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Fernando Fernández, en la Academia de Bellas Artes, durante un momento de la entrevista.
El arqueólogo que comparte calle con el ex primer ministro británico John Major. Hace ya unos 20 años fuimos al Museo Arqueológico de Sevilla y preguntamos por su director. El ordenanza nos señaló a un señor que estaba en unas escaleras cambiando una bombilla fundida. Ése es Fernando Fernández (Casarrubios del Monte, Toledo, 1940), el castellano al que no se le caía ningún anillo para mantener un museo históricamente marginado por la Junta de Andalucía; el arqueólogo que lleva más de 40 años excavando un poblado celta en las estribaciones de la Sierr..., en la localidad abulense de Candeleda; el científico que revalorizó la prehistoria sevillana... Cuando el ex primer ministro británico, John Major, dio su discurso de agradecimiento por la calle que le habían dedicado en Candeleda -pueblo en el que suele veranear- dijo que para él era un honor compatir este privilegio con el arqueólogo Fernando Fernández, también distinguido con una rúa por la localidad. Actualmente, es secretario de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría y miembro del Instituto Arqueológico Alemán y de la Institución Gran Duque de Alba, del CSIC.
-Es usted de Toledo.
-Nací en un pueblo toledano llamado Casarrubios del Monte, aunque mucha gente se cree que soy de Ávila, porque llevo trabajado cuarenta años en el yacimiento de Candeleda.
-¿Y vino directamente a dirigir el Museo Arqueológico de Sevilla?
-No, cuando llegué, en 1974, estaba de directora Conchita Fernández Chicarro. No tenía carné de conducir, por lo que ella se encargaba del Museo y yo de la arqueología de la provincia. De director estuve desde 1980 -tras la muerte de Conchita-, hasta 2006, año en el que me forzaron a jubilarme como director y pasé a ser Jefe de Conservación e Investigación, cargo en el que estuve cuatro provechosos años en los que me pude dedicar a escribir muchas cosas que había dejado pendientes.
-¿Con qué museo se encontró usted?
-Quizás estaba un poco cerrado a la sociedad. Yo había trabajado en el Arqueológico Nacional, que tenía mucha actividad y movimiento, por lo que me chocó un poco la pasividad del de Sevilla. Conchita tenía hasta la última llave del edificio. Para entrar en cualquier despacho había que pedírselo a ella. Lo primero que hice fue decirle que necesitaba un equipo de gente para afrontar las excavaciones de urgencia de la provincia, que por entonces eran responsabilidad nuestra. Llegué a tener hasta cincuenta estudiantes haciendo prácticas, lo cual sacaba a Conchita un poco de quicio. "¿Pero tú los controlas?", me preguntaba preocupada.
-¿Algún discípulo que recuerde de esa época?
-Muchos. Carlos Romero, María Teresa Murillo, Ricardo Lineros, Juan Alonso Fernández, Juan Campos... Fue una cantera importante.
-¿Y cuáles cree usted que han sido sus principales aportaciones durante ese cuarto de siglo que estuvo al frente del Museo?
-Las salas dedicadas a la Prehistoria. Yo era fundamentalmente prehistoriador, materia sobre la que hice mi tesina y mi tesis doctoral. Era lo que me gustaba, entre otras cosas porque, en aquella época, a Roma se dedicaba todo el mundo.
-¿Cómo llegó a ser prehistoriador?
-Cuando acabé la carrera, el profesor Martín Almagro me ofreció trabajar con él en el Arqueológico Nacional. Un día, después de que yo llevase un año trabajando en el Argar, me abordó en las escaleras y me propuso que excavase un yacimiento que estaba muy lejos del que ningún arqueólogo se quería encargar. Puso a mi disposición su coche oficial para que fuese a verlo. Era la necrópolis de Candeleda, a los pies de la Sierra de Gredos, montes que conocía desde muy joven por mi afición al montañismo. El sitio me gustó muchísimo y me puse a poner orden en aquella necrópolis de influencia céltica. En la primera campaña nos dimos cuenta de que el yacimiento era más importante de lo que creíamos. Hablando con la gente del pueblo supe que, un poco más arriba, en la Sierra de Gredos, había un poblado amurallado, un castro. Empecé a excavar y aquello era una mina. Además, charlando con los lugareñas tuve también la fortuna de encontrar el santuario de la gente que había vivido en el castro y que se había enterrado en la necrópolis.
