Las últimas investigaciones evidencian la importancia de la presencia tartésica en Extremadura

El conjunto tartésico, situado en Zalamea de la Serena, es el mejor conservado de la península Ibérica, datando la construcción original de al menos el siglo VI a. C., aunque el edificio fue ampliado y modificado en siglos posteriores.  Fuente: ÁNGELA MURILLO

Fuente: hoy.es | Juan Zamorano | 13 de junio de 2013

El misterio y la leyenda envuelven a la civilización tartésica, que tuvo su origen en el triángulo formado por Cádiz, Sevilla y Huelva, pero que también contó con una destacada presencia en Extremadura. Cancho Roano, en Zalamea de la Serena, es el exponente más conocido, pero no es el único. De hecho, la región se ha convertido en un lugar de referencia para estudiar esta milenaria cultura.

Sebastián Celestino (izquierda), investigador del Instituto de Arqueología de Mérida y recientemente nombrado director del centro, ofreció ayer en la capital autonómica la conferencia 'La presencia de Tartesos en Extremadura', organizada por el Consorcio de la Ciudad Monumental.

Celestino señala que la referencia sigue siendo Cancho Roano, un yacimiento que se conoce en profundidad después de veinte años de excavaciones. Como apunta, se trataba del único edificio que se conserva completo en todo el sur de la Península Ibérica, por lo que ha sido fundamental para los investigadores en la materia.

Sin embargo, en los últimos años se han localizado otros edificios similares, algunos incluso de más antigüedad, que aportan nuevos datos sobre la presencia tartésica en Extremadura. Todos ellos se corresponden con túmulos, pequeños montículos de tierra, porque cuando se abandonaron fueron cerrados y sellados por sus propios moradores.

Sebastián Celestino recuerda que en el año 2004 se excavó La Mata de Campanario, una construcción similar a Cancho Roano, pero con una función distinta. Si el conocido yacimiento de Zalamea era un santuario, en este caso se trata de un lugar de explotación económica.

Con el mismo fin se identifica a una decena de túmulos localizados en las vegas del Guadiana, desde Talavera la Real hasta Villanueva de la Serena. La mayoría está aún pendiente de una investigación en profundidad.

En la actualidad los trabajos se centran en el túmulo Cerro Borreguero (derecha), también en Zalamea de la Serena. El próximo lunes comenzará una nueva campaña de excavaciones. Diez investigadores del Instituto de Arqueología y de otros centros trabajarán en la zona con la colaboración del Ayuntamiento de Zalamea, que destinará a operarios y a alumnos de la Escuela Taller.

Esta construcción es de principios del siglo VI a. C., anterior a Cancho Roano, lo que permite estudiar la evolución de estos edificios. «No sabemos exactamente cuál era su función», indica Sebastián Celestino, pero también parece económica.

Una tierra de acogida

Sebastián Celestino señala que los primeros tartesos que llegaron a Extremadura se instalaron en Medellín, un lugar estratégico, situado junto a la vega de un río pero con una altura considerable. Su implantación tiene que ver con la búsqueda de nuevos minerales, como ocurre con los asentamientos hallados en la provincia de Cáceres.

La época de esplendor de este lugar tuvo lugar en los siglos VII y VI. Permaneció hasta el siglo V, pero ya de forma marginal. Su declive da paso a la colonización de otros espacios en torno al Guadiana y ríos como el Ortigas, junto a Zalamea.

La caída del asentamiento de Medellín guarda relación con la crisis que terminó con Tartesos, ya que se trataba de una colonia muy vinculada a sus fundadores. La hipótesis más activa es que este declive, que se inició a mediados del siglo VI, se debió a una catástrofe natural. Los investigadores se decantan por un terremoto en Lisboa.

También se han encontrado restos arqueológicos en dunas de Doñana, tierra adentro, lo que evidencia que se produjeron tsunamis en la costa onubense, donde se encontraban los puertos que daban salida al comercio de minerales, base de la economía tartésica.

Pese a la caída de la civilización, la actividad se mantuvo en Extremadura. Pero a principios del siglo IV los edificios se abandonan, se tapan y se sellan. Así se hizo con Cancho Roano, donde se siguió un ritual. Incluso fue cubierto con jara para dar buen olor a los restos.

El abandono definitivo de la tierra extremeña se debió a la llegada de los pueblos del norte, de origen celta, que desplazaron a Tartesos con su poder militar. Entonces llegó otra civilización y otra cultura, con los castros como modelo de asentamiento y una economía basada más en la subsistencia que en el comercio. Serán los pueblos que se acaben enfrentando a Roma. Pero eso ya es otra historia.

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