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Hace ahora 25 años, el hallazgo en Guardamar de un segundo busto femenino de origen íbero resolvió los misterios que rodeaban a la Dama de Elche.
Fuente: Lola Torrent | La Verdad.es, 28 de octubre de 2012
Mediodía del 21 de septiembre de 1987. Algo aparece entre los terrones de tierra seca que remueve, con la pericia de un artesano, José Uroz Sáez, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alicante y director en aquel tiempo de la excavación que se estaba realizando en Guardamar dentro de la necrópolis ibérica de Cabezo Lucero. Era un pequeño fragmento de un objeto circular. «Al principio pensé que era una parte de la rueda de un carro, ya que en distintas culturas mediterráneas, los difuntos eran llevados hasta su lugar de sepultura o bien a hombros, o bien en carros, en función de su categoría social», explica. El hallazgo tenía su importancia, porque de confirmarse, hubiera sido una representación clara de las costumbres funerarias de un pueblo tan desconocido como el íbero. Pero a los veinte minutos del descubrimiento de ese primer fragmento, apareció otro que nada tenía que ver con la hipótesis inicial. Era un pómulo, al que después seguiría un trozo de collar y otras pequeñas piezas. Aquel primer elemento radial no pertenecía a ninguna rueda. Era parte de un rodete que adornaba la cabeza de una escultura femenina. Así fue como emergió de la tierra la Dama de Guardamar.
Se encontraba hecha añicos. Muchos trozos habían desaparecido para siempre, pero los que se localizaron fueron suficientes para permitir recomponer su aspecto original. Esta tarea fue llevada a cabo por el restaurador del Museo Arqueológico Provincial, Vicente Bernabeu, que logró devolverle una apariencia que le había sido arrebatada dos milenios atrás. Desde el pasado mes de julio, la Dama de Guardamar se encuentra expuesta al público en el municipio donde se halló. Forma parte de las actividades programadas por el Ayuntamiento y la Diputación Provincial para conmemorar el veinticinco aniversario de su renacimiento.
Determinante
Su hallazgo fue determinante para avanzar en el conocimiento histórico de la poco conocida cultura ibérica. Entre otros motivos, porque con ella encontraron respuesta muchos interrogantes que se cernían sobre la Dama de Elche, aquel primer busto misterioso que apareció intacto un 4 de agosto de 1897 en la finca que hoy ocupa el yacimiento arqueológico ilicitano de La Alcudia.
«El descubrimiento de esta segunda dama ibérica fue muy importante para entender qué era la Dama de Elche. La similitud entre ambas permitió que dejara de contemplarse como un elemento extraño y aislado», explica el también arqueólogo y experto en iconografía antigua Héctor Uroz Rodríguez. Su carácter singular había llevado incluso a algunos investigadores de la comunidad científica internacional a cuestionar si el famoso busto era realmente íbero o si se trataba de una copia posterior. La Dama de Guardamar desterró definitivamente tales sospechas. De los vestigios hallados se desprende que ambas damas fueron hechas en el mismo taller y en una secuencia temporal cercana. La de Guardamar está datada en el primer tercio del siglo IV a.C., y la de Elche en el siglo V a.C..
Otra de las incógnitas que planteaba la Dama de Elche era si originariamente había sido un busto, o, por el contrario, fue parte de una escultura de cuerpo entero. Poder compararlas ha permitido desvelar el misterio. «La Dama de Guardamar es claramente un busto. Lo sabemos porque uno de los fragmentos de la parte inferior del manto tiene una clara terminación redondeada unida a un trozo de lo que fue la base plana y cuadrada que le servía de apoyo. Ambas por tanto lo son», indica Uroz Rodríguez. La Dama de Elche, gracias a la de Guardamar, ha dejado de ser una 'rara avis'.
Estatuas funerarias
'Damas' es el nombre que reciben las esculturas funerarias aparecidas en diferentes necrópolis ibéricas. Los íberos fueron un pueblo de aristócratas y guerreros que, a finales del siglo VI a.C., hundió sus raíces en toda la costa mediterránea española. Poblaron una extensa zona desde Cataluña hasta Andalucía, con incursiones hacia el interior por Aragón y el sur de Castilla La Mancha. «Tanto en su gestación como en su desarrollo, estuvieron influenciados por las culturas dominantes de la época como la griega o la fenicia. Sin un conocimiento previo de aquéllas, no puede entenderse la cultura ibérica», explica José Uroz. Los íberos existieron como pueblo hasta su dominación por los romanos en torno al siglo I a.C. A partir de ese momento, su identidad se fue diluyendo hasta su completa romanización.
