El Prado recupera su esencia


 

Fuente: Abc.es

La pintura veneciana regresa, junto a Rubens, a la gran Galería Central del museo, en un apasionante diálogo con Velázquez y los maestros españoles.

 

Mientras Madrid se va vaciando poco a poco de madrileños (y llenando de turistas), el Museo del Prado, lejos de cerrar por vacaciones, mantiene una actividad frenética esta semana. El jueves presentará en sociedad un excepcional Caravaggio, «El Descendimiento», préstamo de los Museos Vaticanos. Y ayer convocó a la prensa para mostrar con orgullo cómo ha quedado de reluciente la joya de la Corona, o sea, la Galería Central de la planta principal del museo, tras una profunda reorganización de sus colecciones. «Porque nosotros podemos», decía Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Prado, en una versión castiza del «Yes We Can» de Obama: «Podemos presumir de esa sensación de poderío y chulería que da tener en el Prado las mejores colecciones del mundo de Velázquez, Rubens, Tiziano, El Greco...» Razón no le falta: por poder, pueden.

Gracias a la ampliación del museo con el edificio de los Jerónimos, obra de Rafael Moneo, en 2007, el Prado liberó 25 salas. Con ello la pinacoteca no solo dio cabida en sus salas a muchas obras que hasta entonces esperaban su momento de gloria en los almacenes, sino que también ha permitido a los responsables del museo rediseñar el Prado de pies a cabeza, articulando un nuevo discurso expositivo de la colección en las dos plantas principales del museo. Es la llamada «otra ampliación» del Prado. Primero le llegó el turno a las colecciones del XIX en la planta baja. Era de justicia empezar por ella. Durante una década estuvo «oculta» a causa de las interminables obras del Casón del Buen Retiro para, finalmente, decidir que no irían allí, sino al edificio de Villanueva. Después se prosiguió con la reubicación de las colecciones medievales y renacentistas españolas, la pintura románica, las nuevas salas de Velázquez, El Greco, Ribera, Zurbarán, Murillo...

Y ahora le ha tocado a la impresionante Galería Central diseñada por Juan de Villanueva, que cambia de inquilinos (italianos y flamencos). Acoge hoy 59 obras, todas de gran formato. El Prado recupera su esencia, la que tuvo con la formación del museo gracias a las colecciones reales. La pintura veneciana (Tiziano, Veronés, Tintoretto, Bassano) tenía un peso muy fuerte en el nacimiento del Prado, pero perdió fuelle con los años. Ahora vuelve a recuperar su esplendor tomando literalmente la Galería Central, a excepción del hueco (importante, eso sí) dejado a Rubens, con una treintena de obras: veinte grandes lienzos y diez pequeños bocetos que hizo para la Torre de la Parada y que se muestran en una vitrina en medio de la sala. Tal protagonismo de Rubens se debe a la obsesión que tenía Felipe IV por su trabajo. La altura de las paredes y la luz cenital de este espacio hacen que la pintura veneciana y la de Rubens (amén de un Van Dyck, «La Coronación de Espinas», que «se ha colado» en la Galería Central) luzcan como nunca antes.

El director del museo, Miguel Zugaza, quiso mantenerse ayer en un segundo plano y dejar el protagonismo al dream team que ha dirigido esta reordenación: Miguel Falomir (pintura italiana), Javier Portús y Leticia Ruiz (pintura española) y el ya citado Alejandro Vergara, capitaneados por Gabriele Finaldi, director adjunto de Conservación e Investigación del museo. Con este quinteto de lujo recorremos no solo la Galería Central, sino también las salas adyacentes, con el fin de comprobar los diálogos que se establecen con esta reordenación y que permiten entender mucho mejor las colecciones del Prado. Es ésta una historia de influencias y admiraciones, pero también de rivalidades. Rubens admiraba a Tiziano, hasta el punto de que copió (y mejoró) algunas de sus obras, como «Adán y Eva» (lucen juntas en una pared). También animó a Velázquez para que fuera a Italia. Ahora los tres maestros exhiben sus obras muy cerca.

