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Fuente: BBC Mundo | Alejandro Millán Valencia | 14 de octubre de 2013
Diez años después de haber pasado por la experiencia por primera vez, Germán Ramírez, el jefe de museología del Museo del Oro de Bogotá, continúa sintiendo la misma opresión en el pecho con cada viaje fuera de Colombia.
Su equipaje se compone de varias maletas. En una de ellas lleva la ropa, los elementos de aseo, un par de libros. En las demás, unas 150 piezas hechas de oro, algunas con más de 1.000 años de antigüedad, que están valoradas en US$10 millones.
El cargamento será parte de una publicitada exposición sobre El Dorado colombiano en el Museo Británico de Londres a partir de este jueves.
El viaje se planeó con un año de anticipación. Los detalles y consideraciones abundan: "Una vez me tocó meterme en un camión blindado para llevar la exhibición a Austria. Fue un viaje de 18 horas desde París hasta Viena", le contó Ramírez a BBC Mundo.
Éste no sería distinto. Ninguna aerolínea comercial tiene vuelos directos desde Bogotá hasta Londres. Además, una de las empresas patrocinadoras de la exposición era una aerolínea estadounidense, lo que significaba hacer escala, alargar el viaje y agregar un obstáculo: pasar por la aduana de Estados Unidos.
Oro milenario
Las valiosas piezas forman parte de una colección única en un museo único en el mundo. Cuando en 1939 el Banco de la República de Colombia, dueño del museo, se dio cuenta de que la mayoría de las piezas de los indígenas precolombinos estaban siendo saqueadas en forma inescrupulosa, tomó la decisión de comprar todas las que se hallaban.
No era poca cosa: la orfebrería de los indígenas colombianos había sido una de las mejores del planeta, le dice a BBC Mundo el catedrático de ciencias de arqueología de University College London (UCL), Marcos Martinón-Torres.
En la última década, las piezas han viajado a lugares tan remotos como Australia, China o Hiroshima, en Japón. El costo del viaje, así como la cantidad de maletas, son números que no se pueden revelar por razones de seguridad.
Otros detalles son más difíciles de mantener en secreto.
La mañana del 17 de septiembre, una bulla de sirenas alarma a los conductores que aguardan en las congestiones habituales de la vía al aeropuerto El Dorado de Bogotá. Es un convoy de motos de la policía, un camión blindado y un carro repleto de escoltas.
Ahí van las piezas, custodiadas como si fuera el presidente de la República en persona, hacia el hangar del avión donde serán transportadas.
Los objetos de cerámica viajarán en un avión de carga directo a Londres. Las maletas con el oro precolombino ocuparán puestos en clase ejecutiva.
Ramírez recibe los documentos que lo hacen responsable de las piezas y aguarda, junto a otra compañera del museo, en la puerta del avión la orden del capitán para ubicar las maletas en su silla respectiva.
"Nosotros somos responsables del patrimonio de un país como Colombia, con los riesgos de seguridad que tiene. Por eso la protección que les damos en su salida. Por eso también viajan en clase ejecutiva", anota Juanita Sáenz Samper, jefa de registro del Museo del Oro.
Y añade: "Y le exigimos la misma protección al museo que recibe la exhibición".
Algunos pasajeros alucinan con lo que están viendo. Ramírez, impermeable a los comentarios, acomoda las valijas sobre los asientos. Durante dos meses, personal especializado del museo del Oro se había encargado de embalar con una precisión de cirujano cada una de las piezas. La última etapa del proceso no puede estar por debajo de ese rigor.
Esta vez no es necesario un cinturón de seguridad especial, diseñado para evitar que las turbulencias acaben con 50 años de conservación: las sillas de ejecutiva hacen el trabajo a cabalidad.
El viaje hasta Miami no dura mucho y, mientras sobrevuelan el mar Caribe, las azafatas no pueden evitar bromear y les ofrecen comida y licor a los "pasajeros". Otras preguntan por el contenido. Nadie les contesta.
"Ay, ojalá todos los que se montan en ejecutiva fueran así de callados en los viajes", suspira la jefe de la tripulación cuando Ramírez se despide.
