Reconstrucción del Australopithecus sediba

 

Vía: National Geographic | Josh Fischman | Fotografía: Lee Berger|  26 de julio de 2011 | Traducción: G.C.C. para Terrae Antiqvae.

 

Lee Berger (a la izquierda, con los restos de Australopithecus sediba) está de pie en una trampa mortal, sonriendo. Se trata de un agujero en el suelo, a unos 40 Km al noroeste de Johannesburgo, en un empinado valle marrón donde los rebaños de jirafas ocasionalmente desfilan entre los árboles. Las paredes de piedra roja de la fosa son más altas que la cabeza de Berger, y lo suficientemente escarpadas en determinados puntos como para que sea bastante desalentador abrirse camino hacia arriba o hacia abajo.

 

Hace unos dos millones de años el agujero era mucho más profundo, sin posibilidad de escapar para cualquier criatura que cayera dentro. Esto explica la colección de fósiles que Berger encontró, y, a su vez, da cuenta de su optimista estado de ánimo. Él se inclina sobre una roca de color rojo, cerca del fondo del foso, siguiendo una protuberancia de color blanco con los dedos. "Se ve como parte de un brazo", dice. "Eso significa que hemos encontrado a otro individuo".

Los dos primeros esqueletos retirados de la fosa fueron un joven adolescente de 12 ó 13 años de edad y una mujer adulta. Berger, un paleoantropólogo de la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo, y sus colegas, lo anunciaron en abril de 2010. El lugar, una cueva de piedra caliza erosionada llamada Malapa, se encuentra en una región ya famosa por sus antiguos fósiles humanos, la cual es referida con frecuencia como la cuna de la humanidad. Gran parte de esa reputación se basa en los hallazgos de la primera década de 1900, en la época en que Sudáfrica albergaba las mejores evidencias de la primitiva evolución humana, incluyendo al Australopithecus africanus, por ahora nuestro antepasado más antiguo conocido. A partir de finales de 1950, la época de hallazgos de la familia Leakey en Tanzania y Kenia, seguido más tarde por el célebre descubrimiento de Donald Johanson del esqueleto de Lucy, en Etiopía y de 3,2 millones de años, los derechos de la presumida cuna se desplazaron a África oriental, donde han permanecido desde entonces.



Lee Berger piensa que la cuna está de nuevo junto a la roca. Él cree que Malapa puede guardar la clave de uno de los capítulos más significativos y menos comprendido de la evolución humana: el origen de la primera especie lo suficientemente parecida a nosotros como para ser llamada humana, un miembro del género Homo.

 

"Aquí es donde la historia puede haber comenzado", dice, mientras comienza la subida del foso.


 

En un encuentro internacional de antropólogos en Minneapolis, el pasado abril, Berger y sus colegas presentaron argumentos de por qué la especie de Malapa, conocida como Australopithecus sediba, puede representar una forma intermedia entre los primitivos australopitecinos y nuestro género Homo. Las pruebas que ellos apuntaron incluían un pequeño cerebro australopitecino (con algunas características curiosamente modernas), los hombros simiescos y los brazos adaptados a la escalada arbórea y unidos a una mano extrañamente moderna con la precisión de agarre de un fabricante de herramientas. Según los investigadores, el pie de la mujer adulta presenta una mezcla aún más extraña: su tobillo, en gran parte moderno, está conectado a un hueso del talón más primitivo que el de un Australopithecus afarensis -la especie de Lucy- el cual es, como mínimo, un millón de años más antiguo.

 

 

En una ciencia conocida por su conflictividad, tales afirmaciones seguramente no queden sin respuesta. Pero nadie discute que los fósiles de Malapa no tienen precedentes.



"Realmente es un hallazgo asombroso", dice Carol Ward (izquierda) una paleontóloga de la Universidad de Missouri que estudia la evolución de los simios y de los primeros homininos (un término para los seres humanos y otro para los primates no simios; algunos investigadores prefieren el término más antiguo: homínidos). "No tenemos otra colección de esqueletos fósiles que estén tan articulados, tan completos, hasta llegar a los neandertales de hace poco más de 100.000 años".