Velázquez sigue siendo el corazón del museo y en torno a él se van estableciendo interesantes conexiones. Tiziano se convierte en el segundo artista fuerte del nuevo Prado. No en vano, la antigua colección real giraba en torno a él, explica Miguel Falomir: «Sin él, el Prado sería distinto». Cinco obras suyas flanquean la entrada a la Sala XII, sancta sanctorum del museo, donde se exhibe a Velázquez como retratista real, con «Las Meninas» a la cabeza. «Carlos V en la batalla de Mühlberg», de Tiziano, el cuadro que inaugura el género del retrato ecuestre y el más valorado por los Habsburgo, ocupa ahora un lugar emblemático: cuelga frente al gran icono moderno del Prado, «Las Meninas». Y es que el emperador está omnipresente en la reordenación de las colecciones del Prado: en la escultura que le dedicaron los Leoni, «Carlos V y el furor», que preside la rotonda que da acceso a la Galería Central; en el lienzo de Tiziano «La Gloria», que Carlos V encargó para su sepultura... Otra obra maestra que luce espléndida en este espacio es «El lavatorio» de Tintoretto. ¡Qué bien le sienta la pintura veneciana a la Galería Central!

Interesantes diálogos

En las salas adyacentes se exhiben obras de maestros españoles que entablan interesantes diálogos con los pintores venecianos y flamencos. Es el caso de El Greco (ocupa tres salas monográficas), que tuvo una gran conexión con Venecia en su formación, nos explica Leticia Ruiz. Y vamos descubriendo guiños: la «Trinidad» de El Greco, frente a la «Trinidad» de Ribera. Ambas magistrales. De la mano de Portús contemplamos una de las novedades principales de esta reordenación. Uno de los planes del Prado fue recuperar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro en el antiguo Museo del Ejército. Parecía descartada la idea, aunque los responsables del Prado nunca lo confirmaron. Sí lo corrobora el hecho de que se haya dedicado en Villanueva una sala (la 9A) a recrear aquel Salón de Reinos: está presidida por «La Rendición de Breda» (Las Lanzas), flanqueada por dos bufones. Las tres obras, de Velázquez. Les acompañan cuadros de Maíno, Antonio de Pereda y Zurbarán (presente con «La defensa de Cádiz contra los ingleses» y cuatro de los diez «Trabajos de Hércules»).

Con este nuevo proyecto se ha dado mayor coherencia a la colección de Velázquez: su primera etapa naturalista, el retratista real (Sala XII), la pintura religiosa, bufones y enanos... hasta llegar a la última sala, presidida por «Las Hilanderas». Se exhibe junto a «El rapto de Europa», de Rubens, copia del cuadro de Tiziano que retrata Velázquez en el fondo de su obra maestra y que resume a la perfección, según Portús, el espíritu de esta reordenación del Prado. Al fondo de la Galería Central advertimos otro de los iconos del museo: «La familia de Carlos IV» de Goya. Este artista queda distribuido en las tres plantas del Prado. Y en dicha galería se han instalado también algunas esculturas y objetos decorativos: sendos tableros de mesa sobre leones de bronce de Matteo Bonuccelli.

No faltan tampoco algunas mejoras arquitectónicas en el espacio más emblemático del museo: se han rescatado elementos arquitectónicos perdidos, como una ventana dioeciochesca que abre al patio de la planta baja y que permanecía tapada desde hace años. También se ha recuperado la puerta que daba a la Galería Jónica y se ha eliminado el cierre sobre la puerta que da acceso a la Rotonda de Goya. Para todo ello se ha contado con el asesoramiento de Rafael Moneo. Falta aún año y medio para que el Prado concluya definitivamente toda la reordenación de sus colecciones. Quedan por recuperar todavía once salas más en la segunda planta y por reordenar las salas de pintura barroca madrileña y las de pintura flamenca del XVII. Habrá una sala monográfica dedicada a Van Dyck y otra de pintura holandesa

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