Megalito. Acceso


La vida de un ser vivo viene marcada por el ciclo del nacimiento, desarrollo, reproducción y muerte. De este ciclo, únicamente tiene conciencia el ser humano, y por ello ha terminado elaborando una conducta propia en torno a él. Algo que resulta imposible conocer, es en qué momento los seres humanos fuimos consciente de la idea de la muerte y lo que esta representa, pero sí podemos saber cuándo los grupos humanos llegan a alterar su conducta para preparar a sus muertos en el viaje definitivo al más allá, y señalar el lugar donde se enterraron sus difuntos, así como los rituales que les acompañaban.

La presencia de una tumba trae consigo, obligatoriamente, la existencia de una concepción de la idea de muerte, establecida y arraigada previamente en el grupo social. Es lógico pensar que antes de la aparición del enterramiento, tal y como lo conocemos, existieran otro tipo de rituales más primitivos de carácter espiritual, ya sean cánticos, danzas, o lamentos, que, como es lógico, no ha dejado ningún tipo de registro fósil. Nunca sabremos quienes de nuestros antepasados adoptaron este tipo de actitud ante la muerte de un miembro de su grupo o comunidad, pero si podemos estudiar sus estructuras y rituales funerarios y así poder, interpretar y conocer mejor, su actitud ante la muerte. Esto fundamentalmente se consigue haciendo un estudio pormenorizado de todos los elementos que integran las tumbas y necrópolis que han perdurado hasta nosotros.

                                                               Fosa simple

Tanto los enterramientos como las necrópolis aparecen, por lo general, vinculados a los lugares de hábitat. Si nos remontamos a la prehistoria, nos encontramos con una gran variedad tipológica de enterramientos, que abarca desde el elemento más básico, como es la fosa simple, hasta el más complejo, que es el megalito. Por tanto debemos tener en cuenta que el enterramiento más simple y primitivo es la fosa simple, la cual se podría localizar incluso en el mismo lugar de habitación, llegando a constituir, en ocasiones, verdaderas necrópolis, con tumbas de variada tipología, e incluso distintos tipos de ritual. Lejos de la simplicidad estructural que nos ofrece el enterramiento en fosa simple, los megalitos se nos presentan como estructuras funerarias más complejas, formando grandes edificaciones construidas a base de grandes bloques de piedra, y organizada estructuralmente a base de una zona de acceso o vestíbulo, un pasillo o corredor y una cámara funeraria donde descansaban los restos del difunto.

                                                    

Es muy probable que durante el desarrollo de la Prehistoria y antes de la aparición de las construcciones megalíticas, se utilizara también la cueva artificial como lugar donde se abandonaba el cuerpo del difunto para su último descanso. La cueva artificial presentaba una tipología diferente dependiendo, como es lógico, del espacio geográfico donde nos movamos y según la cultura objeto de estudio. Por ello, dentro de este gran abanico, iríamos desde el recinto del tipo siliforme a las grandes construcciones abovedadas del tipo Tolo.


Otra cuestión de gran relevancia a tener en cuenta, a la hora de enfrentarnos a la excavación de un recinto funerario, es que debemos ser muy precisos y tener presente diferentes aspectos que serán de gran utilidad para estudiar e interpretar el yacimiento en su conjunto. En primer lugar, debemos tener en consideración todos aquellos datos referentes a la sepultura en concreto, por lo que debemos determinar si se trata de un yacimiento aislado o no, es decir, deberemos precisar claramente si tiene relación con otros del mismo o distinto tipo. Junto a esto, será también importante determinar si la tumba en cuestión pertenece a una gran concentración de enterramientos, es decir, si nos hallamos ante una necrópolis, aunque no presenten el mismo ritual funerario.

                                                           Necropolis


Una vez precisado estos elementos, deberemos establecer la relación que la tumba o necrópolis presenta en relación a otros enterramientos de la zona. El siguiente paso al que se enfrenta el arqueólogo sería constatar el tipo de tumba que tiene entre manos, es decir, si es simple o monumental, así como si presenta algún elemento distintivo que delate su situación o que haga referencia al individuo al que está dedicada, como puede ser una estela o un túmulo.

