La misteriosa enfermedad que torturó a César Augusto hasta los 40 años

Estatua de César Augusto en la Ciudad del Vaticano, Museo Chiaramont. Roma.

Fuente: ABC.es | César Cervera | 11 de septiembre de 2015

Cuando en el año 44 a.C. Julio César fue asesinado por un grupo de senadores, Cayo Octavio era un adolescente completamente desconocido recién adoptado por el dictador romano. Nadie pensó que aquel imberbe fuera en serio en su pretensión de continuar con el legado de su padre político. Cayo Julio César Octavio, sin embargo, consiguió en poco tiempo alzarse como uno de los tres hombres más poderosos de la República –formando inicialmente el Segundo Triunvirato con Marco Antonio y Lépido– y más tarde logró gobernar en solitario como Princeps («primer ciudadano» de Roma), para lo cual adquirió la consideración de hijo de un dios. No en vano, una extraña dolencia le recordó, una y otra vez, que era mortal hasta el punto de casi costarle la vida cuando rondaba los 40 años. Solo la intervención de un médico griego evitó que la historia de Roma cambiara radicalmente. Todavía hoy, los investigadores médicos debaten sobre la naturaleza de esta intermitente enfermedad hepática o si, en realidad, se trataban de distintas dolencias no relacionadas entre sí.

El joven Octavio quedó muy pronto huérfano de padre. El patriarca, Cayo Octavio Turino, fue un pretor y gobernador de Macedonia al que, siendo un prometedor político, le alcanzó la muerte de regreso de Grecia a causa de una enfermedad que le consumió de forma súbita en Nola (Nápoles). Curiosamente, Augusto falleció mientras visitaba también Nola muchas décadas después. Numerosos autores apuntan incluso a que murió en la misma habitación en la que falleció su padre. Así y todo, se conocen pocos detalles de la dolencia que causó la muerte del padre y es difícil relacionarla con la que afectó a su hijo.

El niño que «le debe todo a un nombre»

Demasiado joven para participar en las primeras fases de la guerra civil que llevó a Julio César al poder, Octavio se destacó por primera vez como centro de la atención pública durante la lectura de una oración en el funeral de su abuela Julia. Como Adrian Goldsworthy narra en su último libro «Augusto: de revolucionario a emperador» (Esfera, 2015), los funerales aristocráticos eran por entonces acontecimientos muy importantes y servían a los jóvenes para destacarse a ojos de los miembros ilustres de la familia, como ocurrió en esa ocasión con Julio César. El tío-abuelo de Octavio decidió a partir de entonces impulsar la carrera del joven, que desde su adolescencia empezó a mostrar síntomas de una salud quebradiza. Cuando ya había cumplido la mayoría de edad, el dictador destinó a Octavio a Hispania en la campaña militar contra Cneo Pompeyo, pero debido a una enfermedad sin precisar por las fuentes llegó demasiado tarde para participar en el combate. Impregnado de escaso espíritu militar, el joven romano empleó repetidas veces, ya fuera cierta o no, la excusa de sus problemas de salud para alejarse del lugar de la batalla.

Pintura de la muerte de Julio César en 44 a. C, por Vincenzo Camuccini

A la muerte de Julio César, Octavio –«un niño que le debía todo a un nombre», como le definían sus enemigos– no era todavía apenas conocido ni siquiera entre los partidarios del dictador fallecido, quienes veían en Marco Antonio al verdadero hombre a seguir. Tras levantar un ejército privado y ponerse al servicio de los propios conspiradores que mataron a su tío, Octavio se enfrentó inicialmente a Marco Antonio y Lépido, dos generales hostiles al Senado a consecuencia de la muerte del dictador. No obstante, los tres acabaron uniendo sus fuerzas, en el conocido como Segundo Triunvirato, contra los Libertadores, el grupo de senadores que habían perpetrado el magnicidio. Luego de aplicar una durísima represión política, el Triunvirato acorraló a los Libertadores y sus legiones en Grecia y emprendió en el año 42 a.C. la definitiva campaña militar en estas tierras. El desembarco se produjo en Apolonia, donde Octavio enfermó gravemente sin que se conozca hoy la naturaleza de sus síntomas. La dolencia, una vez más, impidió que Octavio participara en plenitud de condiciones en la batalla que puso fin a la guerra.

Los hechos ocurridos en batalla de Filipos, entre los cabecillas del bando de los Libertadores –Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino– y el Triunvirato, dio lugar durante el resto de la vida de Octavio a comentarios malintencionados sobre su poble actuación. O no tan malintencionados. Como apunta el historiador Adrian Goldsworthy, «Octavio no se comportó como cabía esperar de un joven aristócrata romano al frente de una batalla». De hecho, no apareció por ningún lado. Lo que hoy podríamos llamar la versión oficial aseguró que seguía enfermo y prefirió dirigir la batalla desde la retaguardia trasladándose en litera de un lado a otro, aunque la realidad es que cuando las tropas de los Libertadores consiguieron derrumbar el frente que debía dirigir Octavio e internarse en el campamento enemigo no encontraron por ningún lado al joven. En este sentido, la versión más probable es que ni siquiera se encontrara en el campo de batalla, sino escondido en una zona de marismas cercana recuperándose de su enfermedad en un periodo que se prolongó hasta tres días.