La abundancia y espectacular condición de los fósiles tiene mucho que ver con la peculiar geografía del lugar. Malapa, al parecer, era a la vez una fuente de agua que daba vida y una trampa que la apagaba. Hace dos millones de años, una cueva repleta de acuíferos estaba debajo de una llanura ondulante de poco espesor, con valles arbolados y colinas. Algunas de las cuevas estaban abiertas a la superficie a través de entradas escarpadas o pozos verticales que se extendían hasta 48 metros. En épocas de lluvia, cuando la capa freática era alta, los animales podían beber fácilmente de los estanques que se filtraban a la superficie. Durante los periodos de sequía a veces se aventuraban en la oscuridad del pozo siguiendo el sonido o el olor del agua, y corrían el riesgo de caer en un conducto oculto. (Los huesos superiores del brazo del niño muestran fracturas típicas de una caída de cabeza desde una gran altura).

 

 


"Estos animales no tenían otra opción. Necesitaban agua para sobrevivir", dice Brian Kuhn (izquierda), un zoólogo de la Universidad de Johannesburgo que trabaja en el yacimiento de Malapa. Después de la muerte, sus cuerpos se arremolinarían debajo de lo más profundo del sistema de cuevas, llegando a ser sepultados en cuestión de días o semanas con una sola capa gruesa de arena y arcilla, en lugar de una sucesión de capas delgadas, como hubiera sucedido si los sedimentos estuvieran acumulados durante meses o años.

Esto plantea la posibilidad, dice Berger, de que todos los homínidos, por lo menos los cuatro que son ahora conocidos de este lugar, murieran en semanas o incluso en pocos días, y, por lo tanto, podían haberse conocido unos a otros en vida. El rápido enterramiento también causó que su carne tomara más tiempo en descomponerse, envolviendo los esqueletos en una mortaja tal como ellos eran en vida, incluso hasta los huesos pequeños de las manos y los pies. De hecho, el rápido enterramiento pudo preservar algunas partes de la piel misma, en la zona superior del cráneo del niño y en la mandíbula de la mujer cerca de la barbilla, algo nunca visto antes en un fósil de homínido.

 


"¡Wow!" dice Nina Jablonski (izquierda), una antropóloga de la Universidad Estatal de Pensilvania y autora del libro, "La piel: una historia natural". "La posibilidad de preservar la piel de los australopitecinos es enteramente novedoso". Lo que lo hace tan interesante es la posibilidad de determinar cómo estos homínidos cercanos reaccionaban al calor. Ella está particularmente interesada en saber si la supuesta piel (o una impresión fosilizada de la misma, si eso es lo que es) puede contener evidencia de cuero cabelludo y pelo facial, y una alta densidad de glándulas sudoríparas.

Jablonski piensa que tales glándulas podrían ser una condición previa para los grandes cerebros, vistos durante mucho tiempo como una característica definitoria del género Homo. Los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, pasan la mayor parte de su tiempo al abrigo del calor del sol por la cubierta forestal, y tienen una limitada capacidad para sudar. Nuestros primeros antepasados también estaban típicamente ocupados en ambientes boscosos. Pero como el medio ambiente se convirtió en seco, hace alrededor de dos millones de años atrás, comenzaron a forrajear en pastizales más abiertos, lo que suponía un problema para los cerebros, los cuales son muy vulnerables al calor. Los cerebros más grandes requieren mayor refrigeración. Un marcado incremento en el número de glándulas sudoríparas y una reducción del pelo corporal podría haber previsto esa circunstancia, especula Jablonski, permitiendo a su vez el crecimiento del cerebro, mientras los individuos Homo comenzaban a utilizar esos grandes cerebros para fabricar herramientas, planificar y realizar otras actividades cognitivamente desafiantes.

 


¿Qué pasa con el cerebro del Australopithecus sediba? La pregunta desencadena otra gran sonrisa en Berger. Su tamaño es parecido al de un chimpancé, 420 centímetros cúbicos, no del todo inusual para algo llamado Australopithecus. La forma, sin embargo, lo es. Junto con Paul Tafforeau (foto a la izquierda), el equipo de Berger produjo, en la Instalación Europea de Radiación Sincrotrón de Grenoble, Francia, una serie de imágenes de ultra-alta resolución para crear un endocasto virtual: una impresión interna de cráneo del niño que muestra los contornos generales de la capa cerebral externa.



