Con sólo 32 años, en la cumbre de su gloria, moría en Babilonia, a causa de unas fiebres, el conquistador más grande que la Humanidad haya conocido jamás. Era el año 323 a. de C., el cadáver de Alejandro debía ser enterrado junto a su padre, Filipo II de Macedonia.
Pero uno de sus generales trasladó sus restos hasta Menfis, en Egipto. Y finalmente fue llevado hasta Alejandría donde se le construyó un majestuoso sepulcro, lugar que fue visitado por el propio emperador Augusto. Sin embargo, la tumba de Alejandro es un verdadero misterio, y uno de los retos más fascinantes para los arqueólogos de todas las épocas.

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