Antropólogos de la Universidad de Pennsylvania aclaran la relación genética entre los asiáticos y los primeros nativos americanos

Foto: Una extensa familia de la región de Altai (Wikipedia)

 
Vía:University of Pennsylvania| 26 de enero de 2012 (Traducción: G.C.C. para Terrae Antiqvae)

 
Una pequeña región montañosa en el sur de Siberia puede haber sido el origen genético de los primeros nativos americanos, según una nueva investigación de un equipo de antropólogos de la Universidad de Pennsylvania.

 

Foto: Matthew Dulik  and Theodore Schurr.

 
Ubicada en la intersección de lo que hoy es Rusia, Mongolia, China y Kazajstán, la región conocida como Altai "es un área clave, porque es un lugar donde la gente ha estado entrando y saliendo durante miles y miles de años", dijo Theodore Schurr, un profesor asociado al Departamento de Antropología de Universidad de Pennsylvania. Schurr, junto con el estudiante de doctorado, Matthew Dulik, y un equipo de estudiantes graduados e investigadores postdoctorales, colaboraron en el trabajo con Ludmila Osipova del Instituto de Citología y Genética en Novosibirsk, Rusia.

 
Entre las personas que pueden haber surgido de la región de Altai están los antecesores de los primeros nativos americanos. Hace aproximadamente 20.000-25.000 años, estos humanos prehistóricos llevaron sus linajes genéticos asiáticos hasta los confines de Siberia y, eventualmente, a través de la masa de tierra expuesta de Bering hacia las Américas.

 
"Nuestro objetivo, al trabajar en esta área, era definir mejor cuáles de aquellos linajes fundadores, o linajes hermanados, son de poblaciones nativas americanas", dijo Schurr.

 
El estudio del equipo, publicado en la American Journal of Human Genetics, analizó la genética de los individuos que viven en la república rusa de Altai, a fin de identificar marcadores que podrían vincularlos a los nativos americanos. Los estudios etnográficos anteriores habían hallado diferencias entre las tribus del norte y el sur de Altai, con las tribus del norte, aparentemente vinculadas, lingüística y culturalmente, a los grupos étnicos de más al norte, tales como las poblaciones urálicas o samoyédicas, y los grupos del sur mostrando una conexión más fuerte con los mongoles, uigures y buriatos.

 
Schurr y sus colegas evaluaron las muestras de Altai referidas a marcadores de ADN mitocondrial, los cuales se heredan por vía materna, y en el ADN del cromosoma Y, que se transmiten de padres a hijos. También compararon las muestras previamente recogidas de personas en el sur de Siberia, Asia central y oriental, Mongolia,  y una variedad de grupos indígenas de América. Debido al gran número de marcadores genéticos examinados, los resultados tienen un alto grado de precisión.

 
"A este nivel de resolución podemos ver las conexiones con más claridad", dijo Schurr.

 
Al observar el ADN del cromosoma Y, los investigadores descubrieron una mutación única compartida por los nativos americanos y los altaianos del sur, en el linaje conocido como Q.

 

Foto: Chamán de Altai


"Esto también es válido desde del lado de las mitocondrias", dijo Schurr. "Hemos encontrado formas de los haplogrupos C y D en los altaianos del sur, y D en en los altaianos del norte, las cuales se parecen a algunos de los tipos fundadores que surgieron en América del Norte, aunque los altaianos del norte aparecían más distantemente emparentado de los nativos americanos".

 
Calculando cuánto tiempo les llevó surgir a las mutaciones que ellos observaron, el equipo de Schurr estimó que el linaje de los altaianos del sur se separó genéticamente del linaje nativo americano hace 13.000 ó 14.000 años, un escenario temporal que se alinea con la idea de que la gente se movió hacia las Américas, desde Siberia, hece entre 15.000 y 20.000 años.

 
Aunque es posible, incluso probable, que más de una oleada de personas cruzaran el puente terrestre, Schurr dijo que otros investigadores todavía no han sido capaces de identificar un punto focal geográfico similar, desde el cual los nativos americanos puedan rastrear su herencia genética.

 
"Esta información puede cambiar con más datos de otros grupos, pero, hasta ahora, incluso con un intenso trabajo en Mongolia, no están viendo las mismas cosas que nosotros encontramos", dijo.

 
Además de esclarecer la conexión de Asia y América, el estudio confirma que la brecha cultural moderna entre los altaianos del sur y del norte tiene antiguas raíces genéticas. Los altaianos del sur parecían haber tenido un mayor contacto genético con los mongoles de lo que hicieron los altaianos del norte, los cuales eran genéticamente más similares a los grupos de más al norte.

 
Sin embargo, cuando se observa el ADN mitocondrial de los altaianos de forma aislada, los investigadores detectaron mayores conexiones entre los altaianos del norte y del sur, lo que sugiere que quizás las mujeres tenían más probabilidades de salvar la divisoria genética entre las dos poblaciones.

 
"Sutiles diferencias se reflejan aquí entre los propios altaianos -la diferenciación entre los grupos- y nos permiten tratar de apuntar a un área donde pudo haber surgido alguno de estos linajes precursores de los indios americanos", dijo Schurr.

 

Foto: Chamán del Amazonas, Brasil (por Sue Wren)


En el futuro, Schurr y su equipo esperan continuar utilizando técnicas de genética molecular para rastrear el movimiento de gentes del interior de Asia hacia, o de paso, a las Américas. También pueden tratar de identificar los vínculos entre las variaciones genéticas y las respuestas fisiológicas adaptativas, es decir, los vínculos que pueden informar a la investigación biomédica.

 
Por ejemplo, Schurr señaló que tanto siberianos y poblaciones de nativos americanos "parecen ser susceptibles a la occidentalización de la dieta y alejarse de las dietas tradicionales, pero sus respuestas, en términos de presión arterial y metabolismo de las grasas, y así sucesivamente, en realidad se diferencian".

 
Utilizando enfoques genómicos, junto con la antropología física tradicional, se puede lograr información sobre los factores que rigen estas diferencias.

 
El estudio fue apoyado por la University of Pennsylvania, la National Science Foundation, el Social Sciences and Humanities Research Council de Canadá, y la Russian Basic Fund for Research. La National Geographic Society también proporcionó apoyo infraestructural al laboratorio del profesor Schurr.

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