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Foto: Yacimiento arqueológico de Monte verde, Chile.
Fuente: eldía.es | 29 de abril de 2015
Los humanos se establecieron en América del Sur en una sola migración, no mucho después de que sus antepasados cruzaran desde Siberia a Alaska durante la última Edad de Hielo.
Evidencia genética basada en el ADN de los restos de cinco antiguos humanos que vivieron en los Andes del Perú, también alude a cómo los antiguos andinos evolucionaron para prosperar en altitudes de más de 4.000 metros.
Presentada en la reunión anual de la Society for American Archaeology (SAA), en San Francisco, la investigación arroja luz sobre la última migración continental importante en la prehistoria humana, y una de los menos comprendidas.
El sitio de ocupación humana más antiguo de América del Sur conocido, el asentamiento de hace 14.600 años en Monte Verde, Chile, sugiere que los humanos llegaron allí después de cruzar el puente de tierra de Bering mil o dos mil años antes, tal vez bordeando la costa del Pacífico.
Pero algunos argumentan que hubo una segunda migración. Utilizan evidencia esquelética para proponer que los largos y estrechos cráneos (derecha) de los sudamericanos que vivieron hace más de 5.000 años, difieren demasiado de las cabezas más redondas de los habitantes mas recientes, y de los pueblos indígenas actuales, como para representar un población continua.
En los años 1950 y 1960, el arqueólogo peruano Augusto Cardich descubrió restos humanos con la antigua forma característica del cráneo en un refugio de piedra en lo alto de los Andes, en una región llamada Lauricocha.
La datación por carbono ubica el sitio en alrededor de 9.000 años, por lo que es un ejemplo clásico arqueológico de asentamiento primitivo a gran altitud. Investigadores posteriores dataron los restos de Lauricocha en cerca de 5.000 años de antigüedad, lo que disminuye considerablemente su atractivo para los investigadores interesados en la temprana prehistoria de América del Sur.
"La gente simplemente se olvidó de este sitio. Nadie se interesó más", dice Lars Fehren-Schmitz (izquierda), un antropólogo-biólogo en la Universidad de California, Santa Cruz.
Más de medio siglo después del descubrimiento del sitio, el equipo de Fehren-Schmitz obtuvo permiso para estudiar cinco esqueletos humanos excavados en Lauricocha y conservados en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú en Lima. El equipo redactó los restos, volvió a medir los cráneos y extrajo ADN.
Su trabajo, presentado ahora, pinta un cuadro complicado de Lauricocha. Dos de sus residentes, una mujer y un niño de 2 años de edad, murieron hace casi 9.000 años. El tercero, un hombre, pereció alrededor de 2.500 años más tarde, y otro hombre murió unos 2.300 años más tarde aún. La quinta muestra no fue datada debido a su condición. Sólo el cráneo de la mujer era alargado y de forma estrecha, lo que se conoce como dolicocefalia (derecha).
DESCENDIENTES DE LOS QUE CRUZARON EL ESTRECHO DE BERING
Para evaluar si los residentes de Lauricocha eran descendientes de los miembros de más de una migración, el equipo secuenció el ADN de sus mitocondrias, orgánulos celulares que pasan directamente de la madre al hijo, y así rastrear la ascendencia materna.
Se encontró que todas las personas descendían de líneas maternas que son comunes entre los indígenas modernos y antiguos de América del Norte y Sur. Los cromosomas Y de los varones los ubican en un linaje que surgió en la región alrededor del estrecho de Bering hace unos 17.000 años, el momento más ampliamente aceptado y lugar para la migración humana original en las Américas.
Estos y otros datos de ADN sugieren que todos los seres humanos de Lauricocha descienden de los primeros seres humanos que llegaron a las Américas, avalando una migración única hacia América del Sur.
