Nada. Ni una inscripción, ni una referencia, ni un pequeño monumento que refleje la victoria. Nada. Buscar cualquier vestigio de Numancia en Roma es un vano empeño, el Imperio se encargó de borrar la memoria de una República que, por otra parte, nunca estuvo muy interesada en recordar la durísima y costosa derrota del valeroso pueblo numantino.

Vía: Alejandra Mateos, Soria | El Heraldo de Soria, 12 de octubre de 2008

La Ciudad Eterna no guarda más memoria 'material' de 20 años de enfrentamiento que la diminuta Vía Numanzia, un callejón que va a a dar a la Vía Latina y es cortado por la Vía Circunvallazione. Tampoco hay tiendas, cafés, restaurantes u hoteles que recuerden ese capítulo de la época republicana, al menos por los lugares turísticos que, en Roma, son prácticamente todos.

Para el visitante soriano que emprenda la ardua tarea de buscar parte de su pasado celtíbero en Roma no hay más que un triste consuelo, un pequeño monumento difícil de encontrar: el Sepulcro de los Escipiones, entre las Termas de Caracalla y la Vía Apia.

Pero es un triste consuelo, pues ni siquiera allí reposan los restos de Publio Cornelio Escipión Emiliano, apodado el 'Africano', sino el de sus abuelos adoptivos. La realidad es que ni siquiera se conoce dónde fue enterrado el hombre que fue elegido por dos veces cónsul (contraviniendo las leyes romanas) para que derrotase de una vez a los numantinos, que ya se habían convertido en un problema demasiado serio para la República.

Para colmo, el Sepulcro de los Escipiones está actualmente en obras, por lo que nuestro soriano con ganas de ver parte de su pasado reflejado en Roma se quedaría con las ganas de conocer a los antepasados de quien logró vencer Numancia por hambre. El monumento se encuentra en el interior de un amplio parque al que le da el nombre; de forma semicircular, las piezas de mayor importancia hace ya mucho que fueron robadas, así que únicamente queda una sobria pero compleja estructura.

Además del sepulcro de la célebre familia también existen en este lugar una casa romana del siglo IV y unas catacumbas cristinas que, por ahora, también están cerradas al público hasta que terminen las obras. Tulio Cornelio y Pneo son los Escipiones en cuya memoria se construyó este monumento ostentan el honor de haber terminado con el Imperio Cartaginés, el único que hacía sombra a la República Romana.

Años más tarde sería su nieto adoptivo, Publio Cornelio Escipión Emiliano quien terminase de forma definitiva con Cartago arrasando esta ciudad del norte de África (de ahí el apodo de 'El Africano').

Una cosa es que no queden vestigios de las guerras de Roma contra los numantinos, y otra diferente es que los actuales romanos desconozcan ese episodio de su historia. "En la Roma actual sí que se conoce Numancia, hay italianos que llegan al yacimiento de Garray y tienen constancia de la conquista por parte de Roma", explica Alfredo Jimeno, director de las excavaciones de Numancia.

Puede extrañar que en toda Roma no haya un solo vestigio de la ciudad arévaca, pero el de Numancia no es un caso aislado, ya que también se convierte en una misión imposible encontrar algo que recuerde a Cartago, el imperio que llegó a hacer sombra a la República allá por el siglo II a.C.

Todo tiene su explicación, y en este caso es doble. Por una parte, el Imperio se empleó a conciencia en la tarea de borrar la memoria de la República (el cambio de un sistema a otro llegó en el siglo I a. C. De mano de Augusto) gracias e un arma propagandística que se reveló infalible: las infraestructuras. "Roma jugó con las grandes obras públicas a modo de producto propagandístico que captasen la grandiosidad del nuevo sistema; todo giraba en torno al emperador y al Imperio". Existe un curioso y significativo ejemplo de este interés por desterrar la memoria de la época anterior: si en la República el gusto generalizado eran las cerámicas negras griegas, el Imperio empleó masivamente cerámicas rojas.

