hasta la última década del XX. «Me han hablado de un manantial potente en los alrededores del que quizá trajeran el agua», dijo el experto en ingeniería romana. Mertxe Urteaga, directora de Oiasso, añadió que «también sabemos que había uno permanente por la zona de Beraun, por el parque Emilio Navas», casualmente, quizá no tan casual, cerca de las termas. «En cualquier caso, seguro que el agua que tenían era abundante y de buena calidad. Siempre lo era», remató Moreno.

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