Otra cosa que se debe tener en cuenta, es que un yacimiento funerario es como un libro, y por tanto hay que saberlo leer, o mejor dicho, interpretar, por lo que juega un papel de primer orden la observación. De dicha observación obtenemos una serie de datos que conseguimos tras examinar minuciosamente al difunto, debiendo tomar en consideración, por un lado, el ritual básico o primario, y por otro el ritual asociado o secundario. El ritual básico presenta dos ritos funerarios fundamentales, la inhumación y la incineración. El rito funerario de inhumación consiste en dar sepultura al difunto en su estado completo o semicompleto, sin alteración sustancial del cuerpo. Durante el Paleolítico y Neolítico, era frecuente hallar tumbas de cadáveres decapitados y a partir del Neolítico, cuerpos con diversas mutilaciones corporales, pero a pesar de dichas contingencias el ritual seguiría siendo de inhumación a todos los efectos.

Según el número de individuos enterrados nos podemos encontrar con tres tipos básicos de inhumación; Inhumación simple o individual (un individuo por cada tumba), inhumaciones dobles y triples (dos o tres individuos por tumba, respectivamente), e inhumaciones múltiples, en ocasiones equiparadas a inhumaciones del tipo colectivo. Durante el Paleolítico y Neolítico, las inhumaciones más frecuentes eran las simples y las dobles, pero a finales del Neolítico y sobre todo en el área atlántica contamos ya con numerosas inhumaciones colectivas asociadas al megalitismo.

                                                   Tumbas de inhumación


En cuanto al ritual de incineración o cremación, hay que dejar claro desde un primer momento, que aunque se utilizan ambos términos indistintamente, presentan claras diferencias, ya que mientras la incineración supone la combustión total del cuerpo del difunto, quedando como resultado del proceso solo las cenizas, la cremación, en cambio, supone la combustión incompleta del cuerpo quedando como resultado junto a las cenizas, las partes más difíciles de quemar como los dientes y los huesos más largos. Los primeros datos sobre la incineración corresponden al Neolítico y su difusión fue muy lenta arraigando en territorios y culturas muy concretos.


Ambos ritos, la inhumación y la incineración, pueden convivir en un mismo espacio geográfico, incluso dentro de una misma necrópolis, además de poder aparecer asociados en una misma tumba. En una inhumación el arqueólogo debe ser muy cuidadoso y tener siempre en cuenta una serie de datos fundamentales para el buen estudio del yacimiento que maneja. Por ello se fijará en la posición absoluta que el cuerpo del difunto ocupa en el conjunto de la tumba, haciendo hincapié si el cuerpo aparece extendido, boca arriba, boca abajo, recostado de izquierda, recostado de derecha, recogido o replegado (en posición fetal). También es importante determinar la orientación que presenta el cadáver con respecto a los puntos cardinales, indicando además de que tipo de tumba se trata, si el cuerpo la ocupa por completo etc. Si la estructura funeraria a estudiar fuera más compleja, como por ejemplo las tumbas de corredor y cámara, hay que determinar dónde y cómo se encuentran los cadáveres y la asociación entre ellos, es decir si estos aparecen juntos, dispersos etc.

                                                    Tumba de cámara o corredor

Otra cosa a determinar, sea el yacimiento que sea, sería la integridad de los restos, indicando si está o no intacto, así como la edad del individuo en cuestión, su sexo, si se trata de niño o adulto y su tipo racial. Una vez determinados todos estos aspectos, el siguiente paso será extraer de la tumba los restos que aun se conserven del difunto como es el cráneo y los huesos más largos.


Como es lógico en las tumbas de incineración contamos con menos cantidad de datos referentes al cuerpo, dado las características de esta técnica funeraria. A la hora de incinerar a un difunto nos vamos a encontrar con dos técnicas básicas de incineración: el bustum y el ustrinum. La diferencia entre ambos procedimientos radica en el lugar donde se lleva a cabo la combustión, es decir, el bustum, que es el método más frecuente y consiste en incinerar los restos del difunto in situ, es decir, en el mismo lugar donde va a ser enterrado. Tras finalizar la incineración y junto a los restos resultantes de la combustión (troncos y cenizas), solían quedar, por lo general, ciertas partes del difunto como el cráneo, los huesos más largos y los dientes, restos de ofrendas, o restos de ajuar funerario, en caso de tenerlo, como puede ser, entre otros, restos de cerámica, piezas de orfebrería, ungüentarios, o incluso armas.

