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Extracto del artículo:
Si observamos a vista de pájaro los trazos rectilíneos de forma global, comprobaremos que muchas de estas rectas convergen en puntos concretos del desierto de Nazca. Esto sucede en varios nodos en los que los haces de líneas y trapecios convergen, formando centros radiantes que parecen representar pequeños soles o estrellas (figura 4). Si contemplamos estos centros radiales estelares y su distribución, veremos que en conjunto configuran, guardando las proporciones, la constelación de Orión, incluyendo las estrellas principales de su cinturón (Mintaka, Alnilam, Alnitak) junto con Saiph y Rigel (figura 6). La ubicación que presuntamente ocuparían Betelgeuse, Bellatrix y Meissa según la distribución de la constelación se corresponde a una zona de relieve escarpado y montañoso. La grave erosión producida en esta demarcación imposibilita la visibilidad de formas radiantes que podrían completar la parte superior del asterismo en cuestión. La lista de signos estelares alineados se amplía con Thabit y las nebulosas de Orión y la del caballo, así como con Sirio y Murzim de Canis Mayor. Se distingue también entre la telaraña de líneas (en una escala más reducida), el cúmulo de las Pléyades (Atlas, Alcione, Pléyone, Maia, Electra, Taygeta y Mérope, figura 6b). Los antiguos proyectistas debieron tener en cuenta estas dos constelaciones cuando ocupaban su posición más elevada en el firmamento, ya que la distribución, proporción y orientación de las constelaciones inscritas en el suelo encajan con gran exactitud con las estrellas homónimas en su punto álgido. La tabla 1 muestra la correlación de estrellas dibujadas en la planicie de Nazca y Palpa, así como su ubicación geográfica. Hay que destacar que la precisión obtenida en la demarcación kilométrica de las marcas respecto a las luminarias celestes es de un promedio admirable del 95%.
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Los antiguos constructores de este enorme entramado de recolección pluvial representaron fielmente las estrellas en el pavimento, procurando que el líquido elemento fluyera no solamente por los cauces aluviales, sino simultáneamente por los tres mundos concebidos. La Vía Láctea captaba el agua del mar y la rociaba en las montañas en forma de lluvia o nieve, fertilizando la tierra. Ésta era recogida y guiada por los kilométricos surcos rectos que desembocaban en el Río Grande, para finalmente descargarla de nuevo en el océano[1]. El Río Grande y la Vía Láctea representaban la misma entidad. Ambas actuaban de forma paralela como elementos activos en el ciclo del agua. Los sacerdotes catalizaban el proceso mediante complejos rituales que conectaban simbólicamente los tres aspectos fluviales: el terrestre, el subterráneo y el celeste.
Se puede comprobar en las figuras 7 y 8 como el Río Grande y las “marcas estelares” del desierto de Nazca concuerdan con la Vía Láctea y la constelación de Orión de la bóveda celeste respectivamente. La orientación este-oeste del cauce del Río Nazca se ajusta a la posición y dirección del ecuador celeste (línea azul que separa los dos hemisferios celestes).
[1] Según la mitología andina, Mayu, el río celeste, recogía el agua del océano para luego devolverla a las montañas a través de las lluvias y nieves (Zuidema & Urton 1976).
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