La aparición de la Dama de Elche a finales del siglo XIX atrajo la atención de los historiadores hacia aquel pueblo que cinceló sus facciones y su particular atuendo. La expectación e interrogantes que emergieron junto a ella provocaron el interés de la comunidad internacional por conocer quiénes eran y cómo vivían los íberos. Todavía hoy, su cultura y formas de vida son muy desconocidas debido, según Uroz Sáez, a tres motivos principales: la escasez de fuentes escritas donde se hable de ellos, la imposibilidad de traducir los escasos documentos que se han hallados escritos en su lengua, y una especie de furor iconoclasta que pulverizó todas las esculturas sin apenas dejar para el futuro restos reconocibles. Su destrucción fue fruto, probablemente, de un cambio en la organización política o social que llevó a eliminar los iconos y representaciones del anterior poder establecido. «El 99% del conocimiento que tenemos actualmente sobre la cultura ibérica procede de la arqueología», añade Uroz Rodríguez. «Y estoy convencido de que los hallazgos más importante, están por llegar. Queda mucho por excavar», asegura. Entre los años 30 y 50 del siglo pasado empieza a conformarse el concepto de cultura ibérica, pero hasta la década de los 80, coincidiendo con la arqueología moderna y sus nuevos métodos científicos, no se produce el impulso definitivo.
El yacimiento arqueológico de Cabezo Lucero posee una de las necrópolis ibéricas más importantes de España. La Dama de Guardamar formaba parte de su paisaje funerario. Al igual que ocurre con la Dama de Elche, el debate está en si representa a una divinidad o a una mujer perteneciente a la élite política y social de la época. «En realidad es ambas cosas. En la época antigua, política y religión se entremezclan», afirma Héctor Uroz.
El ritual que rodeaba a los enterramientos siempre era el mismo. Se vestía al difunto con sus mejores galas, y era incinerado con sus objetos de uso personal y, si eran varones, con sus armas. Esta costumbre era común en el mundo griego. Creían que todo lo que se quema con el muerto le sigue en el más allá. Los huesos y los restos del ajuar que el fuego no había podido consumir, se enterraban directamente en el suelo o en urnas funerarias. Junto a la sepultura, se colocaba un pilar coronado por una escultura. Mayoritariamente eran toros, según se desprende de los fragmentos hallados en la necrópolis. Pero también se han encontrado felinos, grifos -leones alados con cabeza de ave- y, en mucho menor número, esculturas humanas como la Dama de Guardamar.
Iconografía
El rito funerario y toda la iconografía que lo acompaña ha hecho de Cabezo Lucero un libro entreabierto que describe algunos de los aspectos de la estructura política y religiosa que sustentaba a la clase dirigente. Es clarificador para conocer detalles de la oligarquía que dirigía los designios del pueblo íbero, pero sólo supone una parte dentro de un todo. «Hay que tener presente que la información es parcial porque en la necrópolis no se entierra a todo el mundo. Solo a quienes pertenecían a la élite», aclara Uroz Rodríguez. El segundo hallazgo más importante de Cabezo Lucero fue la llamada 'Tumba del orfebre'. En su interior se encontró un ajuar excepcional compuesto por una treintena de moldes para la fabricación de joyas, además de diferentes herramientas propias del oficio. No ha aparecido nada similar en el resto de yacimientos arqueológicos de España. Los moldes representan escenas y elementos vinculados al poder político y religioso que pueden ayudar a descifrar el significado de otras imágenes utilizadas en el mundo ibérico. Son como una especie de enciclopedia iconográfica.
Cada nuevo hallazgo arqueológico supone escuchar un eco muy lejano. Apenas son susurros. Palabras sueltas. Pero poco a poco, van componiendo un relato que, en algún momento de la Historia, se quedó sin voz.