"Los lóbulos frontales en sus dos mitades parecen ser de diferente tamaño", señala Kristian Carlson, un paleoantropólogo de la Universidad de Wits, en Johannesburgo, y que está reconstruyendo el cerebro del Australopithecus sediba. Una pronunciada asimetría entre los hemisferios cerebrales, derecho e izquierdo, es una característica de los seres humanos, ya que nuestro cerebro se ha especializado, con el lado izquierdo más involucrado en el lenguaje. En ese lado, Carlson ve indicios de una protuberancia en la región del área de Broca, una parte del cerebro relacionada con el procesamiento del lenguaje en los humanos modernos.

 

 

Pero Dean Falk (foto a la izquierda), de la Escuela de Investigación Avanzada en Santa Fe, una experta en endocastos fósiles, añade la advertencia de que el área de Broca está definida por pliegues específicos en el cerebro, y que "sería un gran alcance" identificarla basándose sólo en una protuberancia.

Lo más prometedor del Australopithecus sediba puede estar en su poder para iluminar los oscuros orígenes del género Homo. El nacimiento de nuestro género ha sido largamente un enigma para los paleoantropólogos, por decir lo menos. Sólo unos pocos fósiles dispersos y fragmentarios de más de dos millones de años han sido considerados como pertenecientes a este género. Después, alrededor de hace 1,8 millones de años, no uno, sino dos, y hasta posiblemente tres especies de Homo aparecen, sobre todo en África oriental. Los cerebros más pequeños, más primitivos, se corresponden con el llamado Homo habilis, u "hombre hábil", un nombre dado por Louis Leakey y sus colegas en 1964 para especímenes de la Garganta de Olduvai, debido a su asociación con las primeras herramientas de piedra hechas en bruto. Algunos investigadores agrupan a unos pocos especímenes de Homo habilis en una especie separada, el Homo rudolfensis. Luego está el Homo erectus (las primitivas formas africanas son a veces llamadas Homo ergaster), con un cerebro más grande, un cuerpo mayor y más avanzado, pero contemporáneo con el pequeño Homo habilis.

 

Foto: Izquierda: Australopithecus africanus. Centro: Australopithecus sediba. Derecha: Homo erectus

 


¿De dónde vienen todos estos personajes? Los intentos de profundizar en el pasado sólo han aumentado la frustración, dice William Kimbel (izquierda), paleoantropólogo de la Universidad Estatal de Arizona y director del Instituto de los Orígenes Humanos allí. "Hay sólo un puñado de muestras. Usted puede ponerlas todas en una pequeña caja de zapatos y todavía tiene espacio para un buen par de zapatos", dice. Una mandíbula superior de Hadar, en Etiopía, hallada por Kimbel mismo, es de 2,3 millones de años. Una mandíbula inferior de Malawi podría ser 100.000 años más antigua, aunque la datación es incierta. Algunos investigadores incluyen un trozo de un cráneo de Kenia de la misma edad. Eso es todo.

Introducir los esqueletos del Australopithecus sediba, aunque resplandecientemente bien conservados, como fósiles de esa caja de zapatos no es posible. Anatómicamente la especie muestra una mezcla de características primitivas y avanzadas. Además de sus largas extremidades superiores; un cerebro pequeño; un primitivo del hueso del talón; su pequeño tamaño corporal; la forma de sus cúspides molares, así como sus pómulos; hacen que se remonte a los primeros australopitecinos, tales como Australopithecus africanus, el cual vivió en el sur de África hace entre dos y tres millones de años. (De hecho, algunos investigadores sugieren que podría ser una forma tardía de esta especie.)


Las piernas largas y un tobillo moderno son elementos clave en el lado humano de la balanza, dice Darryl de Ruiter (izquierda) paleoantropólogo de la Universidad A & M de Texas, y miembro del equipo de Malapa. Él también cita la pelvis, sorprendentemente parecida a la de los humanos y construida para dar un paso totalmente bípedo; los pequeños dientes y músculos de masticación; una nariz saliente y algunas otras aracterísticas de la cara; y algo remarcable como es una mano con precisión de agarre. Estas características son suficientes para que el equipo lo proponga como una especie de australopitecino que muy probablemente dio lugar a la especie Homo.