                                                                   Bustum

En cambio, y a diferencia del bustum, el ustrinum, se practica en un lugar diferente al que después va a ser enterrado el cuerpo, siendo de interés el modo en que se recogen las cenizas y los restos semicalcinados del difunto o difuntos. Si bien es cierto que en ocasiones la incineración no deja resto alguno al depositarse las cenizas en un simple hoyo practicado en la superficie del terreno, lo normal en época fenicia, púnica y romana es que dichas cenizas se depositen en recipientes especiales denominados urnas funerarias o cinerarias, realizadas en muy diverso material, siendo la más común la hecha en cerámica con tapadera. También son frecuentes las urnas acabadas en piedra, alabastro, mármol, plomo, metal (bronce) etc. Las urnas cinerarias pueden aparecer con cobertura o sin ella, o bien recubierta con un túmulo o indicando su posición por medio de un monolito o estela.

                                                        Urna cineraria etrusca

En cuanto al ritual secundario o asociado, supone un tratamiento del cuerpo del difunto de forma especial, así por ejemplo, en la prehistoria era frecuente que el cuerpo del finado fuera bañado con ocre o bien era objeto de algún ritual relacionado con el fuego. También y aunque son importantes en el conjunto de las tumba las ofrendas, sobre todo florales o animales, lo más interesante será la presencia de ajuar funerario. El ajuar suele englobar una serie elementos diversos de diferente materia prima, respondiendo habitualmente a piezas de cultura material, herramientas, armas, amuletos o adornos de tipo personal. No obstante en los enterramientos de las necrópolis de Gadir/Gades, llama la atención la total y completa ausencia de armas, lo que nos indica la escasa importancia social que tenía el estamento militar, en una sociedad eminentemente marcada por el comercio.

                      Ajuar funerario romano de cristal de roca. Calle Escalzo, Cádiz

De estos últimos suele perdurar en el tiempo aquellos de materia dura como collares, tobilleras, diademas, anillos etc. No podemos obviar en la composición del ajuar todos aquellos objetos relacionados con el culto y la religión como los ídolos. Pero no solo resulta de interés la composición del ajuar, sino que también resulta igualmente revelador la posición que presenta dicho ajuar en relación al difunto, es decir, cómo está dispuesto, pudiendo aparecer cubriendo su cuerpo, en la cabecera, a su alrededor, o a la altura de sus pies. Pero no solo esto, ya que además puede aparecer en una misma tumba o en otra secundaria situada al lado de la principal. Todo ello resulta de interés con el fin de poder determinar cualquier elemento que denote algún tipo de diferenciación social entre los miembros de la necrópolis o simplemente poder aventurar en un primer momento el sexo del difunto. Es común que a las mujeres se las entierre acompañadas de piezas de tela o elementos de tocador, y al varón acompañado de armas.


En cuanto a la relación tumba-ajuar debemos relacionar el aspecto cronológico y los diferentes artefactos, es decir, cuando nos enfrentamos a un ajuar, todos los elementos que lo componen, a pesar de que estén fabricados a partir de materiales diversos y a pesar de ser notables las diferencias entre los tipos y su funcionalidad, debemos constatar que tengan la misma cronología y que pertenezcan a una sola cultura, que por otro lado es el caso más corriente. Así por ejemplo, al examinar una tumba de época fenicia, ya sea una colonia o factoría del litoral mediterráneo o atlántico, nos encontramos con lo siguiente; en primer lugar objetos de uso común como ánforas elaboradas a torno, en ocasiones con decoración a base de bandas pintadas en la superficie exterior del recipiente. Son contenedores de uso cotidiano utilizados originariamente en el transporte y conservación de determinados productos como el aceite o el vino. En segundo lugar podemos hallar adornos corporales de tipo personal, como pueden ser anillos de metal, plata, oro, o bronce, escarabeos o cualquier otro tipo de amuletos. En tercer lugar, es frecuente encontrar en las tumbas fenicias elementos cerámicos de lujo, como cerámica ática, o cerámica a torno de dos tipos fundamentales, de barniz rojo y policromadas. Finalmente podemos encontrar, aunque en menor medida, restos de atuendos, calzado etc.


 Francisco Javier Jimenez Martinez

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