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Fuente: Materia | Teresa Alameda | 18 de julio de 2013
Con la aparición del Homo sapiens hace unos 200.000 años surgen multitud de evidencias de la preocupación estética que acabó llevando a estos homínidos a hacer dibujos en sus cuevas. Sin embargo, según varios investigadores, el sentido de lo bello puede remontarse incluso más atrás de la aparición de nuestra especie.
Hace en torno a 1,7 millones de años que el Homo ergaster, posible antecesor africano del Homo erectus, perfiló la técnica de sus predecesores a la hora de trabajar las piedras de sílex, inventando el bifaz: una piedra tallada por ambos lados. Esta es la primera herramienta que presenta simetría, la cual no hace que el utensilio sea más eficaz ni más contundente, simplemente parece que este primitivo homínido consideró que la prefería así antes que de otra forma. Por primera vez aparece el germen de la apreciación estética, porque el individuo manifiesta su preferencia por la morfología concreta de un artículo más allá de su utilidad.
Piedra de sílex tallada por ambos lados de manera simétrica. Algunos científicos opinan que la forma de los bifaces responde a la proporción áurea, lo que inconscientemente pudo ser determinante en la elección de su forma. Tiene unos 1,7 millones de años de antigüedad.
A partir de aquí, los mecanismos con los que el hombre ha manipulado los objetos y su propio cuerpo para acercarlos a su concepto de belleza se han ido haciendo más y más elaborados a lo largo de la historia. Con motivo de su tercer aniversario, el Museo de la Evolución Humana de Burgos ha organizado la exposición La belleza, una búsqueda sin fin, en colaboración con L’Oréal España. Esta muestra recoge 150 piezas que ilustran cómo ha evolucionado el concepto de la belleza a lo largo de las diversas épocas y civilizaciones, desde el bifaz simétrico del Homo ergaster a los collares egipcios o a las pelucas que confeccionaban los romanos, quienes llegaron a importar cabellos del norte de Europa para crear pelucas rubias, ya que admiraban el pelo de sus esclavos germanos.
Brazalete de oro macizo correspondente a la Edad de Bronce encontrada en los yacimientos de Atapuerca.
El ideal de belleza es un ente “permanente a lo largo de la historia, pero a la vez cambiante, porque varía en cada cultura y momento de la historia”, explica Quionia Herrero, comisaria de la exposición. Los cánones de belleza han evolucionado modificados por factores biológicos, sociales y económicos, pero siempre han empleado el cuerpo humano como “lienzo” en el que plasmar una serie de convenciones sociales estéticas que condicionan la aceptación social.
Este ornamento se colocaba en el cabello de las romanas en el siglo I a. de C. Es de oro e incluye una hendidura central en la que está grabado el emblema "Sol Invictus", distintivo de los emperadores romanos.
En la prehistoria, se intuye por las numerosas esculturas femeninas halladas que el ideal de la mujer bella se caracterizaba por tener los órganos reproductores muy marcados, como muestra de su fertilidad. Sin embargo, esto va cambiando si se miran los diferentes periodos y lugares del mundo a lo largo de la historia. Cuando se llega a la Edad Media, la mujer ideal es pálida, delgada y tan radicalmente diferente que se depila el nacimiento del cabello para aparentar una frente más alargada.
Esta mesa procede de Madrid y estaba pensada para la elaboración artesanal de pelucas y postizos. Data de entre 1850 y 1900.
A medida que la sociedad evoluciona, el concepto de belleza lo hace también. Con la Revolución Industrial se introducen una serie de tecnologías que cambian para siempre los utensilios a merced de la belleza, los estandarizan y poco a poco pasan de ser un privilegio de las élites a un elemento común a todas las personas.
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