¿Pero qué especie de Homo? El equipo se apoya con mucha cautela hacia Homo erectus, la especie generalmente vista como el inmediato antecedente del Homo sapiens. Si esto es así, entonces los más pequeños, la mayoría de las formas de África Oriental hasta ahora atribuidas al género Homo, incluyendo al original fabricante de herramientas de Louis Leakey, el Homo habilis, se convertirían en una rama del árbol genealógico que simplemente se extinguió. No es la primera vez que los científicos han sugerido que estas especies podrían ser callejones evolutivos sin salida. Pero los fósiles Malapa provocan más peso en el debate.

 

 

"Sediba pone todo lo que se llama Homo, antes del Homo erectus, en tela de juicio", dice de Ruiter.

El mayor obstáculo con que se enfrenta este desafío, para el punto de vista de la comunidad científica, es el momento de su surgimiento. Si hace dos millones de años el Australopithecus sediba es de hecho el verdadero antecesor del género Homo, ¿cómo podría dar lugar a los fósiles aún más antiguos asignados al género Homo en la caja de zapatos de Bill Kimbel? Un fósil no puede ser ancestral para algo más antiguo de sí mismo de lo que un hijo pueda ser progenitor de su propia madre. Una posibilidad es que las muestras de Malapa representen una etapa tardía de una especie duradera que dio lugar al género Homo en un momento anterior. Pero el equipo de Berger se preguna si esa caja de zapatos contiene realmente algún fósil Homo, en primer lugar. Después de todo, son sólo fragmentos. Kimbel no lo cree.



"Es absurdo descartar fragmentos, porque los fragmentos te dicen algo", arguye. Señala que la mandíbula superior de Hadar (foto a la izquierda) tiene un pequeño y amplio arco dental semejante a los humanos, y el hocico plano, colocándola firmemente en el género Homo, y es por lo menos 300.000 años más antigua que el Australopithecus sediba.

El equipo de Berger, sin embargo, insiste en que Malapa cambia el juego. Los esqueletos articulados son mucho más que la suma de sus partes: ellos afirman que las partes, tomadas de forma aislada, pueden ser engañosas. Piense en los aspectos del Australopithecus sediba que parecen primitivos y en los otros aspectos que se ven modernos, dice. La mandíbula de Hadar, del mismo modo, no puede representar con exactitud el resto de la criatura.

"¿Cómo puede la mandíbula de Hadar ser engañosa?", dice Kimbel. "Cualquiera comparte sus características con un Homo temprano o no lo hace. Nada en Sediba puede cambiar eso".

Si la mandíbula de Hadar es en realidad del género Homo, dice Berger, entonces tal vez su datación es incorrecta. Una aseveración que Kimbel disputa tan vigorosamente como admite la validez de su fósil.

La verdad acerca del lugar del Australopithecus sediba en nuestros ancestros todavía puede estar enterrada en el suelo. "La belleza de un lugar como Malapa es que hay muchos más restos óseos y más individuos aparecerán", afirma Berger. En última instancia, los fósiles, no los argumentos, llevarán el día.

 

PHOTO: DAVID LIITTSCHWAGER (HOMO SAPIENS); DK LIMITED/CORBIS (H. ERECTUS); NATURAL HISTORY MUSEUM, LONDON/IMAGE WORKS (H. HABILIS); BRENT STIRTON (A. SEDIBA); SINCLAIR STAMMERS, PHOTO RESEARCHERS, INC. (A. AFRICANUS); BLOOMBERG/GETTY IMAGES (A. AFARENSIS)

SOURCE: LEE R. BERGER, UNIVERSITY OF THE WITWATERSRAND

 

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Comentario por jorge hugo bertran vall el julio 26, 2011 a las 2:12pm

muy completo el informe , un nuevo dato para nuestra identidad,felicitaciones.

jorge hugo bertran esparafita (bertranvall)

Comentario por Juan Carlos de Chile el julio 27, 2011 a las 5:10am
¡Qué rápido van los descubrimientos ahora, gracias a la sinergía que producen las nuevas tecnologías y a la acumulación de conocimientos previos!
Pronto la madeja será desenredada.
Pienso en poder armar un detallado árbol evolutivo gracias a la Paleontología, un detallado árbol genealógico y un mapa del recorrido de la familia humana gracias a los estudios con el ADN y un mapa con todos los tesoros y reliquias existentes que puedan revelar los satélites, radares y otros equipos de rastreo.
Esperamos también, eso sí, ser capaces de entender la ENSEÑANZA que nos deja todo lo descubierto.
¡Felicitaciones!

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