El hijo de un dios que era mortal

De una forma u otra, Marco Antonio consiguió dar la vuelta a la situación y acabar finalmente con el conflicto. Puede que Octavio no fuera un buen militar, pero era un hábil político. Tras repartirse el mundo entre los tres triunviratos, Octavio fue consolidando su poder desde Occidente, mientras Marco Antonio desde Oriente caía en los brazos de Cleopatra y fraguaba su propia destrucción política. Lépido, por su parte, se limitó a dar un paso atrás. En el año 31 a.C, Octavio se vio libre de rivales políticos tras derrotara a Marco Antonio, al que primero había desacreditado con una agresiva campaña propagandística, e inició el proceso para transformar de forma sigilosa la República en el sistema que hoy llamamos Imperio. Lo hizo, sobre todo, valiéndose del agotamiento generalizado entre una aristocracia desangrada por tantas guerras civiles sucesivas. Octavio pasó a titularse con el paso de los años Augusto (traducido en algo aproximado a consagrado), que sin llevar aparejada ninguna magistratura concreta se refería al carácter sagrado del hijo del divino César, adquiriendo ambos una consideración que iba más allá de lo mortal. Sin embargo, los problemas de salud de Augusto –como el esclavo que sujetaba la corona de laurel de la victoria de los comandantes victoriosos durante la celebración de un Triunfo– le recordaban con insistencia que era mortal.

Foto: Retrato de Augusto portando un gorgoneion

La dolencia que torturó de forma intermitente la vida de Augusto tuvo su punto clave a la edad de 40 años. En el año 23 a.C, Augusto era cónsul por undécima vez, algo sin precedentes en la historia de Roma, y tuvo que hacer frente a una seria epidemia entre la población derivada del desbordamiento del río Tíber. Coincidió esta situación de crisis con las guerras cántabras y con el episodio más grave de la extraña dolencia de cuantos registró en su vida. Ninguno de los remedios habituales contra sus problemas de hígado, como aplicar compresas calientes, funcionó en esta ocasión; y todos, incluido él, creyeron que su muerte era inminente. Así, Augusto llamó a su lecho a los principales magistrados, senadores y representantes del orden ecuestre, para abordar su posible sucesión, aunque evitó de forma premeditada nombrar a alguien concreto.

Cuando todo parecía dispuesto para el final del Princeps y del sistema que trataba de perpetuar, la llegada de un nuevo médico, el griego Antonio Musa, modificó el tratamiento dando lugar a una recuperación casi milagrosa. Musa lo curó con hidroterapia alternando baños de agua caliente con compresas frías aplicadas en las zonas doloridas. El agua fría y ese médico griego habían salvado su vida, por lo que Augusto le recompesó con una gran suma de dinero. El Senado, en la misma senda, concedió a Musa una nueva suma de dinero, el derecho a llevar un anillo de oro y erigió una estatua suya junto a la de Esculapio, el dios de las curas. Las muestras de agradecimientos se completaron con la decisión senatorial de dejar exentos del pago de impuestos a todos los médicos.

Ni siquiera hoy está claro cuál fue la naturaleza exacta de la enfermedad que hostigó al Princeps en los diferentes periodos de su vida, aunque lo más probable, visto con perspectiva, es que no fuera una única dolencia, siendo su salud siempre muy frágil y propensa a vivir momentos de colapso. En su largo historial médico registró problemas de eccema, artritis, tiña, tifus, catarro, cálculos en la vejiga, colitis y bronquitis, algunos de los cuales se fueron enconando con el tiempo para convertirse en crónicos, al tiempo que sentía pánico por las corrientes de aire.

Foto: Busto de Tiberio

Augusto, en cualquier caso, no volvió a sufrir más problemas de hígado ni registró estados graves más allá de algún catarro primaveral. Al contrario, el Princeps murió en Nola a la avanzada edad de 76 años, lo cual generó el problema contrario al que le había preocupado en su juventud: ¿Quién de los sucesores señalados en diferentes periodos viviría tan...? Desde luego Marco Vipsanio Agripa –el más fiel de sus aliados y el hombre señalado para sucederle cuando a punto estuvo de fallecer en el año 23 a.C– no pudo hacerlo y fue él quien murió en el 12 a.C. Muy diferente fue el caso del hijastro de Augusto, Tiberio Claudio Nerón, que, habiendo caído en desgracia décadas atrás, tuvo tiempo de recuperar el favor del Princeps antes de su fallecimiento. Tiberio –que se hallaba presente junto con su esposa Livia en el lecho de muerte de Augusto– asumió la cabeza de Roma y pudo escuchar de primera mano las últimas palabras de Augusto: «Acta est fabula, plaudite» (La comedia ha terminado. ¡Aplaudid!).

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Comentario por María Jesús el septiembre 12, 2015 a las 4:10pm

Robert Graves retrata estupendamente esta época en sus novelas.