DAMA DE CABEZO LUCERO
Necrópolis de Cabezo Lucero (Guardamar del Segura, Alicante)
Piedra arenisca, h: 49 cm; a: 54 cm; e: 33 cm. Ibérico. Finales del siglo V a.C., inicios del siglo IV a.C. Escultura reconstruida como un busto femenino en posición frontal.
A partir de los criterios de restauración que fueron elegidos en su momento para presentar esta nueva muestra de la escultura ibérica, podemos indicar que existen dos grupos de fragmentos que dan cuerpo a la restitución propuesta. Por una parte, la cabeza y arranque del cuello con los elementos de adorno y vestimenta que los cubren y embellecen y, por otra, la serie de collares que penden sobre el pecho. Ambas agrupaciones de trozos no llegan a tocarse por muy poco, aunque dada la similitud de la piedra, labra y lugar de hallazgo no se dudó de que todo era parte de la misma escultura.
De la cabeza la parte más dañada es el rostro. En el bloque hallado no quedaban prácticamente rasgos faciales. Sin embargo, se pudieron adherir fragmentos que dieron forma a algo más de la mitad de la cara, fundamentalmente el lado izquierdo. La frente es ligeramente inclinada, el ojo, muy perdido y remarcado con incisión, permite reconocer una configuración almendrada. La nariz, a la que le falta la punta, se muestra recta y abre levemente a las aletas para definir unos amplios orificios nasales. La boca es ondulante y remarcada por labios carnosos. El mentón, algo prominente, enlaza con el arranque del cuello, que se sugiere no muy robusto.
Está cubierta por un manto de apariencia pesado por el pliegue arqueado que corona la frente y con el que se abre desde los rodetes. El manto cubre un tocado, visible en la frente. Completa el aderezo superior un adorno, que aparece por debajo del borde del gorro, consistente en una serie continua de semicírculos. Se trata con toda probabilidad de una diadema. Los elementos más llamativos, que nos recuerdan inmediatamente a la “Dama de Elche” son los rodetes, aunque más esquemáticos que en aquélla, para albergar el cabello. Los originales probablemente estuvieran hechos con láminas de metal.
El otro conjunto que forma parte de la reconstrucción de la escultura reúne los fragmentos del pecho cubierto por collares. Un fino resalte en la parte superior indica el escote de la túnica, que sugiere forma redondeada. En dos de los collares penden medallones que representarían piezas de oro o plata en forma de lengüeta, ensartados por lo que serían cordones o aros metálicos. De los otros dos collares, cuyos modelos serían de pasta vítrea, el superior está constituido por cuentas en forma de oliva, esféricas y planas; el inferior muestra pares de cuentas discoidales entre las que se colocan otras en forma de tonelete.
La “Dama de Cabezo Lucero” fue destruida ya en época ibérica como otras esculturas del yacimiento, algunos fragmentos de las cuales se utilizaron como calzos para urnas cinerarias de alguna tumba. Este fenómeno “iconoclasta”, matizado en las últimas investigaciones, se ha detectado en otros cementerios y fue causado quizá por convulsiones sociales o cambios del ritual a finales del siglo V a.C. e inicios del siglo IV a.C.
Independientemente de que se tratara originalmente de un busto, son innegables los rasgos que la emparentan con la más famosa de las esculturas ibéricas. Esto pone de relieve varias consideraciones. En primer lugar que la “Dama de Elche” no es un unicum sospechoso o claramente falso tal como afirmaba hace algunos años un autor norteamericano. Que la escultura de Guardamar hubiera sido hallada en excavación arqueológica científica y en lugar próximo a la ilicitana son hechos suficientes para despejar cualquier duda sobre la antigüedad de ésta. La cercanía geográfica de ambas piezas, además de otros ejemplos que no son de tratamiento aquí, induce a pensar que existió en el área de las actuales comarcas del Bajo Vinalopó y Bajo Segura un círculo escultórico definido, que en definitiva sería una forma de expresión de un entorno cultural homogéneo, en el sur de la Contestania Ibérica.
C.S.: 6108.
LLOBREGAT, E. y JODIN, A., 1990.
ARANEGUI, C. et alii, 1993.
Fuente: Museo Arqueológico de Alicante (MARQ) Catálogo
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