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Fuente: reflexiones-de-un-primate.blogs.quo.es | 5 de mayo de 2015
El primer poblamiento de América ha sido objeto de debate durante años. La antigüedad de la entrada de los primeros colonizadores y la posibilidad de que América fuera poblada en sucesivas oleadas han sido temas recurrentes en los congresos y publicaciones especializados. La mayor parte de los especialistas en estas cuestiones sostienen que la colonización del continente americano comenzó hace unos 17.000 años, durante la última gran glaciación. Los humanos modernos ya disponíamos de los suficientes avances tecnológicos para superar el intenso frío glacial y habíamos alcanzado latitudes muy elevadas a pesar las inclemencias de regiones como Siberia. Los miembros de nuestra especie cruzaron el puente de hielo que cubría el actual estrecho de Bering y se movieron rápidamente por tierras americanas. Sin saberlo, estaban descubriendo un nuevo continente.
Las dataciones más antiguas de un yacimiento americano no están precisamente en el norte, sino en el actual estado de Chile. El yacimiento de Monte Verde tiene unos 14.600 años de antigüedad. Este dato sugiere que la colonización de todo el continente pudo producirse en unos 2.000 años. Este tiempo puede considerarse como el record de colonización de un territorio por parte de nuestra especie. Nunca antes había sucedido algo semejante en especies pretéritas. Y todavía sigue sin comprenderse la razones de un viaje tan rápido de miles de kilómetros a través del continente americano.
Dejando a un lado los debates sobre un posible poblamiento más temprano, la mayoría de los expertos piensan en la posibilidad de que América fuera colonizada por grupos humanos diferentes ¿Por qué no? Existen datos sobre diferencias en la forma del cráneo, estrecho y alargado (dolicocefalia) versus ancho y corto (braquicefalia) entre poblaciones americanas del pasado y del presente, que invitan a pensar en diferentes movimientos migratorios. Este asunto ha dado un giro inesperado, según nos cuenta la revista Nature en su último número del 30 de abril. El equipo de Lars Fehren-Schmitz (Universidad de California) ha presentado evidencias genéticas para sostener la hipótesis de una única oleada de población. Y no se trata del estudio de un nuevo yacimiento, sino de datos obtenidos en restos humanos olvidados en los cajones de algún armario del Museo de Arqueología, Antropología e Historia de Lima (Perú). Los “hallazgos” arqueológicos y paleontológicos en museos con solera son más frecuentes de lo que pudiera parecer. En estos museos se conserva un patrimonio muy rico, almacenado durante años por expertos que no pudieron obtener más que una parte de la información. Las nuevas tecnologías, como la posibilidad de obtener ADN de restos antiguos, representan una segunda oportunidad.
En los años 1950 y 1960 el arqueólogo peruano Augusto Cárdich localizó restos de hasta once esqueletos humanos en el abrigo de la cueva de Lauricocha, en la región de los Andes. Esta región tiene una altitud de 3.900-4.200 metros, lo que da una idea de la capacidad adaptativa de nuestra especie. Ninguna otra especie había sido capaz de vivir en esa altitud. La única datación obtenida entonces arrojó un dato de 9.000 años antes del presente (AP), que dio un enorme protagonismo al yacimiento. Algunos años más tarde, una segunda datación dio una fecha de 5.000 años AP. Ese dato restó importancia al hallazgo, a pesar de la enorme cantidad de información arqueológica y biológica obtenida en el abrigo de Lauricocha.
Fehren-Schmitz y su equipo han realizado nuevas dataciones de los restos de cuatro de los esqueletos inhumados en Lauricocha, que arrojan cifras entre 9.000 y 2.300 años a.C. Curiosamente, la única mujer del grupo tiene cráneo estrecho y alargado. Además, estos investigadores ha conseguido secuenciar el ADN mitocondrial (ADNm) y del cromosoma Y de los individuos masculinos. El ADNm está relacionado con linajes maternos comunes antiguos y recientes, tanto de América del norte como de América del sur. El ADN del cromosoma Y conduce hasta el inicio del linaje, hace 17.000 años. Ningún resultado lleva a pensar en que exista más de una genealogía humana en todo ese tiempo. Aún más interesante resultará conocer como se han producido las variantes genéticas que permitieron a los miembros de nuestra especie vivir en esas altitudes sin perecer por una menor cantidad de oxígeno.
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