Si en estas circunstancias ya era complicado que el nombre de un pequeño pueblo de la Keltiberia saliese a relucir, por muy simbólica que fuese su derrota, hay otro factor que desterró el nombre de Numancia del pasado monumental romano. "El de Numancia no fue un episodio nada agradable, por lo que supuso para la sociedad, fue muy largo y hubo mucha sangre, eso hizo que la victoria fuese un tanto amarga", explica Alfredo Jimeno.

El caso es que la derrota de Numancia dejó una sensación contradictoria en la sociedad romana, estaba por un lado la alegría y el orgullo de la victoria, y por otra la admiración que acabaron sintiendo por sus enemigos. A veces la realidad es tan obvia que no se repara en ella, pero ¿quién creó el mito de Numancia como pueblo que amaba la libertad por encima de todo? ¿Quién ensalzó su legendaria defensa? Pues Roma, ni más ni menos.

"Los romanos le dieron a Numancia una proyección internacional. En los textos romanos aparecen más de 300 citas sobre Numancia, siempre en relación a su lucha por la libertad", asegura el arqueólogo. Ni siquiera se recrean excesivamente en la victoria, siendo el relato de los 50 esclavos numantinos que paseó Escipión por las calles de Roma un tanto escueto.

La victoria sobre el pueblo celtíbero fue diferente a las que estaba acostumbrado el ejército de la República. "Existe una contradicción, los textos romanos reflejan una consideración hacia la gesta de Numancia como la lucha de un pueblo por su libertad, por eso se le proporcionó una identidad diferente a otros pueblos conquistados", indica Alfredo Jimeno.

Estragón, Plinio, Olasio y Valero Máximo mencionaron en sus textos a Numancia, pero sin duda es a Apiano a quien le debemos la mayor parte de lo que sabemos de este pueblo celtíbero. Y éste, a su vez, se lo debe a Polibio, quien fue lo más parecido a un corresponsal de guerra que tenemos ahora, pues acompañó a Escipión durante el asedio a la ciudad. Por desgracia, los textos de éste se perdieron, pero Apiano supo recuperar gran parte de su legado.

Después, con la caída del Imperio Romano, llegó el 'silencia', aunque el mito ya se había forjado. A lo largo de la Edad Media se situó Numancia en la provincia de Zamora (cuya Diócesis llegó a tomar este nombre) y no sería hasta el Renacimiento, con la revisión de los textos romanos, cuando se ubicó definitivamente en el Cerro de la Muela, en Garray.

Por aquel entonces Roma vivía una época de esplendor inimaginable, pero el gusto de trasladar los episodios épicos de su historia tampoco alcanzaron a Numancia y ni una mínima referencia puede hallarse en los Museos Vaticanos sobre esta victoria romana en Hispania. No hay ni un cuadro, ni un mapa, nada que al menos sea expuesto al público.

Y es que, mantener un enfrentamiento de 20 años contra un pequeño pueblo de Hispania hasta vencerlo por hambre, no era algo de lo que se pudiese presumir demasiado. Y mucho menos con la llegada de los nacionalismos en la Europa del Romanticismo, cuando las diferentes naciones desempolvaron sus gloriosas gestas.

Entonces España sí sacó a relucir la épica resistencia numantina y su amor por la libertad, pero lógicamente Roma echó mano de victorias mucho más contundentes.

Así pues, al pasear por la actual ciudad de Roma con un pasado celtíbero a las espaldas, el turista que busca Numancia entra las ruinas se da cuenta de cómo esta pequeña ciudad fue una piedra más en la construcción de lo que después llegaría a ser el soberbio Imperio Romano. Cayó Cartago, Hispania, Germania... hasta llegar a Egipto. Y de todas esas conquistas, perdura el mito del amor a la libertad por encima de todo.

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