-¿A quién estaba dedicado el santuario?
-A un dios indígena, Velico, también llamado Vaelico. Al final teníamos el poblado, la necrópolis y el santuario. Un conjunto muy interesante.
-¿Y el santuario tuvo continuidad con las religiones posteriores?
-Después de ser un santuario indígena pasó a ser paleocristiano y visigodo. En época árabe se abandonó, pero con la reconquista se convirtió en una ermita gótica, que luego se desamortizó y, actualmente, es una casa de labor donde se guardan aperos, el tractor... Pero aún conserva la bóveda gótica y su forma de ermita, incluso en las paredes aún se pueden ver las aras votivas que los indígenas depositaban en el santuario.
-¿Cómo era el santuario indígena?
-Al aire libre, en un lugar idílico mirando a la Sierra de Gredos, en la confluencia de dos gargantas, la de Alardos y la de Santa María. No cabe duda de que es un sitio sagrado. Cuando llegué allí, en los años 60, había personas muy ancianas que recordaban cómo sus abuelos llevaban a la ermita a herrar a sus perros para preservarlos de la rabia. Existía esa creencia.
-Los celtas son un pueblo que dispara la imaginación de muchos. Hay todo un subgénero seudoesotérico sobre esta cultura. Además, muchos creen que en España se limitaron a Galicia, cuando su influencia alcanza a toda la Península.
-Siguiendo el rastro del dios Velico podemos saber que provienen del sur de Holanda. En la Península llegaron hasta el Cortijo de Évora, en Sanlúcar de Barrameda. Ya los romanos, cuando se asientan en el sur de la Península, se dan cuenta, gracias a los nombres de los ríos y de los dioses, de que los celtas habían llegado hasta aquí. No fue una invasión violenta como se cree, sino un proceso de cientos de años que acabó con la llegada de los cartagineses, que destruyeron el castro de El Raso de Candeleda.
-Esta excavación es el resultado de toda una vida.
-Sí, muchos de los arqueólogos andaluces que hicieron prácticas conmigo aprendieron allí, en Candeleda, a excavar, dibujar, restaurar...
-Regresemos a cuando usted empezó a montar las salas de prehistoria del Arqueológico de Sevilla.
-Me di cuenta de que Sevilla era lo suficientemente rica arqueológicamente como para montar unas salas que recorriesen los tiempos prehistóricos desde cuando esto era un mar.
-Dicen que en Sevilla hay poco Neolítico.
-Muy poco, algo por la Sierra Norte... La cueva de Don Juan, conocida así en Constantina porque la excavó Léon Degrelle, el nazi belga que protegió Franco, que era aficionado a la arqueología y al que allí le pusieron el nombre de don Juan. Mucho más rica en yacimientos neolíticos es la Sierra de Grazalema. Recuerdo que había un espeleólogo, Luis Gil Pérez, que me pidió que mandase a algún arqueólogo a sus excursiones por esta zona, porque las cuevas estaban llenas de materiales y ellos los pisaban sin saber muy bien que eran.
-Actualmente, ¿es el Arqueológico de Sevilla la cenicienta de los museos andaluces?
-Sí. En 1999, la Consejería de Hacienda hizo una auditoría de todos los museos de la autonomía en la que quedaba patente que, proporcionalmente, el Arqueológico de Sevilla recibía la mitad de dinero que los demás museos.
-Pero de eso hace ya muchos años.
-No creo que haya cambiado mucho la cosa. Por lo menos no lo hizo hasta 2006, que fue cuando dejé la dirección. En mi época, por ejemplo, nos daban sólo el doble que a la Sala Santa Inés, que sólo abría para exposiciones temporales. La desproporción es evidente.
-¿Y a qué cree que se debía ese maltrato en su época?