Comentario por María Jesús el septiembre 12, 2015 a las 4:23pm

Me gusta el post, sin embargo, no me agrada lo que se insinúa sobre la figura de Augusto.

Comentario por Carlos Sánchez-Montaña el septiembre 12, 2015 a las 7:02pm

La historia es cierta pero faltan algunos detalles importantes.

La dolencia que aquejaba a Octavio es la llamada como "hígado graso" y la solución que su médico de cabecera Antonio Musa encontró en Hispania, en peligro de muerte del emperador, fue la proporcionada por las aguas del balneario de Panticosa y su reconocida, aún en la actualidad, como "fuente del hígado".

Aguas sulfuradas de propiedades específicas acompañadas de compresas de arcilla.

Octavio tuvo especial reconocimiento por las fuentes de aguas sulfuradas desde este momento.

Las aguas de Panticosa alimentan la cuenca del río Gállego y este desembocaba en el Ebro junto a la actual basílica del Pilar.

La importancia de esta curación milagrosa determina el lugar exacto de la fundación de Caesar Augusta y del inicio de urbanización augustea de la provincia Citerior.

Las aguas de la fuente del hígado de Panticosa, al curar a Octavio Augusto de su dolencia crónica, cambiaron la historia del mundo.

Las aguas del río Gállego eran las que se servían para su consumo en la ciudad augustea. Estas cruzaban sobre el cauce del Ebro por un acueducto construido al efecto.

La fundación de Zaragoza. “La piedra que corona una columna”

Rito augusto de la “Primera Piedra” prescrito por el Pontifical Romano.

http://eltablerodepiedra.blogspot.com.es/2009/06/la-fundacion-de-za...

Comentario por Augusto Pugliese Rossi el septiembre 12, 2015 a las 7:48pm

Suetonio (Augusto, XIII) dice que "terminó también en dos batallas, aunque débil y enfermo, la guerra de Filipos: en la primera le tomaron el campamento pero consiguió escapar con gran trabajo". Sin embargo Plinio el Viejo refiere que se escondió:"En la batalla de Filipos, que estaba enfermo, huyó, y se mantuvo oculto durante tres días en un pantano, por el sufrimiento, y (como dicen Agripa y Mecenas) con el cuerpo hinchado por una hidropesía" (H.N., VII, 148).

Comentario por Carlos Sánchez-Montaña el septiembre 15, 2015 a las 1:20pm

Otra manipulación asentada en los textos históricos como cierta que que "fábula" significa "comedia".

Y que trata de presentar a Octavio en su lecho de muerte arrepentido de su obra. Nada más lejos de la realidad, al contrario "Acta est fabula" es una locución latina que significa en español ≪la función ha terminado≫. Era la frase que se utilizaba en la antigua Roma, al final de las representaciones teatrales, para indicar al público que la función había terminado y que ya podían irse.

El emperador César Augusto (63 a. C. - 14 d. C.) pronunció estas palabras en su lecho de muerte, añadiendo "plaudite" (aplaudid) al final. Así, cuando estaba a punto de morir, pregunta a sus amigos:

≪ ¿He desarrollado bien mi papel? (...) Sí, le responden (...) Pues aplaudid, les dijo, que la función ha terminado (Acta est fábula, plaudite!) ≫

https://es.wikipedia.org/wiki/Acta_est_fabula

Comentario por Augusto Pugliese Rossi el septiembre 15, 2015 a las 4:09pm

Suelo tomar con bastante reserva las "últimas palabras" de los personajes célebres. Cuando alguien se encuentra en su lecho de muerte se encuentra sufriendo toda clase de malestares, quizá delirando o en coma y cualquiera de estos estados hacen improbable el decir bellas frases para la historia. Lo mismo sucede con los que mueren por violencia: por ejemplo, si César le dijo a Bruto el famoso "tú también" debe de haber sido entre los gritos e insultos que son de esperar en cualquier persona que es atacada por un grupo de asesinos. 

Comentario por María Jesús el septiembre 15, 2015 a las 4:34pm

fabula, -ae f.: rumor, conversación popular, habladuría (per urbem f. quanta fuit!, ¡lo que he dado que hablar en la ciudad!

Conversación familiar o privada

Leyenda, mito, narración poética -sin fundamento histórico-.

Pieza teatral (fabulam dare, representar una obra teatral; fabulam aetatis peragere, representar hasta el final el drama de la vida)

Cuento, fábula, apólogo (lupus in fabula, es lo del lobo de la fábula).

Diccionario ilustrado latino-español, español-latino Spes, 1979

Comentario por María Jesús el septiembre 15, 2015 a las 6:13pm

ago, egi, actum 3 TR.

#3. Actuar en el teatro o en el foro: representar (partes, un papel; amicum imperatoris agere, hacer el papel de amigo del emperador); defender (causam pro aliquo, a uno); acusar, perseguir judicialmente; pleitear, poner el pleito; juzgar (acta est res, el asunto está juzgado, se acabó; actum est de me, estoy perdido).

Ibidem

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