Durante un viaje a España, hace ya algunos años, un controlador de aduanas se negaba a dejarlo pasar a él y a su cargamento porque solo entendía la palabra oro. Ni patrimonio, ni museo, ni cultura. Ni exhibición.
Y tal vez no sabía que -según el libro "América Hispánica", de Guillermo Céspedes del Castillo- entre 1531 y 1660 habían llegaron 17 toneladas de ese preciado material a su país desde América.
"Él sólo entendía que yo llevaba oro en las maletas y en esas cantidades, no me podía dejar pasar sin antes hacer la declaración correspondiente y cancelar un impuesto impagable", narró Ramírez.
Esta vez parece no haber muchos inconvenientes. El jefe de seguridad del aeropuerto de Miami los recibe en persona y solo les exige una cosa: que las maletas pasen por los rayos X. Si caben, no hay necesidad de abrir el equipaje.
Los oficiales, curiosos, observan el contenido de cada una a través las pantallas. Dejan pasar las máscaras fúnebres, las narigueras, los tunjitos o figuritas con forma de animales. Solo objetan el paso de los palillos que van en los poporos (vasijas ceremoniales) por una simple razón: son afilados y con eso pueden secuestrar un avión.
"Ese momento fue difícil, porque ellos me preguntaban que para qué servía eso y yo no sabía cómo explicarles que eso lo utilizaban para mezclar cal con hoja de coca", narró Ramírez.
El problema de ilustrar que, para ellos, el oro como valor monetario era irrelevante y en cambio era el camino para buscar otras experiencias "sensoriales".
Finalmente los dejan pasar.
En Londres, Ramírez espera encontrarse con una ciudad como en las películas viejas: lluviosa y nublada. Cuando aterriza respira los últimos vapores del verano.
El proceso de desembalaje dura tres días.
La exhibición se centrará en explicarles a los visitantes del Museo Británico que nunca hubo un "El Dorado". Que fue un mito. Que es otra cosa. Elisenda Vila, curadora de la muestra, destapa algunas de las maletas y se queda asombrada con lo que ve.
"Es la primera vez que veo muchas de las piezas de cerca. Es increíble lo bien que hacían las cosas con el oro, en especial con el martillado. Esto es lo que queremos mostrarle al público, que vayan más allá del mito de El Dorado", le dice Vila a BBC Mundo.
Ramírez sonríe. La sensación en el estómago ha desaparecido. Por el momento, el oro viajero se queda en la capital británica.
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Son impresionantes .No me imaginaba que a estas alturas fuera tan azaroso montar una exposición con piezas precolombinas.
El museo del oro encargó al antropólogo Reichell Dolmatoff un estudio iconográfico sobre esta orfebrería.
Es muy interesante y se puede leer aquí: Orfebrería y chamanismo
"
Partimos de un hecho desconcertante: la casi totalidad de los objetos prehistóricos del Museo del Oro, carecen de documentación acerca de su lugar de procedencia geográfica exacta, así como de datos referentes a las condiciones específicas de su hallazgo, sólo sabemos que son piezas sacadas por guaqueros de tumbas y sitios de ofrendas. No se trata pues, de hallazgos arqueológicos propiamente dichos, porque les faltan todos los datos del contexto de una excavación controlada, y así sólo constituyen objetos aislados en tiempo y espacio. Es cierto que estos se pueden estudiar con métodos científicos, en lo que se refiere a sus aspectos metalúrgicos y tecnológicos, pero tan pronto como se trate de averiguar el significado de los objetos, es decir la intención que pueda haber tenido el artífice, junto con las normas sociales que moldearon sus ideas, se entra forzosamente en un terreno comparativo y especulativo.
En este libro, la metodología que emplearé principalmente, para detectar el antiguo significado de ciertas categorías de objetos de orfebrería, será la etno-arqueología; paleo-etnología podría ser un término alternativo. Trataré de interpretar los artefactos prehistóricos, no sólo a la luz de la arqueología, sino también de los conocimientos etnológicos que se tienen acerca de las culturas indígenas históricas y actuales."
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/arqueologia/orfebre/intro...
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