-A la falta de afinidad política entre los de arriba y yo. Nunca fui de ningún partido. Cuando Conchita me decía que le llevase en coche al Gobierno Civil a dar la cabezada por el 18 de julio, le decía que yo por ahí no pasaba. Hubiese hecho mi trabajo en el museo con cualquiera, con el Partido Comunista o con Blas Piñar.
-¿Esta marginación afecta sólo al Arqueológico?
-No, hay más casos. Fíjese en los Dólmenes de Antequera, merecido Patrimonio de la Humanidad, que reciben muchísimo dinero público. Sin embargo, Valencina de la Concepción, que es un yacimiento incluso más importante que Antequera, porque tiene un poblado de la Edad del Cobre que no tiene el yacimiento malagueño, no recibe ni un duro.
-¿Conoce el proyecto con el que se pretende remozar algún día el Arqueológico de Sevilla?
-Conozco el plan museológico y no hay por dónde agarrarlo. Destrozan el Museo. Por lo pronto se cargan los recorridos cronológicos para sustituirlos por otros temáticos. Dicen que la cronología está superada, cuando es la esencia de la Historia. La mayor locura es que quieren abrir el Arqueológico por el óvalo, la gran sala central, donde están las esculturas de los emperadores romano. De esta manera el museo se quedará sin el recorrido actual. Pero ellos quieren hacer en esta sala el vestíbulo, porque, afirman, lo importante es impresionar para ser un referente internacional... Contempla dependencias inútiles, como una sala de juegos para niños y mayores, sala de curas... Además, prevé la construcción de un nuevo edificio en la glorieta de la Virgen de los Reyes. Dicen que es una zona del parque deteriorada... ¡Hay hasta quince especies de árboles distintas!
-De los fondos del Arqueológico, ¿qué destacaría usted?
-De la prehistoria, la zona dedicada a Valencina de la Concepción; de la protohistoria, Tartessos, con el Carambolo y Astarté, que es cuando llega aquí la cultura gracias a los colonizadores. De Roma, sin duda, la sala de epigrafía jurídica.
-Esa, quizás es la menos espectacular si la comparamos con las grandes esculturas: Venus, Mercurio, Diana, Trajano...
-Tenemos la mejor colección de bronces jurídicos romanos de todo el mundo, pero la gente pasa por delante como si tal. La escultura de Trajano es impresionante, aunque la puedes ver en cualquier gran museo de Europa. Con estos bronces se da uno cuenta de cómo Roma unificó a todos esos pueblos de la Península que tenían lenguas y culturas muy distintas. Lo más importante de Roma no fueron los anfiteatros, los puentes o las calzadas, sino que fue la que dio unidad a la Península a través del latín y el derecho.
-A mí me gusta la sala dedicada a las legiones.
-Los legionarios, más que conquistadores, fueron colonizadores. Las grandes obras como las calzadas no las hizo el pueblo, sino las legiones. Cuando terminaban su periodo militar, muchos legionarios se quedaban en la Península y fundaban ciudades. Ellos fueron también los que nos trajeron la religión desde el norte de África.
-¿Desde el norte de África?
-Sí, fundamentalmente, estoy convencido. La prueba es que, durante mucho tiempo, cuando había una duda, los cristianos de aquí preguntaban a Cartago, no a Roma.
-¿Y por qué tuvo tanto éxito el cristianismo en las legiones romanas?
-El cristianismo se expandió principalmente entre las gentes más inquietas a las que no les acababa de convencer la religión oficial romana. El mensaje cristiano era verdaderamente revolucionario.
-Hace mucho tiempo leí un curioso artículo suyo sobre los juegos de mesa de los romanos.
-Ese artículo surgió ordenando los almacenes del Arqueológico. Apareció un ladrillo de Mulva que tenía grabado un juego de tres en raya. Le di la vuelta y vi que también tenía grabado un alquerque, juego recogido por Alfonso X en su libro sobre la materia y que todavía se sigue jugando en toda Europa. Alquerque es el término árabe, pero en casi todo el continente se conoce como el molino. Al fin y al cabo, alquerque es la palabra árabe para designar una parte los molinos de aceite.
Fuente: diariodesevilla.es | 4 de junio de 2017
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