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Uno de los rostros más fascinantes de la Galería de los Homínidos, en el Museo de la Evolución Humana en Burgos sonríe mostrando los dientes. Pertenece a «Lucy», una pequeña Australopithecus afarensis, uno de nuestros lejanos antepasados, de 3,2 millones de años de antigüedad. Es una reproducción hiperrealista del aspecto que debió de tener esa hembra, pequeña y cubierta de pelo, cuyos restos originales fueron hallados en Hadar (Etiopía) y con la que es fácil, de alguna forma, empatizar. Aún sin conocer sus orígenes, cualquiera sospecharía que irradia una incipiente humanidad.
Junto a ella, otras ocho figuras de diferentes siluetas, volúmenes y estructuras óseas muestran más ramas de la evolución humana: el Homo heidelbergensis, encontrado muy cerca, en el yacimiento de Atapuerca; el Homo habilis, el neandertal...
Todos «hijos» de una misma madre, la paleoartista francesa Elizabeth Daynès (izquierda), que actualmente prepara un décimo habitante para el museo, el Homo antecessor, después de recabar los datos y evidencias científicas necesarias para darle vida de forma rigurosa.
El taller de Daynès en París ha visto nacer a más de un centenar de criaturas de un pasado más o menos remoto, entre ellos el rostro del hombre de Flores, el del chico de Turkana (Homo ergaster) o el del joven faraón Tutankamón, que fue portada de la revista National Geographic.
Elabora esas representaciones, repartidas por diferentes museos del mundo, consilicona, pelo natural (mezclado con el de yak para los homínidos más antiguos), dientes y ojos protésicos... El objetivo es ser lo más fiel posible a la información científica existente, con la ayuda de paleontólogos, antropólogos, anatomistas... «Tengo que ser rigurosa -dice Daynès a ABC.es-, por lo que trabajo directamente con moldes de los cráneos originales utilizados en las investigaciones».
Todo empieza por ahí, por el cráneo. Después llega el modelaje de los tejidos blandos, la masa muscular, las proporciones, la piel y los detalles... según lo que la literatura científica haya confirmado. Pero no es suficiente. «Al mismo tiempo es un reto artístico, porque hay que crear un impacto emocional y transmitir vida, a diferencia de una reconstrucción convencional realizada en un laboratorio forense», añade.
En este sentido, la paleoartista, que comenzó como maquilladora en una compañía de teatro, reconoce que, más allá del realismo y la precisión científica, por mucho que se cuiden, lo más dificultoso de su trabajo es recrear «una presencia». A su juicio, «descubrimos a los demás a través de la mirada. Yo trabajo muy duro en este punto al hacer una escultura, y concentro mis esfuerzos en el área que rodea los ojos y las arrugas de expresión».
Al pintar la figura, Daynès trabaja con las sombras y la luz para crear una emoción fugaz, que puede ser «una mirada de amabilidad, un destello de inteligencia, un momento de miedo...». Lo resume así: «Trato de dar la oportunidad al público de estar cara a cara con seres que vivieron hace millones de años, un encuentro con un tipo diferente de humanidad».
Por ejemplo, «Lucy» tiene una especie de sonrisa, cuando los paleontólogos no están muy seguros de que pudiera sonreír. Pero, «¿por qué no? He observado durante mucho tiempo a los bonobos en el zoológico de Amberes y a veces lo hacen. En cuanto a 'Lucy', quería mostrar su increíble dentición», explica la artista.
Precisamente, esta fue una de las figuras más desafiantes de su carrera, que realizó bajo las indicaciones de Yoel Rak (derecha), investigador en la Facultad de Medicina de la Universidad de Tel Aviv, uno de los expertos en anatomía más famosos del mundo. «Sin su ayuda no habría sido capaz de colocar los músculos en un esqueleto tan distinto del nuestro», confiesa.
Pero la reconstrucción más difícil que recuerda fue la del neandertal de La Ferrassie en 1998. «Era la primera vez que, en colaboración con un antropólogo forense, incorporamos los valores de espesor en la reconstrucción de tejidos blandos, calculados a partir de la extrapolación de los espesores de un hombre muy fuerte. El trabajo con esa figura duró más de 700 horas y se creó inevitablemente una intimidad entre nosotros», explica.
Daynès, en definitiva, se presenta como una escultora especializada en prehistoria, con la vocación de revelar los secretos de los antiguos huesos que nos hablan del pasado, ponerles una cara, una identidad, y traer al presente su humanidad.
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